lunes, 22 de agosto de 2011

Enfrentamientos y consensos. Por José María Marco

La celebración de la Jornada Mundial de la Juventud arroja una luz especial al panorama político e ideológico español de los últimos años. Una parte muy considerable de la izquierda española ha comprendido la JMJ como una ocasión de volver a relanzar las guerras culturales en las que la política se combina con cuestiones morales como la historia, el aborto, la nación, la religión. De esta forma, se hace prácticamente imposible el diálogo que es natural e imprescindible en la vida política de un país.

En realidad, la declaración de guerra se ha quedado en un intento de ofensiva porque, como era de esperar, ni la Iglesia católica, ni quienes discrepan con la izquierda en estos asuntos ni las organizaciones políticas correspondientes han respondido a la provocación. Claro que lo ocurrido estos días en Madrid tendrá repercusiones políticas, pero eso será a largo plazo y en un plano que tardará tiempo en manifestarse en el día a día de la vida política. En un punto, sin embargo, el efecto es inmediato y ya visible: una parte muy importante de la sociedad española está dispuesta a proclamar sus convicciones religiosas sin hacer de ello un instrumento de enfrentamiento, al revés.


Así se pone de relieve una de las necesidades que manifiesta nuestra sociedad. Consiste en la restauración de espacios sociales apartados del enfrentamiento y a la lucha política. Los hay que no forman parte de la acción política, como puede ser la religión. Y los hay que deben constituir el objeto de consensos lo más amplios posibles, como algunas instituciones como la Corona, la nación, la política exterior o la defensa.

El problema reside en que una parte de la izquierda española está convencida de que estos espacios sociales, o estas instituciones, no son más que un puro artificio ideológico. Vendrían a ser una gran invención construida para que «la derecha», y todo lo que hay detrás de esta palabra, defienda sus posiciones y sus privilegios. En este punto, la izquierda justifica su propio cinismo con el supuesto cinismo de los demás.

Desarraigar esta actitud, tan característica de esta parte de la sociedad española, va a ser complicado. Lo debería facilitar el desastre del zapaterismo, que es la culminación –y el fracaso– de esta mentalidad. En buena lógica, lo ocurrido en estos años debería llevar al Partido Socialista a cerrar esta etapa, a abrirse al centro, a elaborar una nueva posición que deje atrás las guerras culturales y a buscar a sus electores en la zona templada.

Lo ocurrido estos días parece indicar que no va a ser así. Los guiños a los «indignados», la simpatía mal disimulada hacia los anticatólicos, el seguir jugando sin descanso a hacer de oposición de la oposición… todo indica que sigue funcionando el reflejo «anti». El Partido Socialista parece dispuesto a buscar otra vez el respaldo de los sectores más ideologizados y radicales. Así será difícil que el PSOE vuelva a ganar unas elecciones y que nuestro país progrese otra vez como lo hizo hace años.


La Razón - Opinión

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