miércoles, 23 de marzo de 2011

ZP se va a la guerra. Por José María Carrascal

A las guerras se va,sin que sepamos nunca cuándo se volverá, si es que se vuelve.

«QUÉ dolor, qué dolor, qué pena!», cantaban de Mambrú las niñas de mi infancia. Y seguían: «No sé si volverá». Tampoco sabemos si Zapatero volverá de esa fuga hacia el polo opuesto al que ocupaba. Tras haber abandonado su política social, sus devaneos con los nacionalistas, su diálogo con Eta, su alianza de civilizaciones, coge el fusil y se va a la guerra. «Por un mes prorrogable», nos dice. Pero a las guerras se va, sin que sepamos nunca cuándo se volverá, si es que se vuelve. Que se lo pregunten a Bush, a Blair, a Aznar, y a tantos otros. Más, en una guerra como esta, llena de contradicciones e interrogantes. Nos aseguran que el objetivo no es echar a Gadafi, sino impedir que siga masacrando a su pueblo. Pero ¿cómo puede impedírselo si continúa en el poder? Nos aseguran también que ni un solo soldado de la coalición va a pisar suelo libio. Pero ¿cómo van a alcanzarse los objetivos si las guerras no se ganan desde el aire, sino desde tierra? Nos juran que lo único que se pretende es «evitar un baño de sangre». Pero ¿cómo impedir que el conflicto degenere en guerra civil, que son las que las más sangrientas? Pregunta sobre pregunta, duda sobre duda, que sólo nos despejará el futuro, más incierto que nunca. Sobre todo si pensamos en la contradicción básica que persigue esta alianza. Vamos a suponer que se consigue desalojar del poder a Gadafi, no importa cómo. Y entonces, ¿qué? ¿Nos olvidamos de Libia? Si de verdad nos preocuparan los libios, tendríamos que estar dispuestos a ayudarles a crear lo que ahora no tienen: un sistema judicial, una administración territorial, una policía, un ejército, un cuerpo docente, el entramado, en fin, que constituye un Estado moderno y eficaz, donde pueda desarrollarse una sociedad civil. Pero de eso no quiere saber nadie nada, ni Obama, ni Sarkozy, ni Cameron, ni Zapatero. Y eso es lo fundamental, ya que sin ello, Libia estará a merced del primero que llegue. No debiendo descartarse que Gadafi, acorralado, se alíe con Al Qaeda para sobrevivir. Con lo que habríamos hecho un pan como unas tortas.

Son incógnitas que hubieran tenido que estar resueltas antes de lanzar la Operación Amanecer de la Odisea, pero en las que nadie parece haber pensado. Incluso hay distintos criterios sobre la estrategia y el mando, sobre el papel de la OTAN y el alcance de la operación. Con dos bandos claramente marcados, el de los halcones, partidarios de pegar fuerte, y el de las palomas, partidarios de andarse con toda clase de precauciones. Y la historia enseña que a la guerra no puede irse con precauciones, se hace o no se hace.

Lo curioso es que Zapatero esta vez está en el bando de los halcones. Él lo justifica con el mandato de la ONU y razones humanitarias. Aunque puede también influir que mientras se habla de Libia, no se habla de su futuro.


ABC - Opinión

Libia. Entre la guerra y la miseria política. Por Agapito Maestre

Zapatero ha hecho lo que se esperaba. Nadie le ha levantado la voz. Vamos a la guerra de Libia porque le da la gana. Punto.

La sesión del Parlamento de ayer no ha sido sólo bochornosa, ojalá, sino que nos ha enseñado que la política española ha quedado reducida a una mera rebatiña por el poder. Es difícil no sentir vergüenza ajena ante lo sucedido en el Parlamento. Zapatero ha hecho lo que se esperaba. Nadie le ha levantado la voz. Vamos a la guerra de Libia porque le da la gana. Punto. No ha dado un solo argumento que haga creíble su posición política. Excepto Llamazares, todos han seguido como ovejas la demagogia de Zapatero. Pero, en mi opinión, el peor parado de todos es Rajoy. Yo esperaba alguna pregunta retórica, por ejemplo, cuánto tiempo necesita el Gobierno para participar en la guerra de Libia o algo parecido.

Pero Rajoy ha preferido mantener el perfil bajo que le aconsejan sus asesores. No ha querido mostrar contradicción alguna en el comportamiento de los socialistas ante las guerras de Irak, Afganistán y la de Libia. Nada ha dicho ni hecho Rajoy que pueda resaltarse, excepto plegarse al dictado de Zapatero. El problema, sin embargo, no es que Rajoy no diga nada, sino que exhibe una dejadez de ánimo preocupante. Rajoy parece haber renunciado a su oficio: la oratoria. Ya no se trata de que no tenga nada qué decir, sino que no quiere decir. No cree en nada de lo que hace, por lo tanto, no quiere discutir nada con su adversario. Sólo quiere que haya elecciones y ganarlas. ¡A la rebatiña por el poder a través del silencio!


Rajoy sólo quiere el poder al mínimo coste posible, es decir, sin ni siquiera ejercer el oficio de tribuno público. Renuncia al oficio de orador profesional, que no otra cosa es el político, y no quiere tampoco ponerse como ejemplo de un buen ciudadano, que se preocupa por preguntarle a su presidente de Gobierno cosas sencillas como, por ejemplo, por qué antes no fue a Irak y ahora va a Libia, o qué sacará España de este seguidismo de las posiciones francesas y británicas. Si nada de esto le preocupa a Rajoy, entonces qué pinta este hombre en el Parlamento. Nada. Sólo espera que le llegue el poder, porque la gente está cansada de las tropelías de Zapatero.

Ya digo que es difícil no sentir vergüenza ajena ante el comportamiento de toda la casta política en general, y del responsable de la oposición en particular, ante el cinismo de Zapatero. El problema es que tampoco en la calle existe demasiado malestar. La chusma pasa de todo y los ciudadanos normales buscan espacios privados donde salvarse de estos salvajes políticos. Si las palabras son las únicas armas de los políticos, entonces puede decirse que la sesión parlamentaria de ayer certificó la muerte de la política.


Libertad Digital - Opinión

Salida digna. Por Gabriel Albiac

Cuando el Nadie sonriente se instaló en la Moncloa, éste era un país rico. Siete años después, está en la ruina.

La ideología se asienta sobre ausencia de ideas y exceso de retórica: una amalgama letal en sociedades capaces de fabricar conciencias a medida. El estallido brutal de los totalitarismos marcó el inicio de ese tiempo en el cual la ficción suple a la realidad ventajosamente. Un necio armado de sonoras vaciedades es la variedad más peligrosa de la especie humana. Triunfará, si a eso une la impecable ausencia de sentido del ridículo. La necedad, multiplicada por el altavoz propagandístico, se trocará en verdad, la única, la exterminadora verdad que exige que todo análisis no concordante con su salvífico mensaje sea aniquilado. Hitler o Stalin podían ser sujetos ridículos; lo son, a poco que escuchemos, en el frío que impone la distancia, sus palabras; a poco que descompongamos la desmesura semiótica de sus gestos. Triunfaron. Hay en lo monstruoso un enfermo atractivo. Basta que quien esté detrás del ojo de la cámara sea Leni Riefenstahl, para que los gestos grotescos del Führer en el estadio olímpico berlinés del 36 revistan esa épica de canto colectivo en la cual los gregarios humanos tanto aman identificarse.

Pasaron tres cuartos de siglo. La capacidad de hacer con cualquier cosa un gobernante ha accedido a su final refinamiento. No hay partidos políticos ya; sólo agencias publicitarias. Que le dan al votante lo que el votante quiere; el equivalente exacto de lo que se traga cada noche ante la tele: basura. Recamada de abalorios y quincalla que ciegan, con su bárbaro destello, los ojos de los maltratados por una vida hecha de repeticiones. No hay límite: a mayor vulgaridad, identificación más alta. La clientela de telebasura y políticos no perdona: aquel que desee su anuencia debe avenirse a exhibir hasta qué punto es un monstruo. Televisor y urnas son el espejo mágico de la bruja de Blancanieves. El ciudadano exige que la imagen que aparece le resulte aún más abyecta que la suya propia. Por eso triunfan en los talk-showspersonajes repulsivos. Por eso ganó dos veces en las urnas Zapatero: lo inconcebible. Racionalmente.

Llegó al poder, porque una pulsión masoquista demasiado humana está siempre tentada de poner en el mando supremo al tonto de la tribu. Era cosa de mucha risa, y además —necios de nosotros— pensamos que el descacharrante sainete nos iba a salir gratis, porque, al fin, las cosas del Estado funcionan por sí mismas y uno podría —como hicieron los hippies californianos, en los años sesenta— presentar un cerdito a las presidenciales con la certeza de que, si ganaba, todo continuaría igual que con un bicho humano. La boutadeera graciosa. Su anacrónico éxito aquí ha sido catastrófico.

Cuando el Nadie sonriente se instaló en la Moncloa, éste era un país rico. Siete años después, está en la ruina. Cuando el pánico colectivo puso el Estado en manos del ángel de las «ansias infinitas de paz», España había haciéndose un sitio en el juego de las relaciones internacionales. Siete años después, nos queda Chávez. Y una guerra. De verdad. Absurda. No sé si será cierto lo de que piensa marcharse ahora, tras haber enlodado realidad y retórica de un modo loco. Para volverse a casa. Tan tranquilo. Yo en su lugar, al menos, me volaría los sesos. Dignamente.


ABC - Editorial

Tópicos, mentiras y mensajes en el twitter. Por Federico Quevedo

He leído en el twitter de Santiago Segura un post que dice “NO A LA GUERRA (¿o ahora no toca?)”. La coherencia es una virtud que en estos tiempos brilla por su ausencia, y está bien que haya quien la manifieste tan a las claras, aunque a muchos les produzca una verdadera urticaria producto de la mala conciencia. Bien por el director-productor-protagonista de Torrrente IV, que demuestra que cuando se hace un cine que triunfa y no necesita de la subvención del Estado se puede tener vida y pensamiento propios, cosa que no pueden decir muchos de sus compañeros que todavía dependen de las decenas de millones de euros que el Gobierno tiene pendiente repartir en el mundo del cine durante los próximos meses, y quizá por eso se han olvidado de lo que defendían antes.

En fin, venga esto a cuenta de la denuncia de esa doble moral de algunos, o mejor dicho, de la absoluta ausencia de moral con la que ese mundo ha venido actuando durante tanto tiempo, sirviendo a una revolucionaria ideología llamada subvención. Como es evidente que mientras el Gobierno les riegue con la manguera del Presupuesto no podemos esperar de ellos nada parecido a un acto de coherencia como el de Santiago Segura, tampoco merece la pena perder más tiempo en criticar a unos personajes que se descalifican por sí mismos, aunque a todas luces nos estemos enfrentando a una situación que plantea enormes interrogantes, a los cuales ayer el presidente del Gobierno no ofreció respuestas satisfactorias.


Básicamente el argumento que se nos ha ofrecido es el de que Gadafi es un sátrapa, es decir, un malo malísimo, que maltrata y masacra a su pueblo y le niega el pan y la sal, o sea, la libertad y la democracia. Vamos, que con esa premisa medio mundo debería estar bombardeando al otro medio. Lo que no nos dice nadie, por más que se pregunte, es por qué si Gadafi es un sátrapa, es decir, un malo malísimo, le hemos dejado que plantara su jaima en todas y cada una de las capitales europeas, incluida Madrid, y le hemos recibido con todos los honores, además de venderle las armas con las que supuestamente ahora martiriza a los libios. Al menos, nuestros líderes podían esgrimir un poco de contrición, algo así como “lo sentimos, nos equivocamos y ahora vamos a intentar enmendar el error”. Un error que, además, se repite demasiadas veces.

Lo cierto, sin embargo, es que esta intervención militar en Libia ofrece pocas luces y excesivas sombras, tantas que empieza a provocar un enorme desasosiego. De entrada, seguimos sin entender muy bien para qué sirve porque, por un lado, se nos dice que Gadafi es un peligro para su pueblo -ya lo era antes y no se hizo nada- pero, por otro, se asegura que el objetivo de la operación no es derribarlo… ¡Cuánto se parece esto a la I Guerra del Golfo!

Sarkozy busca impulso
«¿Realmente estos tíos quieren la paz y la democracia? ¿Ha ido Rodríguez a hablar con ellos para saber cuáles son sus intenciones? ¿Y si eso que Rodríguez llama muy voluntariosamente “primavera árabe” resulta ser un invierno helador?.»
Eso si se cumplen las previsiones, porque estas cosas se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo acaban. Es decir, que vamos a Libia a proteger a los libios de su líder al cual le vamos a permitir seguir en el poder para que continúe masacrando a su pueblo. Bien pues, de entrada, parece una solución un tanto kafkiana. Y, de salida, tiene toda la pinta de ser una excusa más para esconder los verdaderos motivos de una operación sospechosamente montada en el último momento a instancias del presidente francés, Nicolás Sarkozy, que parece necesitar de un cierto protagonismo internacional para recuperar parte del crédito perdido entre los franceses. Eso, y el miedo a que Gadafi nos deje sin reservas de gas y petróleo, parecen ser las verdaderas razones de una acción armada de lo menos humanitaria y de lo más interesada. Pues a mí, me van a perdonar, esto me empieza a resultar profundamente indignante y tengo la impresión de que la comunidad internacional, que es el tópico al que se recurre para sumarse con un entusiasmo descriptible a la operación y aparecer en las fotos de París, se está cubriendo de gloria y va a acabar metiendo la pata hasta la ingle.

El otro tópico con el que nos quieren vender lo invendible es el de la masacre del pueblo libio. ¿Qué masacre? ¿De qué pueblo? Hasta ahora lo único que sabemos es que Gadafi está luchando contra los rebeldes, y que nosotros, o sea, eso que eufemísticamente llamamos comunidad internacional, nos hemos metido en medio para proteger a la población, es decir, a los rebeldes. Muy bien pero, ¿sabemos quiénes son los rebeldes? ¿A qué consignas obedecen? ¿Quién o quiénes los dirigen y organizan? ¿Sabemos algo, o no tenemos ni puñetera idea de nada y nos enfrentamos a un futuro incierto como ya nos ocurrió en Irán y en Afganistán si estos a los que ahora ‘protegemos’ llegan al poder?

Ayer Rodríguez intentaba convencernos en el Congreso de que vamos a defender la paz y la democracia pero, ¿realmente estos tíos quieren la paz y la democracia? ¿Ha ido Rodríguez a hablar con ellos para saber cuáles son sus intenciones? ¿Y si eso que Rodríguez llama muy voluntariosamente “primavera árabe” resulta ser un invierno helador? Porque no sería la primera vez, y da la impresión de que si en anteriores ocasiones la comunidad internacional tenía poca información, ahora no tiene ninguna. Es más, está, lo que se dice, a dos velas, a por uvas… Más perdida que un pulpo en un garaje.

Miren, no tenemos ni idea de para qué estamos ahí, no sabemos cuánto va a durar ni cómo va a acabar, se nos habla de consenso internacional y en la OTAN están a bofetada limpia sin ser capaces de decidir quién toma el mando de la operación, nos meten en una guerra -porque esto es una guerra, por mucho que Rodríguez se empeñe en llamarlo misión humanitaria- sin decirnos ni lo que cuesta ni cuáles son los objetivos reales, porque si ustedes se creen que el objetivo final no es acabar con Gadafi son unos ilusos. Si no fuera tan grave y tuviera como consecuencia vidas humanas, esto sería una broma de mal gusto, pero es grave, y mucho. Y lo es también porque entre la poca información que tienen los aliados y la que nos ocultan, los ciudadanos tenemos muchos motivos para sentirnos engañados y pensar que hay más mentiras que otra cosa detrás de las razones que amparan esta guerra. Ayer, sin embargo, la inmensa mayoría del Parlamento respaldó a Rodríguez en esta aventura. Está bien que la oposición cierre filas con el Gobierno en una situación de crisis internacional y de urgencia -ojalá siempre fuera así, ahora como antes-, pero eso no puede servir de tupido velo sobre una realidad que empieza a preocupar a muchos ciudadanos: la de una guerra para la que no encontramos explicaciones suficientemente razonadas y razonables.


El Confidencial - Opinión

Hijo del ínclito Marte. Por M. Martín Ferrand

Los siete años de zapaterismo que llevamos vividos nos han enseñado a confiar mucho más en la sociedad que en el Estado.

MIENTRAS el portaaviones «Príncipe de Asturias» supera la ITV, el presidente del Gobierno se dirigió al Congreso para convalidar su decisión guerrera y aclararnos que «no pretendemos expulsar a Gadafi sino evitar que siga atacando al pueblo libio». Cuando se tienen las ideas claras todo resulta más sencillo y, en ese entendimiento, José Luis Rodríguez Zapatero bien pudo comparecer ante los representantes del pueblo español —de quienes se sospecha que sí quieren expulsar a Zapatero— e iniciar su perorata con el primer verso del himno del Regimiento de Infantería Inmemorial del Rey nº 1, la unidad militar más antigua del mundo: «Hijos somos del ínclito Marte». Puestos al esperpento, cuanto más mejor en esta España surrealista. Tan deplorable es el espectáculo de escaseces y desconexiones, de protagonismos indebidos y ocultación fácticos, que nos ofrece el Gobierno que parece dirigido por Gerard Mortier, el genio escénico que ha metido el Werther de Massenet en un cajón y el cajón en el escenario del Teatro Real de Madrid para demostrar el «aquí mando yo» de los mediocres.

Los siete años de zapaterismo que llevamos vividos, repletos de odios retrospectivos e interpretaciones fofas de la realidad más dura, nos han enseñado a confiar mucho más en la sociedad que en el Estado y en las instituciones. A pesar de ello la sesión parlamentaria de ayer es de difícil digestión. Mariano Rajoy, en la serenidad de quien ya se sabe presidente del Gobierno dijo lo que le cuadra a sus vísperas y los demás, unos cooperadores necesarios de la política gubernamental que denostan y otros zigzagueantes observadores más atentos al cazo regional que a la olla nacional española, trataron de salvar la cara y nos enseñaron el plumero. Hasta Gaspar Llamazares, coherente en su «no a la guerra», llegó a proponerle a Zapatero, el zurdo, el modelo político de Angela Merkel. El desideratum.

Lo que USA no quiere y la OTAN no puede se ha quedado en «la coalición de París», algo difícil de explicar e imposible de entender... salvo por el renovado Zapatero que inició su primer mandato desbaratando de malos modos la organización occidental en Irak y se dispone a terminar el segundo con el fusil en la mano, pleno del «ardor guerrero» del himno de Infantería en una confrontación que, está en el aire, solo en el aire, para contradecir todas las teorías militares desde Alejandro Magno a nuestros días. Muy lejos de cualquier interés en la quiniela sucesoria del líder hay que ver en tan raras maniobras la inspiración castrense de Carme Chacón. Menos mal que «Tramontana», el submarino, se dispone a pre-posicionarse.


ABC - Opinión

Libia. Ardor guerrero. Por José García Domínguez

Singular, insólito genocidio en el que al genocida se le reconoce el soberano derecho a continuar reinando sobre el escenario de sus crímenes.

Vista esa querella de rufianes entre el ministro de Justicia de Gadafi, avezado carnicero con las manos empapadas de sangre, y su antiguo maestro, guía y patrón, parece que no hay en el Parlamento español quien muestre reserva moral alguna a enfangarse en semejante trifulca. Triste unanimidad que, sin embargo, a mí me recuerda un viejo pasquín de la extrema izquierda cuando la Transición –del MC para el lector que ya gaste una edad–."Gane quien gane, tú pierdes", rezaba su cartel electoral no sin alguna aciaga lucidez. Aunque uno pueda entender el súbito ardor guerrero del presidente del Gobierno, que ha corrido a alistarse voluntario sin que nadie le hubiera dado vela en el entierro de la sardina pacifista.

Y es que, en la estela de aquellos oscuros legionarios de las coplas de doña Concha Piquer, el recluta Zapatero igual ansía expiar algún turbio pasado en la primera línea del frente. Fervor bélico que, muy en su estilo, lo ha llevado del minimalismo ético al maximalismo semántico sin solución de continuidad. Así, en la alocución ante el Congreso ha vuelto a reincidir en ese vicio tan suyo, el de pervertir los significados del diccionario prostituyendo el uso de las grandes palabras para su empleo mercenario al servicio de la pequeña política. Por ejemplo, al calificar con alegre impunidad de "genocidio" cuanto viene aconteciendo entre esas tribus del desierto africano de quince días a esta parte. Por más que la evidencia fáctica a propósito del tal genocidio sea equiparable a la que en su momento se dispuso sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak.

Porque resulta ser exactamente la misma. Ni mayor ni menor. La misma. O sea, ninguna. Lástima que Don Tancredo no concediera recordárselo desde la tribuna. Lástima de amnesia, la que asimismo le impidió mencionar que éste habrá de ser el primer ataque militar de España contra una nación árabe. Por cierto, singular, insólito genocidio en el que al genocida se le reconoce el soberano derecho a continuar reinando sobre el escenario de sus crímenes. Lo acaba de anunciar el propio Zapatero: "No se trata de echar a Gadafi, sino de poner fin al genocidio". Grandes, enormes, imponentes palabras; ínfimas, raquíticas, mezquinas realidades: Zetapé en estado puro.


Libertad Digital - Opinión

No pienses en un Tomahawk. Por Ignacio Camacho

El ataque a Libia tiene el amparo de la ONU pero la decisión de formar parte de la misión es voluntaria.

EL ataque a Libia cuenta con el respaldo de la ONU y por tanto está amparado por esa peculiar legalidad internacional que se construye con el voto de los dictadores. Sin embargo, formar parte de la misión militar es, al menos hasta que intervenga la OTAN, una decisión voluntaria que Alemania, por ejemplo, no ha querido tomar. Zapatero sí la ha tomado, sin esperar por cierto la autorización del Congreso, y ha hecho bien porque España no debe rehuir sus compromisos y alianzas; pero la contradicción con su trabajado discurso pacifista es tan evidente que Rajoy apenas necesitó recordársela ayer. Está patente en la opinión pública, y se abre paso sola por mucho que el discurso oficial ponga el énfasis en la resolución previa del Consejo de Seguridad y en ese mantra de «Libia no es Irak» que sustituye al de «España no es Grecia, ni Portugal, ni Irlanda». Simplemente, ocurre que la retórica del «ansia infinita de paz» chirría ante la orden de despegue de unos F-18 que no van a construir escuelas ni hospitales para el sufrido pueblo libio. Lo sabe el presidente y lo saben los ciudadanos, que son los que sacan conclusiones. En la teoría de los marcos mentales de Lakoff —«No pienses en un elefante»—, tan querida al posmodernismo político zapaterista, esta guerra legalmente justa vincula al antiguo ZP con la inequívoca simbología bélica de un bombardeo. No pienses en un Tomahawk. No pienses ya siquiera en las próximas elecciones.

Libia no es Irak, desde luego, aunque entre Gadafi y Sadam existan simetrías destacables. Árabes ambos de confusa ideología izquierdista, dictadores crueles y estrambóticos, antiguos aliados de conveniencia de Occidente, gestores de grandes bolsas de petróleo. La clase de tipos con la que el mundo libre se abraza y bombardea alternativamente. En Irak se atacó sin consenso con la falaz coartada de las inexistentes armas de destrucción masiva; en Libia se ha buscado el acuerdo sobre la base de una intervención humanitaria que casi nadie cree como nadie creyó la pamema del infernal armamento iraquí. Zapatero se agarra al humanitarismo como Aznar se agarró al arsenal químico de Sadam; pretextos para disfrazar la voluntad de derrocar a un sátrapa incómodo. A favor del presidente cuenta no obstante la baza del permiso de Naciones Unidas, aval que también acabó llegando a posteriori para la operación de Irak. Lo que abrasa ahora el crédito del zapaterismo no es la impecable adecuación formal de su decisión política, sino el contraste con la identidad ideológica que ha tratado de forjar de sí mismo y con la evidencia de que siete años después de presentarse como adalid del pacifismo universal acaba aterrizando en una dura realpolitik de portaviones, fragatas y misiles. Un marco de opinión pública aplastante para el gobernante que al inaugurar su mandato prometió con ahuecada solemnidad que el poder nunca lo cambiaría.

ABC - Opinión

Todos en sus puestos

ENCABEZAMIENTO

Faltó poco para que el Congreso respaldara casi por asentimiento la intervención de España en la guerra de Libia. Fue tal el grado de coincidencia con la decisión adoptada por el Gobierno que sólo Gaspar Llamazares puso la nota discordante, aunque desde la tribuna de invitados se corearon tenues gritos de «No a la guerra». De los 340 diputados asistentes sólo tres votaron en contra y uno se abstuvo, aunque por error. El aval político es concluyente. Todos los grupos habían sido informados durante el fin de semana y la predisposición era casi absoluta. Una actitud coherente con el desarrollo de los acontecimientos y las circunstancias que atraviesa el país africano. Zapatero expuso argumentos conocidos e insistió, aunque sin mencionarla, en marcar diferencias con la guerra de Irak cuando subrayó que la misión está «anclada en su legalidad y su legitimidad». Mariano Rajoy cumplió con responsabilidad el deber de respaldar al Gobierno y a los aliados en una operación para evitar el exterminio de la oposición civil libia. El PP, con Aznar, primero, y ahora con Rajoy, ha demostrado un encomiable sentido de Estado en política exterior, lo que no puede decirse del PSOE, que ha pasado del «no» al «sí» a la guerra sin trauma alguno. Debemos, por tanto, elogiar la seriedad de Rajoy y también de Duran Lleida, que apoyó la posición española en Libia con una intervención sólida. Esta práctica unanimidad no significa que la actuación aliada en Libia no merezca reparos. La campaña está pivotando sobre un exceso de contradicciones, confusión y opacidad que no favorece su crédito ante la opinión pública. La aplicación de la resolución 1.973 no es precisamente estricta y bajo el paraguas de imponer una zona de exclusión aérea se están atacando toda clase de objetivos que, por cierto, no se identifican y permanecen en una nebulosa. Otro ejemplo de este desconcierto son las disensiones sobre el futuro de Gadafi. Como ejemplo, Zapatero confirmó en el Congreso que el objetivo no es acabar con el dictador, cuando dijo exactamente lo contrario el pasado viernes en presencia del secretario general de la ONU. Si se ha actuado por los crímenes del dictador contra el pueblo, qué sentido tiene que se le permita seguir en el poder. Que se garantice así la impunidad de sus asesinatos resulta inexplicable. Como también nos parece censurable que los aliados se enreden en un rifirrafe sobre quién ejerce el mando de la operación. Ofrecen un espectáculo poco edificante que carga de razones a quienes piensan que los intereses económicos y geoestratégicos de las potencias pesan más que los derechos humanos. La pésima experiencia de la posguerra iraquí justifica la duda que Rajoy expresó ayer en el debate sobre si está planeada ya una «estrategia de salida». Parece que no, porque no existen ni plazos ni fechas ni objetivos de futuro. Sin duda, cualquier escenario que no concluya con la caída de Gadafi y el desmantelamiento de su dictadura será un fracaso. El Gobierno y los principales partidos del país han estado en su sitio. Nos queda, sin embargo, la sensación de que la comunidad internacional anda casi a ciegas y a trompicones en este conflicto bélico.

La Razón - Editorial

España en la coalición

La intervención extranjera no debe deslegitimar a las fuerzas rebeldes que luchan contra Gadafi.

Todos los grupos parlamentarios, con la excepción de Izquierda Unida y BNG, respaldaron ayer la decisión del Gobierno de participar en la coalición internacional que, en cumplimiento de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad, se propone proteger a la población civil libia de los ataques del coronel Gadafi. Aunque esperado, el resultado de la votación demuestra que la política mediterránea es percibida por el conjunto de las fuerzas políticas, y también por la mayoría de los ciudadanos, como una prioridad de la diplomacia española. Hubiera resultado inexplicable quedar al margen de una operación en la que el imperativo moral de impedir al régimen libio cometer nuevas atrocidades coincide con la imprescindible autorización de Naciones Unidas. Por razones no fáciles de entender, el Gobierno decidió limitar a un mes la autorización solicitada a la Cámara, aunque señaló que se trata de un plazo prorrogable.

La misión a la que se ha incorporado España se enfrenta, con todo, a problemas derivados de la urgencia con la que tuvo que ponerse en práctica, apenas horas después de que el Consejo de Seguridad aprobase la resolución que le ha servido de base. Razones de operatividad aconsejaron que Estados Unidos asumiera inicialmente el mando, pero el presidente Obama ha expresado su deseo de cederlo cuanto antes. Francia, que fue el primer país en intervenir, aspira a tomar el relevo en un intento de corregir los recientes errores de su política en Túnez. Italia, cuyas bases son esenciales para el desarrollo de la misión, prefiere, por su parte, que sea la OTAN quien ocupe el lugar de Estados Unidos, limitando el protagonismo francés. Pero esta alternativa choca con los recelos de algunos aliados, como Turquía. La fórmula propuesta para encajar el rompecabezas es la de establecer un mando político que ejecute sus decisiones a través de la Alianza. Estados Unidos ve con buenos ojos esta solución anunciada por el ministro de Exteriores francés, Alain Juppé, aunque falta por conocer la reacción del resto de los miembros de la OTAN.


Junto a los problemas relacionados con el mando, también han surgido dudas sobre el objetivo de la misión. Pese a la amplitud de los términos en los que está redactada, la resolución 1973 no ampara el derrocamiento de Gadafi. Ir más allá de las operaciones dirigidas a proteger a la población civil no solo podría desbordar el marco jurídico fijado por Naciones Unidas; además, comprometería gravemente el futuro político de Libia. Los propios rebeldes que combaten a Gadafi han reiterado su oposición a que las fuerzas internacionales vayan más allá del objetivo fijado por la resolución, en la convicción de que su legitimidad no debe quedar en entredicho si finalmente logran derrocar la dictadura.

La rapidez con que la coalición liderada por Francia, Reino Unido y Estados Unidos ejecutó la misión autorizada por la resolución 1973 ha hecho que caigan en el olvido otros aspectos sustanciales de este texto que inspira la estrategia internacional frente a Libia. En concreto, la necesidad de bloquear los activos financieros de los que dispone Gadafi, incluyendo el fondo soberano libio, para financiar la maquinaria militar que ha lanzado contra sus propios compatriotas. Si su intención es plantear una guerra de desgaste en la que los miembros de la coalición se vean tarde o temprano presionados por sus opiniones públicas, la necesidad de privar a Gadafi de recursos se vuelve más imperiosa.

Naciones Unidas ha dado pie para hacerlo, con el mismo énfasis con el que ha establecido el embargo de armas y ha autorizado las acciones dirigidas a proteger a la población civil. El componente militar de la estrategia de la coalición no debería arrinconar el papel de la diplomacia, que sigue siendo imprescindible para un desenlace favorable de la misión.


El País - Editorial

Diez razones para desconfiar del general Zapatero

A Zapatero le ha bastado con un discurso de menos de diez minutos para que todos los partidos, salvo Izquierda Unida, se pusieran en primer tiempo de saludo.

  1. Una resolución inconcreta de Naciones Unidas: El gran argumento de Zapatero para defender la intervención militar en Libia es el acuerdo de la ONU, un acuerdo que sin embargo no cuenta con el aval de Rusia, China, India, Brasil y Alemania. Tanto Rusia como China han exigido ya el cese de los bombardeos.
  2. El mandato internacional no contempla operaciones terrestres: La coalición internacional no ha previsto ayuda en tierra ni presencia militar, lo que puede dificultar sobremanera la consecución de objetivos como que cese la represión sobre la población civil...
  3. Mantener a Gadafi: El mandato tampoco contempla deponer al dictador libio, lo que demuestra la improvisación en los planes diplomáticos franceses.
  4. División en la OTAN: La Alianza Atlántica duda en tomar el mando, puesto que la mayoría de los países que la componen han declinado participar en el hostigamiento bélico de Libia. Italia ha amenazado con no permitir el uso de sus bases si la Alianza Atlántica no toma el mando de las operaciones inmediatamente.
  5. ¿Dónde está la UE?: El apoyo de la Unión Europea a esta acción militar es inexistente. La renuencia de Alemania a participar en ella ha debilitado la posición conjunta europea.
  6. Mando rotatorio: Sarkozy se mostró desde el primer momento dispuesto a liderar la misión, pero conforme han avanzado los días, la inexistencia de un mando único y claro ha provocado las "deserciones" de algunos países que habían anunciado su participación.
  7. "Retirada" de Obama: El presidente norteamericano ha eludido en todo momento ponerse al frente de la acción bélica, pese a que el mayor esfuerzo militar corresponde a los Estados Unidos.
  8. La Liga Árabe: Zapatero presume de que la operación de castigo sobre Libia cuenta con el apoyo de la Liga Árabe. En un principio se habló de que Qatar y Emiratos Árabes participarían en las acciones. No ha sido así y la Liga Árabe ya ha mostrado su contrariedad por la intensidad de los bombardeos en Libia.
  9. La autorización del Congreso: A Zapatero le ha bastado con un discurso de menos de diez minutos para que todos los partidos, salvo Izquierda Unida, se pusieran en primer tiempo de saludo. En dos horas, el Congreso ha dado luz verde a que España entrara en una guerra en la que participa desde hace ya cinco días.
  10. Información pública: A diferencia de lo que ocurrió con Irak, el Gobierno no ha invertido ni un minuto en explicar a la opinión pública las razones de esta guerra. En menos de tres semanas, Zapatero ha convertido a Gadafi en su particular bestia negra y ha metido a España en una guerra de duración incierta.
Libertad Digital - Editorial

Zapatero, de Irak a Libia

Si, como dice Zapatero, es posible proteger a los libios sin derrocar a Gadafi, la intervención militar tendrá que ser indefinida, y no de tres meses.

CON el apoyo del PP, el presidente del Gobierno recibió la ratificación del Congreso a su decisión de participar en la intervención militar contra Muamar Gadafi. De esta manera, Zapatero incorpora a su expediente presidencial la entrada en una guerra, lo que supone un viraje sustancial en su rumbo pacifista. No es, en absoluto, una rectificación reprochable, porque ser presidente de un Gobierno occidental y democrático lleva aparejadas estas situaciones complejas, que hasta ahora Zapatero había esquivado con discursos buenistas y totalmente alejados de la realidad. Finalmente, Zapatero ha aceptado que las razones humanitarias también requieren el uso legítimo de la fuerza. El problema de Zapatero y su Gobierno es que, más pronto que tarde, tendrán que volver a comparecer para explicar cuáles son realmente los objetivos de esta intervención y cómo va a ser dirigida. Fue Zapatero quien decidió en 2004 abandonar la coalición aliada —mucho más numerosa que la formada contra Gadafi— que derrocó a Sadam Hussein, porque la ONU, que para entonces tenía avalada la intervención en Irak, no la había puesto bajo su mando. En Libia tampoco se ha cumplido esta condición, pero España sí participa en las operaciones de exclusión aérea. Sin embargo, apenas han pasado cinco días de bombardeos contra las tropas de Gadafi y ya hay graves disensiones entre los aliados. En primer lugar, no se sabe si esta intervención derrocará o no a Gadafi. Gran Bretaña ha dicho que sí, pero Estados Unidos y otros países europeos no están por esta opción. Pero si, como dijo ayer Zapatero, es posible proteger a los libios sin derrocar al dictador, la intervención militar tendrá que ser indefinida, y no de tres meses. En segundo lugar, no se sabe quién va a tener el mando de las fuerzas coaligadas, porque Estados Unidos ha avisado de que no lo quiere, la OTAN no puede asumirlo por el veto de Alemania y Turquía, y países como Italia —estratégicamente necesaria en esta operación— condicionan su continuidad precisamente a que la OTAN tome la dirección.

La intervención militar contra Gadafi va a ser para Zapatero un contratiempo más serio de lo que pudiera parecer a simple vista. No bastan las resoluciones de Naciones Unidas cuando lo que está en juego es la coherencia ideológica ante un electorado de izquierda aún anclado en la guerra de Irak.


ABC - Editorial