viernes, 19 de agosto de 2011

Acontecimiento mundial. Por José Antonio Vera

Apoteósico día en la capital de España con motivo de la visita del Papa y su encuentro con cientos de miles de jóvenes llegados de todos los continentes. No lo pude presenciar in situ, aunque me complace sobremanera el hecho de haber podido comprobar, a miles de kilómetros desde Los Ángeles, el eco de la noticia en Univisión y los veteranos diarios en español de esta ciudad. No es para menos. Más de un millón de personas concentradas en un día en un mismo lugar es ciertamente una noticia formidable. Cualquier país estaría encantado de acoger en su seno una celebración de tal relieve. En el nuestro, sin embargo, siempre tienen que darse notas discordantes por parte de grupos intolerantes como las que, gracias a la lamentable inhibición de la delegada del Gobierno y del ministro del Interior, protagonizaron la víspera misma de la visita insultando a los peregrinos que ocupaban el centro de Madrid. Y es que algunos no querían dejar pasar una ocasión como ésta para arremeter contra el mundo católico. Tarea baldía, pues ningún acto partidista o sindical ha tenido jamás tanto seguimiento, pese al intenso calor y a no contar con subvención alguna. Tal es su importancia, que hasta en California pude seguir ayer por los medios locales en castellano el encuentro del Papa con miles de jóvenes por las principales calles de la capital. No podía ser de otra manera. Un acto de semejante magnitud supera fronteras y une a millones de personas en todo el orbe. Los que están en el lugar y los que lo siguen por los medios de masas. Jóvenes de todas partes se han desplazado a Madrid haciendo realidad una ilusión largamente acumulada. Me encontré la semana pasada en un restaurante mexicano de Seattle a un grupo de chavales que se disponía a emprender rumbo a España para encontrarse con Su Santidad. Estaban exultantes, tanto por conocer al Papa como por viajar por vez primera a un país al que adoran, por mucho que a veces se diga lo contrario. Y en Los Ángeles he tenido ocasión de conversar con los padres colombianos de dos hermanos que ya estaban en la capital, y que manifestaban la alegría que para ellos supone tener a sus hijos en España con Benedicto XVI, gracias a los ahorros acumulados durante dos años seguidos.

Una lástima que, pese a la trascendencia global del acontecimiento, en nuestro país tengamos aún a una minoría empeñada en negar a la Iglesia lo que por derecho le corresponde. Por mucho que se discrepe, como mínimo debería reconocerse su obra social y su tarea educativa. Pero ellos se empeñan en alimentar una idea irreal de estamento parasitario. Lo peor es que tales colectivos encuentran con frecuencia el apoyo de un Gobierno que, como el de Zapatero, ha jugado a excitar pasiones, suprimiendo ayudas, zarandeando a la educación, provocando con el aborto o aprobando otras políticas hostiles. De nada ha servido porque la fuerza del Papa y de la Iglesia trasciende fronteras. Tal es la proyección de este acontecimiento verdaderamente mundial.


La Razón - Opinión

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