viernes, 27 de marzo de 2009

Otan: nada que celebrar. Por Rafael Bardají

POR definición, todas las cumbres internacionales son un éxito y la próxima de Estrasburgo-Kehl en donde los aliados celebrarán el 60 aniversario de la OTAN no será distinta en eso. El comunicado final recogerá con toda seguridad la satisfacción colectiva de los logros de la Alianza en sus primeros sesenta años de existencia y entonará los mejores deseo para las próximas décadas. Callará sobre la espantá del gobierno español de Kosovo, por prudencia.

Hasta cierto punto tienen razón: ¿No quiere todo el mundo -hasta los franceses- ser parte de esta organización defensiva occidental? La OTAN como institución no está en peligro. Su eficacia y relevancia, sin embargo sí. La Alianza tiene tres grandes problemas hoy que van a determinar el futuro de la organización. El primero es un problema operativo que tiene nombre y apellidos, Afganistán. Los aliados fueron a aquel país porque muchos pensaban que era la guerra buena frente a la mala de Irak. Es más, una gran mayoría fue allí porque creían que las tropas americanas habían vencido ya a los talibán y a los terroristas de Al Qaeda y que, por tanto, su misión se concentraría en la reconstrucción, no en la seguridad. Se diga lo que se diga, ese fue el espíritu que llevó a la OTAN hacerse cargo de la ISAF en 2003. Y precisamente por eso sólo unos pocos aliados, más algunos países que no son miembros de la OTAN, como Australia, han estado dispuestos a acometer misiones de combate. Hace un par de años, el chiste sobre el terreno era el significado real de ISAF : «Veo a los americanos luchar» (I See Americans Fight). Hoy la situación no ha mejorado. Son los americanos los que van a intentar cambiar el delicado equilibrio de fuerzas que hoy existe en Afganistán y que amenaza con convertirse en una vergüenza para toda la OTAN. Allí los aliados sólo pueden esperar dos cosas: la derrota o la victoria. Pero para obtener esta última tienen que asumir una responsabilidad de la que vienen huyendo en los últimos años. La OTAN no puede ni debe ser únicamente los marines americanos.

En segundo lugar, la OTAN tiene un serio problema político, la quiebra de la solidaridad entre sus miembros, agudizado por su claudicación frente a Rusia. La dependencia de los aliados europeos de los suministros energéticos rusos y la necesidad de los Estados Unidos de contar con Moscú para frenar situaciones indeseables como la nuclearización de Irán, ha llevado a que la OTAN acepte, de hecho, la política del Kremlin de imponer su propia esfera de influencia en el este de Europa. Atrás queda la invasión de Georgia y las reiteradas injerencias en Ucrania por parte de Moscú, las continua bravuconadas de sus dirigentes, su visión neo-imperial y sus amenazas de volver a la guerra fría con sus despliegues en el Caribe. En lugar de actuar con serenidad, evitando provocaciones, pero con firmeza, los aliados han preferido olvidar sus promesas a Georgia y Ucrania y con tal de contentar a Moscú hasta aplauden la decisión, por más que sea unilateral, del presidente Obama de abandonar el escudo antimisiles en suelo europeo. Ronald Reagan abrazó a los rusos desde la fuerza y acabó con el régimen comunista. El reciente consejo de ministros de la OTAN ha reanudado sus sesiones con Moscú a cambio de nada. Alemania, Francia e Italia estarán tranquilas, pues priman una buena relación con el Kremlin sobre todas las cosas, pero los países bálticos y los polacos, checos y húngaros no pueden estarlo. Si Rusia se sale con la suya sin pagar ningún precio, Georgia no será la última en caer en sus redes. Bastaría conque la Alianza desplegase parte de sus infraestructuras en sus miembros más al Este para reforzar el sentimiento de solidaridad necesario en toda alianza militar. Tendría todo el derecho y la legitimidad para hacerlo y eso le permitiría a los aliados dialogar con Moscú en un plano de mayor igualdad. De todas formas, la crisis de la solidaridad va, por desgracia, bastante más allá que Rusia, como la decisión unilateral de Zapatero sobre nuestras tropas en Kosovo ha puesto de nuevo en evidencia. El todos para uno no es conocido por el actual gobierno español, que huyó de la coalición en Irak, se niega a asumir las tareas de combate en Afganistán y sale de Kosovo de mala manera.

En tercer lugar, la Alianza tiene un grave problema estratégico. La OTAN, que fue el centro del mundo desde su nacimiento en 1949 hasta la caída del muro de Berlín en 1989, se ha mantenido voluntariamente al margen de los asuntos centrales para la seguridad del mundo en los últimos años. Primero, inhibiéndose de jugar un papel acorde a sus medios en la guerra contra el terrorismo islamista. Más allá de activar el artículo 5 de su Tratado con motivo de los ataques del 11-S, poco más ha hecho, dejando en manos de sus miembros o de la UE la esencia de las políticas antiterroristas; en segundo lugar, Irak. La Alianza se abrió en canal al querer utilizarla unos cuantos como plataforma anti-americana. La incapacidad para involucrarse colectivamente o, aún peor, para asistir a una Turquía que lo demandaba, no sólo marginó a la Alianza del Medio Oriente, sino de su principal fuerza y motor, los Estados Unidos. Y a tenor de lo que vemos con la nueva administración Obama, su atlantismo parece más bien de boquilla, pues no cuenta con sus aliados a la hora de tomar decisiones que afectan a todos; por último, la OTAN ha optado por no enfrentarse al tema estratégico de nuestro tiempo, Irán y su acelerado programa nuclear. Ni ha querido sumarse a los movimientos para impedir la bomba en manos de los ayatolas, ni se ha preparado para asegurarse una mayor protección y disuasión en el caso de que, en un futuro cercano, tengamos que lidiar con un Irán atómico. Se podía haber enviado unos buques en visita al Golfo o en apoyo de las fuerzas americanas en la zona y se debían haber acelerado los proyectos de defensas antimisiles balísticos, pero ni una cosa ni la otra.

Ciertamente, Francia vuelve a las estructuras militares de la Alianza, poniendo fin a 43 años de anomalía. Pero su retorno es menos importante en el aspecto operativo y militar, pues Francia ya participa en las operaciones OTAN como otro aliado más. Lo importante será poner fin a una permanente batalla de nuestro vecino galo por mermar la influencia americana en Europa e intentar colocar a Francia en su lugar. La OTAN ha sufrido mucho por tener que bregar todos los días con dos visiones antagónicas sobre lo que debía ser y hacer. Si la vuelta francesa significa de verdad acabar con eso, será positiva. Pero si sólo se queda en una batalla por escalar posiciones dentro de las estructuras aliadas, puede que Francia gane colocando a sus oficiales donde no los tenía hasta ahora, pero la OTAN colectivamente ganará muy poco. La Alianza lo que necesita urgentemente es una única concepción estratégica que de sentido a lo que hace y que la oriente sobre lo que tendría que hacer. Francia puede contribuir a ello, pero, como siempre, la potencia indispensable será América. Sin los Estados Unidos no hay OTAN que valga. Lo deberían saber los aliados europeos y lo debería aprender rápido Barack Obama. Pero quién más necesidad tiene de saberlo es nuestro siempre sonriente presidente de gobierno y su ministra de defensa, quienes se empachan del término «multilateralismo eficaz» al hablar de la ONU, pero lo niegan en la única organización multilateral que ha probado su eficacia, como es la OTAN.

ABC - Opinión

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