sábado, 10 de septiembre de 2011

Las cuentas de sus señorías. Por Gloria Lomana

Los diputados y senadores han rendido cuentas de su patrimonio, una obligatoriedad voluntariosamente positiva, pero de dudosa eficacia. Baste recordar que, en plena polémica con los favores y adjudicaciones que relacionaban a los hijos de Manuel Chaves con la Junta de Andalucía que él había presidido durante casi veinte años, Chaves declaró un patrimonio de 23.547 euros. Cualquier trabajador en España, con una vivienda en propiedad compartida con su cónyuge, resulta ser más rico que el hoy vicepresidente del Gobierno. A la vista de ese dato, su servicio a la causa política resulta una generosa y sacrificada contribución al bien general.

Sucede lo mismo en la presente ocasión. Conocemos la situación patrimonial de Zapatero, Rubalcaba, Rajoy o Bono, pero nada sabemos del valor de sus inmuebles. La publicación del patrimonio de nuestros políticos es más un gesto de cara a la galería que de cara a la transparencia.


En la política española, las grandes fortunas se han logrado a partir de la corrupción, con sonoros pelotazos porque, el escaso sueldo de nuestros políticos, no da para convertirlos en ricos. Que en la política no se gana dinero no es discutible. Que el sueldo de un presidente del Gobierno en España está muy por debajo de la media europea, es un hecho. Que sólo cuando Aznar ficha por Endesa y cuando González asesora a Gas Natural es cuando ambos, y suman otros contratos, es cuando ganan dinero. El presidente Zapatero, a falta de ese futuro, hoy no tiene ni casa, ni coche, ni plan de pensines.

Salvo casos como el de Bono, de quien se dice que ha multiplicado su fortuna en apenas una década, nuestros políticos han ahorrado sus dineros a base de sumar años de servicio público, sesenta en el caso de Fraga, o treinta en los casos de Rubalcaba y Rajoy. En España, a diferencia de otros países, nuestros hombres y mujeres que prestan servicio público llegan al cargo «pelados» porque el cargo depende del partido no del dinero que ellos amasen. Nada que ver con un Bloomberg, alcalde de Nueva York que ha llegado a sentarse en esa silla por ser uno de los políticos más ricos del mundo. La costumbre de ir con la chequera por delante no es sólo un requisito obligado en los Estados Unidos. También es habitual en Latinoamérica. Y en Europa, pocos dudan que con la chequera Silvio Berlusconi ha convertido al dinero y a la televisión en los grandes electores de Italia.

No hagamos, pues, escarnio del patrimonio que tienen los políticos si esas propiedades las han hecho con herencias recibidas y trabajo y ahorro a lo largo de muchos años. Vigilemos la corrupción, el enriquecimiento rápido, los favores que se prestan desde los cargos públicos a cambio de dinero. Ahí es donde se encuentra el verdadero peligro de nuestra clase política.


La Razón – Opinión

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