jueves, 22 de enero de 2009

Vuelta a la autarquía

«Arrinconados como están ante una realidad que cada día que pasa se torna más hostil, tienen que recurrir a falacias de esta índole que, por lo general, suelen ser bienvenidas por el pueblo llano.»

Que a estas alturas el Gobierno vive en la más absoluta inopia económica no es un secreto para nadie. Incapaz de hacer frente al desastre sin precedentes que se avecina y ayunos de todo menos de la siempre socorrida propaganda, Zapatero y sus ministros ya no saben a qué echar mano para dar la impresión de que hacen algo. El trasfondo de esta desorientación y estos palos de ciego es, e insistimos una vez más en ello, que el Gobierno no tiene ni la menor idea de por qué hemos entrado en recesión, del mismo modo que, hace un par de años, no acertaba a explicarse las razones de un crecimiento tan exuberante como insostenible.


Aparte de la tradicional receta socialdemócrata, que consiste, esencialmente, en aumentar el gasto público hasta dejar el Estado en la insolvencia, las lumbreras económicas del Gobierno carecen de recursos para encarar una crisis de estas características y de esta envergadura. Por eso caen en extravagancias que deberían sonrojar a cualquiera que tenga, no ya formación económica, sino el más elemental sentido común. Ideas como las de Corbacho de aumentar por ley el salario mínimo, a sabiendas de que esos incrementos siempre e inevitablemente aumentarán las tasas de desempleo, sólo pueden entenderse en clave propagandística. El Ejecutivo no sabe qué hacer, pero quiere dar la impresión de que controla a la perfección la situación y de que está del lado de quien más lo necesita. Por eso, de boquilla, habla con una mano de subir el salario mínimo mientras que, con la otra, entrega miles de millones de euros a una banca al borde de la quiebra. Con todo, lo de Corbacho no es más que la clásica bravata con la que los socialistas nos obsequian cuando llegan las vacas flacas. Ideas de bombero como esa se están estudiando en muchos países de la OCDE arrasados por la nueva ola de estatismo que acompaña a esta crisis.

El colmo de la ridiculez lo ha puesto Miguel Sebastián, antiguo director de la oficina económica de Moncloa y actual ministro de Industria. En un arrebato propio de un salvapatrias de otros tiempos ha pedido a los españoles que consuman sólo productos nacionales para así evitar la destrucción de empleo dentro de nuestras fronteras. Es decir, volver, al menos temporalmente, a cierto grado de autarquía para salvar la economía nacional de la depredación extranjera.

Es sorprendente que un argumento tan falaz en su formulación como ineficaz en sus resultados venga de un profesor de Economía que, en el pasado, fue incluso tachado de liberal. La economía española está, afortunadamente, muy globalizada, es decir, que si importamos es porque exportamos y viceversa. Las relaciones mercantiles con el resto del mundo son fluidas y hacen posible el funcionamiento de la economía y, por ende, nuestro bienestar. Si dejásemos de importar bienes tendríamos serios problemas para exportarlos. Muchos de los productos manufacturados "Made in Spain" llevan componentes fabricados en otros países, pero no sólo eso. Si el Gobierno español decide que sólo debemos consumir productos españoles lo lógico sería esperar que franceses, alemanes o suecos actuasen a la inversa absteniéndose de comprar mercaderías que provienen de España. Porque el comercio, se ponga Sebastián como se ponga, es una vía de doble sentido. No podemos, en definitiva, prescindir de las importaciones sin que se resientan las exportaciones y esto es algo tan elemental que parece mentira que un ministro de Industria no lo tenga en cuenta.

Otra cosa bien distinta es que Sebastián sepa bien lo que dice y por qué lo dice. No creemos que el ministro sea tan ignorante en materia económica como para afirmar semejante estupidez por convencimiento. Entonces, ¿a qué viene desempolvar viejas ideas que nos transportan, dicho sea de paso, al primer franquismo? Probablemente porque, arrinconados como están ante una realidad que cada día que pasa se torna más hostil, tienen que recurrir a falacias de esta índole que, por lo general, suelen ser bienvenidas por el pueblo llano. El de la autarquía es un concepto sencillo y muy querido por los socialistas de todos los partidos. Al final, como en casi todo, la propaganda es lo único que le queda a este desvencijado Gobierno que, curiosamente, no lleva ni un año en el poder.

Libertad Digital - Editorial

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