sábado, 6 de agosto de 2011

Del 15M al 15M, historia de una desilusión colectiva. Por Federico Quevedo

Cuando el pasado 15 de mayo decenas de miles de jóvenes y no tan jóvenes 'tomaron' Madrid bajo un grito colectivo de indignación, parecía que realmente algo estaba empezando a cambiar en una sociedad hasta ese momento excesivamente resignada y adormecida por la anestesia de un sistema político encapsulado que acota a la clase dirigente para evitar el contacto con el pueblo soberano. Luego vino lo de Sol, y aquello se convirtió en un síntoma de reacción ante los abusos del poder y las injusticias de un sistema que se ceba sobre los ciudadanos a los que dice servir. Pero tras las elecciones del 22 de mayo las cosas empezaron a cambiar, y lo que en un principio había sido un movimiento heterogéneo, transversal, apolítico y de una aparente fuerte raigambre en la pluralidad social, poco a poco fue cayendo en manos de los 'expertos' en manejar este tipo de situaciones: anarquistas, antisistema, radicales de toda condición.

Las manifestaciones del 19-J que confluyeron en el centro de Madrid quisieron retomar la esencia del movimiento, a pesar de la escenografía típica de izquierdas, pero ha pasado el tiempo y se puede decir que queda bastante poco de 'acampadasol' y el Movimiento 15M, aunque las razones que lo motivaron y buena parte de sus exigencias siguen vivas y continúan siendo necesarias, y de hecho una buena parte de la sociedad española simpatiza con el trasfondo del movimiento, razón por la que es incomprensible que éste se haya desviado de su impulso inicial hasta el extremo de empezar a convertirse en un factor de distorsión para la ciudadanía, en lugar de ser un elemento de cohesión. Si hace un par de meses una gran mayoría de la sociedad veía con agrado la protesta de estos jóvenes 'indignados', hoy esa misma gran mayoría les ve como un grupo de inconsecuentes inmaduros que solo buscan diversión.
«Si hace un par de meses una gran mayoría de la sociedad veía con agrado la protesta de estos jóvenes 'indignados', hoy esa misma gran mayoría les ve como un grupo de inconsecuentes inmaduros que solo buscan diversión.»
Esa sensación y la deriva radical de algunas de sus exigencias hacen que hoy el 15M se vea con recelo. Es más, cunde la sensación de que sus últimas acciones en Madrid tienen más que ver con una forma de boicot a la visita del Papa que con una auténtica reacción social ante la crisis político-económica que vive este país. ¿Es que para propiciar cambios en nuestro sistema, como desde un principio propusieron los indignados, hay que llevarse por delante la Jornada Mundial de la Juventud? ¿O es que el verdadero problema radica en que el Movimiento no quiere verse comparado con el poder de atracción de la JMJ? Si es así, se trata de un error de estrategia completamente absurdo. Lo que debería intentar el Movimiento es hacerse también eco de muchas de las demandas que esa inmensa cantidad de jóvenes que se va a dar cita en Madrid tiene y que coinciden con muchas de las del propio 15M.

15-M, un fallo de estrategia

Esta es la crisis de una generación perdida, de una generación a la que sus mayores les ha robado su futuro, y en esa reflexión no hay ideología ni religión que valga: es un hecho incontestable, y necesita respuestas desde muchas perspectivas, desde muchas visiones distintas pero confluyentes en un mismo fin.

Si el 15M quiere mantener vivo el sentido heterogéneo y transversal que le vio nacer, debe aceptar en su seno toda clase de identidades y admitir diferentes puntos de vista sobre los mismos problemas, o de lo contrario acabará convirtiéndose en aquello que sus enemigos siempre dijeron que era: un movimiento capitalizado por la izquierda, al servicio del poder. Sería una pena que el 15M se quedara finalmente en una serie de tentativas de ocupar plazas provocando enfrentamientos inútiles con la policía, cuando podría haberse convertido en un referente de reacción social. Lo cierto es que sus impulsores no han sabido dirigir los pasos del Movimiento, y éste hoy ha caído en una decadente estrategia de tensión que solo consigue generar más rechazos que adhesiones. A tiempo de corregir ese rumbo están, y de provocar un debate serio y sereno sobre los cambios que requiere este país, también, pero ojalá no echen por la borda tanto esfuerzo colectivo por alcanzar aquellos fines tan nobles y que conciliaron a tanta gente: una democracia mejor y una sociedad más justa.


El Confidencial - Opinión

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