martes, 6 de septiembre de 2011

La semana política que empieza. Protestas en la segunda transición. Por Fernando Jáuregui

Quienes, por edad y dedicación, estamos condenados a recordar, no podemos evitar comparar algunas cosas que están ocurriendo en esta presunta segunda transición hacia una democracia más plena (confiemos) con otras que ocurrieron en la primera, en la que pasamos del franquismo a un régimen de libertades, derechos y deberes nuevos. Lo digo porque, otra vez, nos enfrentamos a un aluvión de protestas, en la calle y en los atriles con micrófonos, que no sé si están, todas ellas, plenamente justificadas.

Quizá usted, lector, si ha cumplido los suficientes trienios como consumidor de periódicos y de noticieros de radio y televisión, se habrá preguntado alguna vez qué ha quedado de aquellas incendiarias soflamas con las que políticos, periodistas e intelectuales del momento combatían hace treinta y cinco años la entrada de España en la OTAN, una entrada que iba a ser, decían, compendio de todos los males. O, sin remontarnos tanto en el tiempo, qué ha quedado del "estado de manifestación" que permanentemente nos alteró durante la anterior Legislatura por razones varias y que ahora se ven carentes de fundamento serio, más allá del intento de desgastar a un Gobierno o a una oposición.


Creo que nos hallamos, ante el abismo del comienzo de otra semana que intuimos presuntamente llena de disgustos en lo económico, en el inicio de otra situación de "estado de cabreo" no sé si siempre justificado. Que los sindicatos, en busca de un papel que ejercer en una sociedad que ya no les entiende, puedan llegar a convocar una huelga por una reforma constitucional ambigua, aplazada en el tiempo y destinada apenas a servir de marketing al país frente a las exigencias que nos llegan de fuera, parece algo poco convincente y poco pertinente.

Y lo mismo digo del movimiento de "indignados". Como si no hubiera motivos bien tangibles y concretos en España para protestar contra la inactividad del Gobierno en algunos campos (y la actividad subterránea en otros), o por las negligencias de la oposición, o por las contradicciones de los nacionalistas, o el mero vociferar de otros partidos menores, que poco aportan a la construcción de la nación*

Cunde la sensación -real o impostada-- de que España se desangra y, entonces, la calle se llena manifestantes contra el único acuerdo de calado y trascendencia entre los dos grandes partidos nacionales, precisamente cuando toda la ciudadanía estaba exigiendo acuerdos entre ellos. Se pide austeridad y sacrificio al sector público y los enseñantes (por poner un ejemplo) estallan de ira cuando se les pide una mínima contribución extra de trabajo, que, a mi entender, para nada resulta excesiva. Y, así, podríamos poner algunos ejemplos más*

El "piove, porco Governo" que refleja la sátira política italiana puede, una vez más, tener razón aquí y ahora. Cierto que el Gobierno de Zapatero ha actuado inicialmente de manera desastrosa para afrontar una crisis a la que se quiso, irresponsable e ignorantemente, dar la espalda; cierto que la oposición podría, también inicialmente, haber echado una mano más decidida a la hora de arreglar las cañerías y cierto que ambas partes podrían haber pactado "a lo grande" mucho antes. Cierto que los nacionalistas siguen en su táctica egoísta del desconcierto. Cierto que los sindicatos están como ausentes, y que a veces es peor cuando están presentes...

Pero cierto es también que la sociedad española, habitualmente tan sufrida, parece no haber entendido aún la magnitud de una crisis que es global, sí, que afecta también a los vecinos, pero que es "nuestra" crisis particular. No entiendo, la verdad, la algarada ante una reforma constitucional que es meramente cosmética. Ni la ira de algunos sectores profesionales a los que se pide un mayor esfuerzo, dado que no parece que, para enderezar las cosas, baste con que los prebostes políticos prescindan de sus "audis".

Ya sé, ya sé que la clase política tiene poca autoridad moral para pedir a los españoles que se ajusten el cinturón; pero es que ahora de verdad viene el lobo. Y pienso que sobre eso sí hay que creer a los diferentes representantes políticos cuando nos lo avisan.


Periodista Digital – Opinión

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