sábado, 16 de julio de 2011

Tiempo de sacrificios

La factura de la crisis sólo se puede pagar con austeridad y control de gastos, reformas estructurales y una revisión del concepto de bienestar social y de seguridad en el empleo.

EL debate sobre quiénes deben pagar los platos rotos de la crisis ha velado problemas de fondo en la estructuración de las sociedades europeas, acomodadas en la convicción de que cada vez se podía vivir mejor sin necesidad de aportaciones nuevas y más esforzadas al crecimiento económico y a la situación fiscal de los Estados. Es evidente que la crisis financiera tiene causas principales en ciertas prácticas especulativas y en la voracidad de los mercados, con la colaboración imprescindible de la ineficacia de unos sistemas estatales de prevención y control, que ni previnieron ni controlaron los acontecimientos que están arruinando a media Europa. Incluso los peores escenarios simulados para las pruebas de estrés bancario, que ayer se dieron a conocer, están por debajo de los actuales niveles de presión sobre las deudas soberanas. Pero nunca hay crisis que pueda descartarse de antemano. Cuestión distinta es su gravedad o sus causas.

Por eso, superado esta implosión fiscal de los países ricos, dentro de varias décadas vendrá otra, y se cumplirá el carácter cíclico de los tiempos de bonanza y de depresión. Lo que importa es aprender la lección de que no se puede organizar la vida de una sociedad y de sus generaciones venideras como si el tiempo de bonanza fuera eterno. Esto ha sucedido en Europa y, por supuesto, en España, con la consecuencia de que la factura de la crisis sólo se puede pagar con austeridad y control de gastos, reformas estructurales y una revisión del concepto de bienestar social y de seguridad en el empleo. Italia ha implantado una serie de medidas drásticas para ahorrar y convencer a los mercados de su solvencia. Serán medidas discutibles en todo o en parte, pero no se habrían tomado si en Europa no empezara a haber conciencia de que la viabilidad del Estado de bienestar exige su revisión.

La cuestión ya no es si se debe o no abordar el fin del «gratis total» en determinados servicios, sino cómo sustituirlo por otro que combine la generalidad de su prestación con un cuota de financiación a cargo del ciudadano. Qué cuota y qué ciudadanos son las variables que deben despejarse. Seguir como hasta ahora no es posible. Estamos en un tiempo de sacrificios, que exigirá renuncias para iniciar una recuperación que permita llegar a niveles de bienestar que ya no serán como los anteriores a 2007, pero serán los únicos a disposición de unos Estados endeudados a largo plazo y de unas sociedades inevitablemente mucho menos ricas.


ABC - Editorial

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