jueves, 29 de noviembre de 2007

El exilio de los vencidos, Pío Moa

AÑOS DE HIERRO

Pronta víctima de las circunstancias fue el poeta Antonio Machado, partidario del Frente Popular y cuyo hermano, el también poeta Manuel, defendía a Franco. Sin dinero, enfermo de neumonía, refugiado en el bonito pueblo francés de Collioure, Antonio esperaba reponerse y marchar a la URSS, donde, pensaba, "encontraría amplia y favorable acogida". Pero las penalidades de la huida y complicaciones de salud acabaron con él el 22 de febrero. Sus últimas palabras fueron "Adiós, madre", la cual, también postrada en una cama próxima, fallecería tres días después.

En un bolsillo del gabán Machado guardaba unos papeles arrugados, uno de ellos con un verso, quizá comienzo de un poema: "Estos días azules y este sol de la infancia…". Las autoridades locales y los refugiados españoles le tributaron un entierro multitudinario.

El gobierno francés se vio ante un crudo problema: ¿cómo alojar a los cientos de miles de desdichados que llegaban de España? Desbordado, su generosidad al admitirlos se trocó en rudeza al tratarlos. Julio Vera, delineante que había estado en la unidad de El Campesino, recuerda cómo los soldados franceses les empujaban carretera adelante:
Pasamos delante de los campos de concentración de Arlès y demás […] No había plazas, aunque no sé a qué se referían, pues las plazas eran la arena de la playa. Hasta que llegamos a Saint-Cyprien. El campo estaba guardado por soldados senegaleses, con sus marcas tribales en la cara. […] A mí se me llevaron hasta un tiralíneas. Luego dividieron a los soldados: "Franco o Rusia", es decir, los que querían volver a España y los que no. Yo elegí volver, porque mi familia estaría preocupada y no sabía qué hacer fuera y… bueno, aunque tenía ideas de izquierda, yo era un soldado nada más […] Creo que la mayoría querían volver. Pero entre los que querían volver y los que no se formaban grescas tremendas, e incluso hubo algún muerto, y entonces llegaban los senegaleses y daban unas palizas salvajes […] Nos pusieron juntos a los que queríamos la vuelta. Entonces nos tuvieron una semana sin darnos nada de comer.
[...]

En marzo sobrevivían en los campos en torno a un cuarto de millón de personas. Abundaban las fiebres tifoideas, la disentería, la sarna, etc., y las heridas, mal atendidas, solían infectarse o gangrenarse. Los más animosos montaron cursos y aulas de cultura o grupos partidistas, otros sufrían depresiones o enfermedades mentales. Oficialmente hubo 15.000 muertos, aunque pudieron llegar a 50.000, más que en cualquier batalla de la guerra. El gobierno francés mejoró progresivamente las condiciones, construyendo cobijos, purificando el agua, etc. Aun así, Argèlés, Saint-Cyprien, Amélie les Bains, etc., quedarían grabados en muchas memorias como lugares de tormento.

***

Bastantes refugiados lograron eludir los campos o fugarse de ellos, pero en un país de idioma ignorado para casi todos, y sin trabajo, no pocos cayeron en la indigencia. Aumentaban su amargura los rumores sobre pingües tesoros, procedentes de saqueos en España, que se repartían con arbitrariedad y en beneficio de los dirigentes. Surgían quejas y disputas. Los ácratas catalanes habían entregado a la Generalitat de Companys, algo ingenuamente, gran parte del producto de sus expolios, y Juan García Oliver, líder de la CNT y ministro de Largo Caballero, cuenta sus intentos de recuperar los caudales: Tarradellas, ex consejero de la Generalidad y por entonces muy radical,
disponía de fondos destinados, se decía, a la ayuda económica de personalidades catalanas. A mí me pareció que la explicación que me dio sobre los tesoros confiados en depósito al gobierno de la Generalidad de Cataluña era un subterfugio alejado de la verdad. Tarradellas, que durante mucho tiempo dispuso de un avión para su uso personal, hizo con él muchos viajes a Francia. Era cosa de averiguar lo relacionado con esos viajes, las cuentas del Gran Capitán que me dio sobre la suerte de los tesoros del Comité de Milicias y sus alegatos de la incautación que de ellos hicieron los carabineros de Negrín, un mes antes del abandono de Barcelona.
Tarradellas pretendía que los bienes le habían sido robados a su vez por Negrín, pero el anarquista, escéptico, amenazó a Companys: "Algo hay del pasado […] que podría dar lugar a situaciones delicadas […] Me refiero a los tesoros depositados en la Generalitat por el Comité de Milicias, por cuyas entregas se extendieron recibos […] Con uno solo de esos recibos pueden los de allá [los nacionales] […] demandar la extradición del consejero Ventura Gassol y del presidente de la Generalidad". Pero Companys volvió a contarle la misma historia que Tarradellas, si bien situándola en otro momento y lugar. Azaña menciona a su vez "el timo de cinco millones de francos, cuando los apuros de abril [de 1938, al llegar los nacionales al Mediterráneo], hecho por la Generalidad a Méndez Aspe, enviándole una caja con oro y valores. Situados los millones en París, a las cuarenta y ocho horas desaparecieron […] Eran para Companys y los políticos y funcionarios de la Generalidad si tenían que emigrar".

Pese a todo, la CNT-FAI había retenido un botín considerable, pero buena parte de él se esfumó. Ocurrieron "hechos sumamente delicados", eufemiza en sus memorias Cipriano Mera, el más destacado jefe militar anarquista. En palabras de García Oliver, "los depositarios se estaban conduciendo como propietarios de los fondos".

El más avispado había sido Negrín. En su disputa con Prieto, en junio de 1939, explicaba cómo "gracias a nuestra previsión y diligencia han podido salvarse elementos tales que en su cuantía no lo hubieran soñado" los demás políticos. Por ello "nunca se ha visto que un gobierno o su residuo, después de una derrota, facilite a sus partidarios, como lo hacemos, medios y ayudas que ningún estado otorga a sus ciudadanos después de una victoria".

La previsión y diligencia de Negrín había consistido en el sistemático expolio de bienes privados y públicos. Desde alhajas depositadas por gente pobre en los montes de piedad hasta las monedas de oro y plata del Museo Arqueológico de Madrid, casi nada había escapado a su atención: cajas de seguridad de los bancos, cuadros, libros antiguos, documentos históricos, joyas, objetos de culto, divisas, piedras o metales preciosos de particulares… En el proceso habían quedado destruidas invalorables obras artísticas, bibliotecas, etc. Negrín había intentado hacerse incluso con los bienes del Estado español en el extranjero. Fracasó porque, precisando la firma de Azaña al efecto, éste se la negó por "no pasar a la historia como salteador de los bienes nacionales".

Con esos recursos Negrín fundó en marzo el SERE (Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles), que era al mismo tiempo un medio de control político sobre la emigración. Muchos desvalidos militantes de a pie acusaron al SERE de arbitrariedad y favoritismo. Los anarquistas llegaron a asediar airadamente la sede del servicio en París.

En marzo, poco antes de terminar la guerra, una fracción de los recursos del SERE fue embarcada en Francia con rumbo a Méjico, en el yate Vita –que, irónicamente, había pertenecido a Alfonso XIII con el nombre de Giralda–, al mando de un capitán próximo al PNV. La carga debía recibirla el doctor Puche, ex rector de la Universidad de Valencia y agente de Negrín, pero el PNV y Prieto intentaron apoderarse de ella.

Valía la pena: tesoros, todos ellos robados, como depósitos del banco de España, cajas de oro amonedado, objetos históricos de la catedral de Tortosa, el Tesoro Mayor y Relicario Mayor de Santa Cinta, objetos de la catedral de Toledo, entre ellos el famoso manto de las cincuenta mil perlas, colecciones de monedas de valor numismático con ejemplares únicos de valor histórico, objetos de culto de la Capilla Real de Madrid, entre ellos el joyero y el Clavo de Cristo, pinturas, sacos con monedas de oro, depósitos de montes de piedad, etc. El grueso del cargamento constaba de cajas y maletas de contenido no controlado, informó años después el dirigente socialista Amaro del Rosal.

Prieto se adelantó a todos: de acuerdo con el presidente mejicano Lázaro Cárdenas, conocido por su extrema corrupción, se apropió del barco a poco de llegar éste a Tampico. Luego frustró las maniobras de Negrín recurriendo a las Cortes en el exilio, grupo de personas sin representatividad real a quienes había sobornado con espléndidos giros, según Del Rosal, y muy interesadas, lógicamente, en disponer de los valores. Ello produjo un áspero cruce de correspondencia entre ambos líderes socialistas, gracias al cual conocemos las líneas generales del asunto. Con los fondos así obtenidos, Prieto montó la JARE (Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles), que disputaría al SERE el control sobre los políticos exiliados mediante pensiones más elevadas, y sufriría también acusaciones de corrupción y favoritismo.

Los racistas del PNV habían expresado su aversión a recibir ayuda de entidades españolas, pero, chasqueados en su plan de adueñarse del Vita, cambiaron de opinión y, en expresión suya, trataron de "comer a dos carrillos", es decir, beneficiarse de ayudas tanto del SERE como de la JARE, a sabiendas de que cada organismo negaba subsidios a quienes los recibieran del otro. Tendrían éxito sólo a medias. Los jefes nacionalistas catalanes habían defraudado sumas considerables al Frente Popular, aparte de lo que se quedaran del botín anarquista, y no parecen haber sufrido penurias.

Pocos dirigentes rehusaron las atenciones del SERE o la JARE. Uno de ellos fue el ex presidente Alcalá-Zamora, víctima del saqueo de las cajas de seguridad de los bancos, de donde el gobierno izquierdista le había robado bienes considerables y sus diarios personales. Pese a soportar una dura necesidad, rechazó las ofertas de un dinero que consideraba manchado. Otro fue Cipriano Mera, para quien "aceptar algo del SERE era reconocer tácitamente al nefasto doctor Negrín como representante oficial de los españoles exiliados". Mera, padeciendo pésimas condiciones en un campo de trabajo francés en Argelia, replicó a un bien trajeado agente del SERE: "Mi caso no es diferente del de varios miles de refugiados. Ni más ni menos. Rechazo por adelantado cualquier privilegio personal, pues no me lo admite mi dignidad. Y ahora quiero decirte una cosa: estáis manejando un tesoro que no os pertenece y del que tendréis que rendir cuentas el día de mañana. ¡No lo olvidéis!". Nunca llegaron a rendirse tales cuentas.

En años recientes los líderes republicanos han sido ensalzados como intelectuales y profesores talentosos, honrados y algo ingenuos, pero el mismo Azaña los presenta entregados a "una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta". Muchos intelectuales entusiastas de la república al principio se habían decepcionado pronto de ella. Los tres "padres espirituales de la república", Ortega, Marañón y Pérez de Ayala, llamados así por haber firmado en 1931 un famoso manifiesto a favor de la república, mostrarían su frustración en cartas y escritos.

Marañón escribiría cosas como: "¡Qué gentes! Todo es en ellos latrocinio, locura y estupidez"; "Y aún es mayor mi dolor por haber sido amigo de tales escarabajos y por haber creído en ellos"; "Tendremos que estar varios años maldiciendo la estupidez y la canallería de estos cretinos criminales. ¿Cómo poner peros, aunque los haya, a los del otro lado?". Pérez de Ayala no es menos amargo: "Cuanto se diga de los desalmados mentecatos que engendraron y luego nutrieron a sus pechos nuestra gran tragedia, todo me parecerá poco"; "Lo que nunca pude concebir es que hubieran sido capaces de tanto crimen, cobardía y bajeza". Ortega (...) criticó severamente a los intelectuales extranjeros que respaldaban al Frente Popular sin tener apenas idea de la historia ni de la actualidad de España.

El total de emigrados pudo sumar en los primeros momentos en torno al medio millón. Algunos autores elevan el número, poco convincentemente, a 650.000. La Comisión Franco-Mejicana, muy politizada, habla de 300.000 en 1940, pero sus datos son poco fiables. Desde el primer momento hubo una intensa repatriación, y a finales del año el gobierno francés contabilizaba oficialmente 140.000 exiliados españoles, lo que, descontando los muertos en los campos de concentración y un número pequeño emigrado hasta entonces a Hispanoamérica, indica que dos tercios del total habían vuelto a España. Los otros, según la propaganda, huían de una dictadura, pero buen número de ellos se asentaron en regímenes dictatoriales como el de Trujillo en la República Dominicana o el del PRI en Méjico, y algunos en la Rusia de Stalin. La mayoría de quienes cruzaron el Atlántico preferían países hispanoamericanos, como expresa García Oliver:
Cuando dejamos el Laredo de Texas y pasamos al Laredo de Méjico, me pareció que dejaba un mundo extraño, en el que me sentía extranjero. Francia primero, con su refus de séjour a cuestas; la visión fugaz de Londres, ciudad sin sol, comiendo sándwiches en la cantina de la estación de Saint Pancras; Suecia, con sus largas noches de invierno […]; los Estados Unidos, tan diversos en temperaturas y en gentes. Al llegar a Méjico, con su sol y todas las gentes hablando en español, me pareció que estaba otra vez en mi casa, en Cataluña.

NOTA: Este texto es un fragmento editado del segundo capítulo de AÑOS DE HIERRO. ESPAÑA EN LA POSGUERRA, 1939-1945, el más reciente libro de PÍO MOA. Publicado por La Esfera, saldrá a la venta el próximo día 23.

Libertad Digital
Suplemento Libros, Octubre 2007

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