sábado, 16 de julio de 2011

Camps: tres trajes, tres errores

Que Camps deba retirarse de escena por una cuestión de higiene democrática no significa en absoluto que muchos que ahora le critican desde el otro extremo del arco parlamentario tengan la más mínima autoridad moral para hacerlo.

Al final Francisco Camps se sentará en el banquillo acusado de cohecho impropio pasivo. Un escándalo político, ya conocido como "causa de los trajes", que escribirá de este modo, ante un tribunal valenciano, su último capítulo y el primero del recorrido judicial que les aguarda a los imputados de la trama Gürtel, relacionada con el asunto de los trajes. Este caso que afecta directamente al recién elegido presidente de la Comunidad Valenciana no es ni mucho menos el más grave de los que se han incoado a cuenta de la trama corrupta que campó durante años a sus anchas por Valencia y Madrid, pero sí el único que afecta directamente al presidente autonómico.

Se trata de tres trajes que Camps aceptó como regalo a pesar de que sabía de dónde provenían y quien los pagaba. El importe de los mismos no es muy alto, pero se trata, en todo caso, de algo lamentable que no debiera de haber ocurrido nunca. A partir de aquí el presidente encadenó tres errores fatales que no pueden conducir a otro lado que no sea a su inmediata dimisión. Ni Camps debió aceptar los trajes en su momento ni, cuando se destapó el caso, debió mirar hacia otro lado y negar haberlos recibido. Fueron estos sus dos primeros errores, imperdonables ambos, que han terminado por ocasionarle un extraordinario problema de credibilidad a él y a su propio partido. Porque lo que se despacha en este caso no es tanto los trajes en sí mismos, como el hecho de que el presidente valenciano mintió a la opinión pública asegurando que nada sabía de ellos.


El tercero de los errores lo cometió a posteriori presentándose a las elecciones cuando se encontraba imputado. El PP cometió una incomprensible ligereza permitiendo que Camps repitiese como candidato a la presidencia el 22 de mayo teniendo como tenía una causa judicial pendiente. Ahora es Mariano Rajoy y no sólo el atribulado presidente valenciano quien debe una explicación a su electorado y al resto de la sociedad española. Eso si pretende que sus promesas de regeneración democrática sean tomadas mínimamente en serio.

Que Camps deba retirarse de escena por una cuestión de higiene democrática no significa en absoluto que muchos que ahora le critican desde el otro extremo del arco parlamentario tengan la más mínima autoridad moral para hacerlo. El PSOE, perito en mil corrupciones infinitamente más graves allá donde gobierna, no puede dar lecciones cuando los sucesivos escándalos de Chaves y Griñán en Andalucía no han hecho más que empezar a andar. Eso por no hablar de la infamia que envuelve al caso Faisán. Es indignante que la prensa adicta a Zapatero se regodee con el tema de los trajes cuando guarda el más ominoso silencio respecto a la imputación de la cúpula policial en el turbio y criminoso asunto del Bar Faisán.

Sin quitar un ápice de importancia a los trajes de Camps, en cuestión de escándalos hay categorías. La superior la ocupa sin duda alguna colaborar con una banda terrorista utilizando a las propias Fuerzas de Seguridad de Estado para consumar la felonía. Muchos harían bien en centrar el tiro y, sin olvidar lo uno, acordarse más de lo otro que, esta vez sí, es de una gravedad extrema.


Libertad Digital - Editorial

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