miércoles, 7 de septiembre de 2011

La solidaridad... de los demás. Por Luis del Val

Creo que la mayoría de los españoles estamos de acuerdo en que no se puede gastar más de lo que se recauda, y que habrá que hacer recortes. Que pintan bastos lo saben millones de personas que están en el paro o lo han estado en los tres últimos años, y le han visto el rostro auténtico de la crisis, cuando el piso que compraron con tanta ilusión fue embargado al no poder hacerse cargo de los plazos de la hipoteca. En teoría, hay una cierta aceptación para asumir que vivíamos por encima de nuestras posibilidades -sobre todo algunos- y que son necesarios algunos recortes. Repito: en teoría. Cuando de la teoría pasamos a la práctica desaparece la solidaridad y comienza "lo mío es fundamental e intocable".

Es muy probable que los trabajadores de la enseñanza tengan razón en sus reivindicaciones y en sus quejas. Y que, si en lugar de trabajar 34 horas a la semana -según el convenio- van a tener que dedicar dos horas más, no es un regalo, porque a nadie le gusta cobrar lo mismo por trabajar ciento veinte minutos más a la semana. Ahora bien, ya les hubiera gustado a muchos de los cientos de compañeros míos periodistas, que hoy se encuentran en la calle, y que llevaban a cabo jornadas de 50 y 60 horas semanales, que les hubieran dado la oportunidad de dedicar dos horas más gratis, con tal de conservar el empleo. Y lo mismo digo de cualquier otra actividad laboral.

También estoy de acuerdo en que la educación es un sector estratégico, pero no menos que el sanitario, donde depende la vida de todos nosotros, o el policial, o los bomberos, o el militar, que son gente donde a las muchas horas semanales han de añadir el riesgo de la existencia.

Ya sabemos que una cosa es predicar y, otra, dar trigo, y que la solidaridad es algo en lo que estamos de acuerdo siempre que la responsabilidad caiga sobre los otros. Como en el viejo chiste del comunismo: se reparte todo menos las bicicletas, porque yo tengo una.


Periodista Digital – Opinión

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