viernes, 5 de agosto de 2011

Castigo sin fin

El BCE fracasa en su intento de calmar los mercados mientras los líderes europeos siguen de vacaciones.

Estados Unidos y la zona euro siguen afectados por graves perturbaciones de los mercados con un origen común: la percepción de que la economía mundial vuelve a encontrarse en un periodo de bajo crecimiento. En el caso de Estados Unidos, la causa de las caídas bursátiles (el índice Dow Jones de Wall Street perdió ayer el 4,31%) está en la insuficiente tasa de crecimiento (apenas llegará al 2,5% este año) y la sensación de que el acuerdo entre republicanos y demócratas obstaculizará la recuperación. En Europa, el mensaje del presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, y las advertencias del presidente de la Comisión Europea, Barroso, definen con precisión la difícil situación por la que atraviesa la zona euro. Trichet sugirió que el BCE ha reanudado la compra de deuda para calmar la especulación contra las deudas italiana y española. Pero lo hizo con tanta tibieza que su intervención fue contraproducente.

Los inversores interpretaron que el BCE había intentado aplacar el mercado comprando deuda en Irlanda, Grecia y Portugal (la opción más barata), por lo cual siguieron castigando a la deuda española, que volvió a aproximarse a los 400, y a la italiana. Trichet tenía medios para dejar claro que el BCE comprará títulos de ambos países hasta donde sea necesario para contener sus primas de riesgo. Pero prefirió amagar y no dar. También tenía resortes para transmitir confianza sobre la recuperación en Europa, pero no supo hacerlo. De sus decisiones, más que de sus palabras, se desprende un gran temor por la evolución de la crisis financiera en Europa. Al final, lo que los mercados leyeron es que la prórroga de las facilidades de liquidez a la banca comercial es una confesión de que el sistema atravesará dificultades. En esas condiciones, no es posible creer en una recuperación de la economía.


Esta lectura explica el nuevo desbordamiento del diferencial español e italiano y justifica las críticas a Trichet. Pero, aunque el BCE no se ha mostrado clarividente en los tres largos años de crisis, la gravedad del mal financiero europeo no procede de sus decisiones. Barroso sintetizó el miércoles un esquema de intervención para corregir esas convulsiones permanentes en los mercados que pueden destruir la estabilidad del euro; esquema, que, por cierto, es voz común entre economistas e instituciones de la zona y un misterio indescifrable para Angela Merkel y Nicolas Sarkozy. Es necesario cerrar rápidamente el nuevo rescate a Grecia y admitir que el procedimiento sería aplicable a Portugal e Irlanda; es imprescindible concretar ya las nuevas funciones del Fondo de Estabilidad, para que pueda comprar deuda en el mercado con el capital disponible; es urgente crear la deuda europea; y es imperativo queel BCE tenga las manos libres para estabilizar los mercados.

Alemania y Francia han hecho oídos sordos a urgencias e imperativos. Todas las decisiones se han aplazado hasta septiembre y es probable que no lleguen a corporeizarse en normas, dinero y protocolos en meses. Hasta entonces, los mercados (es decir, los intermediarios que deciden los activos que compran los fondos de inversión, los de pensiones o los institucionales) seguirán explorando los límites efectivos de la compra de deuda por el BCE, extenderán las dudas de solvencia a países como Bélgica (ya es el caso) y castigarán a las deudas nacionales con subidas insoportables del servicio de la deuda. Esas tensiones arruinan las expectativas de crecimiento de los países atacados. Por más que el Tesoro español pudiera colocar ayer 3.300 millones holgadamente, aunque con mayores costes financieros. Menos dinero, pues, para educación, sanidad e inversión pública en 2012. Y todo ello, con los principales líderes europeos (Merkel, Sarkozy, Cameron, Van Rompuy, Barroso...) de vacaciones y sin emitir señal alguna, más allá de alguna carta o llamada telefónica. Sólo Zapatero y Berlusconi han sido vistos en su puesto de trabajo, pero ha servido de poco.


El País - Editorial

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