lunes, 12 de mayo de 2008

Servicio público y servidor de uno mismo. Por Tom Burns Marañon

Hace ya bastantes años, un amigo mío inglés con inquietudes políticas le preguntó a un mandamás del partido conservador -en el cual militaba- por los pasos que debería dar para poder ser elegido como candidato en algún distrito electoral representando la afiliación de sus amores. El consejo de aquel jerarca fue escueto: primero arregla tu propia hacienda y luego dedícate a buscar pacientemente un escaño apropiado que te permita ingresar en la Cámara de los Comunes. Y esto es lo que hizo después de pasarse algunos años en un importante banco de inversión y de haberse hecho con un aceptable patrimonio.

Conseguida el acta de diputado pasó a ganar mucho menos, su horario se convirtió en algo atroz, su vida familiar sobrevivió gracias al apoyo de su sacrificada mujer y él se entregó en cuerpo y alma a representar a los ciudadanos de su distrito, tanto a los que le habían votado como a los que habían apostado por otros candidatos. Mi amigo nunca ha llegado a ser nada importante en el partido conservador, pero le respetan sus colegas parlamentarios, es muy querido por sus conciudadanos y es muy feliz (también lo está su sufrida señora) porque lleva ya tiempo dedicado al servicio de la cosa pública. Cuento esta pequeña anécdota porque da alguna idea de lo que es la vocación política en su vertiente más noble.

Evidentemente, no todos los que se pasean por las moquetas del poder son de tal talante. Un sistema electoral que consiste en listas bloqueadas y cerradas no ayuda a que lo sean. La posibilidad de nombrar a dedo a una legión de altos cargos, ninguneando a funcionarios con experiencia y competencia probada, tampoco.Lo peor es la tentación permanente de entrar en política, escalando puestos en la opaca nomenclatura partidista a base de codazos y de compadreo, con el exclusivo fin de ganar dinero en el futuro.Lo que debiere ocurrir, para el bien público y la higiene democrática, es justamente lo contrario: se está en política para servir a los demás, no para que la política le sirva a uno mismo. Hay quienes en el invierno de su vida abandonan la vida pública y trasladan su sapiencia a quienes la puedan requerir. Pero una cosa es, como persona de bien, ser consejero independiente de alguna empresa o fundación y otra muy distinta es montar un lobby o traficar con influencias.

El Mundo

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