sábado, 5 de diciembre de 2009

Nuevos compromisos. Por José María Marco

Después de tanta retórica contra Estados Unidos y contra la fuerza como medio de defensa, el Gobierno socialista seguirá manteniendo tropas españolas en un conflicto internacional, algo que no ocurría desde Felipe González.

Al final, Obama ha hecho lo que tenía que hacer. El discurso de West Point ha sido confuso, no habla de victoria, da un plazo absurdo –y destinado tanto o más a calmar a los demócratas de izquierdas que a presionar a Karzai–, intenta no repetir la retórica de Bush sobre la movilización a favor de la democracia, huye de cualquier apariencia de arrogancia... Siendo todo esto así, también es verdad que la administración norteamericana manda 30.000 hombres a la lucha (antes guerra) contra el terrorismo islámico. Sumados a los 21.000 que ha enviado desde primeros de años, Obama habrá mandado 51.000 hombres. Y sumados éstos a los que ya había, a finales de 2010 tendrá 100.000 compatriotas jugándose la vida en Afganistán.

En cierto sentido, la decisión era la que se podía esperar. Obama llegó diciendo que la guerra buena era la de Afganistán y que, por tanto, esa era la que había que ganar (la mala, la de Irak, se daba por ganada). Por mucha ironía que haya en el hecho de que se apliquen ahora estrategias parecidas a las que se utilizaron para ganar la otra guerra, era difícil aceptar la nueva posición de la izquierda del Partido Demócrata, según la cual todas las guerras son igual de malas y había que retirar las tropas de Afganistán cuanto antes. Quien votó por Obama, por mucho que lo hiciera movido por los dulces sentimientos que fluyen del pensamiento utópico, votó por la continuación de la presencia de Estados Unidos allí. El "Yes we can" también quiere decir que se puede ganar –o gestionar bien, según la neolengua aceptada hoy en día– el "conflicto" afgano.

La decisión, como se sabe, no ha sido fácil por la presión a la que la Casa Blanca ha estado sometida, presión que la propia administración había suscitado. Incluso ha habido que superar un surrealista Premio Nobel concedido para que hiciera exactamente lo contrario de lo que acaba de hacer. Después de estos meses agónicos, surge una nueva situación.

Está por ver si las tropas enviadas son suficientes, si desde la Casa Blanca se puede conseguir que la opinión pública norteamericana apoye la nueva estrategia, si los talibán dejan de encontrar refugio en Pakistán y si la población afgana, como ocurrió en Irak, empieza a perder el miedo a los terroristas.

Ahora bien, cuanto más difícil se pongan las cosas, más valdrán, en las relaciones internacionales, los aliados que apoyan a Estados Unidos en su nuevo compromiso. Resulta que entre estos aliados está España. Se le llame guerra o no, el caso es que hay 998 soldados españoles destacados en el conflicto de Afganistán y que el Gobierno de Rodríguez Zapatero está dispuesto a enviar más. Son mejorables muchas cosas: la dotación, la estrategia, las reglas de intervención... Pero si los militares españoles no estuvieran allí, no habría discusión posible.

Después de tanta retórica contra Estados Unidos y contra la fuerza como medio de defensa, el Gobierno socialista seguirá manteniendo tropas españolas en un conflicto internacional, algo que no ocurría desde Felipe González. Es de suponer que nadie quiere perder esta guerra: así que España estará entre los más interesados en acabar con el terrorismo islámico. Y si Alemania y Francia se abstienen de mandar más tropas, y España ayuda a Obama en este trance, también estará entre los tres grandes países europeos que se comprometen en los momentos difíciles. Rodríguez Zapatero habrá abierto, insinuando que hace lo contrario de lo que está haciendo, una nueva etapa en las relaciones con Estados Unidos.


Libertad Digital - Opinión

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