miércoles, 10 de agosto de 2011

¿Y si caemos todos?. Por Angela Vallvey

Según la Ley de Pascal (siglo XVII), la presión ejercida por un fluido incompresible y en equilibrio dentro de un recipiente de paredes indeformables se transmite con igual intensidad en todas las direcciones y en todos los puntos del fluido. Esta ley se aplica en Física a un conjunto de recipientes comunicados por su parte inferior que contienen un líquido homogéneo. Es lo que conocemos como «vasos comunicantes». En una economía globalizada, como la nuestra, ese líquido es el dinero, fluido incompresible, fuerte donde los haya, pese a que lo intenten comprimir. Y los vasos comunicantes: los distintos países del globo ligados entre sí por sus relaciones de comercio y circulación de bienes y dinero. La globalización consiste en la interdependencia y comunicación, cada día más estrecha, que esos países «soberanos» de la Tierra mantienen unos con otros. La feroz recesión que padecemos comenzó quizás en Estados Unidos y afectó de inmediato a Europa porque el veneno que emponzoñó la economía norteamericana es el mismo que nosotros tomamos en grandes dosis: dinero barato, casi gratis, sin bienes que lo respalden, y crédito desbocado, un endeudamiento salvaje con el que pretendemos compensar el declive de Occidente, incapaz de competir –en una economía globalizada– con el sistema esclavista de los países emergentes, que han atraído las inversiones y la industria ofreciendo costes de producción que sólo pueden proporcionar los negreros. Tratando de conservar un Estado de Bienestar que ha costado siglos levantar, nos endeudamos por encima de nuestras posibilidades. El problema no es que España o Italia puedan ser rescatados, ni que el BCE (o sea, Alemania) posponga las inyecciones de dinero necesarias para aliviar la deuda de esos periféricos «pesados» y, por tanto, contribuya a que cada día estemos más endeudados pese a que el riesgo de rescate siga siendo el mismo. El problema es que, detrás de España o Italia, iría Francia. Que, mientras Occidente continúe hundiéndose, China, Brasil e India se verán afectados por la creciente pobreza de sus esenciales clientes occidentales (Europa, EE UU…) y, como vasos comunicantes que son, llegará el día en que también la miseria llamará a la puerta de las potencias emergentes. Será el fin de su crecimiento brutal, que ya se está contrayendo. El problema es, creo yo, que desde que cayó el primer país se gestó la enfermedad que nos puede hacer caer a todos, al mundo entero. Así lo vería Blaise Pascal.

La Razón - Opinión

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