jueves, 6 de octubre de 2011

José Blanco. Cita en la gasolinera. Por Cristina Losada

Fue látigo de corruptos y de amigos de corruptos y, así, la oposición sólo ha tenido que recordarle sus palabras heavymetal: lo que le exigió al PP, que se lo aplique.

Un ministro que se detiene en una gasolinera a fin de recoger a un empresario y hablar con él a solas en el coche oficial, es un ministro que, como poco, suspende en elemental prudencia. De lo que hablaron sólo hay, que se sepa, dos testigos, de manera que el thriller resultante más que un whodunit, un "quién lo hizo", es un "qué se dijo" en un automóvil que llevaba a sus ocupantes hacia una buena comilona, como es costumbre en la tierra, y que en el caso aquel era un cocido. El empresario resultó un estafador y uno que, como viene a ser condición sine qua non, sabía tocar las teclas políticas. Paso a paso, se hizo un nombre en la sociedad lucense y se ganó el favor de los políticos, trayectoria que culminaría con su entrada en el vehículo del titular de Fomento, para el que había organizado un homenaje con entrega de medalla de oro incluida. Hay que ver cuántos sucumben al halago. Y a la recomendación de un primo.

Procesado el otrora ejemplar emprendedor por urdir una trama de subvenciones ilegales, asegura que pagó ciertas cantidades en concepto de pago de servicios a José Blanco, a un concejal del PP y a un exconsejero del Bloque Nacionalista. Los tres partidos han resultado pringados, pero su reacción ha sido diferente. De modo que ya hay, sobre la mesa, dos dimisiones y esas rápidas renuncias, en un país donde dimitir es una rareza, ponen el foco sobre el tercer hombre, que es el ministro. Como Blanco no se ha distinguido por su mesura, las declaraciones que hizo a cuenta del caso Gürtel se vuelven en su contra. Fue látigo de corruptos y de amigos de corruptos y, así, la oposición sólo ha tenido que recordarle sus palabras heavymetal: lo que le exigió al PP, que se lo aplique.

A José Blanco le había rozado el escándalo en otros tramos de su carrera. Tras su paso por la presidencia de uno de tantos organismos perfectamente prescindibles, el Consejo de la Juventud de Galicia, quedó un runrún de facturas que nunca se aclararía. Mucho más tarde, tuvo bronca y hasta rifirrafe por su ático en una urbanización que fue denunciada por ilegal y bautizada como Villa PSOE. Peccata minuta en comparación. Si el empresario que le acusa miente o dice la verdad, tendrán que dilucidarlo los jueces. Pero en política debe de regir aquello de la mujer del César. Y es que una cita en la gasolinera puede acabar en citación.


Libertad Digital – Opinión

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