jueves, 21 de julio de 2011

Tres tristes trajes y una dimisión anunciada. Por Federico Quevedo

Lágrimas y aplausos. En la rueda de prensa que ayer ofreció Francisco Camps los primeros bancos estaban ocupados por su Gobierno y por destacados dirigentes del PP valenciano, entre ellos Rita Barberá y Federico Trillo. El anuncio de Camps, temido por algunos y esperado por muchos desde el mismo momento en el que convocó la rueda de prensa después de dar marcha atrás en su prevista comparecencia ante el tribunal para inculparse de un delito de cohecho impropio, provocó la lógica consternación de los suyos y la sorpresa de los contrarios.

Después de casi tres años de calvario, Francisco Camps dimite. Lo hace por tres trajes, es verdad. Pero hace tiempo, hace mucho tiempo, que vengo diciendo que esa dimisión era necesaria por una cuestión de ética en la política, de exigencia en la apariencia de honradez y honestidad. Porque jamás he puesto en duda que Camps lo sea, pero era evidente que a los ojos de una gran parte de la opinión pública, no. Y la excusa de que las urnas le habían vuelto a dar la victoria no era suficiente, en primer lugar porque los ciudadanos no absuelven ni condenan de delitos, eso lo hacen los jueces, y en segundo lugar porque es evidente que la victoria del 22M en Valencia tiene mucho más que ver con el castigo al PSOE que con el entusiasmo por Camps.

Pero, por fin, y por las razones que ha contado este periódico y que tienen mucho que ver con ese perverso juego de venganzas personales y de odios y rencores en el que se convierte la política cuando se envicia por culpa de enrocamientos inexplicables y corruptelas varias, por fin Camps tomó la decisión más digna que podía haber tomado nunca, la de dimitir. Por tres trajes, tres tristes trajes, como conclusión de ese trabalenguas imposible en el que se había convertido la política valenciana y que solo podía conducir a lo que ha conducido.


Camps ha sido victima de sí mismo, y también de los suyos, y ese es un mal que afecta a muchos políticos: se rodean de pelotas incapaces de hacerles ver la realidad. Cada vez que me llamaba Nuria Romeral, jefa de prensa de Camps, para ‘reñirme’ por mi postura en este asunto, les confieso que me invadía la tristeza: ¿Es que nadie era capaz de hacerle ver el error que estaba cometiendo? Lejos de eso, su entorno pedía, exigía adhesiones inquebrantables a la causa y a los que no nos sumábamos se nos castigaba con el ostracismo informativo, y a los que sí se les premiaba con numerosas tertulias en Canal 9.
«Para el PP se abre una ventana de oportunidades, y para el PSOE se cierra la puerta de las acusaciones.»
Esa ha sido la perdición de Camps, esa y la actitud victimista viendo siempre detrás de todo una campaña de acoso y derribo de Rubalcaba: es verdad, y yo he sido el primero en denunciarlo, que el PSOE ha utilizado de manera perversa y en ocasiones antidemocrática el ‘caso Gürtel’ contra el PP, pero también lo es que no hubiera podido hacerlo sin elementos jurídicamente probables de que esa trama existía, como lo demuestra la cascada de dimisiones y ceses que ha provocado tanto en el PP como en las estructuras de poder autonómico y municipal de Madrid y Valencia.

Si desde un principio Camps hubiera evitado los malos consejos de Juan Cotino, de Nuria Romeral, y de otros muchos cuyas vidas y las de sus familias dependían de que Camps siguiera en el poder y actuaban más por egoísmo que por lealtad, otro gallo hubiera cantado. Pero eso ya no es reconducible. Ahora lo que cuenta es admitir que, tarde y mal, Camps ha dimitido y le ha dejado a Mariano Rajoy el camino limpio como una patena para sacar una mayoría absoluta consistente en las próximas elecciones generales. Y eso hay que reconocérselo al ex presidente valenciano. Eso, y que en todo este tiempo en el que ha gobernado la Generalitat lo ha hecho desde la honradez. Camps no le ha dado subvenciones a su hija, ni ha falseado EREs para ayudar a sus amigos y correligionarios, ni ha recibido caballos ni ha acumulado un patrimonio imposible con el sueldo de presidente autonómico… No tiene negocios en Marruecos, ni hípicas en Toledo, ni casoplones en Madrid y en la costa. No se va de putas ni lleva a sus hijos… Y no da chivatazos a ETA.

¿Tenía que dimitir? Si, por una cuestión de ética, insisto, y por haber mentido, y por lo que eso supone de ‘traición’ a la confianza que en él han depositado los ciudadanos, pero la exigencia de dimisión se antoja excesiva cuando en la otra orilla, como vengo denunciando desde su anuncio en mi twitter, no se aplica el mismo rasero. La exigencia de ética, de honestidad, de honradez, de transparencia en la vida pública debe ser igual para todos y no puede haber distinto rasero bajo ninguna circunstancia, y admitir lo contrario es pecar de sectarismo.

¿Y ahora, qué? Camps es un político moralmente hundido, anímicamente machacado, al que sin embargo esta salida le va a dar oxígeno suficiente para preparar su defensa… Se va a sentar en el banquillo, pero lo hará como un ciudadano normal y corriente, y si la Justicia le devuelve la dignidad perdida -y que con su dimisión ha recuperado en parte-, podrá dedicarse a rehacer su imagen, aunque es difícil que pueda volver a la primera línea política.

Rajoy, por su parte, aunque seguramente la dimisión de Camps le provocara un gesto compungido, en su fuero interno habrá sentido alivio, porque este asunto limpia por completo su camino hacia La Moncloa. Él mismo me reconocía hace unas semanas que lo de Valencia era “un problema”… Ya no lo es. Ha dejado de serlo. El PSOE y los medios que le apoyan no podrán seguir utilizando a Camps contra Rajoy, ni el ‘caso Gürtel’ contra el PP, y sin embargo el PP tiene todavía en su cartera de reclamos contra los socialistas unas cuantas admoniciones que empiezan por el ‘Faisán’, pasando por los EREs, el ‘caso Bono’, el ‘caso Chaves’, el ‘caso Curbelo’, etcétera, etcétera… Y sin que, en efecto, el PSOE asuma nunca responsabilidades por ninguno de los asuntos que le afectan. Pero todo eso le pasará factura a Rubalcaba en las próximas elecciones generales.

Rajoy puede ahora, además, ser mucho más firme en su denuncia de los comportamientos antiéticos, incluso hacer propuestas de calado como la de prohibir por ley que los cargos públicos puedan recibir regalos, por pequeños e insignificantes que estos sean, como consecuencia del puesto que ostentan. Algo así, le haría ganar en credibilidad y en sensatez ante la opinión pública. Para el PP se abre una ventana de oportunidades, y para el PSOE se cierra la puerta de las acusaciones. Si Rajoy sabe aprovechar la circunstancia, tiene al alcance de su mano el respaldo sin precedentes de una mayoría social como pocas veces se haya podido dar en la historia de España. Y si no la defrauda, gobernará muchos años, Camps mediante.


El Confidencial - Opinión

Adelanto electoral. El eventual perenne. Por Eva Miquel Subías

El País no es más que otro roedor que abandona el barco, aunque lo haga saltando desde la proa con un triple mortal y moviendo la colita.

¿Lo habrás leído, no? Me pregunta Leo, un hombre gay de mediana edad con quien comparto café y algunas confidencias más de una mañana. Sí, las declaraciones de Mansouret al respecto del arrebato sexual con Dominique Strauss-Khan en una de las oficinas de la OCDE de París son realmente brutales, le contesto.

Apasionante. Pero me refiero al editorial de El País, apunta Leo con su gracia habitual. Vaya, pues no, todavía no, déjame tomar el café y me pongo a ello.

Y me puse, aunque sin demasiadas ganas, para qué nos vamos a engañar. A estas alturas de la función, con el telón rasgado y con enormes e incómodas bolas de pelusa a punto de caer, me cogen ya desganada. Me irrita además el debate suscitado en torno a las demoledoras palabras del Grupo Prisa. Entiendo que se comenten por el morbo que entrañan, algo así como las descripciones despechadas de una amante con respecto a su amado cuando hace ya tiempo que sus ojos son para otra. Pero no nos cuentan nada nuevo, nada que no supiéramos y lo más preocupante, nada que no supieran ellos mismos cuando decidieron –en aras de su propio interés–, pasarse por el forro progre los intereses de los españoles y perpetuar en el poder, a golpe de teclado, administrando la verdad y dosificando las medias mentiras, a su señor.


Otra trágica semana para José Luis Rodríguez Zapatero. A la prima de riesgo se le suma el primo de Zumosol. Con el don de la oportunidad que siempre le caracteriza y con esas pequeñas ocurrencias con las que nos obsequia de vez en cuando, Felipe González nos confiesa que sigue siendo militante, aunque no simpatizante del partido que le encumbró y que hoy tiene a Pérez Rubalcaba como el hombre elegido.

Tendría bemoles que empezáramos a tener lástima del presidente, concluimos con Leo ante la atenta mirada de Nines.

Ni siquiera un adelanto de las elecciones a finales del mes de noviembre sería suficiente para los chicos de Prisa. Más, más, demandan insaciables. "Su deber moral es anunciar cuanto antes un calendario creíble para el proceso electoral" apunta sin apartarse ni una coma Juan Luis Cebrián. Aunque el consejero delegado del grupo mediático lo adorna con anécdotas personales que han sucedido entre reuniones de foros civiles y entornos de escuelas de negocios.

Pero El País no es más que otro roedor que abandona el barco, aunque lo haga saltando desde la proa con un triple mortal y moviendo la colita. Y el presidente, por mucho que quiera seguir mostrándonos sus bíceps con la camiseta ajustada de Roures y su equipo, debería ir recogiendo sus bártulos, pero no porque así lo digan estos tipos, sino porque realmente demostraría tener un mínimo de estima hacia España, esa nación que le dio la oportunidad de hacer algo grande por ella y sin embargo, decidió utilizarla para dar forma a sus sueños absurdos y erróneos de juventud.

Cuenta le leyenda que un ministro abroncó de manera desmesurada al oficial mayor del céntrico ministerio en cuestión y que éste, a los pasos indignados del otro, dio la vuelta y espetó: ¡habrase visto con estos eventuales!

No conocería por entonces al todavía presidente de Gobierno. Con él, el significado de eventualidad adquiere definitivamente otra dimensión.


Libertad Digital - Opinión

Sin remedio.... Por M. Martín Ferrand

Lo único que está claro es que reduciendo la realidad al escrutinio electoral no saldremos del atolladero.

MIENTRAS, sin que conozcamos el criterio de Mariano Rajoy, Francisco Camps y sus cofrades de sastrería dilucidaban sobre si prefieren ser presuntamente inocentes o ciertamente indignos y mentirosos, el ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, nos puso sobre la mesa un asunto verdaderamente mollar, algo que flotaba en el aire de las sospechas. Si entendemos que el paro es un drama para cinco millones de españoles, con extensión a sus entornos familiares y amicales, el más grave de los asuntos sociales pendientes y una sangría económica que tiende a romper las cuentas del Estado, todo cuanto a él se refiere pasa a ser del máximo interés. Las prestaciones por desempleo alcanzan ya los 30.000 millones anuales y, según se desprende del trabajo efectuado por los servicios de inspección del Ministerio, a partir de una muestra de 230.000 casos revisados, uno de cada cuatro está en situación de fraude y ha tenido que devolver las prestaciones recibidas.

Visto lo que ocurre en las cumbres del poder, sin notables diferencias entre ellas, y lo que sucede en la inmensa llanura en la que acampamos los multicolores ciudadanos rasos es lícito sospechar que España no tenga remedio. Del mismo modo que aceptamos, sin grandes debates ni reparos, con toda naturalidad, que crucen el territorio nacional unos cuantos grandes ríos o que suela interponerse entre nosotros y el horizonte alguna cordillera próxima, ¿tendremos que hacernos a la idea de que el ADN colectivo tiene más enganches con El Buscón don Pablos que con Santa Teresa de Jesús?

La ex ministra de cultura Carmen Calvo nos alertó sobre todo esto que nos acontece desde hace siglos, pero que ya no podemos seguir soportando y, menos aún, sufragando, cuando nos dijo que «el dinero público no es de nadie». Lo que no es de nadie, la res nulius que decían los romanos, no necesita mayor rigor para su uso y disposición. La implantación ética de ese disparatado supuesto económico explica buena parte, toda la mensurable en euros, de los problemas que nos afligen. En consecuencia, instalados en un laicismo que olvida un componente ético para su buen funcionamiento, no queda claro si debemos recurrir a la policía o al modesto coadjutor de una parroquia cercana. El fracaso político y social que, sobre el económico, marca el punto en el que estamos sumergidos y atónitos, ¿requiere la intervención de los jueces o de la Orden de Predicadores? Ante la insensibilidad establecida, lo único que está claro es que reduciendo la realidad al escrutinio electoral, la obsesión dominante, no saldremos del atolladero. Ganen los buenos o ganen los malos.


ABC - Opinión

Crisis de deuda. Merkel tiene razón. Por Emilio J. González

Si se emiten eurobonos, Zapatero, que se ha empeñado en permanecer en el poder como sea hasta el final de la legislatura, ni lo hará, ni adelantará las elecciones, que es la única solución para la economía española.

Lo que vaya a pasar finalmente con Grecia, y por derivada con España, no se sabrá hasta que este jueves concluya la cumbre europea dedicada a tratar el asunto. Pero lo cierto es que, de antemano, la canciller alemana Angela Merkel tiene toda la razón en mantenerse firme en su idea de que la banca asuma parte del coste de la operación de salvamento del país heleno a través de una quita de parte de la deuda griega. De hecho, y dadas las circunstancias, personalmente creo que esa es la mejor opción para el futuro de la unión monetaria europea, y no la emisión de eurobonos para financiar a los países insolventes como Grecia, España, Irlanda o Portugal. ¿Por qué?

En primer lugar, porque los mercados han tenido mucho que ver en todo este lío. No hay más que observar la evolución de la prima de riesgo de los bonos griegos desde que el país heleno ingresó en la unión monetaria para apreciarlo. La prima de riesgo permaneció en niveles increíblemente bajos a pesar de que, incluso con las cuentas falseadas, Grecia incumplía sistemáticamente año tras año el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, por el cual se limita el déficit público de un país a un máximo del 3% del PIB. Los niveles de Grecia estaban permanentemente por encima de dicho límite, acumulando cada vez más deuda y debilitándose cada vez más su capacidad de aguante si se producía un giro adverso en los acontecimientos.


Lo lógico, dado este escenario, hubiera sido que los mercados, empezando por los bancos, hubieran incrementado la prima de riesgo de Grecia, aunque sólo fuera como aviso, y, por tanto, hubiera limitado su crédito al país heleno. Los mercados, sin embargo, no lo hicieron porque nunca se creyeron el artículo 141 del Tratado de la Unión Europea, por el cual se prohíbe el rescate de los países en dificultades, y siguieron prestando y prestando y sin incrementar la prima de riesgo. Pues ya es hora de que sufran en sus propias costillas las consecuencias de su imprudencia con una quita de parte de la deuda griega y que aprendan de cara al futuro.

En segundo término, porque si se actúa de otra forma con Grecia se generan incentivos para que los demás países en dificultades se nieguen a hacer sus deberes. No hay que olvidar, en este sentido, lo que le acaba de decir el comisario europeo de Competencia, Joaquín Almunia, al Gobierno español, al advertirle de que las reformas que ha propuesto están bien pero lo que tiene que hacer es ponerlas en marcha de una vez por todas.

Si se emiten eurobonos, Zapatero, que se ha empeñado en permanecer en el poder como sea hasta el final de la legislatura, ni lo hará, ni adelantará las elecciones, que es la única solución para la economía española. Por ello, y por otras muchas razones, como que el contribuyente alemán no tiene por qué pagar los desmanes de griegos y españoles, Merkel tiene razón. La cosa es que los demás quieran entender que esa es la única vía que de verdad garantiza un futuro al euro.


Libertad Digital - Opinión

PSOE. Zapatero, los Karamazov y los Dalton. Por Cristina Losada

Un Rubalcaba vencido será una figura muy distinta. El carisma se gana y se pierde según le vaya al ungido en la ruleta del poder.

De la llegada de los Kennedy a la Casa Blanca se ha dicho que era como ver a los hermanos Borgia apoderarse de una ciudad respetable de la Italia septentrional. El golpe palaciego que se desarrolla en el PSOE recuerda, en cambio, a los hermanos Karamazov, aquellos parricidas personajes de Dostoievski que fascinaron a Freud. El asesinato político de Zapatero se ha consumado y sus lugartenientes sellaron su complicidad con el unánime aplauso al sucesor, pero está por escribir el capítulo de los Borgia: controlar por completo el partido. Y a ese propósito concurre la presión abierta y decidida en pos de un adelanto electoral, que se abandera mediante gran despliegue de artillería tipográfica. Se trata de vencer, ahora o nunca, las resistencias del muerto a soltar sus últimas prebendas, una de las cuales, y no menor, es su permanencia en la secretaría general.

Los Karamazov tienen más de un problema. Si como quiere el cadáver insepulto, el cáliz de la legislatura se apura hasta el final y sólo tras la debacle celebran los socialistas un Congreso, su resultado, la nueva dirección y el nuevo líder, quedan a merced de los elementos. El Alfredo invicto goza de un status incontestable; es el clavo ardiendo al que agarrarse, el hombre que aún puede salvar los restos del naufragio. Pero un Rubalcaba vencido será una figura muy distinta. El carisma se gana y se pierde según le vaya al ungido en la ruleta del poder. Una vez que tropiece en la valla electoral, su partido ya no le querrá tanto. Y habrá un surtido de candidatos dispuestos a heredar ese cariño. Nada garantiza, en fin, que un PSOE castigado en las urnas elija a un sexagenario derrotado y no a una imberbe liebre de marzo.

Los tutores vitalicios de la empresa socialista creen que la casa no está para bromas ni experimentos. Tampoco para clásicos populares como Bono y menos para una nueva hornada de mindundis. Pues, además, corre el riesgo de perder su último feudo de importancia, el granero andaluz, por el sumidero de las generales. Y hasta ahí podíamos llegar. Unas elecciones anticipadas y un Congreso previo permitirían reducir los daños y tomar las riendas antes del Big Bang. Así, los dioses se confabulan para castigar a Rajoy cumpliendo su deseo. Sólo falta la rendición incondicional de Zapatero, cuestión que no está claro si depende de los hermanos Dalton o de los hermanos Calatrava.


Libertad Digital - Opinión

Ciudadano Camps. Por Ignacio Camacho

El ciudadano Camps tiene derecho a su presunción de inocencia pero el presidente de la Generalitat no se lo puede permitir.

PARA seguir siendo un ciudadano honorable, al menos hasta que los jueces emitan sentencia, Francisco Camps no tenía más remedio que dejar de ser el Muy Honorable presidente de la Generalitat valenciana. Por la dignidad del cargo, por ejemplaridad moral y por respeto a los ciudadanos que lo eligen, el representante del Estado en una comunidad autónoma no se puede sentar en un banquillo sea cual sea la acusación que se le impute. Como si se tratase de una multa de tráfico. En el caso de Camps confluyen además los principios de regeneración ética de su partido y los intereses políticos de su líder, que le ha venido manteniendo su apoyo más allá de los límites de lo razonable. Como el propio Rajoy le ha hecho ver con la desagradable dureza de quien se siente desafiado, había llegado en su irreal galopada autodefensiva a un punto sin retorno en que la única elección posible basculaba entre la dimisión y la deshonra. Asumir la responsabilidad política o aceptar la responsabilidad penal.

En este desgraciado asunto de los trajes el presidente valenciano ha sufrido un escrutinio atroz y desproporcionado pero también ha cometido importantes errores encadenados, desde relacionarse más de la cuenta con tipos poco recomendables a sostener con demasiada firmeza una versión que tal vez no pueda probar. El más grave de todos, sin embargo, fue su insistencia en repetir candidatura confiado en que la mayoría absoluta acabaría volviéndose absolutoria. Eso era un doble desafío, a su partido y a los tribunales. Quizá incluso a la suerte; en todo caso estaba vinculando de forma temeraria su peripecia judicial a su posición institucional. Consumada la reelección y confirmada la imputación no le quedaba más salida que la renuncia; el ciudadano Camps tiene derecho a defender hasta el final su presunción de inocencia pero el presidente de la Generalitat no se lo puede permitir.

En esta España donde hay gente que roba sin consecuencias desde terrenos públicos hasta bancos, donde los policías ayudan a escaparse a los terroristas y donde los asesinos en serie eluden sus condenas entre resquicios legales, puede parecer un exagerado despropósito que un político demasiado coqueto tenga que abandonar por hacerse el longuis cuando le regalaban los trajes. Sin embargo no se trata de una cuestión de escalas morales sino de modelos de conducta. En materia de respeto a la ley todo ejemplo es poco y quienes aspiran a hacer valer un sentido diferente de la responsabilidad pública están obligados a demostrarlo incluso en las circunstancias más nimias. En ese sentido, el presidente de Valencia aún no es culpable de nada salvo de haber entendido tarde y a la fuerza la delicadeza de su rango representativo. Llevado de la soberbia se ha dejado malaconsejar y se ha metido a sí mismo en un embrollo que tal vez no merecía. El costoso precio que paga por ello es el símbolo del alto valor de la virtud democrática.


ABC - Opinión

Dimisión. Francisco Camps, In Memoriam. Por José García Domínguez

La renuencia de Ric Costa a inmolarse a lo bonzo, firmando su propia ruina procesal, no ha sido más que el catalizador. El animal instinto de supervivencia de Ric, que no, por cierto, la autoridad de Génova.

Imagino con creciente preocupación el colapso que mientras escribo estas líneas se debe estar produciendo en la Unidad de Grandes Quemados del Hospital La Fe, de Valencia. En especial, me inquieta el cuadro clínico que haya de presentar Esteban González Pons, quien no ha tanto pusiera "las dos manos en el fuego" por los convictos y el dimisionario. El mismo Pons que, hace apenas unas horas, volvía a sufrir otro acceso de incontinencia verbal, dolencia en él crónica, al propalar que Francisco Camps "es claramente inocente". Aserto del que procedería inferir que los dos procesados que ya han accedido a confesar sus delitos, Víctor Campos y Rafael Betoret, son claramente necios.

Aunque no solo el locuaz vocero del PP debería apartarse a algún pabellón de convalecientes tras el espectáculo de las adhesiones inquebrantables a una personalidad tan errática como la de Francisco Camps. La chusca escenografía berlanguiana que se ha prodigado en torno al ido, con escenas que en ocasiones llegarían al clímax de la astracanada, ha supuesto un desgaste absurdo para demasiados dirigentes del Partido Popular valenciano. Sobre todo, por lo muy inane del empeño. Y es que quien conservase algún anclaje en la realidad, por precario que fuera, no podía esperar desenlace distinto. La caída de Camps era la crónica de una muerte política anunciada. Apenas cuestión de tiempo.

Y la renuencia de Ric Costa a inmolarse a lo bonzo, firmando su propia ruina procesal, no ha sido más que el catalizador. El animal instinto de supervivencia de Ric, que no, por cierto, la autoridad de Génova. Una dirección nacional, la del PP, que a lo largo de los dos últimos años se ha conducido según el magisterio del Generalísimo. Así, tal como certificara Indro Montanelli, Franco almacenaba dos montoncitos de carpetas sobre la mesa de su despacho. Al parecer, una de aquellas montañas de expedientes estaba integrada los asuntos que el tiempo se encargaría de arreglar. La otra reunía los legajos que el tiempo había arreglado ya. Por su parte, el Caudillo se limitaba a trasladar las carpetas de un montículo al de al lado a medida que iban pasando los años y era informado por sus acólitos de la final resolución de todos aquellos incordios tediosos. Pues clavado.


Libertad Digital - Opinión

Conmoción y consecuencias. Por Fernando Fernández

Gracias Camps, si todos los errores de juicio se pagasen de la misma forma, no habría espacio en el panteón de hombres ilustres.

PENSABA hablarles de la economía europea, o mejor de lo quede de ella tras la Cumbre de hoy en Bruselas si los líderes europeos no recuperan la confianza de los mercados en su capacidad de liderazgo. Vamos si no acuerdan algo parecido a la dimisión de Camps, una noticia en el sentido técnico que los economistas damos al término. En política monetaria hace mucho tiempo que se discute que las variaciones esperadas en los tipos de interés tengan efectos duraderos. Solo los ruidos en el sistema, las sorpresas, sirven para modificar el comportamiento de inversores y tienen efectos reales. Esa podría ser la lógica que ha llevado a Merkel a rebajar expectativas durante toda la semana. Conocedora de que el compromiso alcanzable en Bruselas será de mínimos —un poco de rebaja de tipos de interés para los rescates y un poquito de más capital y flexibilidad para el fondo de estabilización— se ha dedicado a negar toda posibilidad de acuerdo para intentar sorprender y conseguir al menos un ligero respiro antes de irnos de vacaciones y retomar la discusión en septiembre. Más de lo mismo. No hace falta que les describa el riesgo que entraña. Pero Europa le ha cogido querencia a vivir al borde del precipicio.

Es la misma estrategia que ha aplicado el gobierno español en su política económica. Hablemos de reformas, subrayemos su dificultad y aprobemos luego algo nimio e incomprensible a ver si cuela. Los resultados están a la vista. Nadie espera ya nada de este gobierno, ni sus presuntos partidarios según hemos aprendido esta semana. Mientras, en los mercados financieros la pregunta más repetida es muy reveladora, ¿cree usted que el presidente Rajoy tendrá el coraje suficiente para hacer las reformas necesarias? Mi respuesta era hasta hoy un acto de fe. No es un problema de coraje sino de inteligencia. No se trata de lo que Rajoy quiera hacer sino de lo que pueda hacer, y creo que entiende que si él no hace el ajuste económico, se lo impondrán desde fuera; si no aplica y diseña su propio programa del FMI, vendrá el FMI de la mano de la Unión Europea a aplicarlo, como en Grecia. Porque nadie espere que los alemanes se vayan a contentar con dar dinero gratis, con los eurobonos que ha descubierto con pasión de neófito el candidato Rubalcaba, sin exigir cobrar la factura. Lo ha escrito Otmar Issing, el padre intelectual del euro en Alemania como director de Estudios del BCE: No hay más salida que la expulsión de Grecia. No nos rasguemos cínicamente las vestiduras, ¿no es lo mismo que volver a exigir visado a los rumanos y cargarnos Schengen como contempla el gobierno español? Qué fácil es ir de europeísta cuando pagan otros.

Tras la decisión de Camps, la cuestión Rajoy ya no es un acto de fe, como sigue siendo la cuestión europea, sino de evidencia empírica. Ni sus principales enemigos esperaban algo así. Vaya con el diletante. Ha generado una verdadera noticia, ha producido una auténtica conmoción que tendrá resultados electorales y económicos. Hace insostenible la posición del ministro Camacho y la de Rubalcaba, que cada vez se parecen más a Murdoch en News of the World, todo exigencias éticas para el pueblo pero barra libre en casa. Y tendrá consecuencias económicas. ¿Quién se atreve ahora a dudar de que el gobierno Rajoy sabrá embridar a sindicatos y autonomías? Gracias Camps, quién sabe si la historia te absolverá y podrás volver con todos los honores. Si todos los errores de juicio se pagasen de la misma forma, no habría espacio en el panteón de hombres ilustres.


ABC - Opinión

Camps da una lección

La grandeza de los líderes políticos se mide por gestos como el que protagonizó ayer el hasta ahora presidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, que anunció su dimisión tras soportar durante más de dos años una campaña de acoso y derribo como en pocas ocasiones se ha visto en España. Esta decisión personal tan honorable responde a su firme determinación de defender su inocencia puesto que no ha habido nada irregular en su actuación política, ya que pagó los trajes, y también es un acto de sacrificio político y personal para no perjudicar a la Comunidad Valenciana, a su partido y a su líder, Mariano Rajoy, ante las próximas elecciones generales. Político experimentado e inteligente, Francisco Camps sabe que con su dimisión, «sentida» como él subrayó, neutraliza los ataques interesados de la izquierda, que había puesto en marcha un juicio paralelo con un desprecio absoluto de la presunción de inocencia, como se ha comprobado día tras día, de forma abyecta y censurable.

Lo que nadie le podrá negar a Francisco Camps es el formidable legado que ha dejado en la Comunidad Valenciana, situándola entre las comunidades autónomas más pujantes de nuestro país y entre las que mejor están soportando la crisis económica. La realidad es que Francisco Camps era un líder imbatible, un gran capital para el PP, que siempre ha estado al servicio del partido.


Lo que la izquierda nunca ha conseguido, ganarle en las urnas, lo ha logrado por medios tan cuestionables éticamente como orquestar una formidable campaña difamatoria, llena de inexactitudes y hechos nunca contrastados. A lo largo de tres legislaturas consecutivas, Francisco Camps logró amplias mayorías absolutas. La última, el 22 de mayo de este año, en la que ganó las elecciones autonómicas con 55 escaños, frente a los 33 de los socialistas valencianos, que no supieron rentabilizar –o simplemente los ciudadanos valencianos no los creyeron– todas las infamias que lanzaban contra Camps, que siempre contó con el mejor respaldo, el de los votantes que volvieron a confiar en él.

Los que acusaban maliciosamente a Mariano Rajoy de inacción ante esta situación deberían replantearse su opinión. Hay constancia de que el líder del PP sabe manejar extraordinariamente los tiempos y, como a él le gusta, con discreción, rigor y eficacia ha conducido este desenlace del que la Justicia dirá la última palabra. Rajoy sabía que no era momento de declaraciones pomposas y huecas, y sí de hechos, y ante ellos nos encontramos. El líder del PP, después de cómo ha gestionado desde Génova la dimisión de Camps, ha salido fortalecido. Es de desear que, a partir de ahora, la generosidad y coherencia que ha demostrado Francisco Camps al dimitir sirva de ejemplo para muchos cargos socialistas implicados en casos más turbios, aunque menos publicitados, de corrupción. La salubridad política no pasa por Camps, como muchos se empeñaban en hacernos creer; pasa por muchos otros que permanecen agazapados, al margen de manipulaciones y juicios paralelos, y que hacen irrespirable el clima político en nuestro país.


La Razón - Editorial

No muy honorable

El presidente de la Generalitat valenciana no ha soportado declararse culpable, como quería el PP.

El 'molt honorable' presidente Francisco Camps dimitió ayer por la tarde de su cargo de jefe de la Generalitat valenciana en medio de un mar de cábalas sobre si seguiría el camino de dos de sus colaboradores, imputados en la causa de los trajes con que les obsequió la trama Gürtel, que durante la mañana habían dado su conformidad a la pena más grave prevista en el Código Penal para el delito de cohecho pasivo impropio del que se les acusa. Camps debió de sopesar las ventajas e inconvenientes de cerrar de ese modo el proceso por corrupción en el que está envuelto desde hace dos años y se ha inclinado por la dimisión. Políticamente, es la salida correcta.

Conformarse con la pena implicaba declararse culpable, algo que Camps ha debido considerar insoportable. Para su estima como presidente de la Generalitat resultaba, además, un trago demasiado fuerte acudir personalmente a la sede del tribunal para declararse culpable y admitir a la vista de todos que había mentido: que los trajes no los pagó él de su bolsillo, sino la trama Gürtel, que mantenía estrechas relaciones de negocio con su Administración. De haber asumido esa condición, habría quedado moral y políticamente inhabilitado para seguir al frente de la Generalitat valenciana no solo ante sus votantes, sino ante todos los ciudadanos valencianos. Al condenado siempre le queda la posibilidad de reivindicar su inocencia. Pero si Camps aceptaba su culpabilidad dejaba a quienes han confiado en él en las urnas sin la posibilidad de seguir creyendo en su tan proclamada inocencia. Era un escenario inasumible al que le empujaba la dirección de su partido; y esa era la misión que tenía encomendada Federico Trillo en su viaje a Valencia: convencerle de que asumiera su culpabilidad para evitar el juicio.


Camps ha presentado su dimisión como "una decisión personal a favor de mi partido, que pretende que Mariano Rajoy sea el próximo presidente del Gobierno". Seguramente es así, aunque se trate de una decisión obligada. Todo apunta a que en las horas previas a la dimisión se ha librado una batalla, que se presume nada pacífica, entre la dirección nacional del PP y el dimitido presidente para buscar el mejor desenlace a la situación creada tras la decisión del juez Flors de sentar a este en el banquillo. En un lado estaban los intereses del PP en las próximas elecciones generales, y en el otro los más particulares, de tipo personal y político, de Camps.

Rajoy, complaciente hasta el extremo con Camps -ahí quedan frases del estilo "estoy a tu lado, detrás de ti, delante de ti o donde haga falta" o "Camps será el candidato del PP en Valencia, diga lo que diga la justicia"-, solo ha reaccionado cuando ha percibido que la deriva del proceso en que está envuelto podría tener algún riesgo electoral en su camino hacia La Moncloa. En su actuación, nada hay que esté relacionado con los valores más nobles de la política, al contrario. Ha sopesado que electoralmente podría ser menos dañino un presidente que se declara culpable de haber aceptado los trajes que le regala una trama corrupta que el desgaste del espectáculo de un juicio público en plena campaña electoral o en fechas próximas.

Por miedo o convencimiento, Camps no ha seguido el juego. Ha debido de pensar que tenía un coste personal y político inasumible para él, aunque resultara rentable electoralmente para Rajoy. Este último está obligado a dar una explicación creíble de lo sucedido en las últimas horas en Valencia, más allá de seguir insistiendo en "la honorabilidad" de Camps y de ponerse medallas en la gestión de un asunto que ha afectado de manera muy grave a la institución de la Generalitat, al Partido Popular, a la imagen de la Comunidad Valenciana y a la calidad de la democracia. Camps se va insistiendo en que ha mantenido el título de molt honorable en lo más alto. Pero, de nuevo, no es verdad.


El País - Editorial

Camps o como cae lo insostenible

El tiempo dirá si Camps tiene o no razón al asegurar que "muchos bajarán la cabeza". Sin embargo, su cese en el cargo no es ni fue nunca una cuestión de inocencia o de culpabilidad penal, sino de la más elemental responsabilidad política.

Desde que se hizo público el auto de procesamiento de Camps por un delito de cohecho impropio pasivo en la llamada "causa de los trajes", muchos medios de comunicación han especulado sobre una supuesta determinación del presidente valenciano de eludir el banquillo mediante el pago de una multa. Sin embargo, el jefe del Consell valenciano ha hecho finalmente lo único que podía y debía hacer: presentar su dimisión.

Ciertamente, si se hubiera avenido a un acuerdo de conformidad y al pago de la multa, Camps habría evitado a los valencianos el espectáculo de ver a su presidente sentado en el banquillo, pero a costa de un espectáculo aun más lamentable como es la de verlo como un mentiroso que se aferra al poder a pesar de reconocer la comisión de un delito.

Camps siempre se ha declarado inocente de los cargos de los que se le acusan. El tiempo dirá si el hasta ahora presidente de la Generalidad y del PP valenciano tiene o no razón al asegurar que "muchos bajarán la cabeza por las barbaridades que han ido contando durante estos años". Sin embargo, su cese en el cargo no es ni fue una cuestión de inocencia o de culpabilidad penal, sino de la más elemental responsabilidad política.


Camps, durante su discurso de despedida, se ha quejado, en parte con razón, de que muchas cosas buenas de su Gobierno y de la Comunidad Valenciana hayan sido eclipsadas por el caso Gürtel. Pero, parte de esa culpa la ha tenido él mismo por no haber sabido distinguir antes las responsabilidades políticas de lo que son las responsabilidades penales.

Más vale, sin embargo, tarde que nunca. Y, desde luego, no todos tienen la misma legitimidad para criticar la tardanza en dimitir del hasta ahora presidente valenciano. El PSOE, implicado en corrupciones mucho más graves allá donde gobierna, no puede dar lecciones cuando los sucesivos escándalos de Chaves y Griñán en Andalucía no han hecho más que empezar a andar. Eso por no hablar de la infamia y la imputación de la cúpula policial en el turbio y criminoso asunto del Bar Faisán.

Con todo bien está lo que bien acaba y, ya sea por propia convicción, bien sea por presión de Rajoy, Camps ha despejado con su dimisión el camino del PP hacia las próximas elecciones generales.


Libertad Digital - Editorial

Un acto de responsabilidad

Camps ha dado un ejemplo de grandeza y Rajoy ha sabido manejar una situación que políticamente se había vuelto insoportable.

AL margen de consideraciones oportunistas, es innegable que Francisco Camps ha ofrecido una muestra de responsabilidad política con su dimisión como presidente de la Generalitat valenciana pocas semanas después de haber renovado rotundamente en las urnas la confianza de una gran mayoría de ciudadanos. En efecto, Camps deja el cargo para ejercer en plenitud su derecho a la defensa en el «caso de los trajes», una vez que el juez ha decretado la apertura de juicio oral por un presunto delito de cohecho pasivo impropio. Este «sacrificio personal», dijo ayer el ya ex presidente, tiene como objetivo facilitar que Mariano Rajoy sea el próximo presidente del Gobierno, una decisión que le honra personalmente frente a la opción de admitir su culpabilidad y pagar una multa para evitar el juicio, como han hecho otros imputados. Sin duda, Camps ha pagado un alto coste personal y político por unas actuaciones cuya calificación penal queda definitivamente en manos de los jueces. Sin embargo, el PSOE no está en condiciones de dar lecciones en esta materia, cuando todavía ayer el nuevo ministro del Interior se negaba en el Congreso a responder las preguntas sobre el «caso Faisán», y el candidato Pérez Rubalcaba no quiere saber nada de un asunto en el que los jueces apuntan hacia graves responsabilidades de altos cargos del departamento. Tampoco hay comparación posible entre la actitud de Camps y el comportamiento de los más altos dirigentes socialistas de la Junta de Andalucía, que no han asumido hasta el momento responsabilidad política alguna por la trama de los ERE falsos, cuya gravedad es infinitamente mayor que el asunto de los trajes.

Por todo ello, sobra el juego de palabras con doble sentido que utilizaba ayer algún dirigente socialista. Dimitir no significa que Camps reconozca su responsabilidad penal, sino todo lo contrario: es un acto propio de un político responsable que pretende defender su inocencia sin causar daños a su partido y a las instituciones valencianas. En este sentido, la postura prudente y matizada de Mariano Rajoy ha sabido conducir la crisis hacia la situación menos perjudicial para el PP. En el Estado de derecho hay que deslindar los elementos jurídicos y políticos de unos hechos cuya confirmación en vía penal está todavía pendiente. Sea como fuere, el ex presidente ha cumplido su obligación hacia sus electores y ahora, como todos los ciudadanos, tiene perfecto derecho a que se respeten plenamente las garantías procesales.


ABC - Editorial