viernes, 15 de julio de 2011

El rapto de la justicia. Por José María Carrascal

Hemos puesto la Justicia en manos de los políticos. Eso es pegarse un tiro, no en el pie, sino en la cabeza

Si en España hubiera cincuenta jueces como don Pablo Ruz, se arreglarían todos sus problemas. ¿Todos? Sí, todos, pues nuestro problema de fondo es que nos hemos cargado el tercer puntal de la democracia, el poder judicial, así anda el pobre, cojitranco y desvaído. El secuestro de la Justicia por parte de los partidos políticos no sólo impide a ésta cumplir sus funciones —ahí tienen a sus órganos rectores sin renovar—, sino también contribuye al deterioro gradual de todas las instituciones del Estado y a la corrupción en todos sus rincones, al ser la Justicia la garante de la igualdad, libertad y prosperidad de la vida ciudadana. Como he dicho más de una vez en estas columnas, un país puede vivir sin gobierno, sin cámaras, sin medios de comunicación, pero no puede vivir sin justicia independiente. Mejor dicho, puede vivir, pero en degradación continua, que termina impidiendo el desarrollo normal y la convivencia civilizada. Si queremos entender por qué no somos capaces de salir de la crisis, de acabar con el terrorismo, de unirnos a los países punteros y de confiar en el futuro, no debemos buscar fuera ni lejos. Nos basta pensar que hemos puesto la Justicia en manos de los políticos. Eso es pegarse un tiro, no en el pie, sino en la cabeza.

Y ahora, déjenme explicarles qué entiendo por juez Ruz. Pues un juez a secas, sin adjetivos, que no se siente progresista ni conservador. Un juez cuya única ideología es el código que tiene que aplicar, que no contempla otro papel en la sociedad que el que le asigna su cargo. Un juez que no se deja influir por nada ni por nadie, incluidas sus propias tendencias o prejuicios. Un juez, en fin, sin otra agenda, ambición o guía que hacer cumplir la ley. Con cincuenta jueces de este estilo, los políticos españoles sabrían que tendrían que dar cuenta de lo que hacen, los poderosos sabrían que nadie les salvaría de sus desmanes y los españoles sabríamos que las leyes están para cumplirse. Pues el principal, el último problema de España es que no se cumple la ley siempre que se puede, y a menudo, cuando no se puede. Nada de extraño el atasco en nuestros juzgados y el poco interés en desatascarlos. Así no hay forma de avanzar, así no vamos a ninguna parte. Mejor dicho, vamos adonde Grecia.

Déjenme decir, por último, que estoy seguro de que en España hay bastantes más de cincuenta jueces como don Pablo Ruz, pero que por una causa u otra, no han tenido ocasión de advertir a los poderosos de que la ley es igual para todos y de que no hay excusa alguna para no cumplirla, incluidos los llamados «intereses superiores». Nada es superior a la ley. Espero tan sólo que el ejemplo de este juez que quiere ser juez, sólo juez y nada más que juez, les anime a seguir su senda, la más excelsa y crucial en una democracia.


ABC - Opinión

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