lunes, 12 de septiembre de 2011

Listas electorales. Por Magdalena del Amo

Dentro de unos días empezará la carrera de las listas electorales, esa especie de lotería perversa, que al que juega y le toca le resuelve la vida; y no por los sueldos o las dietas que no son excesivos, sino por la casta de la que se empieza a formar parte, con un despliegue de ventajas aparejadas que se sustancian en complementos, jubilaciones y otras prebendas, algunas de naturaleza menos tangible, pero muy gratificante para espíritus poco evolucionados con necesidad de satisfacer sus egos arrugados. Hoy, entrar en política es casi comparable a tener un marquesado. Que se lo pregunten, si no, a algunos, con una simple y raspada licenciatura en Derecho, o ni eso, que salen de su pueblo directamente a la curul de San Jerónimo o de cualquiera de los 17 parlamentos españoles, además del Senado. No es de extrañar que, dada la naturaleza del psiquismo humano, enseguida se consideren por encima del común de los mortales. He conocido a unos cuantos a lo largo de mi trayectoria periodística y me divierte observar cómo se convierten en otra persona. Se hacen arrogantes y, en general, se sumergen en un universo paralelo adoptando la pose de vedette. Viendo este cambio, y en confianza a modo jocoso, a más de uno le he remarcado la célebre advertencia: memento mori!, o según Tertuliano, ésta más precisa aún: respice post te; hominem te esse memento!, que un siervo les iba recitando a los generales romanos cuando desfilaban victoriosos, recordándoles que eran mortales y no dioses.

Las semanas previas a la formación de las candidaturas, los aspirantes intensifican sus coqueteos y exhiben sus vistosos plumeros alrededor de los mandamases de los partidos, con vistas a ser elegidos. Vaya, como un concurso de mises pero sin desfile en bañador. ¿Y qué cualidades son necesarias para ser tocado por la mano de Dios? En la práctica, desgraciadamente por lo que ello implica, el nivel de exigencia no es muy elevado. En política, la excelencia no es un valor en alza. Cotizan más otras aptitudes más relacionadas con el cabildeo entre pasillos.

Todos coincidimos en que en política deben estar los mejores y los más capaces. Pero también estamos de acuerdo en que la clase política actual es la más mediocre y la peor preparada de nuestra historia democrática, consecuencia del deterioro social y moral que padecemos. Nada tienen en común los que hoy se sientan en los escaños del Parlamento con aquellos políticos de la transición, todos ellos de sólida formación, patrimonio heredado o ganado fuera de la política, con muchos oportunistas que la utilizan para medrar en el peor de los sentidos.

La publicación del patrimonio de los políticos –no entiendo que se haga ahora—seguro que animará a que afloren nuevas vocaciones, porque no están nada mal los patrimonios de algunos de los líderes de la Patria.


Periodista Digital – Opinión

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