sábado, 10 de septiembre de 2011

Un registro, señor Ministro. Por Alfonso Ussía

Jamás saludé ni intercambié palabra alguna con Franco. No tengo, por ello, la experiencia de mantener su mirada, que dicen era directa y perforante, aún en los últimos años de su vida. En su tramo final, Franco recibió en el Palacio del Pardo, en una de sus audiencias de los miércoles, a la Junta Rectora del Colegio de Arquitectos de Madrid. En las palabras de su presidente, Franco interpretó una distancia con el régimen, un entusiasmo descriptible y un deseo de independencia política e ideológica de los arquitectos que no le hicieron puñetera gracia. De inquebrantable adhesión, nada de nada. Cuando se hacían la fotografía de rigor, Franco le preguntó de sopetón al presidente de los arquitectos: «¿Cuantos arquitectos están registrados en Madrid actualmente?». El presidente no tenía los datos exactos, y tiró por aproximación. «No lo sé, excelencia, pero seis mil a siete mil quinientos, más o menos». Franco asintió, y cuando parecía que no iba a insistir en el asunto, y en alta voz, le reprochó al presidente: «A la próxima audiencia venga usted más preparado. O eche un vistazo al registro».

A cualquier pastor se le pregunta por el número de cabezas de su rebaño y no tarda un segundo en ofrecer la cifra exacta. Es más, ya puede llevar un rebaño con dos mil cuatrocientas diecisiete ovejas, que reconoce una a una a todas. Él las ayuda a parir y suma, y las entierra, y resta. El campo es así cuando se vive en soledad. El viejísimo y divertido cuento de los vaqueros de la caravana que se ven sorprendidos por un ataque al galope de los apaches encaja con la anécdota de los arquitectos. «¿Son muchos, Spencer?». «Sí, Willy. Tres mil tres». «¿Y cómo sabes que son tres mil tres?». «Porque delante vienen tres y detrás unos tres mil». Un pariente de mi padre, poco aficionado a su condición de abuelo, respondió a un amigo que le preguntó cuántos nietos tenía. «Aproximadamente, veintidós».


Tenía catorce, pero al verlos juntos se agobiaba y veía nietos por todas partes. En esta vida, todo es relativo, pero las matemáticas, según me han informado, son exactas e incuestionables. La suma de dos más dos da como resultado cuatro. No «aproximadamente cuatro». Se dió un caso especial. Visitaba un manicomio un conocido aristócrata, de gran generosidad y excentricidad extrema, que financiaba el establecimiento por tener allí ingresado a uno de sus hijos, víctima de una rareza peculiar. Creía ser una breva. Se subía a un árbol, y cuando consideraba que estaba madura la breva, se soltaba y se daba unos morrones impresionantes. Le acompañaba el director y surgió la pregunta de siempre. «Doctor, ¿cuantos internos tiene actualmente?». «Cuarenta y seis, señor duque, pero no me extrañaría nada que esta noche hubiera cuarenta y siete». «¿Espera a uno nuevo?». «Todo depende de usted, señor duque».

Nuestro ministro de Educación, aunque parezca mentira que tengamos un ministro de Educación, don Ángel Gabilondo, ha reconocido que ignora por completo el número de docentes con los que cuenta la enseñanza. Otro como el presidente de los arquitectos, los vaqueros atacados por los apaches y el abuelo que veía nietos por todas partes. Existe un sistema de control que se llama Registro. Por lógica, todos los docentes tienen que estar registrados para poder ejercer su benéfica labor. Pero el ministro parece ignorar su existencia, o lo que es peor, podría darse el caso de que no existiera un registro y diera clases en España cualquier desgarramantas. De ser más listo, se da una cifra falsa y pelillos a la mar. Pero reconocer una ignorancia con el registro tan a mano dice mucho del señor ministro. Más que invistiendo a un asesino como «Doctor Honoris Causa», como hizo antes de ser ministro.


La Razón – Opinión

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