jueves, 29 de noviembre de 2007

La cordura de Francia. Por Hermann Tertsch

Es reconfortante saber que en un país vecino -que siempre queda a mano por si aquí sucede lo peor- acontecen cosas tan estimulantes como que el Jefe del Estado diga que quienes agreden al estado, a sus servidores y ciudadanos, serán perseguidos y puestos a disposición de la justicia. Nada del otro mundo, dirá alguno. Pues sí. Parece mentira que después de las terribles experiencias del siglo pasado -que debiera estar marcado en fuego en la memoria de todo adulto europeo-, tengamos que alegrarnos porque alguno de nuestros líderes proclama su irrevocable voluntad de defender el proceder de la justicia frente a las presiones de sus enemigos. En Francia, tan dado a la desmesura, se impone día a día, con fuerza, la cordura.

Nicolas Sarkozy ya ha cruzado un Rubicón que las próximas generaciones, salvo catástrofe, le agradecerán. Ha logrado que las huelgas salvajes de los sindicatos más chantajistas se hundieran ante el oprobio de la inmensa mayoría social. Las enormes penalidades sufridas por la población por los sabotajes sindicales sólo han aumentado el apoyo al presidente y quebrado la ya mínima reputación de los secuestradores del bien común. Y este presidente francés, húngaro y judío, parece decidido a que esos otros grandes chantajistas, los de la violenta pulsión negativa del victimismo generado por la subcultura de la subvención y la dejación oculta tras una falsa tolerancia, la del gueto multicultural, acaben entendiendo que los tiempos han cambiado.
Quédale a Sarkozy por lidiar con la agricultura, que no será trago fácil porque el clientelismo y el ventajismo de derechos adquiridos es un monstruo que devora recursos, iniciativa, valor y voluntades.
Los humos de los suburbios de París, aunque se extiendan a Lyon, a Marsella o a Lille, no son sino arrebatos indignados de quienes se alimentan del mito de que un Estado de Derecho no sabe defenderse y habrá de transigir ante el conflicto planteado por quienes menos lo respeten.
La democracia se defiende
El hecho constatado, también en tiempos con enemigos exteriores más compactos y ominosos, es que las democracias europeas sí saben y pueden defenderse si tienen a su cabeza a líderes que creen en el Estado de Derecho y en la Ley y no se engañan sobre la naturaleza del enemigo.
Por eso es tan importante que Sarkozy, nada más llegar a Francia desde Pekín, se dirigiera al hospital a ver a los gendarmes heridos y a asegurarles que aquellos que les han atacado, ahora ya con armas de fuego a diferencia de lo sucedido hace dos años, serán identificados, detenidos y puestos a disposición de la justicia. También ha visto a los padres de los dos adolescentes que en una motocicleta, sin casco -animados por la susodicha subcultura de desafío permanente a sus instituciones-, chocaron trágicamente con el coche de policía.
Los guetos de la inmigración en Europa son, por supuesto, un fracaso común de los llegados y de las instituciones de las democracias que han acogido a millones de individuos que huyen de estados fracasados por la represión, por el fanatismo religioso e ideológico y no han sabido imponerles unas formas de vida y conducta que garantizaran su integración en la sociedad de prosperidad y éxito de la democracia y el libre mercado.
En España nos daremos cuenta pronto de la inmensa hipoteca que para nuestra seguridad ha sido este angelismo necio de los últimos cuatro años. No lo sufrirán los hijos del presidente de la Generalitat, José Montilla, que van al colegio con inmigrantes pizpiretas del Colegio Alemán, ni los de Pepiño Blanco, que aprenden inglés entre gente bien. Sarkozy tiene primero un problema de orden público que parece muy capaz de subsanar. El problema de la igualdad de oportunidades tiene mayor recorrido. Eso sí, Francia tiene hoy un problema menos. Ha reconocido sus problemas y tiene voluntad de conquistar soluciones.

ABC - OPINIÓN - 29/11/2007

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