domingo, 14 de agosto de 2011

Una extraña vocación. Por Iñaki Ezkerra

Una inmensa mayoría de los niños españoles sueña con jubilarse cuanto antes. Ya sé que se trata de un hecho un tanto insólito aparte de inquietante, pero es lo que dice una reciente encuesta de la Fundación Adecco. Yo me pongo en el pellejo de un padre al que su hijo le dice que tiene vocación de jubilado y me plantearía muy seriamente qué debo regalarle en su cumpleaños: ¿un «sonotone», un bastón, un libro de crucigramas y sudokus? De acuerdo, las jubilaciones de hoy no son lo que eran, afortunadamente. Ya no consisten en leer el periódico en el banquito de un parque con una boina calada hasta las cejas sino en ligar por internet, en dar clase de claqué o de japonés y en hacer los viajes que no se pudieron hacer antes, cuando había que fichar en la oficina. De acuerdo, existen los jubilados de oro y los abuelos jóvenes. Pero una criatura que tiene vocación de pensionista es algo un poco patético, una inquietante anomalía social y pedagógica. Con una infancia así no es que se vaya a invertir la famosa pirámide de los pocos que trabajarían para muchos. Es que nos quedamos sin pirámide. Con una infancia así, los «indignados» de la próxima generación no se indignarán porque no haya trabajo, sino porque lo haya y no puedan cobrar el retiro desde los veinte años. Con una infancia así, desaparece la infancia sencillamente porque ésta es la potencia, el ansia, la ilusión de poder serlo todo en la vida, no de no ser nada y de tener derecho a que te paguen por ello. Los niños de la encuesta de Adecco, que yo me niego a pensar que son todos los niños, son los monstruitos de la LOGSE y la sociedad del bienestar, los demandantes de un premio por no haber hecho nada. En esa encuesta hay un gran material para el diagnóstico español. Hay una concepción delirante y depredadora del derecho. ¿Qué han visto en casa para que tengan una ambición tan poco ambiciosa? Pues han visto a unos padres a los que no les gusta su trabajo, que van a él a disgusto y que creen que por hablar mal de la empresa donde curran, el Estado les debe algo, les debe todo. Los niños de antes, los de siempre, tenían vocación de eternidad. Soñaban con puestos laborales que no caducaran nunca. Si se les preguntaba qué querían ser de mayores te decían que Rey o Papa o Superman preferentemente. O sea que querían dedicarse justo a unos oficios vitalicios para los que no está pensada la jubilación y aún menos la prejubilación. Los niños de antes querían ser como los mayores. ¿Qué clase de mayores han visto y quieren ser estos niños?

La Razón - Opinión

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