martes, 2 de agosto de 2011

Democracia sin fantasmas. Por Ignacio Villa

El reciente anuncio sobre el adelanto de las elecciones generales para el próximo mes de noviembre nos sitúa ya ante la vorágine de la campaña electoral, que previsiblemente nos llevará a un cambio de ciclo político después de más de siete años de gobiernos socialistas.

Por eso quizá, éste es un buen momento para hacer algunas consideraciones sobre algo a lo que los españoles somos bastante propicios. Quizá por historia, quizá por carácter, quizá por distintos antecedentes. Lo cierto es que creo que no es demasiado pedir exigirnos a nosotros mismos que ante los próximos meses de intensa campaña política no seamos tremendistas. El mundo no se acaba. Es verdad que la situación en la que estamos inmersos se encuentra aliñada por el hartazgo, por el cansancio, por la crisis económica y por los nervios propios de unas elecciones. Todo eso es cierto; pero ya va siendo hora de que los españoles vivamos con naturalidad las citas electorales. Sabiendo que son la parte fundamental de nuestro sistema político y que además son imprescindibles para alimentar algo básico en la higiene democrática: la alternancia en el poder.


Puede parecer paradójico, pero tendría que ser así. Unas elecciones, sean del carácter que sean, deberían unir a la sociedad, más que separar o enfrentar. Una cosa es que los políticos escenifiquen la controversia sobre modelos diferentes de sociedad, los resultados efectivos ante unas medidas concretas o las posibilidades reales para salir de la crisis económica. Los políticos están en lo suyo, de acuerdo; pero los ciudadanos tendríamos que estar en lo nuestro. Y lo nuestro es saber que lo más grande que tenemos en nuestra sociedad es el tesoro de la democracia y de la libertad. Y que no podemos estar tirándonos los trastos a la cabeza de forma indefinida.

El día en que los españoles nos quitemos de encima las etiquetas despectivas que nos arrojamos para descalificar al que no piensa como nosotros, habremos entrado ya en la madurez democrática sin posible retorno. Cuando saquemos de nuestro vocabulario coloquial los conceptos de facha o de rojo para criticar a los demás estaremos ya en un escalón superior de madurez.

Una cuestión es la gestión política, que como es lógico tiene que admitir todo tipo de críticas y de valoraciones. Pero los ciudadanos no podemos caer en esa dinámica que no va con nosotros. Y unas elecciones generales como las que tenemos a la vuelta de la esquina se convierten –de nuevo– en una ocasión maravillosa para traspasar ese Rubicón de madurez. La democracia se fundamenta en la alternancia, pero por encima de todo se fundamenta en eliminar de la convivencia diaria los fantasmas de buenos y malos. Los ciudadanos somos todos iguales; eso sí, tenemos la capacidad de elegir a los que pensamos que lo pueden hacer mejor. Y si esa elección supone un cambio, nadie se debe rasgar las vestiduras. Ahí está la maravilla de la democracia y todavía a algunos les cuesta entenderlo.


La Razón - Opinión

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