martes, 5 de julio de 2011

El bienestar del Estado. Por M. Martín Ferrand

Nos hemos instalado en el bienestar de los fragmentos en que se va deconstruyendo el Estado.

José Luis Rodríguez Zapatero, pobrecito, puede y no quiere adelantar las elecciones legislativas y Alfredo Pérez Rubalcaba, llamadle Alfredo, quiere y no puede. Entre los dos integrarían un hombre completito aunque, en la práctica, se anulan mutuamente. Al menos a estos efectos en los que se entrecruzan sus intereses respectivos. El presidente aspira a un mutis solemne, como de triunfador, y el todavía vicepresidente parece tener mucha prisa en estrellarse contra una realidad que él mismo ha contribuido a construir y de la que no conocemos el balance final. De momento, el Ministerio de Trabajo, suma y sigue, acaba de reconocer que, en un año, el número de afiliados a la Seguridad Social, el más preciso de todos los indicadores de empleo, ha descendido en doscientos mil paisanos.

En ese ambiente, los intelectuales próximos al PSOE y todavía fieles al Gobierno, aunque solo sea por razones de cargo, empleo o sinecura, tratan de justificar la situación. Algo que tiene los visos del imposible metafísico, resulta elegante y les amerita para funciones venideras. Saben por experiencia que la derecha, cuando está en el poder, es menos restrictiva que la izquierda y que una oposición subvencionada, como las que nos gastamos por estos pagos, también da para canonjías y bicocas. El rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo —la única que, con la UNED, le queda a Educación—, el ilustre perito en piedras Salvador Ordóñez, ha dicho que la austeridad debe imponerse; pero, ahí está el detalle, «respetando el Estado de Bienestar». Una contradicción síntesis y señal de la confusión socialista al respecto y, también, de los prudentes silencios que, sobre el particular, guarda el PP.

Aparte de que aquí nos hemos instalado, como Nación discutible y discutida, en el bienestar de los fragmentos en que se va deconstruyendo el Estado, sin reparar en los quebrantos que las partes generan en el todo, el Estado de Bienestar no es un sentimiento platónico, sino una consecuencia presupuestaria. El límite de su respeto, de su mantenimiento en las dimensiones vigentes, está antes que nada en su posibilidad económica. Ese bienestar del Estado es, además, un manantial de injusticias cuando confunde la igualdad de derechos y oportunidades con grandes dificultades y diferentes cargas en razón de las ideologías e, incluso, del territorio. De tanto defender lo indefendible, alcanzamos la gran paradoja de que el progreso que nos ha llevado a una mejor situación de la que tuvieron nuestros padres sea, por el abuso en su uso, el cimiento de una peor que la nuestra para nuestros hijos.


ABC - Opinión

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