lunes, 20 de junio de 2011

Indignados. El PP y la política de orden público. Por Agapito Maestre

El precipitado pseudopacifista del 15-M no parará. Es un fenómeno estrictamente español. Las luchas callejeras serán dominantes en los próximos meses y, seguramente, en los próximos años.

Las manifestaciones de ayer fueron más o menos normales. Los lemas que se gritaban eran los esperados. Todas las consignas tenían un tinte anti institucional y, a veces, un poco rancio como el tipo de izquierda que lidera la "cosa"; incluso, según me cuentan algunos manifestantes, hay gente que ha abandonado IU y el PCE, por ejemplo, Ninés Maestro, para pasarse a "militar" en este movimiento del 15-M. Es obvio que todo está controlado ya por la izquierda.

A la hora que escribo esta crónica no se conocen altercados relevantes. Las ediciones digitales de los periódicos nacionales, a las cinco de la tarde, destacaban el carácter festivo de la reivindicación. Las cifras de manifestantes, en Madrid, eran en torno a las 50.000 personas. No es un dato despreciable, aunque cualquier manifestación de víctimas del terrorismo sobrepasó con creces tales dígitos. En todo caso, nadie sensato puede despreciar estas manifestaciones por el número de concentrados. El asunto es demasiado importante como para que el PP no le preste un poco más de atención y, sobre todo, evite caer en ciertas contradicciones a la hora de valorar la respuesta policial, según se hable de Barcelona o Madrid, tal y como sucedió la semana pasada.


Un dato parece inamovible: este "movimiento" callejero será duradero ¡mantenerlo será asunto clave y, por supuesto, delicado del PSOE!–, rozará permanente la violencia y le pondrá las cosas difíciles al PP, si es que este partido llega al poder. No nos engañemos: habrá, sin duda alguna, violencia callejera. Violencia. Si esta gente del 15-M no cree en absoluto en las instituciones, ni tampoco respetan los resultados electorales, entonces no veo otra salida al conflicto que el enfrentamiento entre quienes creen, mejor o peor, en las instituciones y, por supuesto, las defienden por un lado, y quienes las atacan por el otro lado. Este tipo de "planteamientos", insisto, no sólo rozan el enfrentamiento anti político, sino que derivan normalmente en violencia física.

Ese precipitado de izquierda sembrará las calles de desorden, agresividad y violencia. Las manifestaciones, saltos y todo tipo de movidas callejeras serán generalizadas. El PSOE desaparecerá del poder, pero dejará un país incendiado. Mantener su poder en la calle, es decir, mostrarle músculo al PP, será toda la preocupación del PSOE. Así fue siempre la política del PSOE en la Oposición: nunca abandonar la lucha, incluso violenta, fuera de las instituciones. El precipitado pseudopacifista del 15-M no parará. Es un fenómeno estrictamente español. Las luchas callejeras serán dominantes en los próximos meses y, seguramente, en los próximos años. Por todo eso, es menester que el PP, más pronto que tarde, defina de modo claro y contundente su política de orden público. No es fácil, lo sé; pero tendrá que intentarlo ya, porque, de lo contrario, le estallará como una bomba de relojería, cuando esté en el poder.

O el PP empieza a delinear una política de orden público, asunto decisivo para un Estado fracturado institucionalmente, o cuando llegue al poder, he ahí su gran riesgo, será demasiado tarde. O se enfrenta ahora seria y contundentemente al PSOE o le sorprenderá, en el futuro, ver la calle en llamas.


MEDIO - Opinión

El descabello. Por Eduardo San Martín

Pillado hace unos días entre la espada de la mayoría de la IU extremeña, partidaria de aplicar el escarmiento a un socialismo voraz que le ha ninguneado durante tres décadas.

Pillado hace unos días entre la espada de la mayoría de la IU extremeña, partidaria de aplicar el escarmiento a un socialismo voraz que le ha ninguneado durante tres décadas, y la pared de los acuerdos federales de «no permitir ni por activa ni por pasiva» gobiernos del PP en ayuntamientos y comunidades autónomas, el bueno de Cayo Lara se apoyaba, sin demasiada convicción, en el muro de las decisiones federales, incapaz de aventurar un desenlace al embrollo cuya resolución ponía a prueba su propia autoridad como dirigente de la coalición.

Así que Lara se la jugó en un último esfuerzo por imponer las resoluciones de los órganos federales, a sabiendas de que estaba obligando a los suyos a elegir entre lo malo y lo peor. Lo malo era el mazazo que para toda la organización suponía la rebelión de una federación contra las instancias superiores de IU; lo peor era la contradicción que suponía anular la voluntad expresada por una mayoría muy cualificada de su franquicia extremeña por parte de una formación que presume, y no sin razones, de ser un ejemplo de democracia interna y descentralización.

Si no se producen sorpresas inexplicables, ganará lo malo y perderán Lara y los suyos. Los efectos que este desenlace tendrá sobre el futuro de Izquierda Unida ya se verán, pero serán siempre muchos menores que los que va a producir en el ánimo de un socialismo en el peor momento de su historia reciente, a quien ahora IU le asesta el descabello que culmina la estocada del 22M.

El PSOE ya sólo gobierna en Andalucía, y eso porque no hubo elecciones allí. Y en lugar de hablar de «pinzas» y otras zarandajas, los socialistas harían mejor en preguntarse qué abusos habrán cometido para que una formación de izquierdas prefiera que gobierne el PP en el penúltimo de sus reductos.


ABC - Opinión

Pacto del Euro. El despropósito económico de los indignados. Por Juan Ramón Rallo

Las cosas deben quedarse como están, y si a Zapatero se le ha acabado el dinero, que apoquinen Merkel y Sarkozy (es decir, los sufridos contribuyentes teutones y galos).

Se quejan los indignados de que nos quedemos en las malas formas de la Marcha sobre Madrid y desatendamos su fondo; a saber, su conocida oposición a eso que han venido a llamar el Pacto del Euro, trasunto de aquel universalmente vituperado –algunas veces con razón– Consenso de Washington. Es lógico: cuando tomas las principales ciudades de un país y asaltas sus parlamentos, lo normal es que el foco de atención se mueva ligeramente. Pero bueno, atendamos su petición y fijémonos en lo que juran que es la sustancia de su movimiento.

No seré yo quien defienda el Pacto del Euro, más que nada porque eso de que los contribuyentes alemanes y franceses sigan recapitalizando a su banca tratando de evitar que los manirrotos Estados periféricos quiebren, no me parece ni moral ni económicamente acertado. La solución de verdad pasaría, por un lado, por una desamortización de todos los bienes que todavía acaparan esos Estados manirrotos para reducir drásticamente su endeudamiento (ahí está el caso de Grecia, que acumula activos por valor de 300.000 millones de euros, para una deuda de 350.000) y, por otro, por una reducción enérgica de su presupuesto con tal de eliminar su déficit.


Pero los indignados, que de querer –eso decían para quien quiso creerlos– regenerar la democracia española han pasado a pretender rediseñar los balances de todos los Estados y bancos del planeta, no proponen nada de todo esto; al contrario, el programa económico de Democracia Real YA se reduce a exigirle a Europa que nos sigan dando el dinero de sus contribuyentes a fondo perdido con tal de que la fiesta no se acabe. Que no otra cosa es su rechazo al Pacto del Euro: "denos dinero pero no nos exijan ningún compromiso verosímil para que se lo devolvamos". Ni reducciones de gasto ni liberalización de la economía. Nada. Las cosas deben quedarse como están, y si a Zapatero se le ha acabado el dinero, que apoquinen Merkel y Sarkozy (es decir, los sufridos contribuyentes teutones y galos).

Porque si no aceptan ni recortes en el gasto público, ni aumentos de ciertos impuestos como el IVA o Sociedades (en esto, vaya, sí coincidimos), ni una reforma del mercado laboral que se cargue los convenios colectivos para permitir que vuelvan a surgir oportunidades de negocio, ¿cómo pretenden que salgamos de ésta? Sí, de ésta, porque por si alguien no se ha dado cuenta, estamos al borde de la suspensión de pagos.

Recapitulo por si hay algún despistado indignado: los países periféricos, Grecia y España entre ellos, tienen un déficit público de alrededor del 10% del PIB. Eso significa que los impuestos que abonan sus ciudadanos no dan para cubrir los desproporcionados gastos de sus Estados niñera y metomentodo. De ahí que sean los ahorradores extranjeros –esos especuladores canallas que tan poco les gustan– los que nos estén prestado su dinero para que sigamos gastando por encima de nuestras posibilidades. Pero ojo, si nos lo prestan es para que se lo devolvamos algún día –normal, ¿no?–, y para devolvérselo tenemos que abandonar el déficit y amasar un cierto superávit. Mas, ¿cómo generar un superávit si, siguiendo las propuestas de los indignados, el Estado no puede ni reducir gastos, ni aumentar impuestos ni liberalizar la economía?

Mal asunto, sin duda. Entre otras cosas porque si los ahorradores internacionales se convencen de que no vamos a poder pagarles –idea a la que los indignados están contribuyendo notablemente–, dejarán de prestarnos ese 10% del PIB que actualmente nos están prestando. ¿Y qué significaría eso? Pues que ya podemos olvidarnos de tímidos y progresivos ajustes en el gasto público: de golpe y porrazo, habrá que meterle un tajo del 25% a nuestro gasto público (que a eso equivale el 10% del PIB que se nos está prestando). ¿Se lo imaginan? Pues eso es lo que conseguiremos haciéndoles caso a los indignados.

Y es que, al cabo, puestos a indignarse, ¿no sería más razonable hacerlo contra los políticos y el sistema económico –Estados enormes, un muy intervenido sistema financiero y relaciones laborales tomadas por los sindicatos– que nos han abocado a esta desesperada situación? Parece que no: lo que les indigna no es que hayamos malvivido una década de prestado, sino que ahora toque darnos un baño de realismo y comenzar a pagar nuestras deudas.


Libertad Digital - Opinión

El último hurra del Siglo XX. Por José María Carrascal

Lo que quieren esos indignados manifestantes es que todo siga como estaba. Esos no son revolucionarios. Son reaccionarios.

¿SABEN los que ayer se manifestaron airadamente contra «el pacto de euro» lo que significa el euro y su pacto? Si lo saben, son unos cínicos; si no lo saben, unos pardillos. El euro y la CEE significó para España, como para los países mediterráneos, un maná en fondos destinados a igualar las diferencias entre el centro y sur de Europa, que se tradujo en autovías, ayudas al campo, infraestructuras y apertura de mercados que hicieron subir el nivel de vida de esos países como nunca en su historia. Vuelvan la vista atrás y me dirán si no tengo razón. Lo malo fue que llegó la crisis y esos países siguieron gastando al mismo ritmo, sin que ni sus ingresos ni las ayudas de Bruselas aumentasen paralelamente. Es como Grecia, Portugal y España, han venido año tras año acumulando déficit cada vez mayores, que han terminado por poner en peligro el euro. Dándoseles un plazo para que realizasen las reformas estructurales necesarias para volver a ser competitivos, y, en el caso de Grecia, ayudas para ello. Pero no las hizo, como tampoco Portugal, ni la propia España, donde se han hecho a medias. Con lo que el desequilibrio entre el centro y sur de Europa no hace más que crecer, como la alarma. Esto no lo ha creado el mercado. Lo han creado unos gobiernos que no han dicho a sus pueblos su verdadera situación ni se han atrevido a hacer las reformas necesarias. Tampoco lo han creado los especuladores. Los especuladores se han limitado eso, a especular. Y seguirán especulando mientras continúen las condiciones actuales.

Que es precisamente lo que quieren esos indignados manifestantes: que todo siga como estaba. Esos no son revolucionarios. Son reaccionarios que tratan de mantener una situación insostenible, aunque el euro, la Comunidad Europea, el pacto de estabilización se vayan al cuerno. ¿Ceguera, estupidez o complejo de Sansón: «si yo caigo, que caigan todos conmigo»? Elijan ustedes mismos.

Es verdad que políticos y banqueros, los unos ignorando la crisis, los otros aprovechándose de ella, se cuentan entre los principales culpables y hay que pasarles factura por ello. Pero si es así, si quienes debían de haber previsto la crisis y tomado las medidas oportunas contra ella no lo han hecho, ¿por qué no he visto ni una sola pancarta contra Zapatero y su gobierno en las manifestaciones? Aquí hay algo que no encaja, mejor dicho, muchas cosas. Hasta que recordamos que todas estas manifestaciones, como las acampadas en las plazas, han sido autorizadas y permitidas. ¿Por quién? Por el hombre elegido para suceder a Zapatero. Qué casualidad. Qué inmensa farsa. Farsa, como las anteriores, que sólo va a servirles para ganar tiempo y perder más crédito. Y nosotros con ellos. Indignados, eso sí. La última moda del siglo XX. O el último hurra.


ABC - Opinión

Indignados. Y no hubo nada. Por Emilio Campmany

El único dispuesto a llegar acuerdos con los socialistas es el PP, que parece estar cuidando al PSOE de Zapatero como miman los matadores a esos toros bravos que embisten una y otra vez, pero que andan flojos de fuerza.

La megamanifestación de los indignados ha quedado en nada. El fracaso, siquiera relativo, no se ha debido tanto a que los españoles no compartan la indignación respecto a la conducta de los políticos como al hecho de que el movimiento ha sido acaparado, capitalizado y monopolizado por la extrema izquierda. No se trata sólo de comunistas y republicanotes de vieja escuela, marginales y antisistemas, sino también de votantes socialistas desencantados con un Zapatero que supusieron radical y que creen domesticado por los mercados. No son insignificantes, pero es obvio que no son decisivos en las urnas.

Esto significa varias cosas. La primera es que, tuviera o no las soluciones a la crisis, los españoles no confían en las que pueda aportar la extrema izquierda ni su máscara, el movimiento 15-M. La segunda es que el PSOE de Rubalcaba, que creía que desligarse del Zapatero supuestamente derechizado del último año a través de hacer guiños a los del 15-M podía serle rentable electoralmente, resulta que no lo es. La tercera es que los españoles perciben como única posibilidad de regeneración, por poco entusiasmante que sea, la que representa Rajoy. Resumiendo, si no pasa nada, el PSOE, haga lo que haga, perderá y Rajoy, sin necesidad de hacer nada, ganará.


Así pues, ni un PSOE entregado a las exigencias de los mercados ni otro lanzado hacia las propuestas más radicales tiene, no ya posibilidades de vencer, sino legitimidad moral para hacer ninguna propuesta que deba ser considerada. La dirección de un incapaz como Zapatero está lanzando al votante socialista de centroizquierda en brazos de UPyD y al socialista radical al seno de IU. Ambos tienen la oportunidad de mejorar extraordinariamente sus resultados y saben que, para lograrlo, lo esencial es evitar pringarse con el PSOE tanto como se pueda. Es lo que está haciendo UPyD en los municipios donde son decisivos y es lo que está haciendo también IU, no en todos sitios, pero sí en algunos, como el muy relevante de Extremadura.

Paradójicamente, el único dispuesto a llegar acuerdos con los socialistas es el PP, que parece estar cuidando al PSOE de Zapatero como miman los matadores a esos toros bravos que embisten una y otra vez, pero que andan flojos de fuerza, para ver si les sacan una treintena de buenos muletazos.

El caso es que el número de indignados es limitado. Para IU son bastantes, pero para el PSOE son claramente insuficientes al objeto de compensar la sangría de votos que padece. De forma que si ya ni a los indignados puede recurrir Rubalcaba, ¿qué otro as guardará en la manga? No lo sé, pero sospecho que no le queda ninguno. Si es verdad que se le han acabado, el costalazo puede ser espectacular.


Libertad Digital - Opinión

Rebelión de hartazgo. Por Ignacio Camacho

Entre dos formas de suicidio político, los militantes extremeños de IU han elegido la que supone menos vasallaje.

LA tragedia de Izquierda Unida consiste en que si se aproxima al PSOE se suicida y si se aleja también. Por falta de un liderazgo consistente, que sólo tuvo cuando la dirigía Julio Anguita con todos sus defectos de mesianismo iluminado, ha sido incapaz de definir un discurso propio, un proyecto que vaya más allá de la satelización en torno al gran partido socialdemócrata. Así, cuando respalda a los socialistas queda fagocitada por éstos y cuando se niega a apoyarlos sufre una durísima campaña que le seca el voto de izquierdas bajo la acusación de favorecer al PP. La famosa pinza, un concepto victimista acuñado con éxito por una socialdemocracia que se considera a sí misma legitimada por la Historia como única fuerza real de progreso.

Obligados a elegir entre dos formas de probable suicidio político, los militantes extremeños de IU han optado por la que entienden que supone menos vasallaje. Como los antiguos jornaleros que defendían la dignidad de mandar en su propia hambre. Después de treinta años de aplastamiento bajo un régimen hegemónico, se han rebelado contra una obligación que no está escrita en ninguna parte. Ésa es la verdadera razón de su amotinamiento contra la orden central de apuntalar el gobierno de Fernández Vara: el hartazgo. No se trata tanto de una reivindicación ideológica de purismo izquierdista sino de una sacudida de orgullo soberano. De un profundo cansancio contra la humillación y la servidumbre. Del largo mandato socialista no han obtenido más que desprecio y ya no se sienten tributarios de nadie.

En ese arrebato de independencia hay más de protesta de dignidad que de estrategia política. Las bases de IU se han negado a hacer de costaleros —ellos dicen de mamporreros— de un partido que trabaja para liquidarlos, para absorberlos, para reducirlos a la nada política, y que sólo les hace la pelota cuando los necesita para seguir encaramado al poder. Izquierda Unida es una fuerza acostumbrada a la intemperie, pero el PSOE sufre fuera de los despachos porque su cohesión está ligada a la capacidad de mandar. De una manera instintiva, visceral, los miembros de la coalición comunista en Extremadura han decidido dar prioridad a su vocación rebelde y dinamitar el único régimen de dominancia que han conocido. Desde que se fundó la autonomía extremeña ha estado, como la andaluza, gobernada por el Partido Socialista, que pese al indiscutible progreso objetivo no ha sabido sacar a la región de la cola del desarrollo español. Ha sido el PSOE el que ha impuesto el clientelismo, la dependencia, la hiperinflación de cargos, el estancamiento social. Y el que durante años ha condenado a IU al extraparlamentarismo y ha aniquilado su disidencia. Al negarse a ser la bisagra de su continuidad, los hastiados militantes tardocomunistas no han hecho otra cosa que darse una oportunidad. No al PP, sino a sí mismos.


ABC - Opinión

Indignados. La izquierda carpetovetónica. Por José García Domínguez

¿Izquierda antisistema, el 15-M? Pero si es la Vetusta de Clarín tras levantarse de la siesta.

Entre los lugares comunes que, a fuerza de ser repetidos una y otra vez por los voceras mediáticos, alcanzan el estatus de necedad canónica, acaso el más extendido sea ése que pretende a España un país ontológicamente de izquierdas. Tan difundida resulta estar la especie que incluso los chamanes de cabecera de la derecha han terminado por aceptarla a pies juntillas. Una superstición, por cierto, muy óptima para tales estrategas áulicos, pues libera a esos devotos creyentes de la siempre penosa tarea de pensar. Dado que España es de izquierdas por ineluctable designio divino, el proceder para posibilitar la alternancia, barruntan, habría de consistir en un dontancredismo crónico. La norma de los frailes cartujos elevada a quintaesencia del marketing electoral.

Ocurre, sin embargo, que falla la premisa mayor del aserto. Así, no es que España sea de izquierdas, es que la izquierda sociológica, pese a sí misma, resulta ser profunda, castiza, arcaica, carpetovetónicamente española; española en el peor sentido de lo español. Por algo, desoladores, los resultados del sondeo del CIS a propósito de ese simulacro que luego darían en llamar reforma laboral. "¿Estaría usted de acuerdo con que se abaratara el despido si ello estimulara a los empresarios a crear más empleo?", se inquirió a los compatriotas de ese cuarenta por ciento largo de jóvenes condenados en sentencia firme al desempleo estructural. "No", fue la respuesta casi unánime de los encuestados.

Huelga decir que se trataba de los mismos que, ya indignados, vuelven a decir no, esta vez al pacto del euro, en calles y plazas. Al respecto, el empecinamiento del macizo de la raza en repudiar cualquier relación de eficiencia con la realidad nos abocaría a dos únicas salidas. Y es que, extramuros del euro, solo restan la peseta y el rublo. Retornar al aislacionismo tardofranquista con un revival de los billetes de veinte duros y el arancel Cambó. O romper con el mercado y avanzar con paso firme hacia el siglo XIX de la mano de Cuba y Corea del Norte. Porque ninguna tercera vía hay distinta de aquel mamotreto ful de Anthony Giddens que mora cubierto de polvo en las librerías de lance. ¿Izquierda antisistema, el 15-M? Pero si es la Vetusta de Clarín tras levantarse de la siesta.


Libertad Digital - Opinión

Cualquier anónimo. Por Gabriel Albiac

La voz es sólo eco multiplicado, que no viene de ninguna parte. Viene de todas: ¡Bye, Bye, Rubalcaba!

LO malo de lo nuevo es lo deprisa que envejece. Por eso Beau Brummell, que inventó al dandy, no se ponía jamás ropa que no hubiera sido previamente estrenada por alguno de sus criados. Lo nuevo apesta. Porque se pudre muy deprisa. Y deja la melancolía de lo que pudo ser: lo que no fue, porque nunca pudo serlo.

El 15 de mayo de 2011 tuvo lugar una movilización inesperada. No un movimiento. En eso está su belleza. Eso hizo que todo aquel que quiso abrir los ojos quedara entre estupefacto y fascinado. Ni lo uno ni lo otro —asombro o fascinación— son conocimiento. Pero, en esta jodida caída continua en lo más gris que es la vida española, uno busca agarrarse a lo que sea para no morirse de asco antes de que el estampido final contra el fondo del abismo nos mate a todos de ruina. Yo —como tantos de mi edad— hubiera dado media vida por tener los años —y las neuronas nuevas— de quienes, desde la red, fulguraron la jugada de vértigo informático que puso, sin organizaciones sindicales ni políticas mediando, a una muchedumbre de desconocidos en la calle. Lo otro, la acampada de Sol y su posterior descomponerse, ya me lo sabía: era cosa de aquel viejo mundo que se extingue conmigo y con los de mi edad. Me eran simpáticos. En buena parte, porque ni se daban cuenta de lo viejos que eran. La progresiva degradación de la asamblea, la podía prever cualquiera con un mínimo de experiencia en eso. Afortunadamente, los más inteligentes se replegaron en la noche del 22 de mayo, justo después de las elecciones. Para retornar a la red, que es el único lugar en el cual ningún Fouché pueda meterles mano. Y desde donde podrán emerger súbitamente siempre que tiempo y circunstancias les sean propicios.


No se les debe confundir con el residuo muerto que quedó varado en la Puerta del Sol. Aún menos con los pequeños comandos que actuaron en Barcelona hace diez días, como habían venido actuando desde hace, al menos, un par de decenios, al abrigo de una autoridad municipal que siempre los consideró parte del arsenal sociológico que, convenientemente infiltrado, nunca plantearía problemas de fondo insolubles.

Interior actuó… No contra los que incomodaban al vecindario en Sol o se liaban a tortas en Barcelona. Contra Anonymous, esa no-organización que a ningún ciudadano de a pie ha incomodado en lo más mínimo. Uno rara vez yerra al elegir al enemigo. Rubalcaba sabe que el coste electoral de los que acampan o de los que le atizan al político catalán es, para él, cero. En el peor de los casos. Rentable incluso, si la infiltración sabe moverlos del modo más adecuado: léase el aleccionador Agente secreto de Conrad. Lo de la red es otra cosa. Y el ministerio, al servicio de la candidatura Rubalcaba, pudo experimentarlo a las 24 horas de «descabezar» a Anonymous: la mayor serie de ataques DDos desencadenada por los «cualquiera» que adoptaban un nombre —un no-nombre— tras el cual no hay organización a la cual golpear. Sólo un deseo difuso de ser libre. Lo único que —por ser tan deliciosamente antiguo— no envejece. Anonymoussonríe. Como Odiseo, es Nadie. Y nadie se ríe tras la careta. La voz es sólo eco multiplicado, que no viene de ninguna parte. Viene de todas: ¡Bye, Bye, Rubalcaba!


ABC - Opinión

Izquierda rota e indignada

La profunda crisis que padece la izquierda política y social española quedó ayer nítidamente reflejada en dos episodios muy diferentes: la manifestación de los «indignados» en Madrid y en otras ciudades como Barcelona, Valencia y Sevilla, y la decisión de Izquierda Unida de Extremadura de no apoyar un Gobierno socialista al frente de la comunidad, lo que supondría el punto final a casi treinta años de régimen unipartidista. Este cambio vendría a sumarse al acaecido en Castilla-La Mancha, otra comunidad históricamente gobernada por el PSOE. El relevo en Extremadura, de culminarse, no sería una cuestión menor cuyos efectos se limiten al ámbito regional. Sería, ante todo, el diagnóstico inapelable de la escombrera ideológica en la que se han convertido el socialismo y la izquierda radical, incapaces de afrontar los tiempos de crisis con una mínima garantía de éxito y credibilidad. Más aún, el caso extremeño expresa el coletazo agónico de IU para preservar su identidad y su autonomía frente al hermano mayor socialista. Después de ocho años actuando como sumisa comparsa, muchos dirigentes provinciales de la formación comunista han decidido terminar con la pleitesía como única forma de sobrevivir, pues ¿de qué sirve votar a IU si, a la postre, sus representantes se entregan servilmente al PSOE? Todo apunta, por tanto, a que la izquierda radical ha optado por romper amarras con los socialistas, como hizo Julio Anguita en los años 90, y reivindicar su propio camino sin hipotecas ni traiciones. Lo cual obligará al PSOE a reinventar un nuevo discurso y a apostar entre la moderación o la radicalidad. En este dilema contará muy mucho el movimiento de los «indignados», que ayer volvió a ofrecer en Madrid una demostración de fuerza nada desdeñable. Y, también de nuevo, se puso de manifiesto que se trata de una movilización de la izquierda sociológica que se siente huérfana y desasistida por quienes son sus dirigentes políticos naturales. Resulta muy elocuente que una de las protestas más coreadas ayer fuera contra el Pacto del Euro, al que los «indignados» tachan de injusto y discriminatorio. Pacto, por otra parte, que el Gobierno del PSOE apoya, sostiene y secunda con el elenco de reformas que ha puesto en marcha. Por lo demás, tampoco conviene caer en espejismos ni perder la perspectiva ante las movilizaciones «indignadas». Las cifras oficiales apuntaron que se manifestaron en toda España 125.000 personas. Sin embargo, no es ocioso recordar que el 22 de mayo fueron 20 millones los ciudadanos que se movilizaron para votar a sus representantes legítimos. Entre los deseos de los primeros y la voluntad de los segundos no hay comparación posible ni equiparación democrática. Lo «misterioso» es que los «indignados» no dirijan su irritación hacia el Gobierno y el partido que han llevado a España a la situación actual, y diluyan las responsabilidades de éstos metiéndolos en el mismo saco con el PP. Pues bien, si las elecciones en las que participaron 20 millones de votantes han decidido confiar en el PP, los pocos miles de «indignados» tienen la obligación de respetar la voluntad popular, verdadera democracia real. Y las reclamaciones, al maestro armero de la izquierda.

La Razón - Editorial

Extremadura, la puntilla del PSOE

Tras perder todo el apoyo popular y todo el poder institucional, prejubilar a su presidente y quedarse sin la confianza de Bruselas y de los mercados, sólo queda que los españoles se pronuncien y pongan fin a la agonía sinsentido de este Gobierno.

Después de que el Consejo Regional de IU en Extremadura haya decidido no dar su apoyo a Guillermo Fernández Vara en la próxima sesión de investidura a presidente de la autonomía, parece que el PP de José Antonio Monago gobernará por primera vez la región en 28 años. El cambio, que debe analizarse junto al de Castilla-La Mancha, merece sin duda el calificativo de histórico, pues el socialismo desparecerá de dos de sus feudos tradicionales, en los que ya se había convertido en una enfermedad endémica.

Será el momento de practicar la austeridad y de introducir auténticas reformas liberalizadoras que acerquen a estas regiones al resto de España y será el momento, también, de levantar todas las alfombras para conocer el estado real de sus cuentas públicas y de romper cuantas redes clientelares haya ido tejiendo el PSOE durante tres décadas.

Pero sería algo propio de miopes si no viéramos la trascendencia nacional que posee el acceso del PP al Ejecutivo de la Junta de Extremadura. Tras el revés de IU, el PSOE habrá perdido todos los gobiernos autonómicos en las elecciones del pasado 22-M. Los españoles presentaron una moción de censura en las urnas tan flagrante que ni siquiera los naturales aliados de izquierdas de los socialistas quieren acercarse al tóxico partido de Zapatero y Rubalcaba.

En unos días, extremeños, asturianos, castellano-manchegos, cántabros, baleáricos y aragoneses se habrán librado en sus regiones del nefasto mando de los socialistas. Falta ahora que todos los españoles podamos zafarnos del Ejecutivo más devastador, desacreditado e impopular de la historia de nuestra democracia. Tras perder todo el apoyo popular y todo el poder institucional, prejubilar a su presidente y quedarse sin la confianza de Bruselas y de los mercados, sólo queda que los españoles se pronuncien y pongan fin a la agonía sinsentido de un Gobierno que está degenerando en la agonía de toda la Nación.


Libertad Digital - Editorial

Extremadura, símbolo del cambio

Ya no hay territorios «seguros» para un Partido Socialista que, incluso en sus feudos, sufre una profunda crisis de identidad y credibilidad ante los electores.

TRAS la decisión del órgano regional de gobierno de IU, y si no se produce ningún imprevisto en contrario, el popular José Antonio Monago presidirá la Junta de Extremadura. La abstención de los tres diputados que podrían haber inclinado la balanza a favor de Guillermo Fernández Vara supone un hito histórico para una región que los socialistas vienen considerando como un «feudo» político y en la que han gobernado desde que comenzó la andadura autonómica. Culmina así un cambio radical del mapa político en materia de poder territorial. El 22-M ha demostrado que los ciudadanos reclaman la salida cuanto antes de Rodríguez Zapatero, en el marco de una situación de emergencia económica y con una legislatura agotada. Como se demostró en Castilla-La Mancha y según anticipan las encuestas en Andalucía, ya no hay territorios «seguros» para un socialismo que sufre una profunda crisis de identidad. De hecho, Fernández Vara procuró marcar distancias en todo momento con el presidente del Gobierno, pero tampoco así se pudo librar del voto de castigo. En este contexto, el nombramiento por el Consejo de Ministros del pasado viernes de Rodríguez Ibarra como miembro del Consejo de Estado es fiel reflejo de que se buscan salidas a todas prisa para salvar los restos del naufragio.

Mariano Rajoy ha puesto la guinda a su éxito en las elecciones autonómicas y locales con este meritorio triunfo de los populares extremeños, que alcanzaron un gran resultado en las urnas. También los dirigentes regionales de IU ofrecen una imagen de independencia frente a las presiones del poder central de una agrupación política que —curiosamente— presume de funcionar con criterios federales. El PSOE ya no tiene a su izquierda a un aliado sumiso con el que puede contar cada vez que lo necesite. Además, el cambio se consuma también en Aragón, tras el pacto entre PP y PAR, que llevará a la presidencia a Luisa Fernanda Rudi. Así las cosas, crece el clamor por el adelanto electoral, ya que España no se puede permitir una agonía política que responde estrictamente a los intereses oportunistas del PSOE. Extremadura es a partir de ahora un símbolo inequívoco del cambio de ciclo, porque la democracia ofrece un mecanismo evidente para conocer la voluntad del pueblo, titular único de la soberanía. En efecto, los ciudadanos hablaron alto y claro el 22-M y ahora es imprescindible que su voz se escuche cuanto antes para poner fin a una situación insostenible.


RESTO del ARTICULO

ABC - Editorial