sábado, 26 de febrero de 2011

El alcalde de Zalamea. Por Tomás Cuesta

Reinterpretada por José Bono, la pieza, ¡menuda pieza!, se descuelga desdeel drama al sainete.

JOSÉ Bono se supone víctima de un montaje de la ultraderecha mediática, de una conspiración cuyo único objetivo sería desestabilizar el sistema y dejar las instituciones en barbecho. «Tengo los bolsillos de cristal», afirma la tercera autoridad del Estado. Nadie lo pone en duda, pero de la incomodidad de los fiscales con el expediente del presidente del Congreso se deduce que el vidrio es tan diáfano como las ventanillas de los vehículos blindados, por poner un ejemplo. Escudriñar los interiores de Bono, en esas condiciones, es una encomienda que requiere grandes dosis de empecinamiento y arrojo, cualidades que deben asistir a la juez de Toledo que ha decidido admitir a trámite una querella por delito societario y falseamiento de cuentas en la hípica del ínclito jinete. Que tal resolución se haya tomado en contra del criterio de la Fiscalía es la prueba del nueve del modelo de justicia vip que se aplica en supuestos como el de que el afectado sea socialista, condición previa en el caso de Bono a la de socio de referencia de un picadero.

Si llegara a darse el caso, a Bono no habría que recordarle que tiene derecho a un abogado y aún menos que si no dispone de posibles se le proporcionaría uno, porque la Fiscalía ya actúa de oficio en defensa de sus intereses y de una presunción de inocencia que, carné socialista en mano, no es precisamente una fórmula retórica. Sólo por comparar, al imputado Camps ya se le considera culpable sin que nadie haya advertido en el entorno del presidente de la Generalitat valenciana el más leve rastro de conspiración alguna entre filtración y filtración. Sin embargo, el tiro por elevación de la estrategia de defensa del presidente del Congreso tiene consistentes efectos secundarios sobre la propia esencia del cargo que ostenta. Además de la grosera confusión entre lo público y lo privado, las constantes apelaciones a la virginidad de sus bienes han convertido al histórico dirigente socialista, embarcado también en la sucesión de Zapatero, en un trasunto romo, avieso y garbancero de aquel legendario edil (un punto extremoso, además de extremeño) que inmortalizara Calderón en «El alcalde de Zalamea».

En la obra original, como recordarán ustedes, el protagonista es Pedro Crespo, regidor de un municipio de la comarca de la Serena que, amparándose en que los ultrajes a la honra no discriminan entre nobles y plebeyos, se toma la justicia por su mano y da garrote vil al capitán que ha privado a su hija de las galas de doncella. Y recordarán también que, a la hora de rendir cuentas, («¿Sabéis que estáis obligado/ a sufrir, por ser quien sois,/ estas cargas?»), el encrespado Crespo apela con voz tonante al Tribunal Supremo: «Con mi hacienda,/ pero con mi fama no./ Al rey, la hacienda y la vida/ se ha de dar, pero el honor/ es patrimonio del alma,/ y el alma sólo es de Dios…».

Reinterpretada por José Bono, la pieza, ¡menuda pieza!, se descuelga desde el drama al sainete y el trémolo grandioso de la moral barroca acaba convertido en un ínfimo aspaviento. ¡El honor, el honor! ¿Nos haría el honor su señoría de darnos referencias acerca de su hacienda? El alcalde de Zalamea, en suma, pero a la viceversa.


ABC - Opinión

Rubalcaba. Prohibido prohibir. Por Emilio J. González

Esta medida van a aumentar las multas de tráfico, que son una fuente nada desdeñable de entradas de dinero en las arcas estatales y, sobre todo, en las municipales.

Como un partido político concurriera a las próximas elecciones con aquel eslogan del 68 de "Prohibido prohibir" se lleva la victoria de calle, porque a este Gobierno tan socialista que tenemos, y tan amigo de meterse en la vida de todos, lo único que se le ocurre es restringir una y otra vez la libertad a la menor excusa que se le presente. Ahí tenemos, sin ir más lejos, la cruzada antitabaco de Leire Pajín y, desde este viernes, los nuevos y absurdos límites a la velocidad de circulación de los automóviles. Dice Rubalcaba, que es a quien le ha tocado dar la cara, que esta medida es para ahorrar petróleo, ya que su precio se ha puesto por las nubes. Sin embargo, las razones son otras.

En contra de lo que dice el Ejecutivo, no hace falta reducir la velocidad para que disminuya el consumo de combustible. Basta con que suba su precio para que los ciudadanos pongan menos litros de gasolina en sus coches, más que nada porque entre lo cara que está gracias a tantos impuestos como soporta y lo apuradas que se encuentran las economías familiares, en el presupuesto de los hogares ya no hay margen para dedicar más dinero a llenar el depósito del coche, sobre todo porque la subida del petróleo también tiene un impacto directo en los precios de los alimentos. Además, cuanto más suba el precio del petróleo, más tipos de biocombustibles van a empezar a ser rentables, incluso sin ayudas públicas. Lo lógico, por tanto, hubiera sido dejar que las cosas sigan su curso, de acuerdo con los principios básicos de funcionamiento de los mercados. Y si quieren un ejemplo de que las cosas efectivamente son así, no tienen más que observar qué sucede con las compañías aéreas. Éstas, en cuanto se encarece el petróleo, trasladan los mayores costes de combustible al precio de los billetes y en seguida se reduce el número de viajeros, lo cual las lleva a cancelar vuelos para ahorrar dinero y queroseno. Pues con los automóviles particulares sucede lo mismo.


Lo que le pasa al Gobierno es que después de siete años de política energética desastrosa ahora se encuentra con las consecuencias de no haber hecho nada por reducir la elevada dependencia energética exterior de nuestro país, cosa que se hubiera conseguido ya de haber apostado desde un primer momento por el átomo, en lugar de empeñarse en cerrar centrales nucleares porque eso, según el modo de entender las cosas de Zapatero, era lo progresista. Y así nos encontramos con que el país que tenía el déficit de balanza de pagos más alto del mundo antes de que estallara la crisis, va a volver a conocer el mismo problema, sólo que ahora en medio de una depresión económica que se va a agudizar como consecuencia de ese estrangulamiento del sector exterior que provocan nuestras elevadas importaciones de petróleo y gas y sin saber cómo se va a financiar ese ‘agujero’ exterior.

Además, por aquello de "aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid", el Gobierno ha encontrado en el petróleo la excusa que necesitaba para incrementar los ingresos presupuestarios tanto del Estado como de los ayuntamientos sin tener que subir los impuestos. Porque con esta medida van a aumentar las multas de tráfico, que son una fuente nada desdeñable de entradas de dinero en las arcas estatales y, sobre todo, en las municipales. Son razones presupuestarias, en última instancia, las que explican, en parte, por qué ahora al Ejecutivo se le ha ocurrido tan brillante idea en vez de dejar que sea el mercado quien ponga las cosas en su sitio.

Al mismo tiempo, al Gobierno le molesta todo lo que implique individualismo, porque del individualismo nace la libertad. Pocos símbolos representan mejor ese carácter en España que el automóvil. Este Ejecutivo, sin embargo, se ha empeñado en acabar con ello y en llevarnos por la senda del colectivismo. En este caso, como la reducción de la velocidad de circulación en las ciudades, sobre todo de las grandes, va a suponer un aumento considerable de los atascos, ahí está, piensa el Gabinete, el transporte público como alternativa a quien quiera escapar de ellos y como medio para diluir la personalidad individual en lo social, en lo común, que resulta tan querido para Zapatero. El transporte público está, sin embargo, para quien quiera utilizarlo libremente, no para que el Gobierno nos meta en él como a un rebaño de ovejas en un redil, sin emplear la fuerza pero si la coacción. Eso, en definitiva, es lo que también buscan ahora y así se meten una vez más en nuestras vidas.

Insisto: mi voto para el partido que adopte como lema "Prohibido prohibir", que ya está bien de tanto agobio a la personalidad individual, de tanta restricción y de tanto decidir por nosotros.


Libertad Digital - Opinión

La Europa patética. Por Hermann Tertsch

Por iniciativa alemana y tras una reunión de su ministro de Exteriores, Guido Westerwelle, con su homólogo italiano, Franco Frattini, se han anunciado las primeras medidas de la UE contra el régimen de Gadafi. ¡Ya era hora! dirán los optimistas. Tranquilos. Se tomarán la próxima semana. Nadie crea que son medidas para poner freno a las atrocidades. Se trata de un veto a entrada en territorio de la UE de la familia Gadafi —como si ahora fuera a pedir asilo en París—, la congelación de sus bienes y la prohibición de ventas de armas. Patético papel el nuestro. La Representante para Política Exterior y de Seguridad, Catherine Ashton, es ya la versión europea de nuestra Ministrini de Asuntos Exteriores. Cuando un gobierno laborista de Tony Blair le concedió un título de baronesa, no debió ser por diligencia ni eficacia. Si los españoles han estado a punto de fundar colonias en Libia mientras esperaban a que les socorriera en la evacuación nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores, los libios llevan diez días muriendo sin sacar a la representante europea de la flema británica.

El daño para la imagen de la UE en el mundo árabe será ingente. Si su impasibilidad siempre molesta, cuando se trata de responder a una matanza que se prolonga sin fin, es indignante y deshonroso. La falta de rapidez y contundencia europea en condenar de manera inequívoca desde un principio las atrocidades de Gadafi y lanzar un mensaje de apoyo al levantamiento tiene mucho de impotencia y bastante de indignidad. Los libios saben no tienen marcha atrás. Que afrontarían un infierno si Gadafi lograra revertir la situación. Lo que no sería impensable, si por la actitud exterior fuera. Otros muchos sátrapas pueden estar pensando que con un buen Tiananmen a tiempo pueden evitar lo peor. Lo mismo Lady Ashton ni se entera.


ABC - Opinión

La calle tomada. Por Alfonso Ussía

Otro fin de semana sin salir de casa. La culta y solidaria izquierda tomará la calle. José Antonio Vera, en estas páginas, se ha preguntado por el paradero de la izquierda española. Y la izquierda ha dado su respuesta. Tomará las calles de Madrid para protestar con multitudinarias y abigarradas manifestaciones en contra de los crímenes de Ghadafi. La gran pancarta la portarán los representantes de la izquierda mediática. El Gran Wyoming no ha podido conciliar el sueño cuando se ha enterado que Ghadafi, el gran revolucionario, se ha cepillado a un millar de libios impertinentes que pedían una reforma hacia la democracia en su país. Y Zerolo, que insulta a los judíos, únicos demócratas del Medio Oriente, y acepta con ejemplar resignación que en Irán sean ejecutados los homosexuales con el objeto de limpiar la sociedad de elementos degenerados, según palabras del revolucionario Ahmadineyad.

La culta y solidaria izquierda tomará la calle, pero aún se ignora qué calle, y de ahí el despiste general. Con el entusiasmo que les caracteriza, los de la Ceja han decidido manifestarse. El problema es que Aznar nada tiene que ver con lo que sucede en Libia, en Irán, en Venezuela, en Cuba y en Afganistán, y están desnortados. Pueden manifestarse en la Puerta del Sol contra Esperanza Aguirre. Reponerse en un par de días de una operación de cáncer es una demostración palpable de la chulería y prepotencia de la derecha. Indignante desde cualquier punto de vista. Guillermo Toledo y Alberto Sanjuán están organizando la nueva flotilla en beneficio de Hamás que partirá rumbo a Gaza, y han renunciado a la manifestación. Además, que tanto el uno como el otro, con toda la razón del mundo, quieren saber en qué esquina se reunirá la izquierda para protestar lo que tenga que protestar. Existen dos posibilidades. Que lo hagan contra Ghadafi por matar a mil libios que piden democracia, o que lo hagan contra los mil libios por pedir una cosa tan rara y poco recomendable. Se espera la decisión, que adoptarán al unísono Carmen Machi y María Antonia Iglesias, aunque a la segunda le haya prohibido Vasile que se manifieste contra Ghadafi por la gran amistad que une al ilustre revolucionario libio con Berlusconi, el salido Primer Ministro italiano y dueño de Tele-5 que al fin y al cabo, aunque se mueva por la ultraderecha, es el que paga. No obstante, y si no saben contra quién manifestarse, pueden contar con la recta opinión de Almudena Grandes y el poeta García Montero, siempre que no coincida la manifestación con la reunión de uno cualquiera de los mil jurados de Premios de Poesía a los que ambos pertenecen, con toda justicia, digo yo.

La calle a elegir para ser tomada podría ser alguna inmediata o cercana a la embajada de Israel en Madrid, porque si no hay chicha contra la que manifestarse siempre se puede terminar insultando a los hebreos y poniendo en duda el Holocausto, que es duda muy propia de la izquierda española, tan inclinada a favor de los adorables terroristas de Hamas. Con los Bardem que no cuenten porque están en Los Ángeles preparando la revolución comunista que cambiará el rumbo de los Estados Unidos en unos pocos años, unos doscientos cincuenta más o menos. Además, que han tenido la desgracia de que a Pe le empezaron las contracciones allí, y no pudieron tener al niño donde querían, en un hospital público de Madrid como los que visita Esperanza Aguirre para ser operada de cáncer, que hay que ser tonta y de derechas. Bueno, pues eso, que van a tomar la calle, pero no saben cuál.


La Razón - Opinión

Aguirre. La vida te lleva por caminos raros. Por Maite Nolla

Lo mejor que ha podido hacer Esperanza Aguirre es ir con la verdad por delante; para lo bueno y para lo malo, porque al fin y al cabo confesar públicamente su enfermedad tiene también un riesgo político.

Si algo se debe aprender cuando te dedicas, ni que sea a tiempo parcial, a la opinión política es que ya puedes currarte un tema que, al final, cada uno acaba teniendo la suya propia y contra eso nada se puede hacer. Por ejemplo, cuando Esperanza Aguirre sobrevivió al tiroteo en Bombay, el que no la criticó por lo de los calcetines, se creyó la mentira del pobre Guardans –que actualmente habita en el limbo político, por chaquetero– de que Esperanza Aguirre había huido dejando al resto de españoles, o españoles de ocho a tres, abandonados a su suerte. Y no faltan los que la critican ya por haberse operado en un hospital público y te lo mezclan con las listas de espera, aunque no tengan ni idea de cómo funciona el asunto. Y si se hubiera operado en un hospital privado la hubieran criticado por pija y elitista. Y otros están con el teclado afilado para cuando empiece la campaña electoral en la que no tardarán en atizarla y le atribuirán el intentar sacar partido de su enfermedad, como si para derrotar a Tomás Gómez fuera necesario demasiado esfuerzo.

Lo mejor que ha podido hacer Esperanza Aguirre es ir con la verdad por delante; para lo bueno y para lo malo, porque al fin y al cabo confesar públicamente su enfermedad tiene también un riesgo político: no sabemos hasta qué punto eso influye en el voto. Es más, viendo el proceder en casos precedentes en los que se han ocultado enfermedades de políticos de primera fila, lo que se podría pensar es que si lo ocultan es, precisamente, porque el efecto no es o debe ser muy positivo en el votante. Por ejemplo, en el caso de Pasqual Maragall todo el mundo se llegó a creer que Zapatero le había traicionado con Mas y que Montilla era parte de esa traición, hasta que Toni Bolaño reconoció en el 59 segundosde Cataluña que si Maragall no había sido candidato en 2006 era única y exclusivamente porque ya estaba enfermo. Pero cuando se tienen principios –tres o cuatro, no hacen falta más– es mucho más sencillo actuar. Vamos, que no hace falta ver el episodio de El Ala Oeste de la Casa Blanca llamado Las dos catedrales, con Brothers in Arms de fondo.

Incluso los buenos políticos acaban limitados por la realidad, por las circunstancias o por unos compañeros de partido ingratos. Y, oigan, hasta aquellos a los que Esperanza Aguirre no les cae nada bien, estarán de acuerdo conmigo que ha demostrado que en las situaciones difíciles siempre tiene claro lo que debe hacer. Aunque sea para equivocarse, a veces.


Libertad Digital - Opinión

Zapatero, «Yira Yira». Por M. Martín Ferrand

Las relaciones bilaterales se fraguan con constancia y lealtad, dos ingredientes que escasean en el zurrón del leonés.

CON la jactancia con la que José Luis Rodríguez Zapatero suele presentarnos sus nimiedades como grandezas, la trompetería monclovita anuncia que mañana, domingo, el presidente del Gobierno —lo que queda de él— emprenderá una rápida visita a Túnez, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. Puede y debe valorársele el esfuerzo, la voluntad de servicio; pero la política exterior, el mayor de todos sus muchos y grandes fracasos, nunca es fruto de un gesto o una frase. Las relaciones bilaterales se fraguan con constancia y lealtad, dos ingredientes que escasean en el zurrón del leonés como ya nos demostró, recién sobrevenido presidente, al tirar por la borda un largo proceso de aproximación y entendimiento con Washington que inició Felipe González, apalancó Javier Solana en sus días de la OTAN y perfeccionó José María Aznar. Algo que, dicho sea de paso, analiza con finura el ex embajador de España en USA, Javier Rupérez, en sus recientes Memorias de Washington.

Insisten los voceros zapateristas, para ponerle alzas a la estatura del líder, que será el primer dirigente europeo que aterrice en Túnez después de la caída de Zine El Abidine Ben Alí. Pues que bien. Quizá porque somos tierra y patria de navegantes y descubridores nos gusta presumir de ser pioneros; pero, a estas alturas de la Historia, es preferible incluirse en el grupo de los mejores que en el de los primeros. La calidad es sustancial y, en cambio, lo segundo —lo de Zapatero en Túnez— es meramente ordinal y, además, hay que forzar el concepto para que lo sea porque sin ser, en puridad, «un dirigente» hasta la muy inútil y también socialista Catherine Ashton ya estuvo allí. Y David Cameron visitó El Cairo a la caída de Hosni Mubarak.

Lo más notable del viaje de Zapatero es que se produzca, que el desánimo no cunda en él cuando los suyos, con evidente desapego, han empezado la carrera de la sucesión. Algo que sería obsceno de no ser acostumbrado en los rituales de la partitocracia en los que es más importante y decisivo el favor de los apparatchikque la voluntad y el aprecio de los ciudadanos. Carlos Gardel, gran conocedor de la miseria humana, podría cantarle al decadente líder socialista aquello tan expresivo del tango de Enrique Santos Discépolo: «Cuando manyés que a tu lado/ se prueban la ropa/ que vas a dejar...». Puestos a no tirar la toalla, como aconsejarían la prudencia y el patriotismo de consuno, es imprescindible salvar el tipo y, en ese sentido, buen destino es Túnez. Cualquier pueblo es bueno para un olvido o un disimulo y, no puede negarse, la actualidad es el más eficaz de todos los pretextos. Buen viaje.


ABC - Opinión

Rubalcaba. El Gobierno que iba a ampliar derechos. Por Pablo Molina

Dejemos sentado, una vez más, que el socialismo es una ideología totalitaria dispuesta para ser llevada a la práctica por tiranos vocacionales como ZP.

José Luis Rodríguez Zapatero se presentó a las elecciones de 2008 con dos promesas centrales, basadas respectivamente en ampliar "los derechos de ciudadanía" y alcanzar el pleno empleo, no necesariamente por ese orden. Con esos dos pilares y la inteligentísima apuesta del PSOE por los molinillos de viento y las placas solares subvencionadas, lo que la hermenéutica zapateril dio en llamar "economía verde" o "sostenible", el banco socialista quedó apuntalado con las tres firmes patas que finalmente llevaron a Zapatero a repetir su victoria en las urnas ante el asombro general.

El pleno empleo ha acabado convirtiéndose en el paro absoluto y la economía sostenible ha devenido la imbecilidad más insostenible, por ruinosa, que jamás se le pudo ocurrir a un gobernante europeo. Pero vayamos al otro pilar programático del programa de ZP; ese con el que Zapatero prometió llevar a cabo una vasta "ampliación de los derechos de ciudadanía".


En realidad seguimos sin saber exactamente a qué derechos se refería el redactor del programa socialista salvo al de las niñas de 16 años a acudir a los abortorios sin conocimiento de sus padres, porque lo cierto es que la España de Zapatero es el país que más prohibiciones ha implantado en un más corto espacio de tiempo.

Aquí está prohibido fumar en los negocios privados de hostelería o fabricar hamburguesas más grandes de lo que determina el departamento ministerial competente. Hablando de comidas, si tiene hijos no puede meterles en la mochila un producto de los calificados como bollería industrial, y si tiene un medio de comunicación deberá evitar la publicidad de la llamada "comida basura" ante el riesgo de que los niños la vean y la administración le meta un multazo de mucho progreso. Si tiene un negocio abierto al público, además de vigilar constantemente a los clientes para que no enciendan un pitillo a escondidas, deberá comprobar con frecuencia el termostato para no sobrepasar los 21 grados en invierno ni los 26 en verano, que son los límites establecidos por la autoridad, "socialista por supuesto". Ah, y si vive en Cataluña, además de todo lo anterior olvídese de ir a una corrida de toros o de intentar que su hijo se eduque en castellano, porque el gobierno de "la ampliación de derechos de ciudadanía" ha decidido que eso no es libertad sino libertinaje. El colofón es que ahora, además, no se podrá superar en las autovías y autopistas el límite de velocidad que Rubalcaba, gran experto en tráfico, ha improvisado esta mañana mientras acudía a su cita con la prensa tras el Consejo de Ministros.

Solemnicemos lo obvio en honor al presidente y dejemos sentado, una vez más, que el socialismo es una ideología totalitaria dispuesta para ser llevada a la práctica por tiranos vocacionales como ZP, un tipo que siente una tendencia irresistible hacia a la metafísica más pedante porque resulta incapaz de aportar un análisis riguroso sobre cualquier circunstancia concreta de la política, la economía o la sociedad y tomar decisiones al respecto, que es precisamente para lo que le pagamos. Sin embargo, en un país tan lanar como España es el tipo de político que gusta al espectador medio del telediario de la Primera. ¿A que gana las elecciones de 2012?


Libertad Digital - Opinión

La prohibición sostenible. Por Ignacio Camacho

Un mundo progresista y feliz sin centrales nucleares, sin coches, sin corridas de toros. Y sin tabaco, claro.

PODRÍAN probar a prohibir los coches. De hecho ya lo han propuesto en algunas ciudades; cierto progresismo contemporáneo considera al automóvil el paradigma sinóptico de los males que afligen a la sociedad posindustrial. Contamina, consume combustibles fósiles y provoca accidentes, atascos y crispación nerviosa. Es un monstruo posmoderno, el enemigo natural del buen salvaje rousseauniano, un artefacto siniestro cuya abolición constituiría un salto cualitativo en la revolución adanista del mundo feliz. Un mundo sin centrales nucleares, sin coches, sin armas, sin corridas de toros, entregado a la bondad fraterna, a la alianza de civilizaciones y al ansia infinita de pazzzzzzz. Y sin tabaco, por supuesto.

Lejos queda el tiempo en que la mentalidad progresista consideraba al automóvil un símbolo de autonomía individual y de desarrollo. La época en que el Manifiesto Futurista de Marinetti proclamó que un coche a toda velocidad era más bello que la Victoria de Samotracia. Reliquias de la Historia; no hay nada más antiguo que un moderno pasado de moda. Ahora el mester de progresía reviste un estilismo peatonal y ecológico; el buen progre moderno se desplaza andando o en bicicleta, envuelve sus compras en bolsas reutilizables y se alumbra con bombillas de bajo consumo subvencionadas por el Gobierno. En esa utopía antimaquinista, en ese ambientalismo de atrezzo, el automóvil representa un rancio vestigio del pretérito industrialismo burgués, un anacronismo de humo y chatarra, una antigualla prescindible. Como las corbatas cuya supresión preconizaba el ministro Sebastián --el autor intelectual de la reducción de velocidad para ahorrar petróleo-como panacea contra el gasto en aire acondicionado. No era, al igual que este plan energético de sainete, una broma traviesa ni un chiste de Lepe ni un invento del profesor Frank de Copenhague; en su delirio de ingeniería social este Gobierno toma esta clase de ocurrencias absolutamente en serio.

Por eso es perfectamente verosímil que un día se atrevan a prohibir los coches, o al menos sacarlos a la calle; han prohibido fumar sin atreverse a vetar el tabaco, y han prohibido los toros sin suprimir la ganadería brava. Podrían incluir la medida en un plan de choque contra la siniestralidad vial o contra el cambio climático o contra el dispendio de combustible; disponen del mantra-comodín de la sostenibilidad para amparar el acto de poder que más les gusta, que es la prohibición, epítome supremo de la facultad de mandar. Y contra el pequeño inconveniente de los efectos en la industria automotriz y en el desempleo, ya han ensayado en los ERES de Andalucía la fórmula mágica de la reconversión sin bajas colaterales. Está al caer la subvención de bicicletas, y quizá antes de rendir mandato alumbren como gran innovación del transporte público sostenible la recuperación de la diligencia.


ABC - Opinión

Sólo una medida efectista

Las fuertes turbulencias que agitan el mercado del petróleo a causa de las revueltas populares en varios países árabes que son productores han obligado al Gobierno español a diseñar un plan de ahorro energético para contrarrestar los vaivenes al alza en la cotización del crudo. Aunque el suministro esté razonablemente garantizado, las maniobras especulativas provocan un incremento del precio que de no cejar pondrán contra las cuerdas la recuperación económica mundial y, con más motivo, la española. Hace bien el Gobierno, por tanto, en tomarse en serio la amenaza y en buscar los remedios necesarios para conjurarla y contrarrestar sus efectos perniciosos. Nada puede ser tan letal para la débil recuperación de nuestra economía como un fuerte encarecimiento de la factura energética, pues no se debe olvidar que España depende, hasta en un 80%, del exterior. Otra cosa, sin embargo, es que la vicepesidenta Salgado acierte con las medidas anunciadas ayer, entre las cuales destaca por encima de todas las demás la de reducir en 10 kilómetros por hora la velocidad máxima en las autovías, que pasará de 120 a 110 km/h. Es verdad que no es la primera vez que un Gobierno decide rebajar los límites de la velocidad para ahorrar combustible, pues ya lo hizo el régimen de Franco en la crisis de 1973, pero también es verdad que ni las infraestructuras ni la tecnología del automóvil de hoy son equiparables a las de entonces. De hecho, es de muy difícil demostración que reducir la velocidad suponga automáticamente un ahorro apreciable, pues el par óptimo de la mayoría de los automóviles, es decir, la velocidad más eficiente, está más cerca de los 120 que de los 110km/h. No sin razón, resulta sintomático que el vicepresidente Rubalcaba fuera incapaz ayer de precisar cuánto nos ahorraremos y se limitara a aventurar un «15% del deposito», sin más datos que le avalara. También en este asunto resulta inevitable percibir ese aroma a improvisación y efectismo que distingue a muchas de las actuaciones económicas del Gobierno socialista. Se diría, más bien, que ha aprovechado que el Pisuerga de la crisis energética pasaba por aquí para satisfacer un viejo anhelo de la Dirección General de Tráfico de rebajar la velocidad en las autovías, fórmula infalible para disparar la recaudación por multas. Ya anunció días atrás la reducción de 50 a 30 km/h la velocidad máxima en las vías urbanas, así que con esta nueva decisión cierra un círculo cuyos beneficios más notorios irán a las arcas públicas a costa del conductor. Por lo demás, el resto de las medidas avanzadas apenas si merecen mayor consideración que la de engordar un paquete bastante endeble y voluntarista, como bajar hasta un 5% las tarifas de los trenes de cercanías y media distancia o incrementar el consumo de biocombustibles. Son simples y diminutos parches que no logran ocultar las graves deficiencias del sistema energético, pendiente de un pacto de Estado para hacerlo menos dependiente del exterior, más eficiente y más barato para el consumidor. Todo esto no se alcanza obligando a los automovilistas a conducir a paso de tortuga y breándolos a multas. Otra vuelta de tuerca de un Gobierno obsesionado con prohibir, regular y controlar todos los ámbitos.

La Razón - Editorial

Libia se desangra

La parálisis de las potencias democráticas alienta la criminal represión de Gadafi contra su pueblo.

A la espera de su previsible desenlace en la trinchera de Trípoli, Libia se ha convertido en un escenario bélico donde el acorralado Gadafi y sus leales intentan hacer buena la promesa del coronel de morir matando. Es un paisaje especialmente cruel, de matanzas indiscriminadas, en el que, a diferencia de Túnez y Egipto, el criminal desafío del tirano árabe frente a su pueblo limita drásticamente las opciones y entenebrece la salida de la revuelta.

El pueblo libio está pagando un precio terrible por intentar librarse del lunático déspota que responsabiliza a Al Qaeda y a jóvenes drogados de la insurrección popular. Y si Gadafi es finalmente derrocado no será gracias a la colaboración decidida de Estados Unidos o Europa, que después de 10 días y varios miles de víctimas siguen deshojando la margarita de lo conveniente. Mientras los libios caen en las calles, se organizan en comités ciudadanos o de resistencia y sus soldados o diplomáticos desertan, Washington, Bruselas y el Consejo de Seguridad seguían ayer enfangados en una bochornosa retórica de admoniciones, discusiones preliminares y propuestas de sanciones todavía pendientes de concretar. Todo lo que la OTAN, reunida ayer de urgencia, está en condiciones de aportar es su contribución logística a la evacuación de extranjeros y la asistencia humanitaria.


Las potencias democráticas, que encabezadas por Estados Unidos cometieron el trágico error de rehabilitar por petróleo y supuesta seguridad a un dictador brutal cuya tiranía interna se ha mantenido intacta 40 años, siguen sin definir cómo enfrentarse a un criminal en ejercicio, pese a tener un abanico de opciones que habrían ahorrado muchas vidas de haberse aplicado en cuanto estuvo claro el salvajismo desatado por Gadafi. Se trata de medidas enunciadas y que ayer aún estaban pendientes de ejecución, como la imposición de una zona de exclusión aérea, para impedir que la aviación libia sea utilizada como arma de exterminio y transporte de mercenarios; el inmediato embargo internacional sobre todo equipamiento militar; la congelación de los activos del Gobierno de Trípoli o la apertura de una investigación por crímenes de lesa humanidad contra Gadafi y sus secuaces.

En Libia, a diferencia de Túnez o Egipto, el Ejército regular es una fuerza marginal mantenida así por Gadafi para evitar un golpe militar. Las tropas de choque de esta dictadura perfecta son una oscura red de brigadas especiales, comités revolucionarios y agencias de seguridad, todos bajo el control directo del déspota.

Los libios sublevados por su libertad precisan desesperadamente muchas cosas materiales estos días. Pero para perseverar en su lucha, que es la de un mundo árabe que despierta, necesitan sobre todo una señal rotunda e inequívoca -hechos, no palabras- de que la llamada comunidad internacional está con ellos y contra un régimen de terror, el de Gadafi, que para mayor escarnio todavía se sienta en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.


El País - Editorial

Los disparates del Gobierno los pagamos todos

Este paquete de medidas restrictivas no conseguirá en absoluto solucionar el problema energético de fondo, pero sí supondrá una inadmisible restricción de nuestras libertades y un intenso retroceso en nuestra calidad de vida.

A estas alturas a nadie le sorprenderá que las chapuzas del Gobierno las acabemos pagando todos los españoles. Así ha sido desde 2004 y así seguirá siendo hasta, con suerte, 2012. En este caso, la última ocurrencia socialista consiste en obligarnos a todos los españoles a ahorrar forzosamente energía reduciendo la velocidad de circulación por autovía. A saber: el Ejecutivo más manirroto de la historia, el Gabinete que más ha hecho por subvencionar y promocionar energías ineficientes y carísimas como las renovables, nos exige ahora a todos los españoles que modifiquemos nuestro modo de vida y que seamos austeros en el consumo de energía porque ésta ha subido mucho de precio.

Huelga decir que se trata, en primer lugar, de un claro ataque a nuestras libertades. Pues no deberíamos olvidar que en economía todos los recursos son escasos: ese no es el problema. La cuestión reside en tomar decisiones a partir de esa escasez: en este caso, de lo que se trata es de que cada uno elija entre ahorrarse una cierta cantidad de dinero y llegar más tarde a su destino o pagar un sobreprecio –muy moderado, dicho sea de paso– y disfrutar de más tiempo con su familia o amigos. Es decir, entre apretar con mayor o menor intensidad el acelerador.


El Gobierno, sin embargo, ha elegido de nuevo por todos. No hay discrepancia ni diversidad posible. Está en el ADN socialista: de la demagogia del prohibido prohibir hemos pasado a prohibirlo todo. Tal es el grado de poder con el que cuentan nuestros políticos: al vicepresidente del Gobierno se le ocurre por los pasillos convertirnos en el país más lento de la Unión Europea, y acto seguido tenemos aprobado un decreto que contiene sus caprichos. Si democracia es separación y, sobre todo, limitación de poderes, desde luego en este país no gozamos de unas instituciones democráticas de muy elevada calidad.

La tragedia es que, como en tantas otras ocasiones, este paquete de medidas restrictivas no conseguirá en absoluto solucionar el problema energético de fondo –problema que en gran medida es responsabilidad directa del Ejecutivo– e incluso es muy probable que llegue a agravarlo. Pero, sin duda alguna, su aprobación sí supondrá una inadmisible restricción de nuestras libertades y un intenso retroceso en nuestra calidad de vida. Dicen que la izquierda es progreso; en España ya deberíamos haber aprendido sobradamente la lección de qué entienden nuestros socialistas de todos los partidos por progreso.


Libertad Digital - Opinión

Ocurrencias energéticas

La escasa credibilidad de Rodríguez Zapatero hace que cualquier nueva propuesta sea vista con desconfianza e incluso estupor.

EL Consejo de Ministros adoptó ayer unas medidas de ahorro energético que la opinión pública ha recibido con tanta perplejidad como rechazo. Se trata de reducir provisionalmente a 110 kilómetros por hora el límite máximo de velocidad en autopistas y autovías, con la intención —según «improvisó» en rueda de prensa el portavoz Pérez Rubalcaba— de reducir el consumo de gasolina en un 15 por ciento. La dependencia energética de nuestro país es un fenómeno que viene de lejos, producto de causas muy complejas que no se remedian —ni siquiera se alivian— con medidas para salir del paso. No es una novedad que España es muy vulnerable a los vaivenes del mercado petrolífero. Pero de momento el Gobierno acude a la fórmula de siempre: ocurrencias más o menos llamativas, de corto alcance y sin una evaluación rigurosa de sus ventajas e inconvenientes, así como de su coste económico real y de su repercusión social. En este caso, la reducción de los límites de velocidad ofrece una dudosa efectividad como sistema de ahorro. Es evidente que habrá que adaptar las señales de tráfico, cambiar la codificación de los radares y reestructurar el sistema de sanciones administrativas, generando probablemente serios problemas de inseguridad jurídica en muchos casos.

Al final, el tiempo dirá si la medida realmente supone un ahorro o es un disparate, pero como primera providencia vuelve a ser inevitable que los ciudadanos perciban un afán recaudatorio y sancionador que reduce la legitimidad social de estas medidas. Incluso cuando son indudablemente positivas, como la reducción en las tarifas de los ferrocarriles de cercanías, cabe preguntarse con razón por qué esas medidas no se adoptaron hace tiempo. Es imprescindible un plan nacional sobre energía que aborde con criterios rigurosos, y no con naderías de prestidigitación improvisada y coyuntural, las necesidades de Espeña. Lo peor de todo es que, una vez más, el Ejecutivo —y en particular Miguel Sebastián—parece superado por las circunstancias y da la sensación de que sólo espera soluciones milagrosas. Además, la escasa credibilidad de Rodríguez Zapatero hace que cualquier nueva propuesta sea vista con desconfianza —incluso estupor, como en este caso— por una sociedad que no se acostumbra a los bandazos de un equipo económico que cambia drásticamente de opinión de un día para otro, sin medir el alcance real de sus actos.

ABC - Editorial