jueves, 17 de marzo de 2011

Alarmismo mediático. Algunas verdades sobre la energía nuclear. Por Emilio J. González

Todos quisiéramos que las cosas fueran perfectas desde un primer momento y que todo estuviera previsto, pero, por desgracia, la vida es así y avanzamos, corregimos errores y perfeccionamos las cosas cuando se producen fallos que nadie había previsto.

A raíz de los acontecimientos que se están produciendo en la central nuclear de Fukushima, y en medio de la demagogia habitual de políticos y medios de comunicación, hay quien quiere reabrir el debate sobre el átomo, por supuesto para acabar con este tipo de energía por razones cuando menos dudosas. Desde luego, ni yo voy a negar que lo que está sucediendo con la central japonesa es un asunto grave, ni mucho menos que es posible que las cosas todavía puedan ponerse aún peor. Pero también creo que un debate tan importante como el de la energía nuclear debe abordarse de forma fría, desapasionada y racional. Por ello creo conveniente poner algunas cosas negro sobre blanco al respecto.

De entrada, esto no es Chernobil, por mucho que algunos se empeñen en extraer paralelismos de donde no los hay, por dos sencillas razones. Primero, porque la central nuclear ucraniana estalló a causa de que los militares soviéticos se dedicaron a producir plutonio en ella con fines militares, mientras, por otra parte, desde Moscú se financiaba a los grupos pacifistas y ecologistas europeos con el fin de detener el progreso tecnológico en la que, por entonces, era la mitad libre y democrática del Viejo Continente. Segundo, porque la central de Fukushima ha demostrado una capacidad de resistencia asombrosa frente a un terremoto cuya intensidad se sitúa en el segundo nivel de los diez de que costa la escala Ritcher.


El problema ha sido que el tsunami que siguió a continuación dejó inoperativo el sistema de refrigeración, pero no afectó al sarcófago donde se encuentra el núcleo de la central. Evidentemente, ha sido un fallo, pero es un fallo que se puede corregir para incrementar aún más la seguridad de las centrales nucleares. No hay que olvidar que el progreso humano, nos guste o no, se ha construido y se construye mediante la detección de esos errores. Si hoy volar en avión es seguro es porque antes hubo accidentes que nos enseñaron cosas como que había que instalar radares de tierra en los aeropuertos, etc., y por ello nadie ha puesto en cuestión la aviación comercial.

Todos quisiéramos que las cosas fueran perfectas desde un primer momento y que todo estuviera previsto, pero, por desgracia, la vida es así y avanzamos, corregimos errores y perfeccionamos las cosas cuando se producen fallos que nadie había previsto. Quien no acepte esto, está rechazando ese progreso que está permitiendo que miles de millones de personas en este plantea vivan cada vez más y mejor. Y si el problema es el número de personas que pueden fallecer si, esperemos que no ocurra, sucede lo peor en la central de Fukushima, por la misma razón tendrían que prohibirse los coches, ya que las carreteras se cobran miles de víctimas cada año. Pero a nadie en su sano juicio se le ocurre proponer semejante cosa, ni los españoles, sabiendo cuáles son los peligros de la conducción, optan por dejar su coche en casa y viajar en transporte público. ¿Por qué, entonces, la energía nuclear va a ser diferente cuando, además, es mucho más vital para la sociedad que el automóvil?

Segunda cuestión: Europa necesita la energía nuclear para poder vivir. Esta lección la aprendieron los europeos hace ya bastante tiempo, concretamente en 1956, cuando Egipto decidió cerrar el canal de Suez, creando serios problemas de abastecimiento de petróleo al Viejo Continente. Los europeos reaccionaron de inmediato y, después de la fallida intervención militar conjunta de Francia y el Reino Unido para recuperar el control del canal, decidieron crear la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom), con el fin de promover conjuntamente el átomo para usos pacíficos. Por razones estratégicas, Europa no tiene más alternativa energética que el átomo. Es cierto que tenemos carbón, pero este combustible fósil es altamente contaminante y provoca igualmente muertes por enfermedades entre quienes respiran la contaminación que emite su combustión para producir electricidad. Pero estas muertes son silenciosas y no se producen de una sola vez, sino de forma paulatina, con lo que no da lugar a los grandes titulares que desencadena un accidente nuclear. Además, la electricidad proporciona unas condiciones de vida, en todos los sentidos, que nos permiten vivir más y mejor. Esto también hay que incorporarlo al debate porque, hoy por hoy, las renovables no tienen la menor capacidad para sustituir ni al átomo, ni al carbón, ni al gas, ni al fuel a la hora de producir energía eléctrica.

Por último está la cuestión económica. Las estrategias modernas en materia de energía se basan en tres pilares: garantía de abastecimiento, precios que no estrangulen el crecimiento económico y respeto al medio ambiente. Hoy por hoy, con una demanda de petróleo cuya tendencia a medio y largo plazo es a seguir creciendo, no cabe esperar más que el progresivo encarecimiento del crudo y, con él, del gas natural. Frente a ello está la energía nuclear, la única fuente de energía que cumple con esos tres criterios, a pesar de que, como es obvio, existe el riesgo, muy pequeño pero real, de que pueda producirse un accidente. Si queremos conservar nuestra calidad de vida, no tenemos más remedio que seguir apostando por ella.


Libertad Digital - Opinión

El otro tsunami. Por Fernando Fernández

La respuesta racional al tsunami nuclear es trabajar para hacer las centrales más seguras, sabiendo que nunca lo serán del todo.

ESCRIBIR cuando la información es limitada y los acontecimientos se precipitan es un riesgo impropio de un profesor que se precie, pero la actualidad manda. Y la actualidad está hoy vinculada a la temperatura de los reactores japoneses. El debate nuclear está encima de la mesa y será muy difícil que vuelva a ser racional, aunque merece la pena intentarlo. Calificar lo ocurrido como el apocalipsis es un exceso verbal impropio de un político responsable que nos pasará factura como europeos. Ya saben lo que pueden esperar nuestro aliados, a la primera dificultad hacemos las maletas, suspendemos los vuelos y contamos votos. Con esta política miope, Europa camina irreversiblemente a la marginalidad. Esto es cobardía y no lo que denuncia el diputado Eguiguren.

La percepción pública de la energía nuclear ha cambiado. Es absurdo negarlo. Hoy somos todos más conscientes del riesgo. No ha ocurrido un fallo técnico, sino una catástrofe natural de magnitud imprevisible. El mayor terremoto en cuatrocientos años. Pero las consecuencias pueden ser catastróficas. De haberse producido en otra zona del mundo probablemente estaríamos hablando de certezas y no de escenarios. La energía nuclear tiene riesgos que los economistas llamamos de cola de la distribución; acontecimientos de escasísima probabilidad pero con un coste elevadísimo. De alguna manera, permítanme la deformación, como las crisis financieras.


Y no hemos cerrado los bancos ni vuelto a la economía de trueque. Es más, nos hemos enorgullecido de haber evitado el proteccionismo, el mismo que ahora practicamos absurdamente frente al riesgo nuclear. Se habla más de aislar a Japón que de ayudarle de manera eficaz. Como si cerrando ese país, pudiéramos borrar de la memoria las imágenes escalofriantes y volver a nuestros menesteres como si nada hubiera pasado. La tragedia humanitaria, cientos de miles de habitantes desplazados sin hogar ni medios de subsistencia, ha pasado a un segundo plano ante la pesadilla de contaminación. El milenarismo sigue muy vivo en el imaginario colectivo y está ocupado en régimen de propiedad por la energía nuclear. Es irracional, pero muy real. Y la política es percepción, la misma que preocupa tanto a los socialistas porque el fin de su régimen se considera inevitable.

El riesgo cero no existe. No hay nada gratis y por eso hay que plantear alternativas racionales. Tratemos de construir un escenario sin energía nuclear. La gran depresión del 29 sería una broma. Hay en el mundo capacidad para aumentar la producción de petróleo en unos 10 millones de barriles al día. Para ponerlos en explotación se estima que el precio tendría que llegar a 200 dólares. Aún así no serían ni remotamente suficientes para compensar la pérdida de la nuclear. Pero traería consigo una subida de la inflación y consiguientemente de los tipos de interés que ahogaría el sistema financiero. La pérdida en nuestro nivel de vida sería dramática y duradera. Puestos a hacer demagogia, las condiciones de salud mundial se deteriorarían de manera al menos equiparable a las de una catástrofe nuclear localizada. El mundo sería un lugar menos seguro. Por eso la respuesta racional al tsunami nuclear es trabajar para hacer las centrales más seguras, sabiendo que nunca lo serán del todo, en mejorar los protocolos de actuación ante las emergencias reforzando la cooperación internacional, invertir en fuentes alternativas y eficiencia energética. Pero sabiendo que no hay alternativa, ni la habrá a corto plazo. Esto es real, lo demás es ciencia ficción o el planeta de los simios.


ABC - Opinión

Fukushima. Apocalipsis político. Por Cristina Losada

Pánico da pensar que esas serían las pautas de conducta de la UE y los gobiernos si hubiera, alguna vez, un accidente nuclear aquí, en suelo europeo.

La catástrofe en Japón ha hecho emerger la catástrofe política europea. Ciertas instituciones, determinados gobiernos y no pocos ministros descuellan en el concurso por atizar más y mejor el pánico de un público susceptible, rivalizando incluso con la entregada prensa. El alemán Günther Oettinger, comisario europeo de Energía, consideró adecuado anexar el término "apocalíptico" al accidente nuclear en Japón, al tiempo que lo declaraba "fuera de control" e instaba a revisar la buena opinión reinante sobre la competencia técnica de los japoneses. El hombre consiguió copar los titulares, pues sirvió tanto a la holgazanería como al alarmismo, y le debe haber cogido el gusto: vuelve a vaticinar catástrofes e insiste en que los nipones no tienen la menor idea de cómo resolver la crisis. A estas horas, sin embargo, no se tiene la menor idea de la información privilegiada de que Oettinger dispone para emitir esos juicios.

Sí sabemos, en cambio, que Herr Oettinger figura como comisario, no por su expertise en materia energética, sino por haber presidido el declive electoral de su partido, la CDU, en un Land del suroeste. Merkel se quitó de en medio al inútil por el procedimiento de endosarlo a la Comisión. Si el cesto europeo se trenza con esos mimbres de desecho, qué grandes días le esperan a la UE. Como estos mismos. Del lado francés, el otro gigante, también se esmeran en sembrar dudas sobre la capacidad japonesa y profetizan un desastre con "un impacto superior a Chernóbil". Para agregar alarma, y que no falte, se insinúa que las autoridades japonesas ocultan la realidad dado que en su información se detectan "incoherencias". ¡Incoherencias! Con parte del país devastado, miles de desaparecidos, cientos de miles de refugiados, escasez de energía y alimentos, cómo no va a haber incoherencias. Tan alto grado de exigencia en las condiciones en que está Japón, y cuando la población amenazada por la radioactividad es la japonesa, no la europea, revela una arrogante insensibilidad y un vacío de valores pavoroso.

Tales reacciones no sólo incrementan la desconfianza en la energía nuclear, que sería lo de menos, sino la desconfianza a secas. Pues, ¿a quién creer? ¿Al partido de Merkel, con intereses electorales que aconsejan una súbita ruptura con el átomo? ¿A Alemania y a Francia, que participan en dos empresas eléctricas competidoras de la japonesa que gestiona la central de Fukushima? Pánico da pensar que esas serían las pautas de conducta de la UE y los gobiernos si hubiera, alguna vez, un accidente nuclear aquí, en suelo europeo.


Libertad Digital - Opinión

Notas sobre una psicosis. Por Ignacio Camacho

La oleada mundial de pánico nuclear retrata una egoísta falta de respeto a los miles de víctimas del tsunami.

1.La alarma nuclear es objetiva y muy grave pero… tiene lugar en Japón. Y sólo en Japón. La obviedad es imprescindible ante el grado patológico y sensacionalista de la psicosis colectiva de pánico, cuando algunos medios divulgan instrucciones sobre cómo defenderse de un escape radiactivo. En ese sentido, hasta ahora es correcta la actitud de Zapatero: templar gaitas, centrar el problema y ordenar una revisión de las instalaciones españolas para tranquilidad pública.

2.El accidente de Fukushima no ha provocado todavía ninguna muerte; el terremoto y el tsunami han ocasionado diez mil desaparecidos. Nuestro alarmismo retrata una desenfocada parcialidad egoísta, una preterición moral, una obscena falta de respeto a esas víctimas que parecen no importar a nadie.

3.El ventajismo antinuclear es clamoroso. La demencial agitación apocalíptica casi obliga a aclarar que ha sido el tsunami el causante de la avería, y no al revés.

4. En esta polémica torticera nadie está limpio de culpas oportunistas. El lobby eléctrico ha aprovechado la recesión para ganar terreno en la opinión pública poniendo énfasis en la dependencia energética y sus altos costes.

5. El clima de shock emotivo no permite sostener un debate serio. La atmósfera social está cargada de prejuicios que contaminan incluso las opiniones técnicas, utilizadas como armas arrojadizas en respaldo de tesis establecidas a priori.

6.La reacción compulsiva de Angela Merkel, motivada por la inmediatez de unas elecciones regionales que tiene mal aparejadas, constituye un ejemplo de frivolidad política. Ha convertido la estrategia nuclear en una táctica reversible.

7. En contraste, la serenidad de Obama aporta un soplo de sensatez en momentos que requieren de un liderazgo fiable. También la unidad de demócratas y republicanos, que han renunciado a agravar la cuestión con un enfrentamiento político.

8. La generación nuclear no es una opción: representa el veinte por ciento de la energía que mueve el mundo. Se puede y se debe discutir sobre la conveniencia de incrementar o disminuir esa proporción, pero los partidarios de rebajarla han de explicar a qué están dispuestos a renunciar a cambio.

9.Sensu contrario, los pronucleares deben saber que desde ahora no basta con la ecuación objetiva de costes, seguridad y riesgos: hay que contar también con el factor psicosociológico del miedo, un intangible que cobra importancia crucial.

10.No se pueden minimizar las evidencias. El accidente es de una gran excepcionalidad, pero a Japón se le ha ido de las manos el control de la central averiada. La lección es que los protocolos teóricos de seguridad pueden resultar insuficientes cuando la catástrofe entra en fase crítica y depende del factor humano.


ABC - Opinión

Gadafi, a punto de poner en ridículo a la ONU y Europa. Por Antonio Casado

Que la tragedia de Japón no nos haga olvidar la de Libia, donde también planea una catástrofe humanitaria. Amén. Estamos a pocas horas de que a la comunidad internacional se le caiga la cara de vergüenza. Y eso puede ocurrir si los quince países miembros del Consejo de Seguridad de la ONU siguen discutiendo sobre galgos y podencos mientras las tropas fieles a Muamar el Gadafi aplastan en desigual batalla a un pueblo con hambre atrasada de libertad.

El hijo preferido del sátrapa, Saif al Islam, ya anunció ayer al mundo que en cuarenta y ocho horas la maquinaria militar de la familia entrará en Bengasi, último bastión de los rebeldes. Y también último obstáculo para restablecer el statu quo de los últimos cuarenta años, basado en el silencio cómplice del civilizado vecino europeo a cambio de petróleo y generosas inversiones.

Desde el sábado pasado está sobre la mesa del Consejo de Seguridad el llamamiento de la Liga Árabe para que asuma sus responsabilidades como gendarme universal de la paz y la seguridad. Pero los cinco días que han pasado desde entonces nos permiten temer que las llamadas Naciones Unidas han vuelto a ser el lavatorio de manos ante un caso flagrante de crímenes contra la Humanidad.

«Solo Francia ha estado a la altura de las circunstancias en esa Europa ensimismada con las neuronas de vacaciones.»
Esta es la impresión que anoche (hora española) nos dejaban los debates del Consejo sobre la conveniencia o la inconveniencia de prohibir los vuelos sobre Libia (es decir, los cazas de Gadafi) con el fin de proteger a la población civil (es decir, para darle cobertura a los insurgentes). Ojalá me equivoque. Aunque ya con lamentable retraso, la mejor noticia sería la aprobación de esa zona de exclusión aérea, con autorización para aplicar la medida de inmediato. O la expresa autorización “a los miembros de la Liga Árabe y otros Estados a tomar las medidas necesarias para proteger a los civiles y objetivos civiles en Libia”.

Todas esas propuestas aparecen en el borrador apadrinado por Francia y Gran Bretaña con aspiraciones de convertirse en la resolución del Consejo que daría luz verde a una intervención militar en Libia. Pero los diferentes puntos de vista entre los cinco miembros permanentes, con derecho a veto, han impedido hasta ahora la votación. Entre la firmeza de Francia y las reticencias de Rusia, ambas bastante explícitas, los demás son un manojo de dudas que, con unos u otros pretextos (el más socorrido es la incierta implicación de los países árabes), encubren la poca fe en los llamados insurgentes y, en definitiva, la falta de voluntad política para acabar con Gadafi.

Es como si hubieran hecho mella sus amenazas de que, si él cae, a la otra orilla del Mediterráneo llegarán inmigrantes y terroristas en vez de petróleo. Solo Francia ha estado a la altura de las circunstancias en esa Europa ensimismada con las neuronas de vacaciones. Tal vez despierte con la batalla de Bengasi que se avecina. Sería demasiado tarde si en las próximas horas el Consejo no ejerce el deber de injerencia, por razones humanitarias, para retirar de la circulación a un delincuente internacional.


El Confidencial - Opinión

Plan de Artur Mas. O catalán o puerta. Por José García Domínguez

¿Qué tendrán previsto hacer CiU y PP con los aborígenes que llevan toda una vida haciendo esfuerzos por segregarse? ¿Qué será de nosotros? ¿Nos deportarán al otro lado del Ebro o acabaremos internados en campos de reeducación en integracionismo?

Acaso para estar a la altura del creciente sentir racista que dicen identificar todos los sondeos de opinión en la plaza, Artur Mas se ha apresurado a soltar los perros gramáticos contra los inmigrantes. Así, el honorable en prácticas acaba de anunciar que los recién llegados deberán acreditar conocimientos de la lengua vernácula como "un requisito muy determinante" a fin de poder avalar su "esfuerzo de integración" en la sociedad catalana. Léase certificados de arraigo, expedientes de reagrupación familiar y permisos de residencia. Un asunto, ése de los acentos abiertos convertidos en alambrada ortográfica y aduana fonética cara a seleccionar a la mano de obra, en el que, por cierto, cuenta con la connivencia activa del Partido Popular.

Y es que los de Rajoy, ya felizmente alojados en la charca identitaria, igual pretenden de los foráneos que demuestren el dominio del catalán que repudian, por inconstitucional, en el caso de los nacionales. "Contrato de integración", se llama el sucedáneo criptopujolista acuñado en Génova. Que por tal responde la vía a través de la que la derecha dizque española va camino de absorber los fundamentos doctrinales del catalanismo, aprestándose de paso a cohabitar en idéntico redil moral. Al respecto, en cualquier otro sitio resultaría ocioso recordar que la única obligación exigible a los habitantes de un Estado de Derecho es el cumplimientos de las leyes. Punto.

Para un espíritu liberal, ahí, en el recto acatamiento a las normas emanadas de los poderes legítimos, empiezan y acaban los límites a que la gente haga con su vida –y con su lengua– cuanto le venga en gana. Quien se quiera hijo de la Ilustración –y no del coronel Macià y el capità Collons–, lo entiende a la primera. Como a la primera entiende que, una vez satisfecho ese elemental deber para con el Leviatán, habrá de ser estricta cuestión privada el perorar en chino mandarín, bable normativo o catalán estándar. Y en cuanto a la muy tediosa cantinela de la integración, ¿qué tendrán previsto hacer CiU y PP con los aborígenes que llevan –llevamos– toda una vida haciendo esfuerzos por segregarse? ¿Qué será de nosotros? ¿Nos deportarán al otro lado del Ebro o acabaremos internados en campos de reeducación en integracionismo? A saber.


Libertad Digital - Opinión

El nuevo desorden mundial. Por José María Carrascal

«¿Qué ha cambiado para que todo nos sorprenda y nada encaje? Pues, lo primero, el equilibro mundial. Aquel viejo orden, en el que las dos superpotencias —EE.UU. y la URSS— regían el planeta tras dividírselo en sus zonas de influencia, se ha acabado. Era sin duda injusto, pero estable»

NI que nos hubieran echado mal de ojo. No solo a los españoles, sino al mundo entero. De un tiempo a esta parte no ganamos para desgracias, la última, ese tsunami que asoló la costa nororiental japonesa, haciéndonos temblar a todos. Casi a continuación del otro tsunami, el político, que barre el norte de África y no sabemos todavía cómo ni cuándo terminará. Por no hablar del tercer tsunami, el económico, que viene devastando nuestras haciendas desde hace tres años. Ya no hay nada seguro y las predicciones de los expertos valen menos que las de cualquier ciudadano, tal vez porque este vive en la calle y aquellos en sus despachos, haciendo cálculos sobre datos desfasados. Hemos entrado en otra era donde no rigen los parámetros anteriores, y hasta que no averigüemos los nuevos vamos a darnos bastantes trompazos y llevarnos unos sustos tremendos.

¿Qué ha cambiado para que todo nos sorprenda y nada encaje? Pues, lo primero, el equilibrio mundial. Aquel viejo orden, en el que las dos superpotencias —EE.UU. y la URSS— regían el planeta tras dividírselo en sus zonas de influencia, se ha acabado. Era sin duda injusto, pero estable. Washington y Moscú se encargaban de mantener la tranquilidad en sus respectivos imperios, y si bien surgían roces esporádicos en sus fronteras —Berlín, Cuba—, tanto norteamericanos como rusos tenían buen cuidado de que no pasaran a mayores, pues ambos sabían lo que eso significaba: el aniquilamiento mutuo y puede que de la vida sobre la Tierra. Se le llamó «guerra fría», aunque era en realidad una «paz caliente», o más exactamente un «equilibrio del terror». Pero permitió durante décadas una estabilidad sin autonomía, y los pueblos de uno y otro imperio pudieron dedicarse a progresar y a pasarlo bien, no teniendo que preocuparse de los gastos militares, que corrían a cargo de sus respectivos señores.


Esta situación de tablas acabó con el desplome del muro berlinés. Sin disparar un tiro, Estados Unidos se convirtió en vencedor de la Guerra Fría y en única superpotencia. Algunos, llevados de su optimismo, nos auguraron que se acababa la Historia y en adelante la única fórmula política sería la democracia, mientras el mercado se encargaría de regular la economía. Pocas veces ha quedado tan de manifiesto lo inútil de nuestras predicciones. Lo que nadie tuvo en cuenta fue que todas las fuerzas aprisionadas por el diunvirato mundial quedaron libres. En el Este de Europa, los países un día satélites se apresuraron a dejar el comunismo y abrazar el capitalismo, mientras los rusos tenían que renunciar a buena parte de su imperio, dejando vacíos de poder, que en Afganistán llenó el más fiero islamismo, obligando a Occidente a intervenir al haberse convertido aquel país en nido de terroristas. O sea, que la victoria no iba a ser gratis, y el 11-S marcó el comienzo de esta nueva era de caos, que aún no ha acabado porque el terrorismo islámico es más difícil de batir que el comunismo soviético con todos sus megatones. Así nos encontramos hoy metidos en dos intervenciones armadas, Irak y Afganistán, de las que, en el mejor de los casos, podremos salir sin perder, pero tampoco ganar.

El déficit de las principales instituciones financieras, producto de la falsa idea de que el mercado debe ser el único regulador de la actividad económica, nos advirtió de cuán equivocados estábamos, y es aún hoy el día en que no hemos salido de la crisis. Por si fuera poco, el alzamiento popular de los pueblos árabes contra los oligarcas que venían rigiéndolos nos ha llenado de perplejidad. ¿Pero no habíamos quedado en que los musulmanes detestaban la democracia occidental? ¿A qué vienen esos gritos pidiendo libertad? ¿No estarán los fundamentalistas tras ello? Y, sobre todo, ¿ayudamos o no a las multitudes en las calle o a los sons of bitches que veníamos apoyando para que mantuvieran el orden y siguieran suministrándonos petróleo? En estas dudas, las cosas se han decantado según el equilibrio interno de cada país: allí donde nuestro son of a bitchno era bastante fuerte, ha tenido que salir pitando, quedando el Ejército al frente de una situación. Allí donde lo era, se está imponiendo, mientras nosotros discutimos si son galgos o podencos. Quedando flotando sobre esos países una incógnita, que nadie sabe cómo se despejará, y el que diga saberlo es un mentiroso o un necio.

Lo único que sabemos es que el viejo orden mundial se ha ido al traste y que el nuevo solo está apuntando. Un orden todavía desorden, pero en el que pocas cosas quedarán como estaban. Su rasgo más destacado es la aparición de nuevos protagonistas en la escena mundial. China a la cabeza, convertida ya en segunda potencia económica, aunque sin aspiraciones a usar su liderazgo. Los chinos no están interesados, como los soviéticos o los norteamericanos, en crear un imperio fuera de sus fronteras. Con los problemas que tienen dentro de ellas, les basta. Su interés se cifra en asegurarse el suministro de las materias primas que devora su industria, con crecimientos de más del diez por ciento anual. De ahí los convenios que están cerrando con los países productores de las mismas en África, Hispanoamérica y la misma Asia. La ideología no les interesa y las aventuras bélicas menos, ya que disturban el materialismo ultramontano que Deng Xiaoping explicó a Felipe González con frase lapidaria: «Gato negro o gato rojo, lo importante es que cace ratones». Es una actitud nada expansionista, excepto en el terreno comercial, pero que ayuda poco a crear un orden mundial.

Y no están solos en ella. Les acompañan los llamados «países emergentes», India, Brasil, Corea del Sur, Chile, a los que se les irán uniendo otros procedentes de campos ideológicos muy distintos, para construir un sistema híbrido, en el que prima la economía sobre la política y los intereses nacionales sobre cualquier otro. Si este va a ser el clima del siglo que empieza, mucho me temo que nos aguarden tiempos agitados, pues ninguno de esos nuevos protagonistas parece interesado en asumir mayores responsabilidades internacionales. Y si Rusia renunció a las suyas al renunciar a su imperio, puede temerse que la parálisis del Consejo de Seguridad, único organismo de Naciones Unidas con poderes ejecutivos, se convierta más en un obstáculo que en un factor de paz y justicia.

Mientras, los Estados Unidos acusan el enorme esfuerzo realizado en los últimos veinte años de llevar sobre sus hombros la dirección mundial. Que buena parte de su deuda esté en manos chinas, que su presupuesto militar sea superior al de los quince países que le siguen juntos y que su déficit haya tomado proporciones astronómicas hablan por sí solos. Aquel país tiene una enorme capacidad de resistencia y recursos suficientes para salir adelante, por lo que no dudo de que saldrá de esta crisis como salió de otras anteriores tanto o más graves. Pero saldrá él. Ya más dudoso es que pueda tirar de los demás, como tras la Segunda Guerra Mundial. Y queda pendiente la incógnita de quién podrá o querrá tomar el relevo.

Porque Europa no tiene a todas luces capacidad ni voluntad de hacerlo, como ha demostrado en las últimas crisis militares, económicas y políticas a que se ha visto enfrentada. De ahí que la pregunta que se formulara Paul Valéry, «¿llegará Europa a ser lo que en realidad es, la cabeza de Asia?», tenga ya contestación: más que la cabeza, la cola.

Aunque meterse a profeta hoy es hacer oposiciones al ridículo.


ABC - Opinión

Sensatez ante la crisis nuclear

La situación que se está viviendo en la central nuclear de Fukushima ha activado la toma de postura de los principales dirigentes y gobernantes, en la mayoría de los casos para llamar a la tranquilidad y la calma. Ayer, el presidente del Gobierno español aportó mesura y prudencia sobre el futuro de la energía nuclear en nuestro país sin caer en opiniones precipitadas y estériles que pueden intoxicar el debate. Como bien dijo, «las cosas se ven de manera diferente cuando uno es presidente del Gobierno y cuando uno no lo es». Y Zapatero decidió ayer adaptarse a las hechuras de estadista y prescindir de la doctrina antinuclear que habitualmente ha blandido la izquierda. Así, abogó por un debate «razonable», alejado de «planteamientos ideológicos» y en el que se prioricen los criterios técnicos y científicos, algo, por cierto, que ha defendido el Partido Popular y que no siempre ha sido asumido por el PSOE. En un ejercicio de responsabilidad, afirmó lo evidente que hasta ahora no siempre había explicitado: que la energía nuclear hace una aportación importante a nuestra producción energética –en 2010 proporcionó el 20,21 por ciento de toda la electricidad generada–, pero que, por su naturaleza, exige tener mucha seguridad. Este último aspecto se abordará en los próximos días, ya que el Gobierno ha pedido al Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) una revisión de los sistemas de seguridad de todas las centrales nucleares de España y unos estudios sísmicos complementarios y sobre los riesgos de inundación. Es evidente que Zapatero ha asumido la necesidad de las nucleares como un elemento significativo del «mix energético» de España, del que difícilmente se puede prescindir alegremente minimizando sus consecuencias. De ahí que ayer insistiera en reforzar la seguridad de las ya existentes. Por esta vez, no podemos estar más de acuerdo con el Presidente del Gobierno. Y, dado este paso, nada sería más congruente que reconsiderara su decisión sobre el cierre de Garoña. Aunque ayer insistió en que «la edad cuenta» en la vida útil de las nucleares, hay que recordarle que el Consejo de Seguridad Nuclear dictaminó, a través de un informe técnico, que la central puede operar diez años más. En ese informe se decía que Garoña es moderna y que se encuentra en perfecto estado debido a su mantenimiento. En consecuencia, su cierre supone una contradicción con el discurso de ayer, en el que se dejaba al criterio y evaluación de los técnicos la última palabra a la hora de cerrar o no una central. Con todo, debe subrayarse el adecuado tono empleado por el presidente, que no cayó en alarmismos ni catastrofismos y se dirigió a los ciudadanos con calma no exenta de prudencia y sentido común. Nada que ver con el comportamiento del comisario europeo de Energía, el alemán Günther Oettinger, que calificó la fuga radioactiva como el «apocalipsis». Fue una irresponsabilidad, y evidencia que a Oettinger le viene muy grande el cargo público que le han encomendado y es incapaz de desempeñarlo con fiabilidad. Su conducta es inaceptable y supone un desprestigio para Europa y la institución que representa.

La Razón - Editorial

Recesión nuclear

Fukushima subirá los costes de las nucleares y Japón se endeudará más en su reconstrucción.

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La economía mundial sufrirá durante muchos meses las consecuencias de la catástrofe que asola Japón después del maremoto y que amenaza por convertirse en una gravísima crisis nuclear si, como aseguró ayer la OIEA, están confirmadas las grietas en las vasijas de contención de dos de los reactores de la planta de Fukushima. El primer efecto dañino es la hipótesis de que Japón se sumerja en otro largo periodo de recesión, con una deuda que supera el 200% del PIB y que deberá crecer todavía más para financiar la reconstrucción nacional. La contrapartida lógica, poco consoladora, es que la reparación de las infraestructuras debería generar a medio plazo una fase expansiva en la economía japonesa. A corto plazo, se prevé una subida mundial de las materias primas, producida por la mayor demanda de Japón.

Pero el impacto principal de Fukushima lo sufrirá, como es lógico, la energía nuclear. La amenaza radiactiva está produciendo ya un vuelco en la opinión pública, particularmente en la europea. Si en los últimos años los ciudadanos venían mostrando más confianza en que los riesgos de las nucleares podían controlarse y que constituían un remedio aceptable para reducir los niveles de CO2 en la atmósfera, la angustiosa incertidumbre que se vive en Japón vuelve a exacerbar los temores de los votantes. Hasta el punto de que Alemania ha decretado la suspensión temporal de la prórroga de la vida útil de sus nucleares, China ha parado (probablemente de forma momentánea) su plan nuclear y Reino Unido tendrá que reconsiderar sus ayudas públicas a las nuevas plantas atómicas. A efectos prácticos, la crisis nuclear japonesa significa el final de Garoña, con un Gobierno del PSOE o con uno del PP.


Todos los Gobiernos, incluido el español, han respondido al desastre de Fukushima anunciando una revisión de los parámetros de seguridad de las nucleares. La decisión es acertada. Pero la probabilidad de que un accidente natural o una cadena de ellos acabe por dañar a una nuclear (lo que los actuarios llaman el riesgo Katrina, un episodio insólito, pero muy destructivo) siempre existirá. Reforzar la protección, una decisión laudable, equivale, en primera instancia, a encarecer los costes de seguridad de las plantas para hipótesis de terremotos, inundaciones e incendios.

La lógica empuja en esta dirección: si los países sin tecnología propia necesitan en el futuro contar con la energía nuclear, será el sector público quien tenga que construir las plantas. Y si quieren tomar la decisión en los próximos dos años, se enfrentarán a un intenso rechazo popular. Pero no debe darse por sentado que Fukushima significa el fin de las nucleares. El peso en la comunidad internacional de los países con industria nuclear (EE UU, Francia, Rusia, Reino Unido, el propio Japón) permite suponer que las instituciones directoras, como el G-20, se mostrarán estrictas en aumentar la seguridad, pero no desaconsejarán el uso de este tipo de energía.


El País - Editorial

El alarmismo del falso apocalipsis nuclear

Nadie cuestiona la construcción de edificios por las victimas que puedan ocasionar en caso de terremoto. No ganamos en seguridad cuando analizamos en términos apocalípticos los riesgos que siempre entraña la vida.

Es lógico que cualquier noticia, tanto del ámbito nacional como internacional, y por importante que sea, haya perdido protagonismo frente a la dramática situación por la que atraviesa Japón. Lo que no tiene ningún sentido es que una catástrofe natural, consecuencia de un terremoto y un tsunami de dimensiones históricas, donde ciudades enteras han quedado arrasadas y donde el número de víctimas mortales, desaparecidos y heridos se están contando por millares, sea también una de esas noticias que haya quedado desplazada a un segundo plano frente a un falso "tsunami nuclear", un "chernobil japonés" o un "apocalipsis nuclear" que, hasta la fecha, ni existe ni ha causado una sola víctima mortal en el país nipón.

Naturalmente habrá que seguir con preocupación la evolución de los daños que, también en las centrales nucleares, ha causado el terremoto, tal y como los que se han detectado en la de Fukushima, según ha confirmado el Organismo Internacional de Energía Atómica. Pero, tal y como ha aclarado su director general, una cosa es que la situación sea muy seria, y otra, muy distinta, que esté descontrolada; una cosa es que los niveles de radiación se hayan elevado en Tokio y otras ciudades, y otra que lo hayan hecho en un grado que suponga un peligro para la vida humana.


Sería igualmente aventurado descartar victimas mortales por futuras emisiones radioactivas, pero lo que no es de recibo es sembrar el alarmismo pronosticando nada menos que un "apocalipsis" nuclear, tal y como hacía este martes el irresponsable comisario europeo de Energía, Günther Oettinger. Este político no ha hecho más que reforzar el injustificado alarmismo del que ya hacían gala desde días antes no pocos medios de comunicación. Se supone que un alto cargo como Oettinger maneja información privilegiada, y que el más elemental sentido de la responsabilidad le debe llevar a no minimizar ni a exagerar el riesgo de que se produzca una catástrofe nuclear. Sin embargo, Oettinger, por confesión de su propia portavoz de prensa, solo expresaba un "temor personal", que no tenía más base que lo que decían los propios medios de comunicación sensacionalistas.

Aunque no sean estos medios de comunicación los más indicados para exigírselo, parece evidente que el comisario debía haber presentado su dimisión por sus irresponsables declaraciones, más centradas en las elecciones regionales que se van a producir en su país que en lo que ocurre en Japón.

El tiempo dirá si se producen victimas mortales como consecuencia de una fuga nuclear. Lo que ya se puede decir es que el derrumbe y el desplazamiento de casas y edificios las han causado a miles. Y que nadie se duda de que deban construirse pese a las víctimas que puedan ocasionar en caso de terremoto. No ganamos en seguridad cuando analizamos en términos apocalípticos los riesgos que siempre entraña la vida.


Libertad Digital - Editorial

Sombras de sospecha

Los últimos casos conocidos apuntan la posibilidad de que el PSOE se hubiera financiado ilegalmente con parte del dinero de los ERE.

A medida que avanza la investigación sobre la financiación irregular de expedientes de regulación de empleo en Andalucía se conocen nuevos episodios de malversación y aumentan las sospechas de que pudiera tratarse de algo más que de un trato de favor a amigos y familiares de autoridades, sindicatos o militantes socialistas. Acreditados numerosos casos de personas que se han beneficiado de fondos que no tenían derecho a recibir, se abre ahora la posibilidad de que parte de ese dinero pudiera haber financiado ilegalmente al PSOE andaluz. La sospecha no es infundada porque cada día que pasa se hace más nítida la implicación directa de militantes de este partido, como sucedió, según informaba ayer ABC, con el desvío de 300.000 euros que estaban previstos para el ERE de Hitemasa y que acabaron en manos de tres particulares, uno de ellos militante del PSOE-A. El PP también cree que ha habido financiación irregular a los socialistas en el caso de la donación de un local a su agrupación de Camas, por parte de un ex concejal del PSOE en esta localidad y también receptor ilegal de fondos para un ERE.

La presunción de inocencia debe respetarse para las personas, pero los hechos no admiten discusión y se acumulan los que apuntan a un fraude masivo del que hasta ahora se sabe que ha sido cometido o consentido por autoridades de la Junta de Andalucía, que ha supuesto la desviación ilegal de fondos destinados a pagar despidos, que ha beneficiado a personas que nada tenían que ver con las empresas afectadas por los ERE y que algunos de esos beneficiados eran militantes socialistas. Ni la Junta de Andalucía ni el PSOE pueden darse por ajenos a estas malversaciones, al margen de si su responsabilidad final es penal, administrativa o solo política. A diferencia de otros casos de corrupción, en este hay una planificación concertada de desvío de fondos a cargo de autoridades autonómicas, conscientes de que malversaban caudales públicos, con el coste de una degradación absoluta de lo que debe ser una política eficiente contra el desempleo y una gestión honrada de los fondos que se ponen en manos de las administraciones para el interés general, no para el beneficio particular. Los socialistas andaluces se enfrentan al fin de la impunidad política de décadas de hegemonía absoluta, ejecutada con desprecio a los sistemas de control parlamentario y a los procedimientos legales para la gestión económica de la cosa pública.

ABC - Editorial