martes, 21 de junio de 2011

Una mirada a la #spanishrevolution con los ojos de la derecha. Por Federico Quevedo

Hace unos días, a Lourdes Hernández la cantante de Russian Red, una chica española que canta en inglés con una voz prodigiosa temas de contenido indie, se le ocurrió decir en una entrevista que conectaba con las ideas de la derecha. Como se pueden imaginar, desde muchos ámbitos del Pensamiento Único de la izquierda se arremetió contra ella, probablemente porque personajes sectarios como Nacho Vegas que creen que todos los de derechas son unos “cabrones” (sic) demostrando una intolerancia que raya en lo enfermizo, no pueden aceptar que haya deserciones dentro de lo que estos predicadores de la uniformidad progresista consideran sus filas. Pero las hay.

Cada vez que la sociedad se enfrenta a un proceso de cambio aparecen figuras de la cultura que toman la delantera, que se ponen al frente de la manifestación: “La conclusión que saco de todo esto es que existe una totalitarización de la opinión pública que poco se acerca a los ideales de una sociedad progresista”, ha dicho la propia Lourdes. La suya es la respuesta de quien huye precisamente de la uniformidad ideológica. Yo no la conozco, aunque conozco su música, pero seguro que Russian Red, Lourdes, piensa libremente y libremente discrepa de muchos de esos principios que habitualmente catalogamos como de derechas, y seguramente en muchos aspectos se sienta más progresista que en otros, en la medida que ser progresista no es ya un título que pueda aplicarse en exclusiva a unas siglas que incluyan la palabra ‘socialismo’.

Ayer, durante una reda de prensa celebrada en Madrid, al guitarrista Juan Aguirre del dúo Amaral, le preguntaron por aquella intervención de Rubalcaba en el Congreso en la que el candidato de los miles de dedazos le dijo a Ignacio Gil Lázaro que con él se sentía como en esa canción del grupo titulada Sin ti no soy nada. Aguirre contó que no fueron momentos agradables y dirigiéndose directamente al vicepresidente le dijo: “Amigo, no toques más los huevos, las canciones son de todos”.


No sé si Nacho Vegas pensará que también Aguirre y Amaral son unos “cabrones”, pero el caso es que, al igual que Russian Red, es interesante ver cómo desde ciertos ámbitos de la cultura empieza a despertar un fuerte inconformismo con la situación actual y, sobre todo, una imperiosa necesidad de situarse por encima de ideologías o de etiquetas previamente asignadas en función del papel de cada uno en ese mundo, en plan los cantantes de baladas son de derechas y los de rock de izquierdas, como más o menos se había venido significando hasta ahora. ¿A dónde quiero ir a parar? Simple: desde que el Movimiento 15M tomara las calles se ha empezado a producir un distanciamiento progresivo de distintos ámbitos sociales tanto del sectarismo de ciertos sectores de la izquierda como del inmovilismo de sectores de la derecha, irreductibles en ambos casos en su empeño de mantener el status quo, de no querer que nada cambie.
«Desde que el Movimiento 15M tomara las calles se ha empezado a producir un distanciamiento progresivo de distintos ámbitos sociales tanto del sectarismo de ciertos sectores de la izquierda como del inmovilismo de sectores de la derecha.»
No voy a ocultar que en la amalgama de lemas que copaban el domingo las manifestaciones del #19J hay muchos que cabría calificarlos de viejos reductos del socialismo utópico, eslóganes de la izquierda clásica que tienen poco sentido hoy en día. Pero, entre toda esa maraña intelectualmente de izquierdas pero que no quiere saber nada de siglas, hay un espacio muy interesante para recuperar el sentido mismo de lo que siempre debió ser una democracia liberal. Es verdad que las manifestaciones, que el propio Movimiento puede ser visualizado como de izquierdas por su estética organizativa y por la ética de algunos de sus principios -nacionalización de la banca, lucha contra el capital, más impuestos y más gasto…-, pero también lo es que una vez separado el grano de la paja, lo que queda de la reacción social que da pie al Movimiento 15M es una profunda necesidad de regeneración y la constatación del distanciamiento de la sociedad civil de la clase política, y que se traduce en ese espacio de libertad del que nacen las modernas democracias y que Tocqueville glosó en su Democracia en América: separación de poderes, listas abiertas, transparencia, propiedad privada, sociedad civil…

Desde hace días hay mucha gente que me pregunta, en este foro, en mi twitter, en los mensajes de la televisión, por mi posición respecto del Movimiento 15M, algunos de un modo muy insolente, otros sorprendidos, y muchos desconcertados. Verán, si me quedara en la anécdota tendría que convenir que el 15M es un movimiento protagonizado por la izquierda radical de la que me siento muy alejado, pero desde el primer momento he intentado mirar más allá. Es verdad que en la medida en que la izquierda es activista por naturaleza propia, su presencia es mayor en la visualización del movimiento. La derecha, sin embargo, aun compartiendo algunos postulados opta por no dejarse ver, pese a ser presa de la misma indignación que la izquierda. ¿Debe eso condicionar nuestra posición? En mi opinión, no, porque el hecho es que el movimiento en sí mismo tiene una naturaleza transversal sobre la que ya me explayé el pasado jueves, y debería hacernos comprender que no se trata de un proceso revolucionario al uso de la izquierda por más que la escenografía quintacolumnista nos lo recuerde, sino de la explosión de un sentimiento generalizado que por su propia naturaleza heterogénea se vuelve imposible de calificar.

Ni derechas, ni izquierdas. Hemos superado ese choque. ¿Se es de derechas por el hecho de no compartir postulados de la izquierda? ¿Y viceversa? Lo cierto es que el gran paso que estamos dando gracias a esta crisis político-social-económica es que no necesariamente ser liberal implica ser de derechas, ni ser progresista de izquierdas. Liberalismo y progresismo se unen en un objetivo común: una sociedad más justa, una democracia mejor, un capitalismo más humano. Tres objetivos perfectamente compatibles con esa necesidad de regeneración que la sociedad expresa indignada por la manera en que la política y la economía se han confabulado para escaparse de la crisis mientras ésta machaca, literalmente, a los ciudadanos que tienen que pagar las consecuencias de los errores de sus gobernantes y de los grupos de presión. Eso es una realidad, y no responde a un lenguaje revolucionario ni activista, sino a la constatación de los hechos vividos desde que la crisis se instalara en nuestras vidas. ¿Se puede cambiar esto? Si, sin duda. ¿Quién debe hacerlo? Al final, serán los propios partidos los que tengan que interiorizar las exigencias de la ciudadanía, y el que primero empiece a dar muestras de haber entendido ese mensaje reformista será el que tenga más opciones de liderar el cambio. Un cambio que, como he escrito ya muchas veces, se antoja absolutamente inevitable.


El Confidencial - Opinión

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