domingo, 27 de enero de 2008

El lado sucio de los biocombustibles

Los ecologistas denuncian que su cultivo en masa destruye bosques vírgenes y encarece los alimentos básicos n Maíz, trigo y cebada han acumulado subidas de precio de más del 50% en 2007

La búsqueda de carburantes alternativos al petróleo, que contaminen menos y sean más económicos, ha hecho que la industria de los biocombustibles se alce como la gran protagonista de este cambio. El biodiésel y el bioetanol son las apuestas más firmes para alimentar a nuestros coches. El primero de ellos se obtiene del procesamiento de aceites vegetales de colza, palma africana, soja, girasol o maíz. El segundo es un alcohol que se obtiene del azúcar de remolacha o caña, y del almidón de maíz, cebada o trigo.

Sus defensores alegan que son menos contaminantes y que su empleo como carburantes para el transporte reduce los efectos del cambio climático. Por el contrario, sus detractores ponen en duda su carácter ecológico y critican la gran cantidad de recursos que necesitan para su producción y elaboración, el extenso territorio que requieren sus plantaciones, que origina la pérdida de bosques y de cultivos para el consumo humano, y el consecuente encarecimiento de los alimentos.
Hablar de biocombustibles es «una manipulación intencionada que crea confusión, pues el prefijo ¿bio? se refiere a ecológico y a vida, algo muy alejado de la realidad», señala Tom Kucharz, de Ecologistas en Acción. El término correcto es «agrocombustibles, pues proceden de actividades agrícolas».
Las declaraciones del Nobel de Química Hartmut Michel han puesto de manifiesto que éstos se encuentran muy lejos de ser energías «verdes», ya que no ahorran emisiones de CO2, como defienden sus paladines: «Al fermentar el vegetal, sólo se obtiene el 10 por ciento de alcohol, y elevar esa proporción al 100 por cien para elaborar el producto conlleva emplear energía de combustibles fósiles, por lo que se acaba emitiendo más CO2 del que produce un coche de gasolina».
Ante la necesidad desmedida de petróleo de nuestros vehículos, Europa se ha fijado para el 2010 que el combustible que sale por el surtidor lleve mezclado un 5,75 por ciento de biodiésel, y en Estados Unidos, un 10 por ciento en la misma fecha. Sin embargo, la UE acaba de reconocer que no previó las consecuencias medioambientales y económicas negativas del cultivo extensivo de plantas para producir carburantes, y se está replanteando su política sobre biocombustibles. Aunque no piensa modificar el objetivo que se han marcado, Bruselas se ha comprometido a aplicar «criterios estrictos» para la producción de carburantes «limpios».
La UE y EE UU se alzan como los mayores productores de agrocombustibles, pero la falta de suelo cultivable les lleva a importar las materias primas de países en vías de desarrollo, donde hay mejores condiciones climáticas y donde los costes son más baratos.
La consecuencia de esta importación, sostiene Kucharz, es que empeora la ya frágil seguridad alimentaria de la población mundial: «En muchos países, como Argentina, Brasil, Paraguay o el sureste Asiático, los cultivos de agrocombustibles están desplazando la producción de alimentos básicos, lo que ocasiona que los precios de los alimentos se disparen, y es previsible que se acentúe esta tendencia como resultado de los planes europeos y estadounidenses».
Adiós al cultivo tradicional
Muchos agricultores de África, Asia y Suramérica están abandonando sus cultivos tradicionales, destinados al consumo humano y animal, para producir etanol, del que obtienen mayores beneficios. Las organizaciones ecologistas calculan que, sólo el año pasado, 109 millones de toneladas de trigo alimentario fueron desviadas a producción de biocombustibles.
Todo ello, lamenta Kucharz, produce efectos «devastadores»: «En Brasil se han cambiado los campos de soja, algodón y diversos alimentos por la caña de azúcar. La consecuencia es que sus habitantes pagaron durante el 2007 tres veces más por sus alimentos». En Argentina, añade, «en una década, el área sojera se ha incrementado en un 126 por ciento, a expensas de la producción de lácteos (ganadería), maíz, trigo y frutas». Otro caso se ha dado en México, con la producción de maíz. Su compra para producir biocombustibles para EE UU ha hecho que la tortilla de maíz, alimento básico de la dieta mexicana, duplique e incluso triplique su precio.
Tampoco España se libra de la subida de precios, a pesar de que apenas empleamos agrocombustibles, un escaso 1,7 por ciento del total. En 2007, los ganaderos denunciaron que los piensos para vacas subieron un 30% por el «boom» de los biocarburantes. El maíz pasó también a costar un 60% más, y el trigo y la cebada, un 50%.
La deforestación tropical y la destrucción de los ecosistemas es otro de los factores negativos que, según Greenpeace, provoca la importación de agrocarburantes. En un estudio reciente, «Hirviendo el clima», la organización denuncia que los cultivos de aceite de palma para biodiésel contribuyen a la destrucción de las turberas de Indonesiay aceleran el cambio climático. «La destrucción de selva virgen para biocombustibles es vandalismo climático. Sin salvaguardas que detengan la utilización de aceite de palma para nuestros coches, los gobiernos están impulsando la destrucción del bosque tropical y aumentando las emisiones de carbono en nombre de la salvación del planeta», constata Pat Venditty, de la Campaña Forestal de Greenpeace.
En opinión de Heikki Mesa, de WWF/ Adena, los biocombustibles eran moderadamente sostenibles cuando estaban hechos con aceites vegetales reciclados o con materia prima proveniente de campos agrícolas marginales, y para consumo local. Sin embargo, «al plantearse escalas de producción gigantescas, la demanda afecta a la ley del mercado internacional». «Los países desarrollados podemos pagar más por biocombustibles y alimentos, pero los países en vías de desarrollo se pueden quedar sin ninguno».

La Razón Digital

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