sábado, 16 de julio de 2011

Dimisión o expulsión. Por Ignacio Camacho

La ética de la responsabilidad exige una determinación fulminante. Camps debe dimitir o ser expulsado del PP.

Si Mariano Rajoy ejerciese la autoridad que su liderazgo le confiere y le exige, el presidente de la Comunidad Valenciana no se sentaría en el banquillo de acusados. Lo haría el ciudadano Francisco Camps Ortiz, al que de manera incomprensible permitió en mayo repetir candidatura saltándose el código ético interno del Partido Popular y haciéndose acompañar de una decena de procesados. Por dignidad institucional y por lógica política, el representante de todos los valencianos no debe comparecer como acusado en un juicio humillante para su condición por muy leve que sea el hecho del que se le acusa. Y si el interesado no es capaz de comprenderlo o de aceptarlo, ha de ser el líder de su partido quien, como depositario de una esperanza de regeneración que comparten millones de ciudadanos, le fuerce a dimitir o en caso contrario le expulse de la formación cuya honorabilidad corporativa está poniendo en tela de juicio. Exactamente como hizo Aznar con el cántabro Hormaechea.

Porque, salga o no absuelto de la muy estricta acusación de cohecho impropio, parece cada vez más claro que Camps, además de desafiar a la jerarquía de su partido, ha tratado de implicarla en una mentira que empieza a desmoronarse. El presidente valenciano aseguró siempre —de forma rotunda en el Foro ABC de marzo de 2009— que había pagado los famosos trajes objeto de polémica. Y lo hizo delante de Rajoy y de toda su directiva. Ahora, ante el cúmulo de indicios adversos y la imposibilidad de demostrar el pago —que podía haber efectuado en cualquier momento procesal para zanjar el debate—, sus abogados comienzan a admitir que recibió regalos para montar la defensa sobre un sofisticado casuismo que roza la doble personalidad. La evidente nimiedad objetiva de la acusación no impide que Camps haya cometido tres errores suficientes para costarle el cargo: el primero, dejarse manosear por tipos poco recomendables de la trama Gürtel; el segundo arrastrar a todo el PP a secundar un engaño, y el tercero empeñarse en revalidar la Presidencia con un reto explícito a la disciplina interna.

Como hace tiempo que anda sumido en una inexplicable burbuja de aislamiento mental y espiritual, ha llegado la hora de que quien puede hacerlo rompa de un martillazo el cristal de esa urna de ensimismamiento, antes de que su atmósfera viciada contamine al resto del partido y de las propias instituciones valencianas. La contundente victoria electoral de mayo es del PP, no de Camps, y es el PP el que tiene el deber de mantenerse fiel a la confianza de los ciudadanos. Si el veredicto resulta absolutorio, Rajoy tendrá —probablemente como presidente del Gobierno— sobrada ocasión de rehabilitar en tiempo y forma el honor de su correligionario. Pero ahora prima la ética de la responsabilidad, cuyo código exige una determinación fulminante. Dimisión o expulsión. No cabe otra alternativa para demostrar de una vez que no todos los políticos ni todos los partidos son iguales.


ABC - Opinión

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