jueves, 23 de noviembre de 2006

Al abordaje de RIVERA

No es fácil encontrarle a Albert Rivera cadáveres enterrados en el jardín. Aunque se los buscan para abatirlo. Es demasiado joven, de los que gustan a las suegras y a los directores de sucursal bancaria.
Está demasiado desnudo cuando nace como de una concha para sacudir las jerarquías consagradas de una casta que no sabe cómo regurgitarlo desde que los tres escaños conseguidos por Ciutadans transformaron la simpática anécdota del nadador que posaba en pelota picada en un peligroso cauce de sublevación civil contra lo que Luis María Anson llama «el totalitarismo intervencionista» del tripartito catalán. Y, por añadidura, en la demostración a Piqué de que había otro camino que transitar más allá del catalanismo excluyente, al menos para quien se atreviera a quedarse solo, y muchos votantes esperando a que alguien lo desbrozara por fin.

Desde que apareció como un intruso, como una interferencia en las convenciones cerradas del oasis, a Rivera están intentando cargárselo. Comparándolo, de entrada, con aventuras políticas tan excéntricas y dudosas como la de la Cicciolina o la de Jesús Gil. Y ya hubo incluso obedientes peones mediáticos que, cuando no pudieron sino ponerse a hablar de él a pesar del pacto de silencio que lo ignoró como a aquello que la tribu considera tabú, fue para dejarle en el maletero del coche la palabra «ultraderechista» como si fuera un kilo de coca para que lo encontrara la policía y procediese a su detención, arruinado para siempre todo porvenir.

Lo que le han encontrado ahora, y se diría por el tratamiento de la noticia que constituye delito, es una fugaz militancia en las nuevas generaciones del PP que a los custodios de la endogamia catalana les ha bastado para abrirle un proceso de desprestigio que ríete tú del de Günter Grass cuando confesó su pertenencia a las SS.

La pala encuentra un muerto en el jardín: nada menos que una firma en una circular del Partido Popular. Coño, entonces éste es otro de los que llevan décadas asesinando a Lorca a través de los tiempos, otro «rancio de la derecha más extrema».

Eso es suficiente para intentar desactivar una voz nueva, limpia de cargas heredadas y de los vicios de la política profesional, emanada de una toma de conciencia intelectual, convirtiéndola en un agente de la Caverna, de la «puta España» de Rubianes. En otro de esos «malos catalanes», como Boadella acosado desde dentro, que el nacionalismo aparta para que no corrompan a los buenos desde que se atribuyó la representación de la única patria verdadera. La que no sabe cómo regurgitar a Rivera y a cuantos han dicho basta al mismo tiempo que él.

David Gistau
El Mundo, 23-11-2006

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