domingo, 24 de mayo de 2009

«NOVILLOS» EN EL CONGRESO

LOS datos que hoy ofrece ABC sobre las ausencias de diputados a los plenos del Congreso en las sesiones de votaciones -en el resto de sesiones es prácticamente imposible hacer cualquier recuento riguroso de asistentes- son llamativos y deben mover a nuestra clase política a una rectificación porque en algunos casos que hoy revela este diario la conducta no es precisamente ejemplar. Es cierto que tanto las ausencias reiteradas de parlamentarios como la crítica pública hacia esta conducta son recurrentes y, en honor a la verdad, conviene recordar que no se trata de episodios exclusivos ni de los miembros actuales de la Cámara Baja ni de esta legislatura en particular. De hecho y lamentablemente, los «novillos» no son una práctica novedosa. No obstante, si a la sucesión de imágenes desoladoras durante muchos debates parlamentarios relevantes se une el hecho de que casi una décima parte del hemiciclo no acude ni siquiera a las sesiones de votaciones, el panorama resulta inquietante e irritante.

Conviene no incurrir en demagogia para denunciar la ligereza con la que algunos parlamentarios se toman su labor legislativa y su pertenencia al órgano representativo de la soberanía popular más relevante. Hay diputados que por sus muchas obligaciones institucionales o por las propias de sus cargos, de indudable justificación -es el caso del presidente del Gobierno, de los ministros o del líder de la oposición, por ejemplo-, no pueden asistir a todos los plenos. También sería simplista y una injusticia recurrir al tópico de que los diputados son perezosos por sistema porque indudablemente no es así en la mayoría de los casos y su tarea supera con mucho la de pulsar un simple botón unas horas a la semana. Sin embargo, son precisamente los diputados, siempre muy quejosos con las críticas que reciben, los propios responsables de la imagen distorsionada que como colectivo transmiten a una ciudadanía con tendencia a generalizar y a simplificar su labor. Y poco o nada hacen los partidos políticos por lavar esa imagen y, sobre todo, por corregir con contundencia las conductas de diputados cuya reiterada ausencia de los Plenos se ha convertido en una costumbre de difícil explicación e imposible justificación. Quienes anteponen a una votación obligatoria actividades privadas surgidas precisamente en razón del escaño que ocupan, y por compatibles que resulten con su condición de diputados, transmiten tal sensación de desdoro a la institución que causan un efecto demoledor de desconfianza ciudadana hacia la clase política. Más aún si exige, como ahora en campaña, compromiso, fidelidad e ilusión a los votantes.

ABC - Editorial

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