martes, 12 de abril de 2011

El músculo político. Por Hermann Tertsch

Para salir del pozo negro de la quiebra en el que nos ha sumido el socialismo hace falta también orgullo y ambición.

EL señor Mariano Rajoy se ha ido a Berlín a ver a la señora Ángela Merkel. Eso está muy bien. A doña Ángela le conviene saber que el viejo amigo Mariano tiene planes razonables para el caso de que, después en las próximas elecciones generales, pueda formar Gobierno en España. Le quitará algún peso de encima a la cancillera saber que ese hipotético gobierno aplicará las reformas necesarias en la convicción de que son lo mejor para España. Y no por pura obligación, en contra de sus propias convicciones ni buscando siempre la trampa para aguarlas o retrasarlas. Que tras la ambición del cambio político en España hay unos principios ideológicos, una confianza en la libertad y en la competencia, una voluntad de imponer el rigor en las cuentas y de poner fin a los eternos cambalaches con los poderes fácticos más reaccionarios de este país como son los sindicatos, las tramas corporativas, los sistemas clientelares y los nacionalismos voraces. Que hay vocación de imponer, ahora que la necesidad ahorca, un sistema de unidad de mercado, liquidación de la jungla regulatoria y disciplina presupuestaria en unas taifas que han desarrollado una costumbre ya maníaca de chulear al Estado central.

Confiemos en que Rajoy sea más explícito en Alemania de lo que es aquí, porque si no la señora Merkel puede pensar que la diferencia entre Rajoy y Zapatero estriba sólo en que el registrador de la propiedad hará las cuentas más limpitas que el truhán y soñador. Si así fuera, Merkel podría perder las esperanzas en que en España el cambio sea algo más que dejar de presentar presupuestos mentirosos, cuentas trucadas o expectativas inventadas. Esto es necesario por supuesto, pero no suficiente. No va a bastar con que el próximo Gobierno no sea mentiroso. Va a tener que ser capaz de trasladar —y hacer entender y asumir— a los españoles el mensaje fundamental de lo que está sucediendo en este momento en la Unión Europea y que el Gobierno Zapatero ha ocultado tras esas ridículas cortinas sobre los halagos a su buena tarea en las reformas. Vanagloriándose de pírricas victorias como no caer inmediatamente después de Portugal en el pozo del rescate o tener unas semanas distraídos a los mercados. Se trata de que los españoles entiendan que la disciplina dentro del club exige una profundísima recomposición de todo nuestro sistema. Y que la alternativa es catastrófica. ¿Será capaz Rajoy? Hablamos del caso de que pueda gobernar. Lo que todavía no está escrito. Pero aún más urgente es saber si es capaz Rajoy de presentar a los españoles una alternativa real y esperanzadora a partir de esa certeza de la dureza del cambio. Porque esa travesía por un desierto que será larga tiene que apoyarse en factores de motivación que han de ser políticos. Habrá de convencer a los españoles de que podemos vivir más libres, conscientes y motivados embarcados en la tarea de sacar adelante cada uno su vida y todos juntos un proyecto nacional. Para salir del pozo negro del desánimo y la quiebra en el que nos ha sumido el socialismo, hace falta también orgullo y ambición, perspectivas y esperanza.

Por desgracia, Merkel puede infundir hoy poco ímpetu a Rajoy. Ha demostrado en estos meses cómo se desmonta un liderazgo esperanzador. Su populismo y afán de agradar, el neutralismo en Libia, la pirueta antinuclear, su falta de pulso en suma, la han dejado malparada. No la den por muerta. Muchos creen en su recuperación. En que dará la sorpresa. En su músculo político. Si Rajoy tiene ese recurso convendría que acordaran mostrarlo juntos. Eso sí, pronto.


ABC - Opinión

¿Todos contra Rajoy? Lo que le falta al líder del PP. Por Federico Quevedo

El líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, será presidente del Gobierno salvo catástrofe imprevisible, y aun así. No me cabe la menor duda. Como no me cabe la menor duda de que será el presidente del Gobierno elegido por los ciudadanos que concite el menor entusiasmo de toda la democracia, pero que sin embargo cuando llegue al poder acabará consiguiendo la aprobación y el respaldo de los propios y de buena parte de los extraños. Tiene sentido que sea así.

En un momento de grave crisis económica, con un Gobierno que ha sentenciado al país a una situación agónica cuyo final se antoja demasiado lejos, con un nivel de crispación social y política muy elevado, con la sensibilidad de unos y de otros a flor de piel -no hay más que leer los comentarios en el foro-, lo que una parte importante del electorado, a un lado y al otro del arco parlamentario, esperaba del líder de la oposición era una cierta vehemencia en la defensa de sus ideas y en la crítica a los hechos y las palabras del contrario. Dicho de otro modo, que participara de lleno en la estrategia de la “tensión” que tanto le gusta a Rodríguez y que el PSOE ya ha puesto en marcha en sus mítines preelectorales. Lejos de eso, sin embargo, con lo que nos encontramos es con un Rajoy que busca sintonizar con el perfil de la mayoría social de este país, que no levanta la voz, que no entra al trapo de las provocaciones, que se aleja de todo aquello que pueda exasperar al contrario, reiterativo en sus mensajes y muy poco amigo de que le planteen problemas que le distraigan de su objetivo.


A la derecha no le gusta ese Rajoy porque lo considera cobarde y acomplejado. A la izquierda tampoco le gusta porque no da miedo y eso arruina su mensaje. ¿Está en el centro la virtud? Eso es lo que diría la tesis de Pedro Arriola, pero lo cierto es que el equilibrio es algo más inestable que todo eso porque el centro como tal es una suma de sensibilidades de distintas procedencias unidas por la equidistancia de los extremos. Pero el centro no significa falta de tensión, en absoluto. En el centro también hay sangre en las venas, solo que desde un profundo respeto por las reglas del juego del Estado de Derecho y la legalidad democrática.

Hasta hace bien poco, Mariano Rajoy manejaba con bastante habilidad ese equilibrio en el que convivían la moderación propia de quien siempre se mantiene dentro del máximo respeto a las reglas del juego, y la firmeza en la oposición crítica a un Gobierno que las incumplía de manera sistemática. Pero de un tiempo a esta parte da la sensación de que el líder del PP ha perdido algo de pulsión, de su propio entusiasmo, y es difícil que ese entusiasmo se traslade a la opinión pública si quien debe transmitirlo no lo siente. ¿Qué ha ocurrido? Probablemente una suma de factores, algunos de los cuales hacen muy difícil al PP mantener cierta coherencia en sus mensajes, como lo ocurrido en la lista de Valencia para las elecciones autonómicas.

Enorme malestar

Me consta que el asunto ha generado un enorme malestar en el seno del PP, y que muy pocos entienden por qué Rajoy ha permitido que eso pasara, pero lo cierto es que era difícil para el líder del PP, habiendo cedido la primera vez en la candidatura de Camps, no seguirlo haciendo cuando éste ha presentado su lista a los comicios de mayo. Y, según parece, eso le está pasando cierta factura a Mariano Rajoy, incluso en su estado de ánimo, consciente de que Camps se ha tomado el brazo cuando le han dado la mano, y de que eso ha generado una tensión sobrevenida en el seno del partido, sobre todo entre los barones regionales y quienes aspiran a alcanzar la victoria el 22 de mayo.
«De un tiempo a esta parte da la sensación de que el líder del PP ha perdido algo de pulsión, de su propio entusiasmo, y es difícil que ese entusiasmo se traslade a la opinión pública si quien debe transmitirlo no lo siente.»
¿Sirve esto de excusa? No, sin duda, porque en política hay que asumir la responsabilidad de las decisiones que cada uno toma, y el haber dado el pase a la lista de Valencia pone en entredicho todo el discurso del PP sobre la corrupción y la necesaria limpieza ética en la vida pública española, y por eso Rajoy se encuentra incómodo cada vez que se le pregunta sobre el asunto. Camps podía tener un pase, pero toda una lista llena de imputados es excesivo. Que a Rajoy el asunto no le ha gustado nada lo evidencia su respuesta cuando se le pregunta por Ricardo Costa: “¿Costa? ¿Quién es Costa?”. Lo sabe de sobra, porque es difícil que se olvide de ese apellido dado todo lo que conlleva de sustos y disgustos en su reciente vida política como líder del PP.

Fíjense, no deja de ser curioso que siendo el Partido Socialista el que lleva más imputados dentro de sus listas electorales, todo el foco de atención caiga sobre el PP por la lista de Valencia, pero eso dice mucho también de las consecuencias que tiene el ceder ciertos espacios para que los colonice tu adversario. El PP debería de haberse presentado en estas elecciones como el partido de la regeneración ética, y no puede hacerlo. Tampoco puede hacerlo el PSOE, pero eso no debe ser un consuelo para Génova 13, por más que le permita acudir a las urnas en igualdad de condiciones.

Hasta ahora el discurso del PP le situaba por encima de todo lo que estaba haciendo el Gobierno socialista de Rodríguez, le aportaba mucha más credibilidad porque aunque la propaganda oficial incidiera en la reiterada -y falsa- falta de apoyo del PP a las reformas, lo cierto es que lo que en definitiva traducían las encuestas es una confianza del ciudadano en que la alternancia política podría servir para cambiar el clima y llevar a cabo reformas que de verdad sirvieran para arreglar las cosas. Le faltaba al PP ser el partido que, además, abanderara la lucha por la regeneración ética de la vida pública, y ya no puede hacerlo.

La salida para Rajoy de este atolladero no es fácil, pero lo primero que debe hacer es volver a recuperar el tono, porque haciendo concesiones al adversario como ocurrió ayer en Berlín no es como mejor se consigue el entusiasmo del electorado. Y es necesario recordar que si el PP está hoy por delante en las encuestas es porque la mayoría de la gente siente un profundo rechazo hacia Rodríguez Zapatero.

¿Dónde está Rajoy?

Ese equilibrio era el que antes sabía manejar Rajoy, y el que anulaba con bastante eficacia las críticas de una y otra parte. La firmeza en la oposición a Rodríguez y a lo errático de sus políticas contrarrestaba el discurso del acomplejamiento proveniente de la derecha, pero al mismo tiempo ese escrupuloso respeto a las reglas del juego combinado con la responsabilidad en los momentos más difíciles -apoyo al FROB, la lucha contra ETA (a pesar de los pesares), la guerra de Libia, los ataques de los mercados, etcétera- hacía lo propio con el discurso izquierdista del miedo a la derecha y a sus políticas neoliberales. ¿Dónde está ese Rajoy? Eso es lo que se pregunta buena parte de la gente que está dispuesta a votarle en las próximas elecciones generales, gente que en muchos casos había votado al Partido Socialista en ocasiones anteriores y que había encontrado en el líder del PP a un hombre moderado, tranquilo, poco carismático pero que transmitía bastante confianza en que sabía lo que tenía que hacer, y eso era sin duda lo más importante.

Pero en los últimos días ese Rajoy parece haberse visto superado por los acontecimientos, y arrecian los ataques contra su persona de uno y otro lado, con razón o sin razón -yo creo que lo segundo-, pero lo cierto es que el líder del PP necesita más que nunca hacer un gesto de firmeza dentro de su partido, volver a transmitir la fiabilidad y la confianza que el electorado precisa para que el PP mantenga su ventaja y no se resienta de los movimientos tácticos de un socialismo en descomposición, pero todavía vivo.


El Confidencial - Opinión

Manifestación. La rebelión continúa. Por Regina Otaola

No caigo en el pesimismo porque viendo la fuerza y el convencimiento de esa rebelión cívica que se está consolidando, creo que al final se impondrá la cordura y la sensatez, la justicia y la dignidad.

La manifestación convocada por la AVT fue un éxito de participación ciudadana, una muestra clara de que los españoles no se rinden sino que siguen exigiendo sin desmayo la derrota del terrorismo. La rebelión cívica iniciada en noviembre con la convocatoria de Voces contra el Terrorismo continúa viva, muy viva. ¿La razón? El convencimiento de que ETA seguirá estando en los ayuntamientos, esta vez de la mano de Bildu. Convencimiento basado en la trayectoria torticera de este Gobierno.

Las frases que se oyeron a lo largo de las dos horas y media son una muestra clara de que los españoles que allí estábamos no solo no confiamos en este Gobierno, sino que le pedimos por los medios que tenemos a nuestro alcance que dimita, que se vaya. Un descontento tan patente evidencia, sin lugar a dudas, que este Gobierno lo está haciendo rematadamente mal en materia antiterrorista. Sigue empecinado en ganar la medalla de la paz de espaldas a las víctimas, a los ciudadanos y a la ley. Todo lo mide y manipula en función de su utilidad para llegar a conseguir ese objetivo, sin querer darse cuenta de que se están quedando sin el apoyo de lo más valioso que España tiene hoy en día: las víctimas del terror, sean de ETA o del 11-M. Una soledad que se va agrandando a medida que transcurre la legislatura: el sábado estaban presentes prácticamente todas las asociaciones de víctimas, estaba el PP, estaba UPyD, y no solo los medios de comunicación que siempre están al pie del cañón, sino otros muchos más.

Faltaban los de siempre, los nacionalistas; esos que solo apoyan al Gobierno si sacan algo de provecho, pero que en realidad lo desprecian radicalmente. También faltaban los socialistas, claro, pero a ellos nadie los esperaba.

Algunos piensan que ahora el Gobierno podría reaccionar, que podría escuchar a los miles y miles de ciudadanos que ayer salieron a la calle, pero me temo que no va a ser así. Seguirá por el camino que se ha trazado, con las orejeras puestas. Sin embargo, no caigo en el pesimismo porque viendo la fuerza y el convencimiento de esa rebelión cívica que se está consolidando, creo que al final se impondrá la cordura y la sensatez, la justicia y la dignidad. Si queremos ser verdaderamente libres debemos seguir exigiendo al Gobierno el respeto que nos merecemos.


Libertad Digital - Opinión

De mal en peor. Por M. Martín Ferrand

Las mociones de censura no son solo para ganarlas; sino para poner en evidencia la torpeza de un Gobierno.

LOS sondeos electorales tienden a ser más imprecisos y menos fiables cuanto más próxima está la fecha de los comicios que se tratan de escrutar. El revuelo y el ruido que provocan las campañas nos confunden a todos y, según sea la devoción de cada elector potencial, pueden influirle la confianza en el éxito o la tribulación por la hipótesis del fracaso venidero. Hace solo unos meses parecía rotunda la próxima victoria del PP en las elecciones autonómicas y municipales de dentro de cuarenta días e incluso, con mayoría absoluta y todo, en las legislativas del año que viene. El pronóstico sociométrico se completaba entonces con la observación del fracaso, objetivo y mensurable, de las políticas de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero, de repente, desde que el decadente líder socialista anunció su retirada, las cosas ya no están tan claras y el PSOE, responsable único de la catástrofe en la que nos hemos instalado, parece reanimarse.

Este pasado fin de semana, El Mundo ha estimado, con una encuesta de Sigma Dos, que el «lastre» de Zapatero es de 9 puntos y, en consecuencia, el PSOE reduce a la mitad la distancia que, en expectativa de voto, venía separándole del PP. Para quienes, a la vista de su política y la escasez de sus líderes, entendemos como no deseable una continuidad socialista en el Gobierno de España y, por ampliación, en algunas Autonomías y en muchos Ayuntamientos encastillados en el puño y la rosa, la variación demoscópica resulta inquietante. Ya no está tan claro el pronóstico electoral inmediato y menos aún el más lejano de las legislativas.

Son varios los lectores de ABC que, además de honrarme con su atención, reprochan mis observaciones críticas frente al PP. Es, desde siempre, el precio de la independencia; pero, cuidado, no conviene confundir los deseos con la realidad. Mariano Rajoy no es una fábrica de hacer amigos y, si las próximas victorias del PP no lo son con mayorías notorias, no llegarán al Gobierno. Eso exige un esfuerzo complementario de doble contenido, la búsqueda de entendimiento con los afines y un mayor señalamiento crítico de los errores del adversario con el argumento demoledor de la propuesta alternativa que se guisa en las cocinas de la calle Génova. De ahí la insistencia, ya vieja, que algunos mantenemos sobre la moción de censura a Zapatero. Algo que Rajoy desdeña con comodona displicencia. Las mociones de censura no son solo para ganarlas; sino, sobre todo, para poner en evidencia la vaciedad y torpeza de un Gobierno y presentar la potencialidad de la alternativa. Un zapaterismo futuro, sin Zapatero, es lo único peor que lo actual.


MEDIO - Opinión

Cataluña. Referéndum en el súper. Por Cristina Losada

El detalle que mejor exhibe la calidad de la simulación y las garantías que la rodeaban es el lugar donde se custodiaban –es un decir– los recipientes: en los almacenes de un supermercado.

La parodia de referéndum que culminó este domingo en Barcelona con la expresa bendición de la Abadía de Montserrat, de antiguo conversa a la religión nacionalista, logró aquello por lo que suspiran celebrities, políticos y aspirantes al cuarto de hora de fama: minutos y minutos de publicidad. Fuese en la cadena al servicio de la Generalidad, fuese en la cadena pública española, fuese donde fuese, pues fue, la mascarada no sólo obtuvo el privilegio del anuncio extenso, sino el impagable favor de que se asimilara a una consulta formal y seria. Esto es, tal y como si los recipientes acristalados fueran urnas, los papeles que contenían fueran votos, las mesas estuvieran instaladas en colegios electorales y la farsa toda se tratara de un auténtico referéndum, no menos verdadero por su carencia de efectos "vinculantes".

Más que una gran participación del público, cuyos límites son bien conocidos, los organizadores, miembros de esa sociedad civil fantasma que es mero apéndice del poder, buscaron ese efecto óptico. Así, revistieron la charlotada del ropaje que se reserva para las convocatorias regladas. Pero hasta una consulta de las que se celebran en cualquier república bananera guarda mayor respeto a los procedimientos homologados que la estafa orquestada por los nacionalistas catalanes. Desde diciembre hasta abril ha durado la "votación", cuatro meses durante los cuales entre siete y diez mil voluntarios han perseguido a sus presas por calles y plazas. Por si escaseaban las capturas, rebajaron la mayoría de edad política a los dieciséis y concedieron, generosos, el "derecho de voto" a inmigrantes. Aunque el detalle que mejor exhibe la calidad de la simulación y las garantías que la rodeaban es el lugar donde se custodiaban –es un decir– los recipientes: en los almacenes de un supermercado.

Esa fraudulenta votación que Jordi Pujol califica de "radicalmente democrática", y a la que el PSC reconoce una participación "notable", debería pasar a la historia de la truhanería política como el referéndum del Bon Preu, que tal es el nombre del acogedor súper. No sólo en honor del hospitalario establecimiento, sino como síntesis del señuelo que ofrece el nacionalismo catalán: la independencia como un gran negocio. Y desde luego que lo es el camino hacia ella. Hasta el día de hoy, los dos grandes partidos siempre han dado a los promotores del secesionismo la plena seguridad de que sus maniobras les salen gratis. Qué digo gratis. Aún los premian.


Libertad Digital - Opinión

Un paseo por el monte. Por Ignacio Camacho

CiU tiene responsabilidades institucionales poco compatibles con el respaldo de sus líderes a una mascarada.

FELIPE González solía decir que los partidarios de la autodeterminación perderían un referéndum en el País Vasco o en Cataluña… pero podrían ganarlo si la consulta se efectuase en el resto de España, por hartazgo de la milonga soberanista. Estos discursos conviene modularlos para no dar pie a visceralidades en un momento de eclosión antipolítica y fuerte crisis de representación, y los primeros obligados a dejar de jugar a aprendices de brujo son esos dirigentes autonómicos que están todo el rato afilando una navaja con la que pueden acabar cortándose las manos. Más o menos es lo que vienen haciendo Artur Mas, Pujol y otros gerifaltes del nacionalismo catalán, gente que pasa por seria y fiable —por lo general con motivo— pero que últimamente ha dado en desbarrar con el bucle melancólico de la independencia. Se trata de una estrategia peligrosa y llena de contradicciones cuyo control se les puede escapar a poco que midan mal el cálculo de sus ambigüedades.

Porque sucede que Convergencia es el partido de gobierno en Cataluña y tiene unas responsabilidades institucionales que no parecen compatibles con la participación de sus líderes en un referéndum de la señorita Pepis. No al menos sin parecer cómplices de una mascarada y sin perder la consideración de personas de confianza. El desdoblamiento de personalidad no suele funcionar bien en política, sobre todo a la hora de ganar estabilidad y respeto; es mal negocio ponerse la corbata de gobernante para lanzar emisiones de bonos en días laborables y quitársela los fines de semana para darse un paseíto por el monte del radicalismo. Y si se vota a favor de la independencia en las urnas de pega y en contra en las del Parlamento, la gente acaba por hacerse un lío. Las instituciones exigen una cierta coherencia incluso para mentalidades tan anfibológicas como la del nacionalismo.

El pospujolismo de Mas ha fijado su objetivo de legislatura en un pacto fiscal equivalente al concierto vasco. Lo va a obtener, con más o menos disimulo legal, salvo en la improbable hipótesis de que el PP obtenga mayoría absoluta en 2012; los nacionalistas tienen décadas de experiencia en el mercado negro de la política. Por eso carece de sentido que para calentar el ambiente coqueteen con la autodeterminación en esa eterna amenaza de echarse al monte, aunque luego sólo lo hagan los domingos y preferentemente para coger cebollinos. Cataluña es una sociedad muy seria para esta especie de soberanismo de calçota day parodias seudodemocráticas de centro cívico. Hasta ahora, el Gobierno de CiU ha mostrado una sensibilidad responsable que se corresponde mal con salidas victimistas de pata de banco. Los cortejos con la radicalidad siempre terminan de mala manera, y el monte propiamente dicho hace tiempo que la Generalitat lo tiene bajo su competencia de autogobierno.


ABC - Opinión

Zapatero ningunea otra vez a las víctimas

Las víctimas vuelven a ser, como en la anterior negociación, un incordio perfectamente ignorable en aras de un mejor entendimiento con los verdugos.

Nos encontramos ante la puesta en escena de una próxima negociación entre el Gobierno y el entorno etarra. Para verificarlo no hay más que seguir las iniciativas políticas del segundo y las siempre conciliadoras intenciones del primero. Durante la comparecencia de José Luis Rodríguez Zapatero junto al presidente de Colombia, ZP animó a Bildu a estar en las elecciones. A cambio sólo pide que la formación profundice en unos pasos que, según dice, "algunos parece que quieren dar".

Tanta retórica hueca no tiene otra función que tender una mano al partido que ya se ha constituido como opción B de Batasuna después de que el Tribunal Supremo impidiese a Sortu presentarse a los comicios de mayo. El Gobierno insiste de este modo en hacer gestos de cara al entorno etarra para que modifiquen un par de cuestiones estéticas y concurran a las elecciones como cualquier otro partido. Bildu no es, sin embargo, un partido cualquiera.


Todo indica que tras esa palabra en vascuence –Bildu significa "reunir"– se esconde la Batasuna de siempre debidamente camuflada para pasar inadvertida y así consolidar y acrecentar su presencia en los ayuntamientos. No es casualidad que Bildu haya tachado de "incidente" el tiroteo del pasado fin de semana en Francia entre dos terroristas de la ETA y un gendarme que resultó herido en la refriega. Es el mismo lenguaje que utiliza la banda y, por ende, sus terminales mediáticos y políticos. Lo que para los dirigentes de Bildu no pasó de incidente fue, en resumidas cuentas, un intento de asesinato en toda regla, por más que Zapatero no quiera verlo y Rubalcaba se empeñe en hacernos creer que la reacción de Bildu ha sido un simple "sarcasmo".

Sabemos, pues, que la ETA sigue armada y plenamente operativa a pesar de un presunto alto el fuego que se ha terminado verificado en un intercambio de balazos. Sabemos también que está jugando al mismo juego que en 2007, cuando se sacó de la chistera dos formaciones políticas diferentes para colarse en las instituciones. Ahora sólo falta que el Gobierno admita ambos extremos y deje de flirtear con los representantes políticos de la banda.

No vendría tampoco mal que Zapatero, que tanto y tan bien se acuerda de Bildu para que sea "contundente en el rechazo a la violencia", pensara un poco en las víctimas, porque en su intervención no ha hecho ni una sola mención a ellas, a pesar de que el sábado pasado se manifestaron de un modo masivo en Madrid. Las víctimas vuelven a ser, como en la anterior negociación, un incordio perfectamente ignorable en aras de un mejor entendimiento con los verdugos.


Libertad Digital - Editorial