domingo, 10 de julio de 2011

Erre que erre. Por Ignacio Camacho

La principal dificultad de Rubalcaba consiste en separarse de la devastadora memoria de su pasado inmediato.

EL próximo presidente del Gobierno de España empezará por R y tendrá barba. Para evitar que esos datos coincidan con el perfil de Rajoy, el candidato Alfredo Pérez Rubalcaba va a tener que hacer mucho más que esgrimir su inicial y utilizar como marca electoral su segundo apellido. Por animoso que resulte su empeño arranca con demasiada desventaja, y no sólo se trata de unas encuestas demoledoramente adversas que él confía en suavizar gracias a la buena apreciación de que goza en la estima de la opinión pública. Aunque el aspirante socialista cuenta con mejor valoración personal que el líder del PP, va a tener que competir contra él con un saco de ladrillos a cuestas y una mano atada a la espalda. Rajoy es sólo su rival; sus adversarios son mucho más numerosos.

Rubalcaba no se enfrenta sólo al jefe de una oposición crecida tras la victoria aplastante de mayo. Se mide a un partido poderoso cuya imagen de marca se ha impuesto como alternativa de poder muy por encima de las cualidades de su candidato, incluso de su abstracto programa de gobierno; a una lacerante quiebra económica y a un panorama de desolación laboral asociado a su causa política; a un pesimista estado de hartazgo y desesperación y a una ola sociológica de cambio que ha cuajado en clamorosa demanda de vuelco. Y lo hace desde un partido destrozado anímica y orgánicamente por el reciente descalabro electoral, lastrado por la impopularidad fóbica de un Gabinete en el que no sólo ha sido figura destacada, sino el hombre clave que en muchas ocasiones ha llegado a suplantar el liderazgo del propio presidente Zapatero.


La principal dificultad del proyecto rubalcabiano consiste en separarse de su propia trayectoria, de la devastadora memoria de su pasado inmediato. Para mayor complicación tendrá que intentarlo en cohabitación con su peor aliado, cuya presencia en el poder constituye una impedimenta ineludible, un compromiso cargante y opresivo. La estrategia inicial de la nueva candidatura muestra la voluntad inequívoca de soslayar su complicidad con el zapaterismo; no sólo con la salida del Gobierno sino también con el arrinconamiento visual de las siglas y la identidad corporativa socialista en la cartelería de lanzamiento. Pero eso no suele funcionar; los ciudadanos acostumbran a rechazar los camuflajes y a elegir ellos mismos la oportunidad del ajuste de cuentas con sus decepciones políticas. Si alguien sabe algo de eso es Mariano Rajoy, pagano forzoso de los errores de la última etapa aznarista.

Quizá Rubalcaba pueda superar a su oponente en algún debate cara a cara. Acaso logre levantar con su discurso de socialdemocracia clásica algunas de las expectativas perdidas por el PSOE en los últimos años. Empero, a su auténtico adversario lo lleva incrustado en su currículum vitae, colgado de la solapa, y adherido a su chepa como un huésped incómodo y pesadísimo. Erre que erre.


ABC - Opinión

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