martes, 23 de agosto de 2011

Y después de Gadafi, ¿qué?

Es el momento de que las potencias europeas y atlánticas, con sus aliados, demuestren en Siria que lo que les llevó a intervenir en Libia fue la estabilización democrática y los derechos humanos, y no otros factores económicos y geoestratégicos.

La expulsión del poder de Gadafi es sólo una cuestión de tiempo y la única incógnita es si acabará sus días en el exilio o en manos de las fuerzas rebeldes que ayer se hacían con el control de los últimos reductos de las tropas afines al dictador libio. Se abre por tanto una etapa de gran incertidumbre porque, en contra de lo que parecen opinar los políticos europeos y la mayoría de los medios de comunicación, las cosas en Libia no son tan sencillas como aparentan.

En primer lugar, es necesario constatar la heterogeneidad dentro del movimiento que ha acabado finalmente con el régimen de Gadafi, que incluye a una facción poderosa de los Hermanos Musulmanes procedentes del este de Libia, junto a la frontera con Egipto, lugar en el que arrancaron las revueltas que finalmente han dado fin a la dictadura. El papel de estos grupos radicales islámicos en la transición hacia un régimen democrático está por ver, pero no se trata precisamente de un movimiento proclive al establecimiento de un sistema de libertades como ha acreditado suficientemente a lo largo de su trayectoria.


Por otra parte, hay un factor geopolítico que otorga mayor relevancia a lo que pueda pasar en Libia en términos políticos y es su proximidad a la franja del Sahel, un auténtico polvorín en todos los sentidos, porque es donde se concentran los militantes de Al Qaeda que operan en el Magreb y, al tiempo, un territorio con grandes riquezas minerales, incluidos algunos yacimientos de uranio, lo que hace que potencias como Francia tengan un especial interés en mantener su predominio sobre la zona. Escaldado tras el fiasco de lo sucedido en Túnez, que le supuso un alto coste político y mediático, Sarkozy quiere estabilizar el norte de África, donde el papel de Francia ha sido siempre preponderante, de ahí que el país galo fuera el primero en lanzarse a la aventura de la guerra en Libia, aunque inmediatamente británicos y norteamericanos lo secundaron obligando a que las operaciones tuvieran un carácter internacional con el concurso de la OTAN.

Finalmente, la conclusión de las operaciones bélicas en Libia interpela agudamente a los países partidarios del derrocamiento del régimen de Gadafi con pretensiones humanitarias acerca de qué van a hacer respecto a Siria, cuyo principal mandatario lleva sometiendo a su pueblo a un estado de terror sin precedentes, ahogando las revueltas pacíficas que exigen la democratización del país en un auténtico baño de sangre.

Es el momento de que las potencias europeas y atlánticas, con sus aliados, demuestren que lo que les llevó a intervenir en Libia fue la estabilización democrática y los derechos humanos y no otros factores económicos y geoestratégicos como los antes referidos. De su respuesta a las atrocidades cometidas por el régimen de Damasco dependerá su credibilidad futura. Con un Gadafi acabado, la cuenta atrás para Siria podría haber comenzando.


Libertad Digital - Editorial

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