sábado, 5 de diciembre de 2009

El edén de Zapatero nos pilla un poco lejos. Por Juan Carlos Escudier

Tras descubrir que era de izquierdas todo lo que hacía, ya fuera bajar impuestos o subirlos, mejorar las pensiones de los pobres o dar cheques-bebé a los ricos, Zapatero nos ha revelado que cualquier cosa que proponga contribuye a cambiar el modelo productivo, y por eso el anteproyecto de ley de Economía Sostenible le ha salido tan largo. No es sólo lo del famoso coche eléctrico, que parece haber sido inventado por Miguel Sebastián mientras repartía bombillas de bajo consumo. Es que, a partir de este momento y con independencia de su contenido, cualquier iniciativa del Gobierno forma parte de su estrategia de “sostenibilidad”, ya sea la reforma de la ley del Registro Civil, la nueva regulación de las Cajas de Ahorro, el tradicional plan anual de Hacienda contra el fraude fiscal o la perpetuamente anunciada integración de los regímenes de la Seguridad Social.

Bajo esta premisa, sería injusto calificar el anteproyecto de errático compendio de propuestas inconexas o de absurda mezcla de churras con merinas. Visto así, la panoplia de planes, comités, comisiones interministeriales y futuras leyes, reglamentos y códigos que han de nacer al amparo de esta guía de la modernidad debe de ser contemplada como el programa de un visionario que pone el futuro por escrito para que nada se le olvide. Los parados habrán de tener paciencia, pero en cuanto se cambie la formación profesional y se presente el Plan de Competitividad Industrial 2020, no habrá albañil que no pueda reciclarse y participar de las oportunidades que se le abrirán en sectores tales como el aeroespacial, la biotecnología, las tecnologías sanitarias o de la información.

¿Imposible? Las Vegas era un páramo yermo del desierto de Mojave antes de que Bugsy Siegel pusiera en pie el Flamingo. Es verdad que a Siegel las cosas no le funcionaron a la primera y que sus colegas de la mafia prefirieron darle matarile antes que pedirle explicaciones, pero suyo será siempre el mérito de haber fundado la ciudad del neón y del pecado. Quizás en eso pensaba Rajoy cuando definía el proyecto de Zapatero como un luminoso en un solar vacío.

Nadie discute la necesidad de eliminar los trámites burocráticos para constituir empresas, aumentar la carga fiscal de las remuneraciones de los directivos, acelerar el pago a los proveedores antes de que se arruinen, modernizar la Justicia o elevar la eficiencia energética de los edificios públicos. Lo que no se entiende es que no se hubiera hecho antes y que ahora, su mero enunciado se presente como la revolución más importante que vieron los siglos pasados y los venideros. No queda más remedio que dar la razón a la oposición cuando afirma que de la chistera de Zapatero ya no salen conejos sino humo, algo que, por otra parte, no es propio de un abanderado de la lucha contra el cambio climático.

Estamos ante el improvisado intento de vestir un santo con retales, con el riesgo evidente de que el resultado sea un indescriptible adefesio. Prueba de ello ha sido la revuelta generada en torno a una disposición adicional de la ley, que dejaba en manos de un comité del Ministerio de Cultura la facultad de cerrar aquellas páginas web que, a su juicio, atenten contra la propiedad intelectual, pisoteando de paso varios preceptos constitucionales y saltándose a la torera el control judicial. Bastaron unas horas para que el presidente del Gobierno anunciara la modificación de este apartado, lo que confirma que el anteproyecto era demasiado largo para que se lo hubiera leído entero y que todo puede cambiarse si enerva a mucha gente, especialmente a potenciales votantes. ¿Qué rigor tiene una norma que ha de corregirse al día siguiente de ser presentada? ¿Cuál es el porvenir que espera a una ministra, la de Cultura, a la que se desautoriza de manera tan tajante?

Después de meses de espera y de la expectativa generada, la frustración respecto de la nueva regulación y de la estrategia que la acompaña está plenamente justificada. Es pobre en contenidos concretos, ya que se limita a proclamar principios cuyo desarrollo se pospone a fases posteriores, y técnicamente es lamentable. Sirva el siguiente ejemplo: se introducen como correcciones a la Ley de Mercado de Valores la adición de un párrafo en el artículo 25.2, se modifica los apartados 1 y 3 del 70 bis, se redacta de nuevo buena parte de 84.1, se amplía el 84.2, se cambia el 85.2, se modifican el 95, el 97.1, el 98.3, el 99, el 100 y el 101, se añade un 101 bis, se corrige el 102, se amplía el 106, el 107 y el 116. Si la cita ley exige tantas enmiendas, ¿no hubiera sido mejor plantear su reforma de manera independiente?

Sobre el mercado laboral conocemos que el Gobierno no transigirá con rebajar el coste de los despidos. Nada más hay sobre la mesa, a excepción del compromiso de trasladar a empresarios y sindicatos propuestas aún no definidas sobre negociación colectiva, bonificaciones a la contratación, fomento del empleo juvenil y de reducción de temporalidad. Eso sí, después de que en el último año se perdieran un millón y medio de empleos, se ha reparado por fin en que en ese país tan lejano y desconocido como es Alemania existe una fórmula que permite combinar la reducción de jornada con las prestaciones por desempleo, y se va a imitar por si aquí funciona. Nadie ha preguntado por qué esa medida no se puso en práctica cuando diariamente 6.000 personas se inscribían como parados en las oficinas del INEM.

Pese a la bondad de sus intenciones, Zapatero vive un auténtico drama: quiere convertir al país en un nuevo Silicon Valley en el que el I+D+i brote espontáneamente de las fuentes de los parques, sustituir al peón del pañuelo de cuatro nudos por el científico de bata blanca, conseguir energía limpia de la mar océana y de la vientos del norte y del sur y llenar las carreteras de silenciosos coches eléctricos. Su problema es que no tiene claro cómo se hace porque la fabricación de paraísos terrenales venía sin manual de instrucciones.

Entre tanto, se olvida que lo verdaderamente insostenible para una economía es tener una tasa de paro del 20% y que, aún iniciándose hoy mismo la salida de la crisis, es posible que pase una década antes de que se recuperen los niveles de empleo de 2008. ¿Pedimos a los parados que recorran sin agua el interminable desierto que nos separa de la tierra prometida? Es aquí donde el Gobierno tiene sus ausencias. Entre tantos planes de futuro, se echa en falta uno para el presente. Si Zapatero espera que patronal y sindicatos le hagan el trabajo es que es un ingenuo bastante irresponsable.


El confidencial

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