domingo, 28 de agosto de 2011

Libia sin Gadafi

Construir una nueva democracia exige aplicar la justicia a los crímenes de ambos bandos.

La toma de Trípoli por las tropas rebeldes pone al Consejo Nacional de Transición ante sus primeras responsabilidades en la construcción de la nueva Libia. Los combates continúan en torno a Sirte y Muamar el Gadafi sigue sin aparecer, pero son los últimos episodios de una guerra civil que condicionará el futuro del país y de las revueltas árabes. La caída de Sirte es cuestión de tiempo; también la de Gadafi, y ese será el momento en que, si aparece con vida, las nuevas autoridades libias tomen la decisión de juzgarlo en el país o de enviarlo ante la Corte Penal Internacional. Ni en un caso ni en otro existiría la opción de la impunidad para quien sojuzgó Libia durante 42 años y prefirió la guerra civil antes que abandonar el poder.

Las primeras horas del control de Trípoli por parte de los rebeldes han sembrado la inquietud. La aparición de cadáveres que evidencian ejecuciones sumarias llevadas a cabo por los leales a Gadafi ratifican que era necesario acabar con un régimen de terror. Pero, de confirmarse los indicios de que los rebeldes podrían estar haciendo otro tanto con los gadafistas, Libia se precipitaría al peor de los infiernos: la caída de un tirano a costa de mantener la tiranía. Para el futuro Gobierno libio, el derecho a un juicio justo para Gadafi y los suyos tendría que ir acompañado por el deber de un juicio equivalente contra los rebeldes que pudieran haber cometido crímenes en el momento de aproximarse la victoria.


La guerra civil supuso un punto de inflexión en las revueltas árabes, al fijar una pauta de comportamiento para los autócratas. Dependiendo de los pasos que dé a partir de ahora el Consejo de Transición, Libia podría convertirse de nuevo en un modelo negativo para las transiciones democráticas en curso. Nada debería impedir que los ciudadanos de los países árabes accedan a una democracia plena y sin adjetivos, algo que depende en exclusiva de las decisiones que adopten los dirigentes encargados de gestionar la nueva legitimidad que han fundado las revueltas. El camino es más fácil en los países que no derrocaron a sus dictadores por las armas. Pero tampoco es imposible en Libia, siempre que las nuevas autoridades sean conscientes de que no solo lucharon contra Gadafi, sino también a favor de un régimen de libertades.

Ante estos países, la comunidad internacional tiene tendencia a dejarse llevar por actitudes paternalistas que, en el fondo, responden a un resabio racista. Los nuevos dirigentes árabes, incluidos los libios, no pueden beneficiarse de una actitud de condescendencia similar, por lo demás, a la que se dispensó ante los antiguos dictadores. Las mismas responsabilidades que se exigen a cualquier Gobierno del mundo incumben a quienes tienen ahora la ocasión, ofrecida por los ciudadanos árabes que se han jugado la vida, de demostrar que ni la pobreza ni el credo religioso ni, incluso, la historia son incompatibles con la democracia.


El País – Editorial

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