miércoles, 8 de julio de 2009

Tras el español, prohibirán los toros. Por José García Domínguez

Como es fama, quienes festejan el Correbou de Cardona, al igual que cuantos participan en esos dos centenares largos de encierros que al año se celebran en Cataluña, todos, sin excepción, resultan ser oriundos de Australia.

Resulta que la secular querencia taurina de Cataluña ha dado en salir del armario a borbotones al socaire de ese cóctel de esnobismo populista y devoción laica que en todas partes suscita José Tomás. De ahí, sin duda, la irritada diligencia con que el Parlament tramita la ley que prevé expulsar a la Fiesta Nacional de la nació por las bravas. Total, si ya han prohibido la lengua impropia ¿por qué no eliminar de paso la tradición impropia, ese bárbaroinjertoimpuesto por Madrit que responde por tauromaquia?


Sin ir más lejos, es decir no yendo muy allá, eso predica la independentista Pilar Rahola, inopinada musa de los nacional-taurófobos domésticos. Así, al ignaro modo, un desencuentro ético a cuenta de humanos y otras bestias ha acabado transmutarse en falsa querella identitaria, otra más. Pues, como es fama, quienes festejan el Correbou de Cardona, al igual que cuantos participan en esos dos centenares largos de encierros que al año se celebran en Cataluña, todos, sin excepción, resultan ser oriundos de Australia. Y es que, desde tiempo inmemorial, los hereus y pubilles autóctonos aprovechan esas fiestas locales para recogerse en sus hogares y profundizar en el estudio de Kant y Schopenhauer en discretos seminarios privados.

Compréndase, pues, la atónita perplejidad que asaltó a nuestra activista ante lo nunca visto: nada menos que una corrida de toros en La Monumental. Llegado "con aires de conquista", "decidido a plantar la bandera de una fiesta cruel y obsoleta", presto a lanzar "un reto a la sociedad catalana", hubo de clamar contra José Tomás la airada republicana desde La Vanguardia del Grande de España. Y pensar que tan pronto como el 25 de julio de 1835 se celebró la corrida más esperada de aquella temporada en Barcelona. Que el festejo resultó un fraude para la afición (los toros, muy flojitos, se caían). Que cientos de catalanes, irritados por la falta de trapío de aquel ganado, se dirigieron entonces al centro de la ciudad y quemaron la iglesia de La Merced, el convento de San José, el de los Carmelitas Descalzos, el de los Dominicos y el de los Agustinos. Que el día acabó con dieciséis curas asesinados... Y que la Rahola aún no se ha enterado.

Libertad Digital - Opinión

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