viernes, 8 de abril de 2011

Zapatero y Guardiola. Por José María Carrascal

Es posible que Guardiola peque de exceso de prudencia. Pero lo de Zapatero desborda todos los límites de la osadía.

YA sé que las comparaciones son odiosas, pero el contraste es tan grande, la disimilitud tan escandalosa, que uno no puede resistir la tentación de comentar el antipático paralelismo. Ni las victorias continuadas, ni el distanciarse de sus rivales, ni la marcha triunfal en todo tipo de competiciones impiden al entrenador del Barça advertir a los suyos que los últimos objetivos no están aún alcanzados, que no hay enemigo pequeño y que, en esta vida, la desagradable sorpresa acecha tras cada esquina. Mientras el presidente del Gobierno español, inaccesible al desaliento, a la lógica y a los números, anuncia que empezaremos a crear empleo en el segundo semestre, sonríe ante las malas noticias y se atreve a decir que «hemos superado la crisis». ¡Esta sí que es moral! Ni la orquesta del Titanic tocando mientras el barco se hundía le supera. Lo malo es que ni con optimismos ni con valses se detienen los hundimientos ni las crisis. Es posible que Guardiola peque de exceso de prudencia. Pero lo de Zapatero desborda todos los límites de la osadía, para entrar ya en los dominios de la alucinación o algo peor. Un presidente de gobierno no puede ponerse a tocar el caramillo cuando el secretario de Estado de Economía reconoce que nuestro crecimiento no da para crear empleo, el ministro de Trabajo anuncia «lustros de constricción de salarios» y el gobernador del Banco de España reconoce que «la reconversión de las Cajas debió hacerse antes». Puede que Zapatero siga creyéndose sus fantasías. Pero debe de ser el único del Gobierno. Y encima, lo de Portugal, que nos pone en primera línea de fuego. Sí, ya sé que no somos Portugal.

Pero quién sabe si nuestro caso es peor, pues a Portugal se le salva con 75.000 millones de euros. Pero ¿cuánto costaría salvar a España? Nadie lo sabe, pero los cálculos que se hacen van de 400.000 a 700.000 millones. Una cantidad que desborda las previsiones de ese fondo europeo que acaba de crearse para estas emergencias, que, en todo caso, no estará disponible de inmediato. Nada de extraño el miedo que cunde por todas partes y que nadie quiera ni siquiera hablar de un posible rescate de España.

Mientras nuestro presidente se dispone a iniciar la gira de sus «bolos» electorales. Es lo que le gusta. Darse baños de multitudes, dejarse besar por jóvenes y maduras. Pintar un horizonte rosado y dar leña el PP. Ni siquiera la chamusquina andaluza le perturba. Él no está para esas tonterías. Él está para lo importante, para levantar el ánimo de los españoles y garantizarles que la primavera ha llegado no sólo en el calendario, sino también en la política y en la economía. En tales condiciones, ¿no creen ustedes que convendría levantar la pancarta de «Guardiola for president»?


ABC - Opinión

Corrupción. Huelga de boñigas caídas. Por Emilio Campmany

El elector imparcial, a base de escudriñar entre tanta porquería que traen los periódicos, entiende que en España están unos, que son corruptos, y que luego están otros, que también lo son, pero un poquito menos.

En Andalucía pintan bastos. Allí, a todos los dirigentes socialistas se les hacen los dedos huéspedes y no hay día sin su escándalo. A Griñán, a pesar del poco tiempo que lleva al frente del cortijo, ya se le ha puesto cara de malo de spaghetti western, de mueca torcida, labio caído y mirada asesina. Sólo Dios sabe lo que esconderán esas actas del Consejo de Gobierno que ha tenido que entregar finalmente a la magistrada. De la caja fuerte donde las han guardado en el juzgado puede salir imputado medio PSOE andaluz.

Y, sin embargo, pasa que el PP parece ir a remolque de los medios de comunicación. Sus dirigentes ven y huelen la porquería, pero antes de denunciar, acusar y escandalizarse, miran a un lado y a otro a ver cómo reacciona el personal. No les falta razón porque a veces los españoles se muestran más que indulgentes con lo que podríamos llamar "pequeña corrupción extendida". Nos solivianta que un tío se apalanque una fortuna a base de quedarse con algo de dinero de muchos. Pero, en cambio, si son varios los que entre amigos, familiares y compañeros reparten el dinero del Estado, ése que no es de nadie según Carmen Calvo, entonces ya no hay para tanto.


O quizá la parálisis del PP se deba a que, cada vez que levanta el dedo acusador, a los socialistas les basta decir Gürtel para callarles la boca. Es probable que el caso Correa sea una broma comparado con el lodazal andaluz. Es posible que lo de los trajes sea más el descuido de un dirigente ingenuo que el delito de uno corrupto. Pero ¿y si no fuera así? ¿Y si la trama Gürtel implicara una cascada de favores a unas determinadas empresas a cambio de financiación para el partido y comisiones para un puñado de políticos del PP valenciano? Aceptar un bolígrafo puede ser un descuido. Aceptar unos trajes a medida es una cosa muy rara. Y si fue un ingenuo error, ¿por qué dijo Camps que él se paga sus trajes si no es cierto? Dicho de otro modo, ¿por qué tiene el PP que presentar necesariamente a Camps y a su pequeño círculo de imputados a estas elecciones? ¿No hay en el PP valenciano bastantes militantes sin problemas con la Justicia que hay que recurrir a éstos?

Al final, el elector imparcial, a base de escudriñar entre tanta porquería que traen los periódicos, entiende que en España están unos, que son corruptos, y que luego están otros, que también lo son, pero un poquito menos. La conclusión no puede ser otra: la corrupción está generalizada y sólo sale a la superficie una pequeña parte de ella, la que cometen los torpes y la de quienes se fraguan demasiados y peligrosos enemigos. Y todo entre una casi generalizada indiferencia. Bonito país.


Libertad Digital - Opinión

Metternich junto al Wannsee. Por Hermann Tertsch

¡Ay, nuestra pobre ministra de Exteriores! Su intervención trasladó a tan distinguido público a un aula de parvulario.

ES difícil encontrar un marco mejor para lucirse. Pocos escenarios pueden ser más agradecidos para un político que el que le brindaba ayer a la ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, el Foro Hispano-Alemán en Berlín. En la magnífica sede de la compañía Wurth en el privilegiado paisaje de la ribera boscosa del Wannsee, en las afueras de Berlín. Hasta sol lucía. Allí tenía un público atento y respetuoso, con gran parte de la crema del empresariado español y alemán. Ha sido un gran éxito de convocatoria esta sexta edición del Foro al que el Rey Juan Carlos y el presidente de Alemania tienen ya firme costumbre de acudir y agasajar con una comida en el Palacio presidencial de Bellevue. Los empresarios españoles tienen claro que Alemania ha ejercido como ángel protector al haber impuesto unas reformas en España que jamás se habrían tomado de haber dependido del talante feliz de nuestro presidente autosatisfecho. Pero más allá del momento, saben que la Alemania actual es el mejor socio imaginable para desarrollar el tejido industrial español, ese flanco tan débil. Los alemanes que estaban allí cuentan en décadas su presencia en España. Y consideran que estos vínculos tan fuertes y estrechos no pueden dinamitarlos los disparates de unos políticos insensatos. Éstos vienen y se van pero los intereses comunes permanecen y sobrevivirán a la crisis, a Zapatero, gamberradas como la sufrida por EON y otros desmanes contra la seguridad jurídica. Como recalcaron los empresarios de ambos países, también el Rey y el presidente Wulff, la alianza estratégica entre España y Alemania es lógica, histórica y permanente.

Lo dicho, un chollo de público. Allí estaban desde el jefazo del BBVA, Francisco González, pegado a su Ipad, a Miguel Antoñanzas, de EON; Cesar Alierta y su gigante Telefónica, de buen humor; el gran jefe de Airbus, Thomas Enders, muy amable; el pope de Siemens, Peter Löscher, y el jefe de la Bolsa Alemana (DBAG) y presidente de la Cámara Internacional de Comercio, Manfred Gentz. Y el comisario Almunia, sobrio, riguroso e inteligente. Y decenas de personalidades del mundo de la diplomacia, la cultura y la sociedad civil en general. Todos dedicados a hablar de sus cosas, captar mensajes políticos si los hubiere. Las ministras españolas Cristina Garmendia y Trinidad Jiménez tenían allí un público amable y condescendiente. Garmendia logró hacer una exposición razonable. Pese a la evidencia de que su jefe ya le ha contagiado esa insoportable manía de forzar el optimismo hasta los extremos del buhonero. Pero ¡ay nuestra pobre ministra de Exteriores! Su intervención trasladó inopinadamente a tan distinguido público a un aula de parvulario. Podía ser también una charla de parroquia. A los pocos minutos de comenzar, los asistentes ya se cruzaban miradas compungidas. Cuando concluyó muchos suspiraron aliviados de que no se prolongara la vergüenza. La culpa no es suya. La tiene quien la tiene. Ella sufre en cuanto la sacas del mitin de barrio. Al final dijo que para ella Europa significa que nadie quede desasistido. Podía referirse a gobiernos desastrosos que piden dinero. O a sí misma. Despertó piedad la ministra. Después habló el ya sólo ministro de Exteriores, Guido Westerwelle. Se ha quedado sin vicecancillería y sin jefatura del FDP, después de hundirlo hasta el 3 por ciento en las encuestas. No da una, el pobre hombre. Pero después de hablar Trini, Guido parecía Metternich.

ABC - Opinión

Eurodiputados. Abajo los privilegios. Por Cristina Losada

En ese ¡abajo los privilegios! suena algo más que la pura racionalidad del gasto y del ahorro. Se entromete el afán igualitario. A fin de cuentas, hablamos de clases, aunque se trate de las que rigen en los aviones.

Los representantes del pueblo no han de tener privilegios. Así dicta, en breve, el clamor que ha levantado en España la negativa de los eurodiputados a viajar en clase turista, como cualquier hijo de vecino. La propuesta de bajar de categoría aérea provenía, como es natural, de un miembro de la izquierda. De la portuguesa, para más señas. Pero el grito contra el confort viajero de los parlamentarios ha traspasado las fronteras ideológicas: un raro consenso. Es evidente que los diputados deben dar ejemplo y apretarse el cinturón en tiempo de austeridades. Incluso en sentido literal: en turista irán más comprimidos. Hasta ahí, poco que objetar. El control del gasto tendría que ser más estricto. Y, por descontado, conviene investigar y sancionar a esos listillos que se dedican a la picaresca.

La objeción afecta al concepto. El concepto en cuestión es el de representantes del pueblo. Bien mirado, la indignación por este asunto obedece a que los enojados no consideran a los eurodiputados como sus representantes. Si los tomaran por tales, querrían que viajaran en las mejores condiciones a fin de que trabajaran y rindieran al máximo. Por la misma razón que las empresas llevan a sus directivos en primera. Más aún, si los vieran como sus portavoces, desearían que viajaran –y vivieran– con la mayor dignidad posible. En suma, tendrían privilegios. El problema es que sólo los ven como parásitos inútiles. Pero, entonces, dejémonos de cataplasmas populistas y pídase el cierre de la Eurocámara.

En ese ¡abajo los privilegios! suena algo más que la pura racionalidad del gasto y del ahorro. Se entromete el afán igualitario. A fin de cuentas, hablamos de clases, aunque se trate de las que rigen en los aviones. Cuando se dice que "ellos no se pueden permitir lo que no nos podemos permitir nosotros" no se reclama la igualdad de derechos, sino la igualdad en todo. Lo propio de la izquierda, que tanto ha explotado el resentimiento social de siempre. Y en esta crisis, ese resentimiento no se dirige, como antaño, contra los banqueros, los plutócratas, los burgueses de barriga y chistera, que vivían como rajás a cuenta del proletario famélico. Retiradas de la escena esas caricaturas, el hueco de los privilegiados han pasado a ocuparlo los representantes del pueblo. Que se anden con cuidado. Las iras de la plebe ya marchan contra ellos.


Libertad Digital - Opinión

La costumbre del poder. Por Ignacio Camacho

Paradojas de la larga hegemonía en un poder viciado: Chaves ha tropezado con el fantasma de Juan Guerra.

CUANDO llegó al poder en Andalucía, en plena eclosión del «caso Juan Guerra», lo último que podía imaginar Manuel Chaves es que acabaría él mismo envuelto en acusaciones de favoritismo familiar, escarnecido ante la opinión pública por comprometedoras sospechas de nepotismo. Y defendiéndose, como los hermanos Guerra, con el escudo de una legalidad que no protege el aspecto ético de las conductas políticas. Pero al final, en la última vuelta del camino de su larga trayectoria de dirigente público, ha topado con el fantasma que provocó la caída de su antiguo mentor y ulterior enemigo: el de la complacencia, el consentimiento o la complicidad con actividades de familiares directos situadas en el límite último, si no más allá, del decoro.

Juan Guerra, al menos, tenía una cierta coartada social. Era un pobre hombre, sin oficio ni formación, que encontró en la emergencia —y el beneplácito— de su hermano una oportunidad para medrar y desclasarse sin complejos. Pero los hijos de Chaves han tenido acceso a una educación privilegiada de estudios superiores e instrucción de posgrado. Con su currículum académico y el inevitable respaldo de su apellido podían haber encontrado empleos de razonable cualificación en sectores que no rozasen el ámbito administrativo en que la posición de su padre obligaba a evitar cualquier atisbo de conflicto de intereses. Compañías multinacionales, eléctricas, telecos, bufetes, auditorías, departamentos jurídicos, todo ese amplio organigrama empresarial donde siempre puede encajar sin problemas un economista o un abogado.


Sin embargo, optaron por introducirse en la zona más resbaladiza y delicada de un tejido económico en el que la Junta de Andalucía es el principal regulador y el primer contratista: el comisionismo, la gestión de ayudas públicas, la intermediación institucional. El terreno pantanoso en el que incluso desde la más benévola de las miradas resulta imposible sustraerse a la suspicacia del trato de favor o de la utilización de las influencias para vulnerar el principio de igualdad de oportunidades.

Sin entrar en la legalidad de los procedimientos —el entonces presidente debió ausentarse como mínimo en la reunión del Gobierno que concedía una millonaria subvención a la empresa que representaba su hija—, toda esta desagradable historia de negocios filiales más o menos comprometidos bosqueja el relato de una atmósfera viciada por la costumbre del poder. Un clima de identificación natural, espontánea, entre el ámbito privado y el público, vinculada a una suerte de relajado concepto de la impunidad moral que aflojaba cualquier autocontrol, cualquier cautela, cualquier remordimiento. Un espacio en el que el hábito de la hegemonía política difuminaba las fronteras de la duda hasta perder incluso el reflejo de los escrúpulos y el respeto por las apariencias.


ABC - Opinión

Rescate e incertidumbres

La ficha de Portugal del dominó de la crisis de la deuda cayó después de una resistencia que se quebró en un contexto de crisis política, con un Gobierno interino y un proceso electoral. El revés se daba por descontado. El deterioro de su financiación hasta niveles de bono basura y las dificultades de su sistema bancario lo hacían irremediable. El mercado tenía digerida la decisión desde hacía tiempo. La reacción de ayer demostró que el rescate ha supuesto un cierto alivio en la medida en que se ha considerado que el socorro europeo ofrece una solución y una garantía de cobro. Pese a todo, el tercer procedimiento de asistencia financiera –tras Grecia e Irlanda– genera incertidumbres. La principal es el posible efecto contagio, en este caso a España. El dato inquietante es que somos el país más expuesto a la deuda de Portugal, con 79.000 millones de euros, según el Banco de España, aunque matiza que ese volumen sólo significa el 2,1% de los activos totales de las entidades de depósitos españolas, lo que representa un nivel relativamente bajo de exposición. Hay una coincidencia generalizada en que Portugal y España son casos diferentes. Esa percepción es compartida en parte por unos mercados que, no obstante, mantienen sus precauciones y siguen expectantes. Aunque es cierto que España cerró ayer la primera emisión de deuda de abril con menores intereses y buen ratio de cobertura, también lo es que la prima de riesgo país permaneció en 180 puntos básicos cuando hace un año rondaba los 75. Ese persistente y notable diferencial sugiere un estado de desconfianza latente que expone a nuestra economía a un examen casi diario. Ayer, se produjo otra decisión que alimentó las dudas. El Banco Central Europeo aumentó un cuarto de punto los tipos de interés hasta el 1,25% después de tres años sin subidas, desde julio de 2008. Es un dato negativo para España. El dinero más caro lastra a las economías débiles como la nuestra, porque castiga la demanda interna, motor fundamental de la recuperación. El alcance del daño para nuestro país dependerá de que se trate o no de una subida aislada. Si bien los pronósticos son complicados, no es un buen síntoma que la cotización de los metales preciosos –considerados un refugio seguro en épocas de inestabilidad– se haya disparado. El rescate para España está descartado a corto plazo. Nos estamos refinanciando correctamente y disponemos de cierto margen para acelerar las reformas y los ajustes necesarios. Distinto es el panorama a medio plazo. Las previsiones macro, incluidas las más optimistas del Gobierno, alimentan el escepticismo sobre nuestra resistencia económica. Más paro y menos crecimiento en un contexto de subidas de tipos de interés y altos precios del petróleo y de las materias primas configuran un escenario peligroso. Que la situación varíe 180 grados pasa por la recuperación de la confianza. Y ello sólo será posible con un nuevo impulso político y económico a cargo de otro Gobierno. Esta etapa política está finiquitada por mucho que los responsables socialistas se enroquen en el poder y en su optimismo infundado. Cuanto más se demore la alternancia, peor para España.

La Razón - Editorial

Vuelta a la ortodoxia

El BCE sube los tipos para prevenir la inflación, pero no precisa los ritmos de la nueva política.

Horas después de que Portugal pidiera oficialmente ayuda financiera a la Unión Europea, Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo (BCE), anunció ayer una subida del tipo de interés de 0,25 puntos, situando el precio de intervención del dinero en el 1,25% y poniendo fin así a 23 meses de política monetaria coherente con una situación recesiva en varios países de la eurozona. Dejó entrever además que habrá nuevas subidas a medio plazo.

La decisión del BCE es inoportuna, ante todo, porque no se han agotado las convulsiones financieras (la llamada de auxilio de Lisboa así lo prueba) y algunos países siguen teniendo dificultades para crecer. Pero el marco político está muy claro para Trichet: Francia y Alemania han reencontrado la senda del crecimiento y la política monetaria puede ajustarse (las facilidades de liquidez se mantienen) sin que peligre la actividad de estos dos países.


Trichet tiene razones para endurecer la política monetaria. En los últimos meses se han detectado fuertes tensiones en los precios de algunas materias primas. Por ejemplo, en los precios del petróleo y de los alimentos (el encarecimiento del precio del trigo y de los cereales tiene mucho que ver con la rebelión en los países del norte de África). El barril ya está en la frontera de los 120 dólares, lo cual presionará al alza la media del coste del crudo durante 2011. Si no hay un descenso rápido del precio en los próximos meses, el petróleo puede convertirse en un foco inflacionista a través de la elevación de las rentas. Lo que Trichet llama "efectos de segunda ronda" constituyen un riesgo cierto.

La vehemencia del discurso del presidente del BCE sugiere que en la subida del cuartillo hay mucho de fervor ortodoxo: "Estamos extremadamente alerta frente a los efectos de segunda ronda. No los vamos a tolerar, ya que a medio plazo tendríamos un nivel más alto de inflación que no estaría en línea con nuestro mandato". Ahora bien, aceptados los motivos del banco, la cuestión es si se puede compatibilizar una política preventiva de la inflación con esquemas monetarios que no frenen la recuperación de los países que tienen dificultades para conseguir tasas de crecimiento que creen empleo. En España, el encarecimiento del dinero drenará rentas necesarias para estimular el consumo y puede elevar la morosidad de la banca.

Trichet podría haber logrado esa compatibilidad si hubiera precisado el ritmo y dosis de las nuevas subidas de tipos. Los Gobiernos, los consumidores y las empresas reclaman una política monetaria conocida y dosificada. Si el dinero ha de encarecerse, que lo haga en pequeñas dosis. Pero el presidente del BCE nada precisó; se escudó en la discrecionalidad del "seguiremos adoptando decisiones que estimulen la estabilidad de los precios". Es muy poco decir con Grecia, Irlanda y Portugal en la UVI.


El País - Editorial

La casta no viaja en turista

¿Cómo pretenden que respetemos los enormes sueldos y las cuantiosas dietas de unos representantes a los que nadie, ni siquiera quienes los han puesto ahí, toman en serio?

La casta política que rige nuestros destinos parece en ocasiones completamente ciega y sorda ante lo que piensan y sienten hacia ellos los ciudadanos, que son quienes les pagan, quieran o no. Vivimos en una época difícil, una crisis durísima, que ha provocado que el paro aumente a niveles felipistas. Ante las dificultades, los políticos han recortado pensiones y sueldos y nos han subido los impuestos. A cualquier persona con sentido común le puede parecer obvio que, en tal situación, lo mínimo que podrían hacer es ajustarse ellos el cinturón. Aunque fuera un poco.

Pero no. Partidos y sindicatos siguen generosamente sufragados con nuestro dinero, y grupos privilegiados como el del cine no han visto menguar sus ingresos provenientes de nuestros bolsillos. Los ciudadanos, con razón, perciben como privilegiados a quienes viven a espaldas del mercado, es decir, sin producir bienes y servicios por los que otros pagan voluntariamente. Si además estos se embolsan cantidades muy por encima de lo que percibe un asalariado medio, y disfrutan de prebendas especialmente apetitosas, el escándalo está servido.


No otra cosa ha sucedido con la negativa de los eurodiputados a dejar de viajar en business y hacerlo en clase turista. Ni siquiera se ha protestado por el hecho de que les paguemos los viajes, cuando lo normal para el ciudadano de a pie que se marcha a trabajar al extranjero es pagarse la residencia en su nueva ciudad y los viajes para visitar a la familia de vez en cuando. Lo que indigna es que nos obliguen a sacrificarnos los mismos que consideran una necesidad irrenunciable volar en business. Por eso Mariano Rajoy le dijo a Zapatero el año pasado, en el Congreso, que si había que tomar medidas duras como la congelación de las pensiones que se hiciera, mas sólo después de rebajar el dinero que percibían, entre otros, los partidos políticos.

Pero, sobre todo, los ciudadanos no entienden que debamos pagar un Parlamento Europeo que está muy lejos de representar la soberanía popular y que la casta ha convertido en un cementerio de elefantes, el lugar donde han de terminar las carreras de los profesionales de la política a los que ya no se quiere en primera línea de fuego. ¿Cómo pretenden que respetemos los enormes sueldos y las cuantiosas dietas de unos representantes a los que nadie, ni siquiera quienes los han puesto ahí, toman en serio?

Se dirá que estos gastos son el chocolate del loro y que hay que poner la lupa en la parte mollar del presupuesto europeo, que gasta nuestro dinero, sobre todo, en las subvenciones agrícolas. Ni que fuera incompatible una cosa con la otra. Habrá quien, incoherente, se queje de los gastos suntuosos de los políticos y no de lo mucho que nos cuesta a los europeos cada vaca que nace en nuestras fronteras. No es nuestro caso.


Libertad Digital - Editorial

El desplome del «régimen» andaluz

Andalucía no puede seguir así, porque el descrédito de muchos políticos es una rémora en tiempos de crisis económica y social.

AL fin, el Ejecutivo andaluz claudica ante el ultimátum de la juez encargada del «EREgate» y entrega las actas del Consejo de Gobierno, que pueden aportar datos esenciales para la investigación. Al mismo tiempo, se acumulan los escándalos que afectan a familiares del anterior presidente de la Junta, Manuel Chaves. En concreto, su hijo Iván aparece ahora firmando contratos en calidad de «comisionista», autodefinición que ha puesto por escrito en documentos el vástago del presidente del PSOE. Por mucho que sus amigos pretendan defender lo indefendible, la larga etapa del actual vicepresidente del Gobierno al frente de la Comunidad andaluza dejó secuelas que causan lógico escándalo en la opinión pública y deberían estimular a la Fiscalía Anticorrupción para actuar con una mínima diligencia. En el plano político, resulta imposible para los socialistas andaluces ocultar el enfrentamiento abierto entre Chaves y su sucesor, José Antonio Griñán, tras el episodio reciente de la salida precipitada de Luis Pizarro, hombre fuerte del chavismo durante largos años. El conflicto ofrece dimensiones a escala nacional, teniendo en cuenta que el ex presidente de la Junta era —y sigue siendo— presidente del PSOE y que su «traslado» a Madrid fue una decisión personal de Rodríguez Zapatero, cuya sucesión ha convertido al partido en una auténtica jaula de grillos.

La opinión pública exige explicaciones convincentes, mientras se impone la idea de que la única solución razonable es un anticipo electoral, coincida o no con las elecciones generales. La alternativa que plantea Javier Arenas se percibe ya como una necesidad de higiene democrática porque todas las evidencias coinciden en que tantos años de gobierno socialista han generado pautas de control social y clientelismo político que son incompatibles con el pluralismo propio de una sociedad abierta. Andalucía no puede seguir así, porque la pérdida de confianza y el descrédito de muchos políticos son una rémora importante en tiempos de crisis económica y social. Cada día se suceden nuevas revelaciones acerca de prácticas intolerables en un Estado de Derecho, y ello requiere una solución a corto plazo mediante la decisión de los ciudadanos andaluces, indignados hoy día ante la magnitud de tantos favoritismos e irregularidades.

ABC - Editorial