sábado, 13 de septiembre de 2008

El culto al enemigo interior. Por Hermann Tertsch

Se acabaron las fiestas. Y, aunque ha sido a fecha fija, nadie podrá decir que sin sorpresas. Porque muy pocos, incluso entre los más conspicuos miembros del quintacolumnismo fascista, traidor y agorero, esperábamos tanta puntualidad de esta primera gran apoteosis de la crisis. Ya debe de haber pocos españoles que no conozcan a alguien de su entorno que perdiera el empleo la semana pasada. Las largas colas ante las oficinas del INEM y el colapso de expedientes de regulación de empleo y suspensiones de pagos en juzgados y en las asesorías laborales son el mejor reflejo de este amanecer otoñal de la nueva España. «Lunes y primero de septiembre del quinto año triunfal: no hay trabajo».

Al padre de mi querido amigo, el antropólogo y escritor Mikel Azurmendi, que era el carbonero de Ondarreta, le mandaron a la cárcel vecina durante unos meses porque escribió un día en la pizarra ante su almacén una verdad incontestable interpretada como provocación por el poder: «Tercer año triunfal. No hay carbón». La vocación totalitaria se irrita cuando le recuerdan que algo va mal. Todavía no estamos en Ondarreta, pero es de esperar que el Gobierno socialista se vea tarde o temprano obligado a intervenir para impedir que los enemigos internos desmoralicemos al pueblo y prosigamos con los intentos de sabotaje de la gran marcha hacia la sociedad feliz de mujeras y mujeros. La obstrucción a la felicidad no puede quedar impune. El empleo no será ya imprescindible para que se «realicen» las futuras generaciones de «Aidos» porque existirá la Ley Total de Dependencia por la que el Estado se ocupará de todos y de todo. Desde el momento de la no interrupción del embarazo hasta el definitivo adiós, cuyo momento decidirá un comité de clones de Bernat Soria, según criterios de oportunidad, gastos, dolores, molestias del enfermo, de su entorno o del propio comité, al que tarde o temprano el gracejo popular apodará «el Mengelito».

Es sólo una aparente paradoja que el gran demiurgo que nos obsequia con tanta racionalización nos confiese este domingo, después de su sermón en la montaña incluido: «Tengo las ideas en el corazón». Ciertas ideas envenenan el corazón, cabría responderle al Komsomolsk de Rodiezmo. La percepción utilitaria de la vida humana es propia de estos sentimentales que harían cualquier cosa por esas ideas que les brotan del corazón. Sin preguntar a los afectados. Por eso se equivocan quienes creen que esta nueva avalancha de proyectos -y providencias de aledaños cómplices- son una mera cortina de humo para intentar impedir que la ciudadanía tome conciencia del hundimiento vertiginoso de su calidad de vida en el quinto año triunfal. Por supuesto que la lucha contra el enemigo interior busca desactivar toda crítica y oposición. Pero no es una operación táctica, como parte de la oposición se obstina en creer. La anomalía española la definen bien dos nombres: Zapatero y Carrillo. El primero habría sido inhabilitado en cualquier democracia madura por sus mentiras, su relación enfermiza con la realidad y su odio manifiesto a media ciudadanía. Pero los españoles le volvieron a votar. El segundo, responsable de uno de los mayores asesinatos en masa del siglo XX en Europa, es el adalid jaleado por el zapaterismo y la intelectualidad socialista del revanchismo triunfante. Ambos, como tantos que dejaron triste historia en Europa en el siglo pasado, unos sentimentales.

ABC - Opinión

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