lunes, 10 de enero de 2011

No cabe un tonto más. Por Arturo Pérez-Reverte

Me van ustedes a disculpar -o no-, pero la culpa no la tiene el niño, ni sus padres. Alguien debería romper una lanza por esa familia; así que aquí me tienen, rompiéndola. En el asunto del profesor del instituto de La Línea que mentó el jamón en clase, ofendiendo la sensibilidad islámica de un alumno musulmán de trece años, los culpables son otros. Después de todo, el padre que puso una denuncia en comisaría, tras calificar de maltrato escolar el hecho de que se pronunciasen las impuras palabras jamón y cerdo en clase, no hacía otra cosa que demostrar que sabe muy bien dónde está. Que nos ha tomado el pulso. Los hipócritas somos nosotros, ciudadanos socialmente correctos y de limpia conciencia, que después de llenarnos la boca tragándolo todo hasta el fondo porque no vayan a decir que somos intransigentes, xenófobos y fachas, y por el resto del qué dirán, de pronto nos ponemos estrechos y tiquismiquis diciendo que no, oiga. Por Dios. Ahora, la puntita nada más.

Esto es España, oigan. Donde, como dice mi compadre Carlos Herrera, no cabe un tonto más, pues nos caeríamos al agua. Cuando la familia del niño musulmán ofendido por el jamón dirigió sus pasos a la comisaría más próxima, de ingenua tenía lo justo. La movía la certeza absoluta de que, por descabellada que fuese su denuncia, tenía ciertas posibilidades de prosperar. Y no puedo menos que darle la razón. Conociendo el patio.

El maestro, en primer lugar. Menos mal que anduvo prudente y achantó la mojarra. Con la hiperprotección que en España dispensamos a los pequeños cabroncetes, que un niño se levante en clase y le quite la palabra al profesor que está hablando de Geografía y de climas adecuados para la cura del cochino, a fin de exigirle que no ofenda su sensibilidad religiosa, nos parece a muchos lo más natural del mundo. O semos tolerantes, o no lo semos. Respeto a la multiculturalidad, se llama eso. Y si al maestro se le ocurre levantar la voz para decirle al zagal que cierre el pico, o agarrarlo por el pescuezo si se pone flamenco y sacarlo al pasillo, calculen el desparrame. Docente fascista, violencia escolar, xenofobia en las aulas, tertulias de radio y televisión, Internet a tope. Se le cae el pelo, al profe. Niño y encima musulmán, casi nada. Si además llega a ser niña y con pañuelo en la cabeza, abre telediarios.

En cuanto a la policía, imaginen que son el cabo Ramírez, o como se llame, que está echándose un cigarrito en la puerta, y en ésas llega el padre de la criatura y dice que a su hijo le han mentado el jalufo en clase, y que es intolerable. Entonces usted, Ramírez, considera dos opciones. La primera que se le ocurre es mandar al padre y al hijo a tomar por saco; pero, lo mismo que el maestro, sabe perfectamente en qué país imbécil se juega los cuartos. También sabe que, si no se pone a disposición de cualquier fanático oportunista, tramitando tal clase de denuncias, puede ponerse a remojo: xenofobia policial, abuso de autoridad, prevaricación, nocturnidad -son las siete de la tarde- y alevosía. Titulares de prensa, y María Antonia Iglesias, descompuesta de belfo, llamándolo fascista y mala persona en la telemierda. Así que opta por la segunda opción, y tramita. Cayéndosele la cara de vergüenza, pero resignado con su puto oficio y su puta España, va al día siguiente a tomarle declaración al maestro. Y que salga el sol por Antequera.

Ahora, el juez, fiscal o lo que sea. Afortunadamente estaba de guardia uno normal, de los que no buscan salir en los periódicos. Y decidió, con sano criterio, hacer lo que no pudo el cabo Ramírez: mandar al demandante a tomar por saco, como la Justicia hace esas cosas: archivando la denuncia. Mi pregunta es qué habría ocurrido si en vez de tocarle al fiscal Fulano le hubiese caído al fiscal Mengano: uno de los que tocan otro registro y se la cogen con papel de fumar, por si acaso. De los que, en una discusión de tráfico, una conductora llama cabrón a un conductor, éste responde zorra, y empapelan al conductor por conducta machista. Dirán ustedes que es imposible. Que la denuncia del jamón no podía prosperar jamás. Vale. Piénsenlo despacio. Esto es España, recuerden. Paraíso de demagogos y cantamañanas, donde prospera todo disparate. Ahora díganme otra vez que la denuncia nunca iría adelante, por lo menos en fase de diligencias. Díganlo mirándome a los ojos.

Así que, en mi opinión, el digno musulmán hizo perfectamente. No arriesgaba nada. Y si cuela, cuela. Con suerte, incluso habría sacado una pasta para pagarse el viaje a La Meca con la familia. En todo caso, lo seguro es que en la comunidad islámica de su pueblo deben de tenerlo ahora por un hombre santo, honesto mahometano. Todo un tipazo. De estar en su chilaba, yo también lo habría hecho.


XL Semanal

400 días de reformas dolorosas y un congreso sucesorio. Por Antonio Casado

Esta noche, en Antena 3, el presidente del Gobierno, que ya tiene hechos los deberes para su próxima comparecencia parlamentaria sobre política social, volverá a pregonar reformismo sin desprotección. Es la estrella polar para guiarse en los 400 días que le faltan a esta averiadísima Legislatura, con el objetivo de recuperar a los dos millones de votantes socialistas que se han desenganchado de Zapatero.

Sin embargo, me temo que en su conversación con Gloria Lomana, su primera comparecencia televisiva del año, volverá a aflorar la cuestión sucesoria, que él mismo agitó estas Navidades en conversación informal con periodistas. Desde entonces se le ve más relajado. Como si se hubiera quitado un peso de encima. Por eso ya no le importa reconocer públicamente que los frutos de su actual política de reformas no se van a ver hasta 2013. Es decir, un año después de las elecciones generales, lo cual es una forma de darlas por perdidas.

Lo reconoce indirectamente cuando se esfuerza en defender su política de ajustes al precio de la desafección de sus propios votantes. Por patriotismo. Una política para salvar al país y despeñarse en las urnas. Las de marzo de 2012, se entiende, en las que, según sus propios cálculos, los ciudadanos aún no tendrán motivos para retribuir el esfuerzo que está haciendo ahora el Gobierno.


“El PSOE siempre se la ha jugado por la modernización de España y por hacer las reformas que necesita”, “cueste lo que cueste”, dice, tratando de sobrevolar el penoso día a día y alzarse sobre cuestiones de menor cuantía, como la sucesión, los sondeos o los votos de las elecciones territoriales del 22 de mayo próximo. Ahora resulta que no es cuestión de resultados electorales, o de circunstancias más o menos adversas (ya nos había hecho creer lo contrario, en relación a la terapia anticrisis), sino de convicciones, según explicó el otro día a Carlos Herrera.

Sin embargo, algunos sostenemos que cuando un líder actúa sin mirar a las encuestas es que está preparando la evasión. Una evasión estatutaria, por supuesto, si nos tomamos al pie de la letra sus advertencias de que el asunto se abordará “cuando toque”. Eso nos obliga a recordar que el próximo congreso federal del PSOE podría celebrarse en cualquier momento a partir del mes de julio, que es cuando se cumplen los tres años que han de pasar como mínimo desde la celebración del anterior congreso ordinario (el 37, “La fuerza del cambio”, julio 2008). Entonces ya tocará elegir secretario o secretaria general, que se convertirá inmediatamente en candidato a la presidencia del Gobierno, según es costumbre en el PSOE, solo desmentida por el breve episodio Borrell-Almunia, aunque tampoco se llegó a consumar la anomalía.

Ese es el escenario. No el de unas primarias. En todo caso, esa función también la puede hacer el 38 congreso del PSOE (otoño de 2011, con toda probabilidad). Más aventurado es anunciar el elenco de los personajes ¿Rubalcaba como estrella emergente? Lo veo gestionando la etapa terminal de Zapatero pero no compitiendo por pilotar una travesía del desierto de cuatro años. U ocho.


El Confidencial - Opinión

PP y PSOE. Realismo político o triunfalismo ideológico. Por Agapito Maestre

El realismo socialista trata de frenar su caída en las urnas, mientras que el triunfalismo del PP no aumenta las expectativas de sus votantes.

La política como profesión es uno de los ensayos más grandiosos que Max Weber, el gran filósofo y sociólogo alemán, ha legado a la cultura política de nuestra época. Surgido de una conferencia pronunciada a los estudiantes de la Universidad de Munich, durante el invierno revolucionario de 1919, Weber confronta su trabajo científico como filósofo de la política con la política concebida como profesión, es decir, como una forma de acción de personas concretas para ganarse la vida en el interior de los partidos políticos. Bajo el trasfondo de las ideas revolucionarias de la época, Weber obliga a sus oyentes a conocer sin ilusiones, como diría posteriormente su esposa, todos los procesos y fenómenos de sociología política que determinan de una manera típica la maquinaria política. Weber nos ha legado el realismo para analizar cualquier posible cambio político; más aún, si Weber en una época convulsa apostó por el realismo contra los narcóticos revolucionarios, e incluso combatió con inteligencia a quienes confundían el deber ser con el ser, tanto más hoy, en una época de relativa estabilidad democrática, deberíamos ser realistas.

Sin realismo es imposible analizar la situación política de España. Esa lección de Weber me pone sobre aviso sobre algunos grandes titulares de cierta prensa del domingo; por ejemplo, no me cabe en la cabeza que un periódico en su primera página diga que Rajoy sigue subiendo, cuando todos los indicadores nos muestran lo contrario. Me explico. Es obvio que todas las encuestas, análisis políticos y otros indicadores del futuro de la vida política muestran con contundencia, desde hace meses, que Rajoy está por delante de Zapatero. Hace siete meses, incluso hace tres meses, la distancia entre el PP y el PSOE era cada vez mayor. Hace semanas que la tendencia se detuvo. Peor aún, por desgracia para el PP, esa ventaja está reduciéndose.

Las causas de esa reducción están también a la vista; la bajada de Rajoy está siendo estudiada, curiosamente, por los mismos que levantaron hace unos meses acta de su subida. Esos análisis y encuestas son realistas. No engañan. Todos esos indicadores muestran una foto de la sociedad, e incluso en su modestia indican tendencias muy claras; por ejemplo, una de esas tendencias es que, a pesar del silencio de Rajoy, su falta de programa y su ambigüedad ideológica, el PP sube. La razón de esa subida era obvia: Zapatero estaba amortizado. Agonizando. Había perdido la confianza de la mayoría de sus votantes. También en España, como en otras democracias más desarrolladas que la nuestra, la gente no vota tanto a favor de alguien como contra alguien. Rajoy sube, en efecto, porque el electorado vota contra Zapatero

Eso es, sencillamente, realismo. Pero el problema viene ahora, una vez que esa tendencia a la subida de Rajoy se ha detenido, o mejor, que hemos pasado de una diferencia de 18 puntos, de hace unas semanas a 14 puntos, según encuestas serias y contrastadas. ¿Cómo explicar este cambio? Ahí va mi hipótesis. Quizá sea un argumento. Creo que el PSOE ha asumido el desgaste de su líder y se ha preparado de varias formas para amortiguar el golpe. Por el contrario, el PP no ha tomado en serio a quienes critican, con realismo y sin oportunismos baratos, sus peores deficiencias, a saber, no atreverse a decir con claridad qué van hacer con España. En otras palabras, el PP se ve ya ganador por mucho, mientras que el PSOE ha asumido con realismo su devenir político, y, junto con sus terminales mediáticas, está preparándose para detener el golpe electoral de varias maneras. Mientras el PSOE trata de reducir distancias, el PP no parece querer aumentarlas. El PSOE es realista. Político. El PP está en otra cosa. Pareciera que la política para el PP es cosa de otros.

Mientras que Zapatero, por un lado, está jugando con su candidatura, a la vez que trata de salir airoso, aunque muy tarde, del fiasco económico en el que él mismo nos ha situado, y el propio PSOE, junto a su grupo de comunicación de preferencia, Prisa, por otro lado, operan sobre un contexto de absoluta deslegitimación de Zapatero para detener la sangría de votos socialista, el PP está lejos de actuar en términos realistas y no ven que tengan nada que cambiar para seguir avanzando. Los líderes del PP callan, o se engañan, sobre quienes muestran que Rajoy puede gobernar, pero su silencio, es decir, su falta de liderazgo, y su carencia de un programa concreto alternativo de gobierno puede pasarle factura, incluso podría impedirle alcanzar la mayoría absoluta... En fin, el realismo socialista trata de frenar su caída en las urnas, mientras que el triunfalismo del PP no aumenta las expectativas de sus votantes.


Libertad Digital - Opinión

La sangre de los mártires. Por José María Carrascal

Lo que no saben esos individuos, como tantas otras cosas, es que con su crimen suelen alcanzar lo contrario de lo que pretenden.

LA pregunta que se hacen hoy unos norteamericanos tan anonadados como compungidos es si la tragedia de Tucson acabará con la crispada polarización que vive su país o señala el comienzo de otra era de violencia doméstica, como la ocurrida durante la guerra en Vietnam o las marchas de derechos civiles. Sin que nadie sea capaz de contestarla.

Que el luctuoso suceso, que ha dejado seis muertos, entre ellos un juez federal, y a una congresista en estado crítico, se debe a la radicalización de esta política es innegable. El debate civilizado ha sido sustituido por el ataque rabioso en Internet y la crítica razonada, por el insulto e incluso la amenaza, con mensajes claros de batalla: «enemigos domésticos», «disponed vuestros ejércitos», «tomad las armas». Tanto el juez Roll como la congresista Giffords habían recibido abundancia de ellos. Hasta qué punto los propios políticos han contribuido a ello está por decidir. Pero que ese mapa de «dianas» de los distritos a conquistar para impedir la reforma sanitaria de Obaba que Sarah Palin había hecho circular, ha tenido que interpretar un papel en la tragedia parece evidente, aunque haya sido de forma involuntaria.


El resto lo hacen las circunstancias. Arizona, un estado limítrofe con Méjico, donde el problema de los inmigrantes ilegales se vive cada día y donde acaba de aprobarse una polémica ley contra ellos. Sólo faltaba el ejecutor, un joven inestable, confuso, mesiánico, con problemas de convivencia en la escuela, suspendido en el college donde estudiaba, rechazado por el ejército, que volcaba su frustración en la red, en los asuntos más diversos, desde el patrón oro al intento gubernamental de controlar las mentes, un tipo, en fin, más abundante de lo conveniente en Estados Unidos, como Lee Harvey Oswald (por cierto, el segundo nombre de Loughner es Lee), que intentan pasar a la historia con un asesinato histórico, y de paso, acabar con su tortura mental.

Lo que no saben esos individuos, como tantas otras cosas, es que con su crimen suelen alcanzar lo contrario de lo que pretenden. El asesinato de Kennedy creó tal conmoción en el país que permitió a su sucesor, Johnson, pasar la legislación de derechos civiles que posiblemente aquél no hubiera conseguido aprobar. El atentado de Tucson puede muy bien dar luz verde en el congreso a la reforma sanitaria de Obama. Y es que no hay abono más fructífero que la sangre de los mártires. El juez Roll, modelo de humanitarismo, y la congresista Giffords, apasionada, compasiva, independiente, son el polo opuesto de ejemplar humano que suele ofrecer este país.

Mientras el sheriff del distrito donde ocurrió la tragedia resumía el ánimo del mismo: «Es hora de que reflexionemos sobre nuestro espíritu. Si los servidores públicos siguen recibiendo amenazas, pronto no seremos capaces de encontrar a gente razonable y decente para asumir esos cargos».


ABC - Opinión

Intervención. Ni cenamos ni se muere padre. Por Emilio Campmany

Puesto que es inevitable que tengamos que ser intervenidos, cuanto antes mejor. A ver si, entre tanto sacrificio como habrá que asumir, esa catarsis sirve para impulsar las reformas políticas que es necesario hacer y que nadie quiere acometer.

Desde mayo, estamos al borde del precipicio, apoyados con la punta de un pie en una piedra resbaladiza, sin terminar de caernos, pero sin acertar tampoco a recuperar el equilibrio apoyando las dos piernas en tierra firme. Parece que vamos finalmente a caer, pero da la impresión de que hasta en esto hay un orden que no puede alterarse y cada cual tiene que esperar su turno. Primero fue Grecia. Luego, Irlanda. Ahora, toca Portugal. Tras él, llegará la hora de España. Y el fin de fiesta está reservado para Italia.

Nos dicen nuestros economistas que vernos en la tesitura de tener que ser rescatados tendría consecuencias terribles. Sin embargo, el rescate parece inevitable. Lo sé por lo que están haciendo los socialistas en todos los sitios donde gobiernan. Están a toda prisa convirtiendo en funcionarios a todos los que tienen colocados a dedo. Son decenas de miles de empleados públicos de las administraciones locales y autonómicas. Naturalmente, temen que lo primero que hagan los interventores cuando se hagan cargo del puente de mando sea ordenar que sean despedidos los empleados que puedan serlo y arreglárselas con los funcionarios, que no pueden ser echados.


De modo que, mientras la intervención llega, la gente del PSOE con mando en plaza no para de cargar los presupuestos de todas las administraciones con gravámenes en beneficio de amigos y correligionarios que los interventores no puedan legalmente remover. Así las cosas, cuanto más tarde el rescate, más cargado estará el presupuesto y mayores serán los sacrificios a imponer subiendo impuestos, bajando sueldos de funcionarios, abaratando el despido y bajando pensiones, que es lo que básicamente supondrá el rescate.

Corre la especie de que Zapatero no dimite ni convoca elecciones porque quiere ser él quien adopte las duras reformas que hay que hacer para que quien le suceda no tenga que quemarse tomándolas y pueda dirigir al país sin hipotecas de descrédito popular. Mentira y gorda. Se supone que el habitante de La Moncloa vio la luz en mayo. ¿Qué ha hecho desde entonces? Suprimir los dispendios disparatados que él mismo había aprobado (con la anuencia del PP), como la subvención a los parados de larga duración y el cheque bebé; hacer una reforma laboral de la señorita Pepis; incrementar el IVA un poco y reducir el salario de los funcionarios otro tanto; y amagar con las pensiones sin terminar de dar. Mientras, las administraciones públicas siguen despilfarrando y apenas nada se ha hecho en el mercado financiero, en el energético y en los múltiples negocios subvencionados que en España campean. Sólo está ganando tiempo.

Zapatero no va a hacer lo que hay que hacer y nadie del PSOE ni del PP tiene prisa en sucederle porque entonces tendría que hacerlo él. Entretanto, Moncloa, ministros y secretarios de Estado, presidentes autonómicos, consejeros y ministrines, alcaldes y concejales "a gastar y a gastar, antes de que a España vengan a rescatar". Y, mientras, ni cenamos ni se muere padre.

Así que, puesto que es inevitable que tengamos que ser intervenidos, cuanto antes mejor. A ver si, entre tanto sacrificio como habrá que asumir, esa catarsis sirve para impulsar las reformas políticas que es necesario hacer y que nadie quiere acometer. Y de paso, a ver si el ciclón barre a esta repulsiva clase política que padecemos y nos trae otra que sea capaz de levantar un nuevo consenso nacional alrededor de unos intereses comunes que todos los españoles podamos compartir.


Libertad Digital - Opinión

La transición del PSOE. Por Ignacio Camacho

Un descalabro catastrófico podría empujar al PSOE hacia un liderazgo más radicalizado aún que el de Zapatero.

SI la caída del zapaterismo se consuma en los términos que predicen las encuestas no sólo va a provocar un destrozo grave en el Partido Socialista sino que puede causar una seria avería en el entramado institucional español, que necesita un referente de izquierda sensato y solvente. Un descalabro electoral de proporciones catastróficas podría empujar a la socialdemocracia hacia un liderazgo más radicalizado aún que el de Zapatero. Existe una tendencia general en la opinión pública a pensar que la salida del presidente reconduciría al PSOE por el camino de la moderación y el pragmatismo, pero no tiene por qué resultar así; su tejido dirigente actual, su aparato orgánico, está trufado de zapateritos/as surgidos a imagen y semejanza del líder, con idéntica inmadurez intelectual y la misma inclinación aventurerista, y no es descartable que en caso de big-bang interno se produjera una catarsis capaz de impulsar al partido hacia una renovación imprevisible. La transición del postzapaterismo va a ser uno de los procesos cruciales para el futuro de nuestra democracia.

Por paradójico que resulte, corresponde a Mariano Rajoy como previsible sucesor en la Presidencia del Gobierno una cierta responsabilidad en la estabilización política de su adversario. El PP va a heredar si llega al poder una situación muy delicada que necesitará de una oposición juiciosa con la que establecer acuerdos para las imprescindibles reformas que pongan al día las desgastadas estructuras de un Estado en quiebra. La tarea, de trazo constituyente o al menos de vocación refundadora, exigirá acuerdos de amplio espectro que rebasen incluso el ámbito de una eventual mayoría absoluta, y que de algún modo han de empezar a fraguarse desde ahora mismo, cuando el desplome zapaterista parece irreversible. La fórmula más aconsejable consiste en ir tejiendo ya una serie de pactos estratégicos que de algún modo obliguen al legatario de Zapatero y lo embarquen en un compromiso regeneracionista. Eso implica una modulación del desconfiado clima político inmediato que se antoja francamente difícil, pero nadie ha dicho que aspirar a la gobernación de un país en cuesta abajo represente un negocio sencillo.

Acaso el propio Rajoy, tan proclive a procrastinar sus deberes, sea consciente de esa necesidad a medio plazo. De hecho ya se ha producido alguna reunión discreta con Zapatero para discutir la agenda del último tramo de la legislatura, y hay gente estudiando cómo darle al futuro expresidente un papel que mejore su deslucida actuación gubernamental. Pero no va a bastar con eso; es menester ir dibujando desde ya la bitácora política del próximo mandato. Aunque el trabajo de ganar no esté terminado y bastante trabajo suponga para el líder del PP concluirlo con éxito, ha de hacerlo pensando en que sus futuras responsabilidades de Estado incluirán también la de ser el presidente de los que pierdan.


ABC - Opinión

El Tea Party no disparó a Gabrielle Giffords

Lo único que le ha importado a una parte de la izquierda –que en nuestro país incluye a la práctica totalidad de los medios de comunicación– ha sido crear un muñeco de paja a raíz de un drama humano para poderlo instrumentar políticamente.

Como en tantas otras ocasiones, Jean-François Revel dio en el clavo cuando en La obsesión antiamericana dijo aquello de que "la certeza de ser de izquierdas descansa en un criterio muy simple, al alcance de cualquier retrasado mental: ser, en todas las circunstancias, de oficio, pase lo que pase y se trate de lo que se trate, antiamericano". Nuestros socialistas de todos los partidos odian a Estados Unidos por todo lo que esa gran nación representa: libertad, propiedad privada, valores morales, sociedad civil, democracia con auténtica separación de poderes y valentía para no ser erradicados por sus enemigos.

Siendo así, a nadie le extrañará que la izquierda europea, y en especial la española, guarde especial inquina hacia aquellos que, dentro de Estados Unidos, mejor encarnan sus esencias y que no están dispuestos a que el socialismo y la ideología de lo políticamente correcto acabe arruinando su próspero sistema: el Tea Party. Durante la campaña electoral de las últimas elecciones de mitad de mandato ya pudimos escuchar todo tipo de exabruptos y mentiras contra este movimiento –éste sí– espontáneo. Se les acusó de extrema derecha y de racistas, cuando su punto de partida era la limitación del poder del Estado y cuando entre sus integrantes convivían personas de todas las razas y culturas, tal como sucede en ese exitoso melting pot que es su país.


El triunfo del Tea Party en noviembre cayó como un jarro de agua fría en nuestra intelectualidad y también en la mayor parte de nuestra derecha: a la postre, venían a demostrar que la defensa sin complejos de los valores liberal-conservadores podía derrotar al que en Europa se consideraba el mejor y más popular presidente que ha tenido Estados Unidos en toda su historia. En parte los insultos de la izquierda continuaron, pero la victoria electoral de estos activistas hizo aconsejable ocultar tácticamente el rostro despótico y contrario a la soberanía popular del socialismo.

Sin embargo, ha bastado con que un desequilibrado disparase a la congresista demócrata Gabrielle Giffords y a la multitud que la rodeaba para que el griterío histérico de la izquierda occidental –cada vez más parecida en Estados Unidos y en Europa– se haya vuelto a escuchar con fuerza. Así, en pocas horas, cuando apenas existía información fidedigna de lo ocurrido, se construyó la delirante teoría de que el criminal, Jared Loughner, era un fanático seguidor del Tea Party y, muy en especial, de Sarah Palin, autora intelectual última del atentado.

Poco ha importado que Loughner tuviera entre sus libros de cabecera el Mein Kampf y el Manifiesto Comunista –escasamente favorables a los principios de libre mercado que propugna el Tea Party–, que sus compañeros de instituto lo calificaran como persona de izquierdas, que su odio declarado hacia Giffords se remontase a 2007, cuando ni el Tea Party existía ni Palin gozaba de relevancia alguna, o que el ala más radical del Partido Demócrata estuviera muy enfadada con Giffords por no haber votado por Nancy Pelosi como presidenta de la Cámara de Representantes.

Lo único que ha movido a una parte de la izquierda –que en nuestro país incluye a la práctica totalidad de los medios de comunicación– ha sido crear un muñeco de paja a raíz de un drama humano para poderlo instrumentar políticamente. No es que en España no hayamos padecido execrables maniobras parecidas, pero no convendría olvidar lo poco que algunos valoran su integridad en la arena ideológica.


Libertad Digital - Opinión

Confusión socialista en 2011

El Gobierno es considerado por los encuestados como el tercer problema del país, por detrás del paro y de la situación económica.

LA segunda entrega del barómetro político de diciembre de 2010, realizado por DYM para ABC, muestra el contexto en el que la opinión pública española ha asumido la necesidad de un cambio en el gobierno de la Nación. Por lo pronto, el Gobierno socialista es considerado el tercer problema del país, por detrás del paro y de la situación económica, lo que explica la falta de confianza de los ciudadanos en la evolución de los acontecimientos. Si el Gobierno no es percibido como una parte de la solución a la crisis, se convierte en una causa principal de la crisis misma. Los encuestados lo expresan con rotundidad: el 72 por ciento creen que la situación económica es mala o muy mala; el 24 por ciento, que es regular; y solo el 3 por ciento que es buena. Los resultados sobre la situación política son similares, y las previsiones a un año no son mejores. La suma de estas percepciones de los entrevistados es una asociación clara del Gobierno socialista con la crisis política y económica. Por esto mismo, la convocatoria de elecciones anticipadas cuenta con un apoyo mayoritario, el 55 por ciento frente al 41, con la significativa oposición del 70 por ciento de los votantes socialistas, que son plenamente conscientes de que unos comicios generales adelantados serían catastróficos para el PSOE. Pero, por otro lado, la evidente debilidad del Gobierno confunde a los votantes socialistas, que solo concedían a Rodríguez Zapatero una nota de 4,8, mientras que Rajoy supera el aprobado (5,4) entre los suyos.

Tampoco son ajenos los encuestados a la incertidumbre sobre la candidatura de Zapatero a la presidencia de Gobierno en las próximas elecciones generales de 2012. Una clara mayoría considera que el presidente del Gobierno ha cedido gran parte de poder a Pérez Rubalcaba, y la opinión más extendida es que será este el candidato socialista a La Moncloa. Por tanto, el debate sucesorio está claramente instalado en la opinión pública y, especialmente, en los votantes socialistas, cuyo rechazo a una anticipación de elecciones generales se explica por la ansiedad de ganar tiempo para que el PSOE encuentre un revulsivo electoral, que ya no es Zapatero, al menos, para una buena del electorado socialista. El acceso de Pérez Rubalcaba al primer plano del Gobierno, aunque sea el único de sus miembros que aprueba, no ha servido para mejorar la imagen del Ejecutivo ante los ciudadanos, porque lo perciben como un escenario de tensión, incertidumbres y confusión.

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