lunes, 15 de agosto de 2011

Escobas. Por José Carlos Rodríguez

Desde nuestra izquierda se dice que son pobres con Blackberry e Iphone, lo cual no deja de ser curioso. ¿Qué será un pobre para ellos?

Una banda desorganizada pero resuelta de furiosos se ha dedicado a quemar coches y edificios y a asaltar tiendas para llevarse de todo. Son exigentes. Prefieren artículos pequeños y caros. Nada de cambiar el mundo, quieren robarlo. Desde nuestra izquierda se dice que son pobres con Blackberry e Iphone, lo cual no deja de ser curioso. ¿Qué será un pobre para ellos?

En Los Ángeles, en 1992, los negros se lanzaron contra los negocios de los asiáticos, que llevaban en EEUU 50 años y habían progresado rápidamente. No les dio tiempo a sucumbir a la dulce sedación que proveen las subvenciones y se labraron su futuro por sí mismos. De ahí la rabia desatada contra ellos, en nombre de Rodney King. Los furiosos londinenses no tienen un perfil racial marcado ni han discriminado las tiendas que han asaltado más que por sus propios gustos. Estos furiosos, como los nuestros, habrían evitado solazarse en su criminalidad si contaran simplemente con dos elementos: distinguir el bien del mal y tener un propósito en la vida. Pero éstos parecen haber quedado ahogados en un océano de abandono e indiferencia, de desempleo paliado con ayudas públicas.


Cameron ha encontrado la solución en que la Policía se ponga seria y haga su trabajo. Si lo hubiera hecho investigando la muerte de Mark Duggan, en una operación contra la posesión de armas de fuego, a lo mejor los furiosos se habrían calmado jugando a la Play y no robándolas. O si la Policía hubiese cortado la violencia cuando comenzó no habría llegado tan lejos. Una sociedad desarmada es una sociedad violenta, como ha vuelto a demostrarse estos días en Gran Bretaña. El Estado se ha quedado con el monopolio de la fuerza, y con el de la incompetencia.

En Inglaterra se confió la defensa de la sociedad, durante siglos, a las milicias. No eran más que los propios ciudadanos armados y organizados en sus comunidades locales. Desconfiaban de los Ejércitos permanentes porque no los necesitaban y porque los veían como una amenaza. Ahora salen a las calles con escobas, para limpiarlas y restaurar su aspecto. Está bien. "Son lo mejor de los británicos", ha dicho Cameron. Al menos una parte de aquella sociedad está dispuesta a poner de su parte para que prevalezca la civilidad. Debiéramos seguir su ejemplo.


Libertad Digital - Editorial

Libertad. Religión y totalitarismo. Por Agapito Maestre

Lo grave es que esa mentalidad soviética de desprecio y, en el fondo, persecución del cristiano es fácilmente observable, en la España de hoy.

El mal gusto y la torpeza dominan a quienes se oponen a la visita del Papa a España. Algunas de sus expresiones, por ejemplo, las vertidas en artículos de opinión me han hecho recordar lo peor de la tradición anticlerical, su sectarismo totalitario, y su repercusión en nuestra renqueante democracia. No he podido dejar de recordar, por mil razones y corazonadas, a la vieja URSS y a la nueva Rusia. Los comunistas persiguieron con saña la religión. La persecución de la religión en la URSS fue el principal estandarte para aniquilar la libertad. No consiguieron, sin embargo, erradicarla ni entonces ni ahora. La prueba es que sigue habiendo millones de creyentes y practicantes de diferentes religiones, especialmente la cristiana ortodoxa.

Pero, por otro lado, es obvio que nadie en su sano juicio puede decir que ese tipo de "educación" o adoctrinamiento ateo no hubiera calado en esa sociedad, repito, entonces y, por desgracia, ahora. El comunismo ha muerto en Rusia, sí, pero no fracasó totalmente en su empeño criminal, porque millones de personas vivieron, aparentemente, felices sin religión igual que vivieron sin libertad. Las consecuencias de esas carencias aún las pagan, ya lo creo que las pagan, y a un precio cruel los actuales rusos. Los rusos, como millones de españoles y otros tantos pueblos del planeta, pudieron y, naturalmente, pueden sobrevivir perfectamente adaptados, casi como los animales se acostumbran a todos los medios, sin necesidad de religión y, por supuesto, sin saber qué es la libertad. Sólo los seres humanos desarrollados, especialmente a través de una educación libre, pueden vivir genuinamente esas experiencias morales.


Es evidente que los comunistas sabían lo que hacían y el material delicado que manejaban: el ser humano. Ese ser complejo era y es menester, según esta gente, reducirlo a mera animalidad. Algo en lo que, por favor no nos engañemos, obtuvieron éxitos inéditos. He ahí varias generaciones de rusos sin formación religiosa y sin libertad; aún hoy, insisto, las viejas y las nuevas generaciones están sumidas en el desconcierto de no saber manejar la libertad y en el más absoluto desconcierto moral y religioso. El nihilismo, el no estimarse a sí mismo, viene de ahí y es la peor tragedia a la que se enfrentan los mejores jóvenes rusos. En buena parte los fracasos actuales dela democracia proceden de esa incultura de la libertad, de todas las formas de libertad, y de modo paradigmático de la libertad de conciencia religiosa.

Lo grave es que esa mentalidad soviética de desprecio y, en el fondo, persecución del cristiano es fácilmente observable, en la España de hoy, no sólo en sectores intelectuales de la "izquierda" sino de cierta derecha autodenominada agnóstica y atea. Esa mentalidad totalitaria, generalmente basada en el terrorismo intelectual de una filiación que une a jacobinos y bolcheviques, y a estos últimos con los nazis, es uno de los grandes males de la democracia.


Libertad Digital - Opinión

San Rubalcaba. Por Iñaki Ezkerra

Confieso que me está divirtiendo esa insólita mansedumbre que se ha fabricado Rubalcaba para esta campaña electoral, ese lenguajito tan serenito y catequizante con el que nos lo explica todo tan paciente, tan pedagógica, tan dulcemente, y como si fuéramos lerdos; esas maneras timoratas de sacristán de cómic que no se cree ni él; cómo se inclina y junta las manucas ante esos jóvenes que lo rodean en sus comparecencias escénicas y que, más que militantes, parecen discípulos. De Rubalcaba ya no se sabe si quiere ganar unas elecciones o fundar una nueva religión. Yo creo que estos socialistas tan raros que tenemos les hacen guiños a los indignatas antipapales porque quieren hacer una iglesia del partido de Pablo Iglesias, y de Rubalcaba, un papa negro, o rojo como Papá Noel. Para la humildad, la mansedumbre, la dulzura, la santidad del Candidato, el refranero católico tiene una sabia máxima –«de las aguas mansas líbreme el Señor, que de las bravas ya me libro yo»– y el «Libro Rojo» de Mao tenía un consejo menos piadoso: «No te muestres tan humilde, que no eres tan importante».

Lo de Rubalcaba no es «perfil bajo», sino meloso. No es la metamorfosis del lobo listo, maquiavélico, maquinador y maquillador en cordero, sino en peluche. Rubalcaba quiere parecer San Juan Bosco rodeado de niños, pero le traiciona la fisonomía, y recuerda más a Gargamel acercándose a los pitufos. Rubalcaba es el primero en saber que no engaña a nadie con ese teatro, con ese electoralismo litúrgico de predicador sobreplagiado de Obama, pero en esa imposibilidad reside justamente su curiosa estrategia. Lo que nos quiere vender a los españoles es lo que, al parecer, más se valora ya en su partido: no la virtud, sino la parodia de ésta, la capacidad para la impostura, la picaresca como valor. Lo que nos está diciendo es «ya sabéis quién soy, pero vais a ver qué bien sé hacer como que soy otra cosa», «ya sé que el partido está hecho unos zorros, pero veréis cómo me lo monto». Y la vieja guardia del felipismo mira con curiosidad divertida desde la barrera «cómo Alfredo se lo monta» y da una lección al zapaterismo. La verdad es que resulta desalentador que un gran partido nacional sólo pueda ofrecer eso en las elecciones de la crisis: un alarde de transformismo; un candidato al que se le adivina el gesto ducho de actor ambulante desprendiéndose del maquillaje, los postizos, la aureola cutre de santo en el camerino de pueblo de la política española. Y es que este país necesita de todo menos escenografía de una bondad que no es tal. De eso ya hemos tenido ocho años.

La Razón - Opinión

Bono. Mal de altura. Por Emilio Campmany

Bono cree que ha llegado la hora de que la nación se le entregue y la nación sin enterarse.

Les pasa a nuestros políticos con éxito que, con el tiempo y a poco que tengan aduladores suficientes, y suelen tenerlos, se creen grandes estadistas. Desde la Transición les ha pasado a casi todos. Adolfo Suárez pasa por ser, con la ayuda indispensable del rey, el gran político que dibujó la transformación de un régimen dictatorial en otro democrático. Mentira. Quien diseñó ese viaje en el que todos nos embarcamos fue Torcuato Fernández-Miranda. Es verdad que aquéllos le pusieron cara al proyecto, pero la verdad es que no hicieron más que eso, poner la cara y seguir los pasos que el papel de don Torcuato decía que había que seguir. Cuando el papel se acabó y ya no hubo instrucciones a qué atenerse, el tren por poco descarrila.

De Felipe González, dice Luis María Anson que es el más importante estadista español del siglo XX. Es verdad que es una centuria en la que no hay mucha competencia, pero decir tal cosa de aquel charlatán cuyo único proyecto político era hacer de España el México europeo y de su PSOE el PRI español se figura un pelín exagerado. Sea como fuere, González se lo cree y va por ahí perorando y pontificando sobre lo divino y lo humano con una petulancia realmente insoportable. Quien quiera saber quién se cree Felipe González que es, que se lea El futuro no es lo que era, escrito al alimón con Juan Luis Cebrián, otro que tal baila.


A Zapatero podría haberle pasado lo mismo, si no fuera porque el desastre de su gestión es tan elefantiásico y ciclópeo que ni siquiera su miopía puede dejar de percibirlo. Con todo, démosle un tiempo y acabaremos viéndole explicar a los jóvenes izquierdistas con campanudas palabras cómo se ahoga la libertad en el siglo XXI.

De todos ellos, que hay muchos, el más castizo, el más cañí y el más racial es José Bono. Esa especie de entrevista que le hace en su última sábana Pedro Jota lo demuestra. Bono cree que ha llegado la hora de que la nación se le entregue y la nación sin enterarse. Pues habrá que explicárselo, pensará él. Y en eso está el periodista. Lo mejor llega cuando le enseña a Ramírez dos carpetas, una con las fichas de los falangistas de los años cuarenta en Salobre y otra con la de los socialistas durante la República en la misma localidad. Y ¡uy sorpresa! Son los mismos. Resulta que Bono se da cuenta ahora que España está atestada de chaqueteros. Y el haberlo descubierto, además del hecho de ser él, que es socialista, hijo del falangista que gobernó su pueblo durante el franquismo, parece que ha de otorgarle una autoridad especial para presidir un Gobierno de coalición PP-PSOE y levantar, le ha faltado decir, "la España grande y libre que soñaba José Antonio y la justa e igualitaria que hubiera querido Besteiro". Jesús, qué cruz.


Libertad Digital - Opinión

Jóvenes difíciles de engañar

Tres meses se cumplen hoy del nacimiento del llamado 15-M, movimiento de «indignados» que alcanzó notoriedad nacional e internacional al ocupar las principales plazas de varias ciudades como forma de dar rienda suelta a su malestar político. Sin embargo, no puede decirse que la iniciativa haya calado o prosperado entre los jóvenes españoles. De hecho, la mayoría ha pasado de observar a los «indignados» con cierta simpatía inicial a juzgarlos con dureza. Según la exhaustiva radiografía sobre la juventud española que ha realizado para nuestro periódico NC Report, el 52,2% de los encuestados no se considera «indignado» y un 45,7% cree que se trata de un movimiento manipulado políticamente. La conclusión es que el 48,9% de los jóvenes se ha sentido defraudado por el 15-M. No podía ser de otra forma, pues, a diferencia de ciertos tópicos que ha puesto en circulación la izquierda política para captar votos, los jóvenes españoles tienen una visión de los problemas y una jerarquía de valores muy distantes y distintas de esa caricatura que acampó en la Puerta del Sol. Por eso rechazan también que los «ni-ni» (ni estudian ni trabajan) les representen y opinan sobre su generación que es consumista y desmotivada. Les preocupan el paro y la vivienda, creen que el Gobierno es el culpable de la situación y que, si bien les ha tocado una sociedad mejor que la de sus padres, vamos a peor. ¿En qué empeoramos? Aquí las respuestas son muy reveladoras: el 46,8% dice que en educación; el 40,2%, en economía, y el 35,3%, en familia. La preocupación y el apego a la familia resultan una constante en la mentalidad juvenil, como revela el dato de que es la institución más valorada (9,2 en una escala de 10), por encima de la amistad o el trabajo. Sin tener en cuenta este anclaje de la familia no se comprenderían otras facetas de los jóvenes, como por ejemplo que sean en su mayoría creyentes (43,25) frente a un 17,3% de ateos. O que opinen que la fe ayuda a enfrentarse a los problemas vitales (67,7%) y a ser feliz (56,4%). Admiran a los misioneros (67,4%) y consideran la figura de Jesús como un modelo a seguir (43,7%). De la Iglesia creen que no tiene buena imagen, pero la mayoría la valora como la principal institución donde se ayuda a los jóvenes con problemas y a los pobres. Como puede verse, el prolijo estudio no hace grandes ni novedosas revelaciones, sino que disecciona una juventud con las ideas bastante claras, en cierto modo pesimista y muy crítica con las instituciones. Pero muy alejada de esa «indignación» que al cabo de noventa días se ha convertido en un simple movimiento al servicio de la izquierda como peón electoral, dispuesto a boicotear iniciativas o acontecimientos que no se ajustan a su ideología, como la JMJ y la visita del Papa. Naturalmente, de la pluralidad en las respuestas que recoge el estudio se deduce la pluralidad política y la diversidad de criterios ideológicos de los jóvenes, pero les identifica un denominador común: un impulso ético que les lleva a ser muy autocríticos y a no dejarse seducir por cantos de sirena. Tal vez estén heridos por el desencanto, pero no están vencidos ni desnortados. Saben lo que quieren.

La Razón - Editorial

Política de prioridades

Los ajustes en ayuntamientos y autonomías pueden comprometer los servicios básicos.

Al igual que otros países europeos, España ha tenido que responder a la emergencia planteada por la crisis de la deuda con el anuncio de medidas adicionales de ajuste que la vicepresidenta Elena Salgado llevará a próximos Consejos de Ministros. La medida más llamativa es el aumento de los pagos a cuenta del impuesto de sociedades de las grandes empresas, pero tal vez acabe siendo más trascendente la relativa a la regla de gasto de las comunidades autónomas, que deberá estar lista antes de finalizar septiembre.

En una sentencia dictada el pasado día 27, el Tribunal Constitucional reconocía al Estado la capacidad para imponer límites al gasto autonómico. Pero el Gobierno ha renunciado a ir por esa vía y espera un acuerdo en torno a unos objetivos que aprobarán las comunidades que lo deseen. Salgado también puso fecha a la prevista reforma del sistema contable que permita conocer con mayor precisión los déficits de las autonomías. Tanto Bruselas como el Banco de España habían alertado sobre el riesgo específico que para la economía española supone el estado de las finanzas de las autonomías y ayuntamientos. No solo por el volumen de la deuda que soportan, sino por la opacidad que la rodea.


La reducción de ingresos de las Administraciones está repercutiendo sobre las deudas con sus proveedores, tema tabú por excelencia roto ahora por la huelga de farmacias de Castilla-La Mancha. Pero el problema afecta también a otros sectores, como la obra civil, la industria del medicamento o las empresas concesionarias de la limpieza. Un efecto del retraso en los pagos es el aumento de la tarifa de esos suministradores, lo que agrava el problema; y otro posible a largo plazo, los despidos en la empresa afectada. La otra cara de esa situación es el recorte de las subvenciones asistenciales (guarderías, suplementos a las pensiones...) o el aumento del precio de servicios como el transporte público o la recogida de basuras. Solución que la mayoría de las Administraciones prefiere antes que la subida de impuestos. El siguiente paso sería el cobro, al menos parcial, de servicios hasta ahora gratuitos.

Puede que lo exija la actual situación de emergencia; pero así como el endeudamiento se debe en gran medida a la falta de rigor en la evaluación de algunas inversiones (aeropuertos, universidades, televisiones) en los años de vacas gordas, la salida de la crisis de financiación requiere transparencia, establecer prioridades de pago y negociar la demora de los no prioritarios. Todo recorte implica sacrificios para alguien, pero no es lo mismo hacerlo a costa de unas televisiones autónomicas perfectamente prescindibles, que de la sanidad, por ejemplo. Ni es lo mismo negociar aplazamientos en los pagos a grandes empresas de obras públicas que a las farmacias.

Ese debería ser el debate, y no las triviales discusiones cruzadas sobre el veraneo del líder rival o sobre la herencia recibida: algunos gobernantes parecen más preocupados por encontrar un culpable de las dificultades que por resolverlas.


El País - Editorial

Reino Unido: el fracaso socialdemócrata

¿De verdad merecen un solo chelín del dinero salido de los impuestos de los trabajadores quienes se levantan a romper escaparates porque dejan de recibirlo con la generosidad habitual?

Este fin de semana las calles de Londres, Birmingham y Manchester se han mantenido tranquilas. El amplio despliegue policial y los numerosos arrestos han funcionado. Posiblemente se haya tardado en reaccionar más de la cuenta, pero tanto las duras palabras de Cameron como una acción policial acorde con ellas han obtenido sus frutos.

Tras décadas de políticas de fomento del Estado del Bienestar, muchos barrios de las grandes ciudades del Reino Unido funcionan principalmente gracias a los cheques que sus habitantes reciben del Gobierno. Hay generaciones completas que han crecido sin ver a sus padres levantarse temprano todos los días para irse a trabajar. Las consecuencias que supone para las arcas públicas mantener a tantas personas improductivas son evidentes. Pero menos evidentes, pero posiblemente más graves, son sus secuelas en la moral y la ética de buena parte de la sociedad. Porque este sistema no desperdicia tanto el dinero como desperdicia a las personas.


Mucho se ha escrito y muchos se han burlado de lo que se ha dado en llamar la mentalidad de la clase media. La valoración del esfuerzo y la fe en que al final éste da resultado. Pero cuando se destruye esa base de las sociedades modernas no lo sustituye nada bueno. Y no hay mejor manera de aniquilar esa moral que recompensar a la gente por no hacer nada por su vida. No sólo se incapacita a muchos para aportar algo beneficioso para la sociedad, sino que se convierte su molicie en un derecho que la sociedad le debe.

Hay quien ha defendido que ésta es la consecuencia lógica a los recortes del Gobierno de Cameron, aunque se muestran incapaces de señalar qué recortes y en qué cuantía han podido afectar a los vándalos dedicados a saquear tiendas de electrónica y ropa de marca. Resulta cuando menos dudoso ese diagnóstico, pero aun si así fuera, no existiría mejor campaña a favor de la reducción de gasto público que ha acometido el Ejecutivo británico. Porque ¿de verdad merecen un solo chelín del dinero salido de los impuestos de los trabajadores quienes se levantan a romper escaparates porque dejan de recibirlo con la generosidad habitual?

Cameron ha centrado su discurso de reacción a los disturbios recordando el arcaico concepto de responsabilidad individual, casi olvidado durante años de búsqueda de las causas de fondo detrás de cada acción violenta. Y tiene razón. Pero ha sido el Gobierno británico quien durante décadas más ha hecho por su destrucción. El Reino Unido, y muchos otros países, necesitan endurecer su política penal para los delitos reales, sí, pero también dejar de perseguir como delitos cosas que no lo son. ¿Se atreverá Cameron a liderar un cambio en esa dirección?


Libertad Digital - Editorial