martes, 27 de septiembre de 2011

Sólo es libertad. Por Ignacio Villa

No hay que ser aficionado a los toros, no hay que conocer el arte del toreo, ni siquiera es necesario ser habitual en los cosos taurinos para saber que la prohibición de las corridas de toros en Cataluña se ha convertido ya en uno de los gestos más antidemocráticos de estos últimos treinta años en España. Una decisión sobre la que es difícil encontrar un precedente.

Hoy no es necesario hablar de verónicas, de bravuras, de trajes de luces y de puertas grandes. Hoy simplemente hay que hablar de libertad. Cuando un Gobierno, sea del color que sea, tiene que prohibir una fiesta popular por motivos políticos, los cimientos más básicos de la convivencia están fallando en lo esencial. Es evidente, así se ha demostrado a lo largo de la historia, que en Cataluña hay una gran afición a los toros, como también existe en gran parte de España o en el sur de Francia. ¿Es eso, una falta contra la identidad de algo o de alguien? ¿Significa atentar contra las normas o las reglas de la democracia? ¿Alguien puede ver en las corridas de toros una ofensa contra alguna sensibilidad especial?


La supresión de las corridas de toros en Cataluña es un atentado directo contra la libertad de los ciudadanos. ¿Alguien puede afirmar o demostrar que un catalán de nacimiento y ejerciente de todos sus derechos es menos catalán por ser aficionado a los toros? Sencillamente: ¡no! A estas alturas, ya nadie oculta que esta prohibición en Cataluña es una simple y burda estrategia política para azuzar un enfrentamiento irreal e inexistente entre el nacionalismo catalán y el mal llamado nacionalismo español. ¿O es que no se dan cuenta los políticos catalanes el ridículo que supone que ahora miles de ciudadanos tengan que viajar a Zaragoza, a Valencia o a Nimes, por ejemplo, para poder disfrutar de una afición que desde luego tiene el sello español pero que es universal? No hay más que cruzar el Atlántico para darse cuenta que en plazas de toros como las de México DF, Lima o Quito se vive la misma afición, sin más etiquetas nacionalistas que no llevan a ninguna parte.

La prohibición de las corridas de toros en Cataluña, nos sitúa de nuevo ante la evidencia de lo que significa el nacionalismo llevado al extremo. Una evidencia que se traduce en exclusión, en complejos y en prohibiciones. Una realidad que se traduce en uniformidad, y que tiene en el verbo prohibir el peor de los ejemplos.

Una democracia bien asentada ¡nunca prohíbe! Una democracia asienta las bases de una convivencia ordenada, sin imposiciones histriónicas, ni obligaciones trasnochadas. Cuando un Gobierno tiene que prohibir una costumbre popular con una gran afición, con una afición de siglos es que está consiguiendo que falle algo tan básico como es la libertad. Hoy en Cataluña por desgracia no hay que hablar de la afición de toros, hay que hablar de un recorte de libertad. De las libertades de los catalanes.


La Razón – Opinión

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