domingo, 3 de julio de 2011

El fracaso de la política exterior

La reconstrucción de una política exterior anclada en los intereses estratégicos de España es una de las tareas urgentes para el próximo gobierno, que heredará una situación lamentable.

LA visita a Madrid de la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, debería considerarse un acontecimiento habitual dentro de las relaciones de España con uno de sus más importantes aliados, pero actualmente se convierte en un hecho extraordinario, hasta el punto de que, en términos políticos, se puede decir que se trata de uno de los gestos más relevantes intercambiados entre el Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero y la Administración Obama. El mismo dirigente que se negó a ponerse en pie al paso de la bandera norteamericana ha dedicado sus dos mandatos a gestionar un simple guiño de simpatía por parte de la Casa Blanca, pero el célebre «acontecimiento planetario» no sucederá y la política exterior socialista pasará a la historia como uno de los periodos más deslucidos de la democracia, que está terminando con secuelas que rayan el ridículo, como la compra de prebendas en el organigrama de la ONU para políticos de la talla de Bibiana Aído.

La reconstrucción de una política exterior seria y anclada en los intereses estratégicos de España es una de las tareas urgentes para el próximo gobierno, que heredará una situación lamentable. ¿Quién se acuerda ahora de todo el esfuerzo invertido para lograr que España fuera invitada —aunque fuera por la puerta de atrás— a las reuniones del G-20, cuando con la otra mano el mismo Gobierno ha puesto a nuestro país en la lista de los que pueden amenazar la estabilidad de la zona euro? ¿Para qué ha servido todo el dinero y los recursos invertidos en esa fantasía llamada Alianza de Civilizaciones, incluyendo la cúpula de Barceló regalada a la sede de la ONU en Ginebra? El barco de la política exterior española ha navegado sin rumbo ni principios, y uno de los pocos componentes que ha escapado de esa sensación general de improvisación ha sido la complacencia estéril con la dictadura castrista, que no es algo de lo que un país democrático pueda enorgullecerse.

La imagen que transmiten los altos funcionarios que dejan el Gobierno y se apresuran a buscar un acomodo en las instituciones internacionales forma parte de esa sensación de final de ciclo, sólo que en este caso sirve de termómetro para medir la irrelevancia en la que ha dejado a España esta política exterior insensata. Bernardino León, tal vez el mejor de los funcionarios y con cierta influencia —sobre todo para apagar incendios—, va a tener un cargo relevante en la UE que, sin embargo, en otros tiempos sería equivalente al de un subordinado de Javier Solana. Y no de los más importantes.


ABC - Editorial

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