martes, 15 de septiembre de 2009

La tragedia de Leire. Por Tomás Cuesta


QUE la madre que parió a Leire Pajín sea expulsada del partido por aliarse con un tránsfuga municipal y espeso es un farol tan burdo, una baladronada tan rastrera, que no hay que poner en jaque el buen criterio del lector extendiéndose al respecto. Y es que lo que ha ocurrido es, a la postre, lo de siempre. «Señores guardias civiles: aquí / pasó lo de siempre. / Han muerto cuatro romanos / y cinco cartagineses». Bien es verdad que, en Benidorm, el romancero gitano no se ajusta a la descarada magnitud del gitaneo. Menos mal que nunca falta un roto para apañar un descosido y donde Federico yerra (Federico García, no Jiménez)...

María Jesús y su acordeón, el dúo más dinámico en los atardeceres del paseo, acertaban de pleno: «Pajarracos por aquí, pajarracos por allá, pajarracos a bailar, la, la, la, la...». Ríase usted del oráculo de Delfos.

Líbrenos Dios de insinuar siquiera que la señora madre que parió a Leire Pajín pertenezca a esa especie que, en ornitología parda, se denomina un pájaro, o una pájara, de cuenta. No obstante, es indudable que, sin el papelón que desempeña, la historia a duras penas remontaría el vuelo. Porque, si es de cajón que cada palo ha de afanarse en aguantar su vela, debe de ser un palo de cajones (al menos, debiera serlo) tener que tragarse el sapo de que la sangre de tu sangre, el fruto -la fruta- de tu vientre, amén de empapelarte, rubrique la sentencia.

Puro teatro, desde luego, aunque la farsa no carece de morbo y de mordiente. Acostumbrados al sainete insustancial de los politicastros que han usurpado el título de cómicos de la lengua, incluso se agradece que la progenitora y su progenia (progenia por genial, no por vicio genérico) protagonicen una tragedia alicantina trufada de petardos y de bombas fétidas. ¿En qué consiste una tragedia alicantina? Imagínense ustedes a Sófocles o a Esquilo (en especial a Esquilo, por el aquél del esquileo) saliendo de la peluquería de Calixto Bieito y se harán una idea de lo que vale un peine.

Olvídense, pues, de Edipo, de Orestes y de Electra. Olvídense, incluso, de Quico Matamoros que es el rey de los dramas por entregas. Pasen y vean como el capricho del destino (del destino fatal; o sea de Zapatero) destruye las raíces de la piedad filial y empuja a las familias hacia el despeñadero. El efecto letal de la ambición desmesurada si consigue infiltrarse en los afectos. ¿Merece la pena, acaso, que se perpetre un matricidio -en el sentido figurado, por supuesto- a cambio de instalarse en un ayuntamiento? La pregunta del millón es ésa. Del millón o de los miles de millones, depende de las mañas del contable y de lo que den de sí las sumas y las restas.

Es una suerte que a Rajoy la teatralidad no le conmueva. A su entender (y es de esperar que entienda de estos tejemanejes) el «putsch» de Benidorm, con la madre que parió a Leire Pajín a la cabeza, es una demostración palmaria de que el talante ha muerto. Afilado, preciso, contundente. El líder del PP ha zanjado el problema conforme a las tendencias de la temporada otoño-invierno. Huyendo de las descalificaciones y de los aspavientos. El PSOE, imperturbable, continúa en sus trece y no existen indicios de que planee organizar un funeral acorde con semejante pérdida. Quizá la defunción les ha cogido por sorpresa. Quizá nos acompañen en el sentimiento y en nuestra ignorancia de que tal cosa existiera.
Lo dicho, una tragedia.

ABC.es

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