martes, 23 de agosto de 2011

Cuatro días en Madrid que ahogan ocho años de laicismo militante de Zapatero. Por Federico Quevedo

"Dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César". Fue Jesucristo el primero en hacer una declaración clara y contundente sobre lo que debía ser la separación entre el poder religioso y el poder civil, entre Iglesia y Estado. Es verdad, sin embargo, que durante siglos la religión ha estado demasiado presente en la organización civil de la sociedad, hasta el punto de que muchos de los regímenes absolutistas fueron también teocráticos. La última 'teocracia' conocida en nuestro país podría situarse en el franquismo, aunque sin llegar al extremo de que el poder civil se confundiera con el religioso, como sí ocurría en la antigüedad y ocurre actualmente con las teocracias islámicas como la marroquí, donde el Rey es la máxima autoridad religiosa del país, al mismo tiempo que la máxima autoridad política. Lo cierto es que ya en el Concilio Vaticano II se rompió definitivamente con una tradición que se alejaba del mandato evangélico y se volvió a recuperar la necesaria separación Iglesia-Estado como fórmula necesaria para la convivencia y para la garantía de la libertad religiosa de los fieles. Los últimos Papas, Juan Pablo II y el actual, Benedicto XVI, han abogado de manera firme por esa relación.

Sin embargo, es un hecho evidente que en España sigue pesando como una losa en nuestro imaginario colectivo la colaboración que durante décadas mantuvo la Jerarquía eclesiástica con la Dictadura, y aunque han pasado ya casi 40 años desde entonces, ese 'colaboracionismo' sigue provocando el rechazo de una parte de la sociedad hacia la Iglesia en nuestro país. Dicho de otro modo, el rechazo a la Iglesia tiene mucho que ver con el rechazo a la dictadura, aunque realmente una cosa no tenga que ver con la otra salvo de un modo puramente coyuntural. Con todo, la normalidad parecía haberse instalado en la relación Iglesia-Estado hasta que hace ocho años llegó Zapatero al poder y, en su empeño por reabrir las viejas heridas del pasado y reinterpretar la Historia a su manera, dio alas a un nuevo anticatolicismo que parecía superado en nuestro país, pero que sin embargo ha vivido horas de indudable protagonismo, hasta el punto de que llegó a dar la impresión de que en efecto la cruzada laicista había conseguido su objetivo de hacer retroceder la presencia de la Iglesia en la sociedad.
«En España sigue pesando como una losa la colaboración que durante décadas mantuvo la jerarquía eclesiástica con la dictadura, y ese 'colaboracionismo' sigue provocando el rechazo de una parte de la sociedad hacia la Iglesia en nuestro país.»
Pero quienes así pensaban o creían, hoy serán conscientes de que estaban muy equivocados. Si siglos de persecución no han conseguido acabar con la fe en Cristo, no iba a venir ahora Zapatero a conseguir aquello en lo que habían fracasado otros mucho más poderosos, inteligentes, audaces e, incluso, malvados que él: la JMJ2011 ha sido una demostración de músculo eclesial que ha ridiculizado cualquier otro tipo de aventura laicista destinada a contrarrestar el efecto de la ola de fe que se ha vivido estos días en Madrid. Ahora solo falta que la Iglesia española, muy 'tocada' es verdad por estos años de difícil relación con un Gobierno militante en el laicismo anticatólico, sepa comprender lo que ha pasado estos días en Madrid y recupere su papel como faro-guía para una parte importante de la sociedad española, sobre todo para esa juventud que hoy necesita más que nunca que se le ofrezcan referentes morales que le ayuden a superar la ansiedad de un futuro incierto. Hay muchos jóvenes que necesitan a Dios, pero lo cierto es que sigue habiendo muchas iglesias vacías, o con sus bancos ocupados, con todo mi respeto, por gentes de la tercera edad.

Y no se trata de modificar la doctrina, porque eso sería como descristianizar a la propia Iglesia, sino de encontrar una manera atractiva de ofrecer el mensaje de Cristo... El Papa lo hace, y a lo mejor el secreto está en el modo en el que pide -como antes que él lo pidió Juan Pablo II- a la juventud que se comprometa desde todas las instancias sociales. Y a lo mejor una forma de hacerlo y de conseguir que definitivamente la Iglesia no genere tanto rechazo social sea que su Jerarquía rompa definitivamente cualquier lazo con el poder político, incluso los lazos económicos. Otra cosa es que su labor social -solidaria, educativa y sanitaria- se vea recompensada con el esfuerzo público al igual que la de otro tipo de organizaciones, pero su función religiosa debería estar únicamente sostenida por la contribución de sus fieles: debe ser la propia Iglesia la que defienda la laicidad del Estado, su aconfesionalidad, como fórmula necesaria para garantizar la convivencia en libertad de fieles y no fieles. Y a partir de ahí la reconquista de ese espacio de referencia en la sociedad española que pidió el Papa será más fácil, y de nada habrá servido el incansable esfuerzo laicista de quienes nunca han entendido que detrás de la palabra de Dios solo hay amor por los hombres.


Periodista Digital - Opinión

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