jueves, 25 de agosto de 2011

El escaño a dedo. Por Iñaki Ezkerra

Rubalcaba ha propuesto estos días una iniciativa que, pensando bien de ella, hay que calificar de ocurrencia: la creación del escaño 351 en el Congreso de Diputados para los «indignados». Y es que, sin pensar bien ni mal, la idea es simplemente inquietante. Porque, para llevarla a cabo, no sólo habría que reformar la Constitución, sino ir contra ella y contra su espíritu, ya que a los escaños de la Cámara Baja se llega única y exclusivamente mediante el riguroso ejercicio del sufragio universal de los ciudadanos, esto es, por el voto electoral. Para que los ciudadanos puedan intervenir en un pleno de ese órgano en defensa de iniciativas legislativas de carácter popular hay otros mecanismos. Se puede proponer agilizar, facilitar, mejorar éstos, pero no crear un escaño que se rija por ningún otro criterio –ni bueno ni malo– que no sea el del voto en las elecciones y que pretenda sustituir a éste, pues un escaño, por propia definición, no es un banco de paso que se use para una intervención meramente oral y puntual, sino que tiene delante unos botones con los que se puede aprobar o rechazar una ley que nos concierne a todos los españoles. ¿Por qué va a usar ese botón un señor que no ha sido elegido en unos comicios democráticos? ¿En función del célebre lema indignado de «mis sueños no caben en tus urnas»?

En realidad lo que Rubalcaba anda proponiendo es el «escaño a dedo», no sé si animado por el éxito que ha tenido ese método en las famosas primarias de su partido que no fueron tales. En realidad lo que propone Rubalcaba ya está inventado. Lo inventó Franco y son los antiguos procuradores en Cortes. Uno, que tiene memoria histórica, cuando se ha enterado de esta propuesta para representar a no sé qué sectores de la sociedad que no se conformarían sólo con usar las urnas, ha recordado aquella voz que se escuchaba en ese mismo hemiciclo en los tiempos de su infancia y de la «democracia orgánica»: «Fulanito de tal y tal, procurador en Cortes por el Tercio Familiar».
La verdad es que el escaño a dedo resulta coherente con un «Movimiento» que sueña no ya con puestos de trabajo, sino con aquellas «colocaciones» fijas, seguras, eternas de una España como las de los años sesenta, en la que no había la movilidad laboral, empresarial, comercial y económica que vendría después y que hoy constituye un imperativo para superar la crisis. Añoran, en fin, los «indignados» el mercado de trabajo paternalista y aquella época en la que las madres presumían del «hijo colocado en la caja de ahorros». Porque la gente no trabajaba sino que «se colocaba» en aquel tiempo que ya no volverá ni para mal ni para bien.


La Razón - Opinión

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