miércoles, 14 de septiembre de 2011

Ciencias y letras en una crisis de intereses y pasiones. Por Antonio Casado

Cuando el crecimiento tiende a bajar o a estancarse y el endeudamiento tiende a subir, pasa lo que pasa en una familia cuyos gastos son mayores que sus ingresos. Cuestión de sumas y restas, aunque de esta crisis nos sacarán los hombres de letras -si son mujeres, tanto mejor- y no los de ciencias. Es lo que se corresponde con la situación. Antes o después las magnitudes darán un paso atrás deslumbradas por los faros de la política. Siempre que los faros alumbren, claro. También a escala nacional, pero sobre todo a escala europea.

Descartados por incomparecencia Van Rompuy y la señora Ashton, lo más parecido a un líder europeo es aquí y ahora la canciller germana. De ella siempre esperamos que tire del carro. Basta una contundente declaración de Angela Merkel en defensa del euro y de Europa, como hizo la semana pasada, para que las bolsas inviertan una tendencia a la baja. Y basta una estéril reunión del G-7, que no toma ninguna decisión, para que vuelvan las turbulencias a los mercados de la deuda y las noticias económicas nos atenacen otra vez la garganta.


El ex presidente del Gobierno, Felipe González, no es de ciencias ni falta que le hace. Apenas maneja números si se refiere al agujero negro de Grecia, su posible contagio a otros países de la eurozona o el durísimo corsé presupuestario que se le impone. No habla de la tragedia griega sino de la tragedia europea hacia la que nos encaminamos si la UE no empieza a comportarse como un bloque macizo en el que la integración económica y fiscal sea el antídoto contra la crisis.
Un ejemplo más: la reciente dimisión del jefe de los equipos de economistas del Banco Central Europeo, Jurgen Stark. No estaba de acuerdo con la compra de bonos italianos y españoles. Al conocerse la noticia, aumentó la inestabilidad de los mercados y las turbulencias fueron a más ¿Por la implicación del BCE en la compra de deuda española e italiana? No, por la dimisión misma. Es decir, por trasladar a los mercados una imagen de desunión y de inseguridad en las decisiones de la institución liderada por Trichet. Un intangible, en definitiva. Al fin y al cabo, los inversores no son de piedra. Y detrás de eso que llamamos los mercados hay gente de carne y hueso que nos ha prestado dinero y, simplemente, quieren recuperarlo.

En este punto me viene a la memoria un texto del profesor Juan Antonio Rivera, catedrático de Filosofía, en el que sostiene que los comerciantes fueron seguramente los primeros en zafarse del entorno moral, y su carácter opresivo, para desarrollar un talante cosmopolita y desarraigado (global, diríamos ahora). “Al conseguir sustituir las pasiones por los intereses, el comercio contribuye a dulcificar las costumbres”, dice Rivera, muy en línea con esta tesis de Montesquieu: “Es casi una regla general que donde quiera que los modos del hombre son amables hay comercio, y donde quiera que hay comercio los hombres son amables".


El Confidencial – Opinión

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