lunes, 11 de julio de 2011

Placebo para socialistas

El PSOE ha zanjado la transición de Zapatero a Rubalcaba sin afrontar una verdadera renovación ideológica

DEFINE el Diccionario de la Real Academia la palabra placebo como «sustancia que, careciendo por sí misma de acción terapéutica, produce algún efecto curativo en el enfermo, si este la recibe convencido de que esa sustancia posee realmente tal acción». El discurso de Pérez Rubalcaba del pasado sábado, al ser designado oficialmente candidato del PSOE, se ajustó a esta definición, porque administró a su partido una dosis indolora de continuidad izquierdista. Fue, en efecto, puro placebo para socialistas, porque Rubalcaba propuso a sus compañeros una estrategia de acomodación en ideas rancias sobre ricos y bancos y en las habituales promesas sobre el Estado del bienestar. Con semejantes planteamientos, el PSOE ha zanjado la transición de Zapatero a Rubalcaba sin afrontar una verdadera renovación ideológica. Si el PSOE fuera consciente de hasta qué punto debe revisar su ideario, más aún tras la derrota del 22-M, habría comprendido que con el discurso de Rubalcaba va a tener un recorrido muy corto. Sin duda, este discurso no reveló «el proyecto de país» que anunció Zapatero ni justificó la expectación que mostraba el presidente del Gobierno. Respondió a la previsión de que sería pura endogamia de partido, con unos compañeros dispuestos a aplaudir lo que dijo o su contrario. De hecho, durante estos últimos años han aplaudido tanto los planes de rescate bancario, sin exigir responsabilidades a cambio, como la buena sintonía de Zapatero, sin objeción de Rubalcaba, con los grandes banqueros españoles, de los que siempre buscó el aval a sus reformas. El proyecto para España habría exigido una mención a la política territorial y a los pactos con los nacionalistas; una clarificación sobre la actitud ante Bildu; una definición de las apuestas diplomáticas de nuestro país; un análisis sobre la crítica situación de la Justicia y del TC; y, entre otras cosas, un plan creíble para la reforma de la enseñanza. En definitiva, podía esperarse un discurso de mayor altura. Pero no lo hubo, porque el PSOE no está en condiciones de asumir compromisos de envergadura ideológica.

Como candidato oficial, Rubalcaba va a tener el mismo problema que ha tenido en estas semanas como vicepresidente y candidato de hecho: la pregunta de por qué no ha aplicado en el Gobierno sus milagrosas recetas contra el paro. Hay tiempo. Es más, el próximo viernes Zapatero y su renovado Gobierno pueden aprobar por real decreto-ley la subida de impuestos a bancos y a ricos que tanto ha gustado al PSOE. Rubalcaba, en coherencia, debería exigírselo.


ABC - Editorial

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